Partida Rol por web

Llorando Pecados

Testamento

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30/11/2009, 19:38
Allan Murray
Sólo para el director

 

- Le agradezco su ayuda, señor Rosston - saludó Allan como única despedida, mientras abría la puerta.

Al instante quedó convencido de que aquello no era de mal gusto: era un intento de asesinato.

Allan se mantuvo quieto en el vano de la puerta, intentando divisar allí dentro alguna cosa que estuviera en buen estado. Una nube de polvillo salió de las entrañas del cuarto y le azotó en pleno rostro. La humedad pareció emerger como una ola desde el suelo de la habitación y se echó sobre él atravesándole el pecho, haciéndole toser y carraspear, cerrándole la garganta y todo acceso pulmonar. Tuvo que apartarse y entornar la puerta para salir del macabro influjo que la antigüedad cernía sobre él y sobre su cuerpo. De espaldas a la pared, intentando tomar aire con desesperación, Allan agradeció desde el fondo de su alma que el pasillo estuviera increíblemente solitario. Aquello le permitía no tener que mantener la compostura mientras trataba de luchar contra sí mismo por su vida.

Se encontró doblado a la mitad tosiendo en dirección al suelo, con tanta fuerza que podría haber expulsado todo el contenido de su torso por la boca. Era el rechazo de su cuerpo a la mera idea de su mente de quedarse allí dentro. Cuando pudo dejar de toser, Allan se incorporó agotado, y se pasó una mano por el rostro. El tacto denso le avisó que no estaba sólo pasando sudor por su piel. Se miró los dedos y los encontró manchados de sangre, de la misma que todavía no se había secado en su rodilla. La nausea volvió, dolorosa, y esta vez fue casi incontenible. El inglés se quitó el abrigo, se desabrochó la camisa manchadas con premura, y cuando pudo arrancársela del cuerpo, la hizo un bollo y vomitó todo en su interior.

Permaneció respirando agitadamente, sintiéndose vacío, destruido y alterado. Empezó a temblar con violencia. Allan terminó sentado sobre el suelo, apretando los dientes para que no le castañearan, y miró al cielorraso. El olor de la habitación abierta le inducía a continuar vomitando, lo mismo que cada vez que recordaba el cañón de la escopeta y el ruido atronador de los disparos. Sintió la humedad dentro de sus zapatos, y el estómago se le dio vuelta. Se vio a si mismo alzando las manos y pidiendo cordura, y a los hombres armados irrumpiendo en el salón. Repitió en su mente la puñalada, el disparo, la jarra y los litros de sangre salpicando hacia su rostro y hacia las paredes. Pensó en su esposa y sus hijos, esperando su regreso allá en Londres, y un gemido amenazó con salir de sus labios. Podrían haberle matado tranquilamente. Podría haber sido el siguiente, y haber terminado en ese condenado salón de lectura con un disparo en el pecho, y haber muerto tan lejos, todo por un desgraciado sádico e inmoral impune hombre de la nobleza que encontraba muy divertido dirigir una representación con su vida como escenario, donde los actores no tenían ni conocimiento ni parte, ni voluntad en el guión.

Se puso de pie con cierto esfuerzo. Haciendo acopio a toda su resistencia, entró en la habitación y cerró la puerta. Se desvistió tan rápido como pudo, respirando poco y muy entrecortado. Se aseó con esmero a pesar de que no podía parar de toser y casi no podía dejar de temblar. Toda la ropa manchada de sangre quedó apilada en un costado, una sobre otra. Frotó los lugares donde la sangre se había secado hasta dejarse la piel roja e hinchada; inmaculada a la vista, pero Allan sentía que continuaba impregnada de aquel líquido macabro, y la sensación le remitía circularmente a todos los recuerdos anteriores. Al final, cuando se hubo vestido con rapidez y acomodado, distribuyó en sus bolsillos todo papel importante que tuviera. No dejó nada en la habitación que fuera de mayor relevancia.

Hizo un paquete con la ropa y salió, dejando la puerta de la habitación entornada. Su tos hacía grandes ecos por el pasillo mientras caminaba en dirección a, donde esperaba, estuvieran las cocinas.

 

- Señorita, por favor - dijo, una vez que se vio perdido y dio con una camarera - ¿Podría indicarme dónde botar esto? Esta ropa ha quedado inservible. Y si me permite más molestia, ¿me podría indicar dónde se aloja el señor Charles Buchanan?

Allan tomó aire, tosió largamente y se quedó erguido, digno y formal, esperando la respuesta.

Notas de juego

Allan quiere "botar a la basura" la ropa, pero como no tengo idea qué hacían con los deshechos en esa época, lo dejo así.

EDITO: Había entendido mal aquello de que les avisarían para bajar. Edito este post en consecuencia, con Allan yendo a buscar a Charles Buchanan si la camarera le indica dónde (Y aún no es tiempo para cenar)

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30/11/2009, 20:02
Bruce Keenan

El joven Keenan asintió a la primera aclaración de su primo. Se agradecía la especificación al respecto porque empezaba a sentirse bastante idiota por ese detalle pero según parecía había conseguido, todavía sin entenderlo demasiado bien, que Alexander le considerara casi como a un igual a pesar de ser un bastardo. Resultaba extraño, probablemente se debiera a la peliaguda situación que les rodeaba y el lugar maldito en el que se veían obligados a pasar la noche. El miedo y la tensión generan amistades de lo más extrañas, ¿por qué no?

-Bueno, yo tampoco soy ningún sa-santo... Quería al Conde tan muerto cómo tú y para ser sinceros añadiría a algunos de los p-presentes al Testamento a la lista. No me fío de ninguna de las mujeres, son macabras y demasiado hurañas... exceptuando a la señora Leary- miró de forma directa a Duff con el ceño algo arrugado. Por mucho que hubiera viajado con esa tal lady Heisell y ella le hubiera agasajado como tan bien sabía hacer cuando le interesaba esperaba que realmente su primo no confiara en esa mujer.

-No te preocupes por el bastón. Sé que depender de alguien es inc-cómodo pero puedes contar con mi brazo y estoy seguro que con algunos más. S-sobretodo el del sr. McDonald- sonrió con cierta expresión traviesa y entonces recordó el último acto del susodicho. Probablemente el caballero ya se hubiera recuperado del golpe y había dejado claro con su acción que estaba tan dispuesto a arriesgarse por acabar con James Duff como el propio Alexander. Al final resultaba que el joven noble tenía más cosas en común con los que podrían ser considerados "plebe" que con los nobles de su mismo nivel social.

-Creo que toda esta farsa ha sido urdida para tenernos bajo el mi-mismo techo y poder matarnos de forma más rápida y efectiva pero con algo de suerte y astucia p-podremos superarles. Lo principal es librarse de esos guardias pero parecen ser demasiados... No confío en que mañana nos d-dejen ir sin más- inspiró aire hondamente haciendo acopio de voluntad y entonces empujó las puertas para acceder al comedor. No parecía haber mucha gente en su interior a juzgar por el silencio pero quizá se debiera a la tensión de la situación.

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30/11/2009, 22:49
Alexander Duff

Se detuvo frente a su primo.

Bruce querer matar a mi tío es lo único bueno y decente que he hecho en mi vida. Jamás pensaría que alguien que desee lo mismo es un ser malvado, más bien al contrario.

Negó con la cabeza.
La mujer es un ser que siempre escapará a nuestra comprensión, jamás me fiaría de ninguna a no ser que esta estuviera locamente enamorada de mi, y eso aún no ha sucedido. Mi desconfianza no evita que Lady Heisell me caiga bien, pese a lo afilado de su lengua, la conozco desde que era un niño y casi la considero mi tía. Tampoco evita que la señorita Leary me parezca una mujer de una belleza realmente inusual, de la cual no rechazaría su amistad. Pero en ambos casos, siempre conservaré unas barreras invisibles, imperceptibles, de desconfianza.
Apoyó su espalda a la pared y observó a su primo.

Creo que de la única mujer en que confié plenamente fué en mi madre. Dijo sonriendo Tampoco confio demasiado en la mayoría de los hombres por lo cual aunque mi circulo de amistades es muy amplio suelo pasar mi tiempo libre recluido en mi mansión. Esa es una de las maldiciones de los Duff, la paranoia.

Alexander guardó silencio mientras escuchaba lo que su primo le decía.
Sí, creo que nada nos espera aquí aparte de la fatalidad.

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01/12/2009, 05:01
Eminé Leary

Si las paredes, suelos y muebles de aquella casa hablasen, contarían historias tristes. Serían relatos de un alma en pena vagando por entre los pasillos, siempre con la mirada atenta a cualquier posible cambio en su situación. Siempre arreglada y vestida adecuadamente, esperando que él la viniese a buscar, que la tomase entre sus brazos, que le recitase palabras de amor. Nunca ocurrió, y si alguna vez realmente pasó, en su mente lo había olvidado.

Acompañó los pasos del caballero hasta la estancia. En todo momento miró al frente, o bien al suelo. Evitó mirar en cualquier otra dirección, quizá por temor a encontrar algo que pudiera hacerle daño. Sin darse cuenta, Eminé caminaba en dirección recta, siempre en medio del pasillo, donde más luz pudiera iluminar sus pasos. Algunas palabras del caballero las escuchó, aunque otras tantas las dejó volar y perderse en su mente, distraída, alejada.

- Gracias por su compañía -dijo la mujer cuando el hombre la dejó en su estancia-. Tiene usted razón en cuanto a la cena. Espero verle en ella, y que todo discurra con normalidad, no como hasta ahora.

Se despidió con una cortés inclinación de cabeza y se internó en la habitación.

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01/12/2009, 05:13
Eminé Leary

Eminé llegó acompañada a la habitación. Cuando se giró y vio que no se encontraba a solas, su gesto no pareció cambiar en exceso. Miró directamente a la otra mujer a los ojos y tragó saliva. Su cuello se movió bajo la tela. Mantuvo una expresión serena y neutra, o es lo que intentó, pues sus manos se movían, acariciándose la una a la otra como en tantas ocasiones.

- No esperaba verla compartir habitación conmigo, tiene usted toda la razón -razonó Eminé amagando una sonrisa imposible. Se adelantó unos pasos y observó la estancia mientras escuchaba las palabras de Margarett.

Aquella mujer con la que dormiría al menos durante una noche -y Dios quiera que tan solo fuese una-, producía un desazón en Eminé similar al de un animal siendo cazado. No se encontraba cómoda, y mucho menos cuando ella parecía aparentar mucha más tranquilidad que ella. Hasta Eminé sabía que era una pésima actriz, siempre se lo decían. Su rostro era el espejo de su alma, reflejando cada dolor, cada alegría y cada sorpresa. Por ello intentó mantenerse de forma tan neutral y calmada como pudiera.

Se aproximó hasta sus cosas y las observó detenidamente. Miró la estancia sopesando el espacio al que la otra mujer se refería. Espacio no era lo que deseaba ni quería. Si le hubieran dado a elegir, su elección ya estaba hecha tiempo atrás: volvería atrás en el tiempo y jamás desearía haber conocido al hombre que tanto daño había hecho en su vida.

- Como usted, no deseo ningún tipo de enfrentamiento. Suficiente espectáculo dantesco he observado en la biblioteca -murmuró mientras se acercaba a una de las ventanas-. No la conozco de nada, señora Heisell, salvo de lo evidente. Por ello quisiera evitar cualquier tipo de malentendido como el que ocurrió en la estación de ferrocarril. Fue algo impropio por mi parte, y me disculpo. No desearía tener que hacerlo otra vez, y si por fortuna todo acaba esta noche, o mañana, no tendremos oportunidad de cualquier cruce de palabras incómodo pues nuestros caminos son totalmente opuestos.

Se estió el vestido y tocó el broche que adornaba su pecho.

- Sí, desearía asearme y ponerme algo limpio para la cena. Es usted muy amable.

Asintió mirando hacia la mujer y levantó un poco la barbilla. Deseaba un baño con agua caliente, aunque mucho dudaba de que le diese tiempo hasta la cena. Sumida en las aguas olvidaría todo lo que la rodeaba.

Cuando Margarett abandonó la estancia se dispuso a ordenar su exiguo equipaje y buscar algo con lo que vestirse para la siguiente "reunión".

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01/12/2009, 13:19
Camarera

-Si lo desea yo puedo ocuparme de la ropa - respondió la camarera con la mirada fija en las tablas del suelo y extendiendo ambos brazos -. La habitación del señor Buchanan se encuentran en el ala opuesta de la mansión, pero si me permite decirle, señor, en estos momentos no se encuentra allí. Está en los aposentos del señor Conde y me ha pedido que le haga llegar su deseo de que se reúna allí con ellos. Le están esperando junto con el señor notario. Si toma la escalera del final del pasillo y gira a la derecha se encontrará con unas puertas dobles. Me indicaron que no debía demorarse.

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01/12/2009, 13:30
Boyd Jarret

Boyd Jarret llegó a la puerta de la habitación de las damas algún tiempo después de que Eminé hubiera entrado en ella, y se encontró que Lady Heissell estaba ya fuera, esperándole.

El anciano militar saludó cortés, y ofreció su brazo a Margarett. Ambos se dirigieron al comedor con paso tranquilo, compartiendo anécdotas y recuerdos, procurando darse mutuamente un respiro en una noche en la que, realmente, hasta respirar parecía ser algo opresivo...

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01/12/2009, 13:39
Dama

Al abrirse las dos hojas de la inmensa puerta que daba al comedor, era imposible que nadie, por acostumbrado que estuviera al boato y lujo de un palacio no se quedara, sin embargo, asombrado por la magnificencia desplegada. El salón comedor era un enorme espacio con grandes ventanales a uno de los lados, ahora ocultos por cortinajes de terciopelo granate, cayendo en un bello drapeado veneciano, y recogidos con cordones de seda dorada, trenzados y rematados con sendas borlas.

Entre ventanal y ventanal, cinco en total, guardaban firmes en sus respectivos pedestales de madera distintas armaduras, relucientes y en perfectas condiciones a pesar de su evidente antigüedad. Apoyaban los guanteletes en espadas a dos manos, apuntadas en la madera, con el escudo nobiliario de los Duff en las guardas.

El el centro del comedor una larga mesa, dispuesta ya para la cena, se desplegaba a la vista de los que entraban en toda su envergadura, que no era poca. El mantel de hilo blanco apenas se podía entrever por estar oculto casi en su totalidad por la vajilla, la cubertería y la cristalería: platos y bajoplatos, de porcelana unos, de plata otros; cubiertos dispuestos en perfecta hilera para sopa, entrante, primer y segundo plato, y postres; y copas de cristal de Bohemia, de agua, vinos y licores. El poco espacio que quedaba entre todo ello estaba ocupado por candelabros de mesa, con las velas encendidas.

En el lado contrario al de los ventanales, otros candelabros, éstos de pie, y de varios brazos, ayudaban a iluminar el salón, junto con las lámparas que pendían del techo, de madera, de arcos apuntados en estructura ojival, con rosetones tallados en la confluencia de los arcos, y una lámpara en cada rosetón. Grandes espejos multiplicaban el efecto.

Junto a los candelabros varias sillas de brazos, tapizadas, como las de la mesa, en el mismo terciopelo granate que los cortinajes, esperaban a que las damas las ocuparan, mientras conversaban con sus acompañantes que, en pie, les tendían un aperitivo recogido de las bandejas que algunos criados ofrecían a los comensales, a la espera de que la cena fuera servida.

El conjunto era sobrecogedor. Quizá por el tono sangre de la tapicería, quizá por la imponente presencia de las armaduras, quizá por la ostentación, o la luz de las velas reflejada en cada espejo, una tras otra, cada una de las personas que entró en ese comedor esa noche, reprimió un escalofrío al iniciar sus pasos hacia el interior...

Allí se encontraban ya muchos de aquellos a los que el cuarto Conde de Fife, James Duff, había convocado con aún por completo opacas intenciones. No se encontraba él en el comedor, sin embargo, aunque eso no sorprendió a nadie, dado la herida que le había sido infligida. Tampoco habían llegado aún las tres mujeres que habían aparecido juntas anteriormente, en la biblioteca, es decir, aquella a la que el Conde llamó su hermana, y las otras dos mujeres que la escoltaban. Asímismo ni el notario, ni el aabogado,  Charles Buchanan, esperaban entre los asistentes, ni tampoco el noble irlandés, aunque sí los dos representantes de la aristocracia escocesa, que charlaban entre sí con una copa en la mano. También se encontraban en un rincón del comedor el enorme artista, Aengus Rosston, el doctor Mackenzie y el Señor Brodick, hablando en voz baja y con aspecto sobrecogido.

En una de las sillas de espera del lateral Amabel Cameron estaba sentada, alisándose mecánicamente los pliegues de su falda de seda, y junto a ella, en silencio, el reverendo McBean parecía observar con detenimiento a los que iban entrando.

En el fondo del salón, junto a una puerta que debía conducir a la zona de servicio, Bothan esperaba a que llegaran todos los invitados para ordenar que se iniciara el desfile de doncellas portando las fuentes de comida. El Ama de Llaves entraba y salía por esa puerta, impartiendo órdenes al servicio con voz queda.

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01/12/2009, 17:16
Allan Murray
Sólo para el director

Allan tuvo un momento de duda. La camarera no vio su gesto por estar con la vista clavada en sus pies, pero el inglés dejó claro con su rostro que jamás se le ocurriría dejar semejante inmundicia en las manos de nadie. Transcurrieron unos segundos de silencio incómodo, donde Allan intentó luchar contra sí mismo para desprenderse de las ropas y marchar hacia el sitio donde le esperaban. Miró el horrible revoltijo en sus brazos, el olor a bilis y a sangre mezclados, aunque las manchas estuvieran estratégicamente ocultas en el interior mismo del paquete. Miró a la mujer, que le ocultaba los ojos, como un animal herido o dolorido, asustado, acorralado y acostumbrado a los latigazos de castigo. Las nauseas amenazaron con volver.

- Sería mi deseo acompañarle y transportar yo mismo esto - dijo finalmente Allan, con tono ciertamente compungido. Pero, a pesar de sus palabras, la camarera sintió que le depositaban gentil y cuidadamente las ropas en sus brazos extendidos, acomodándolas de forma tal que nada del horrible contenido llegaba a tocar sus brazos delicados - En verdad lo lamento. Le agradezco la indicación, y tenga a bien buscarme si le he dado algún problema con mi pedido. Buenas noches, señorita.

Dio media vuelta y empezó a marchar en la dirección indicada. Inconscientemente, se preguntó si existía la posibilidad de que un hombre tan mayor, tan ferozmente apuñalado, hubiera recobrado la conciencia con tanta rapidez. A cada paso, el mayor sonido no eran sus zapatos recién lustrados haciendo crujir la madera: era el latido de su pecho, el silbido del aire acompañado por los golpes de su sangre, cada vez más rápidos, más profundos. No estaba seguro de que fuese a encontrarse con el Conde despierto, pero sí estaba seguro de que se encontraría de nuevo con las armas. Con total seguridad, intentarían hacerle firmar una declaración donde aceptaba la legalidad del nuevo testamento, ante notario y a punta de pistola, para dejar así firme la resolución y evitar cualquier nulidad. O quizás...

Un estremecimiento recorrió su columna entera.

O quizás el Conde acababa de morir, y con ello el testamento ya había quedado firme.

Allan se desvió un momento de su camino, mientras subía. Miró a su alrededor, solitario. La camarera ya se había alejado, y no quedaba nadie para mirarlo ni nadie ante quien mantener la compostura. Sintió que se ahogaba de nuevo. Podía ser que, una vez atravesadas esas puertas dobles, estuviera entrando a un sitio del que jamás podría salir indemne. De una forma u otra le quebrarían, ya fuese obligándole a romper todos sus valores, o fuese matándolo y acabando así con la vida de toda su familia. Inspiró profundamente para apartar los pensamientos sobre la fatalidad, y retrocedió. Sacó un papel en blanco de uno de sus bolsillos, y desenrroscó su pluma estilográfica, la joya de la modernidad que le habían regalado hacía muy poco en su trabajo. Apuró unas cuantas palabras en el papel.

Yo, Allan Murray, nacido en la madre Patria...

... me encuentro en Escocia oficiando de inspector para la Corona de la Reina Victoria, habiendo llegado el...

... habiendo presenciado dos intentos de asesinato y violencia extrema hace ocasión de media hora por motivo de...

... teniendo en mi poder un testamento posiblemente viciado y sin ser capaz de acceder al anterior, al que no puede acceder ni el abogado...

... testamento que proclama la desaparición del condado de Fife y como heredero a un nonato que el Conde reconoce como único hijo y...

... habiendo recibido una propiedad y una suma de dinero sin mi consentimiento y mediante falsificación de mi firma y sello, constando en...

... estando el notario escocés al efecto bajo coacción para no documentar nada de todo lo antedicho en sus actas...

... dejo esta constancia a las nueve horas y cincuenta y dos minutos del 8 de marzo de mil ochocientos cincuenta y siete...

... jurando ante la Reina y ante Dios que soy fe de lo escrito, de mis palabras, y señalando que de sucederme algo, a mí o a mi trabajo, ha sido producto de estas circunstancias y del vicio humano al que me he visto arrastrado, contra mi voluntad, que está con el derecho y el respeto por la moralidad y los usos.

Firmado al efecto, Allan Murray.

Allan miró de nuevo a su alrededor, y decidió que una preciosa vasija de aspecto invaluable sería un lugar suficientemente obvio para que nadie buscara allí, aunque suficientemente importante para que alguien, en algún momento posterior, pudiera tomarlo entre sus manos y descubrir el contenido. Deslizó el papel enroscado sobre sí mismo, y cuidó de que ningún borde se asomara. Volvió a inspirar hondo. Tocó dentro de sus bolsillos los papeles que llevaba, y se descubrió pensando en esconderlos. Sin embargo, la idea de la escopeta nuevamente le frenó. Su esposa e hijos no merecían un esposo y padre muerto. Negó. No podía hacerles eso. Entonces, volvió a girar sobre sí mismo y subió las escaleras a paso firme. Las puertas dobles se alzaron ante él, infranqueables. Pero ya nada era infranqueable para el inglés.

Levantó el puño, y tocó tres veces sobre la madera.

Notas de juego

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01/12/2009, 18:42
Margarett Heisell

 

Margarett Heisell se sentía cada vez más impaciente consecuencia de su espera y su mano tamborileaba nerviosa sobre el pomo del bastón de Alexander Duff cuando Boyd Jarret hizo, finalmente, su aparición. Reprimiendo un suspiro de alivio, tomó del brazo al viejo soldado y ambos partieron, en alegre comandita, hacia el comedor. En las inmediaciones de la gran puerta por la que se accedería al mismo, Margarett pudo observar que Lord Alexander Duff se hallaba también allí presente, lo cual le proporcionó una notable satisfacción al comprobar que su estado no era tan grave como había temido.

- Lord Alexander, me alegra que se encuentre usted en pie y ostensiblemente recuperado. No esperaba que pudiera acudir a la cena. Me complace haberme equivocado – dijo a modo de saludo y aún del brazo de Boyd Jarret-. Sin embargo, creo que habrá echado de menos su bastón – dijo tendiéndoselo con una sonrisa amplia -. Entiendo que con la herida de su pierna le hará buena falta para andar con mayor comodidad y soltura. Me permití la osadía de recogerlo en su nombre e impedir así que Duncan o alguno de sus hombres se lo arrebataran a la vista de lo acaecido. Solo espero que ahora le dé la utilidad que le corresponde. Prométame no cometer más locuras. Se lo ruego.

Las palabras de Margarett concluyeron con la apertura de la puerta del comedor. Al entrar en él, la anciana dama no pudo reprimir una mirada de asombro ante el boato desplegado. La arquitectura combinaba a la perfección con al decoración y la mesa constituía un verdadero regalo para la vista. Sin embargo, y a pesar de la elegancia del lugar y del ambiente aparentemente acogedor proporcionado por las cálidas telas y la luz de las velas, un escalofrío recorrió su espalda consecuencia de un repentino desasosiego. Por alguna razón desconocida, pese a las apariencias, el lugar le resultaba ominoso y amenazador.

- Me siento como María Estuardo en el castillo de Fotheringhay tras su juicio por la conspiración de Babington – murmuró preocupada al oído de su acompañante mientras avanzaba por el comedor -. Como si el hacha fuera a caer sobre mi cuello de un momento a otro – concluyó a la vez que sonreía a las personas con las que se cruzaba, ya reunidas en aquel notable espacio desde hacía algún tiempo a la vista de los aperitivos servidos. No le pasó desapercibida, no obstante, la ausencia de la trinidad de mujeres ni la de Charles Buchanan, el notario Melvin MacArthur o la del Vizconde de Galway -. Oh, el doctor Mackenzie – señaló cuando lo vio en un rincón en compañía de  Aengus Rosston y el Señor Brodick -. Boyd, discúlpame unos instantes pero quisiera hablar con él. Aunque para hacer honor a la verdad, imagino que tú también.

Margarett avanzó directa hacia el médico. No había esperado encontrarle allí, consciente de que sus atenciones para con la salud del Conde de Fife serían más que necesarias cuando no imprescindibles. Sin embargo, su presencia hablaba, en apariencia, de una mejoría, impresión en parte desdecida por el sombrío gesto dibujado en su rostro. Una sensación de angustia se aferró a su estómago.

- Caballeros – saludó gentilmente a los presentes -. Lamento interrumpir su conversación y espero sepan excusarme. Doctor Mackenzie, disculpe mi franqueza, pero reconozco que su presencia en este comedor me ha sorprendido. Rezo porque ello se deba a una evolución favorable del Conde de Fife – señaló con convicción -. Pero dígame, doctor, ¿cómo se encuentra James? ¿Cuál es la gravedad de su estado? – preguntó con gesto circunspecto. 

 

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01/12/2009, 18:35
Alexander Duff

Alexander entró en la estáncia ayudado de Bruce, cuando llegó al lateral donde descansaban las sillas de espera se dejó caer en una de ellas.
Su ropa estaba ya límpia de toda mancha, más no por mágia, el colorde su atuendo era ligeramente más oscuro que el que había llevado, estaba claro que era mudas nuevas. Como las anteriores le sentaban como un guante, hechas sin duda a medida y con buenas telas. Alexander se había sentado en el centro de la fila de sillas, sabía que muchas miradas iban a recaer, interrogantes y excrutadoras, sobre él. Así que les puso las cosas faciles.

Descansó la pierna mala sobre la buena, quedado sentado como muchas otras veces lo había hecho, su porte era innegable pese a estar en sus horas más bajas. Su rostro reflejaba su cansancio y dolor aunque no así sus ojos, que centelleaban salvajes devolviendo las miradas de aquellos que osaran juzgarlo con la mirada.

Gracias por todo caballero, le dijo a Bruce, sin su ayuda no podría estar aqui disfrutando de tan buenas compañías y de este agradable ambiente.
Su primera frase había sido realmente sincera, sobre la segunda pese a haberla pronunciado con suma amabilidad destilaba ironía por cada palabra, no destinada a su primo sino a aquella estancia que pese a su majestuosidad no conseguía eliminar completamente el aire siniestro de aquella mansión.

Al momento apareció Margarett tendiendole su bastón.
Siempre tan oportuna mi querida Margarett, a decir verdad si lo he hechado mucho de menos, aunque el señor Keenan ha sido realmente amable y me ha acompañado durante el trayecto hasta aquí.
Cogió su bastón agradeciendole el detalle a Margarett y viendola marchara hablar con el doctor.

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01/12/2009, 19:47
Bruce Keenan

Bruce sonrió ante algunas de las explicaciones y menciones de Alexander, estaba claro que no era tan difícil arrancarle algo de buen humor como a muchos de los presentes, pero aún así no quedó totalmente convencido e interiormente seguiría recelando más, o al menos de manera más directa y clara dado que no estaba tan acostumbrado a simular sentimientos contrarios o suavizados.
Cuando Lady Heisell se acercó para devolverle el bastón la miró escrutadoramente pero a la vez de manera distante y fría, como a todos los invitados del Conde Fife de los cuáles desconfiaba. Dejó que se alejara en total silencio, sin ninguna intención de seguir sus pasos de manera inmediata, dejando pues que Alexander también tomara la iniciativa para llegar hasta una de las sillas centrales.

-A bien seguro ellos mismos se habrían e-encargado de... "visitarle", señor- o mejor dicho apuñalarle, pero eso ya estaba implícito en la frase. Apoyó un momento la mano en el hombro del joven caballero, pero fue un movimiento tan fugaz que apenas fue perceptible y enseguida anudó las manos tras su propia espalda para contemplar con estupefacción el esplendor que le rodeaba. Había tanto brillo y velas que le resultaba incluso molesto, desde luego él no estaba habituado a tanta luz en plena noche.

Al bajar la mirada hasta la mesa se dio cuenta de que no sabría usar ni la mitad de cubiertos que veía en ella, pero por suerte en esta ocasión no le importaba demasiado causar mala impresión, apenas le importaba la opinión de tres o cuatro de los presentes y no más.
Dudó acerca de qué asiento tomar así que finalmente optó por no hacerlo, al menos por el momento, y se aproximó con tranquilidad hasta la posición de Amabel y el reverendo McBean.
-Buenas noches t-tengan...- saludó con una ligera y sencilla reverencia de medio cuerpo, mirando a ambos con expresión suavizada -Parece algo inquieta y me preguntaba si podría hacer algo p-para ayudarla a sentirse más... cómoda- miró las manos revoltosas de la mujer y después su rostro. ¿Sabría que él mismo podría ser el hermanastro del hijo que permanecía en su vientre? Seguramente, aunque dudaba que ese niño fuera realmente el vástago del Conde.

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01/12/2009, 22:04
William McDonald

El trayecto hasta el comedor se convirtió en una nueva y dura prueba para William, pues su pierna, abandonada de su bastón, se convirtió en otro intenso dolor que añadir al persistente y fastidioso dolor de cabeza, y aunque este último había disminuido en el rato que se había permitido estar en la habitación, las inacabables escaleras, principales obstáculos de su caminar, no hicieron más que reavivarlo. Pero no estaba dispuesto a dejarse ganar, no, ni mucho menos, y en un absoluto silencio, sin queja alguna que emitir o mostrar en su rostro, descendió cada uno de los peldaños y recorrió cada metro de los lujosos pasillos que moraban en aquella mansión, hasta que, finalmente, y con un inevitable y profundo malestar en su pierna, alcanzó su destino, el comedor.

El lujo que lo recibió tras la inmensa puerta doble lo atacó con ferocidad, recordándole fríamente el poder que ostentaba el dueño de aquel castillo, y junto a esa sensación, otra mucho más siniestra recorrió cada centímetro de su espina dorsal, erizándole cada uno de sus cabellos y obligándole a detenerse en el umbral, por un instante indeciso, temeroso de adentrarse en aquella inmensa sala. Pero por segunda vez reprimió cualquier duda, cualquier temor, y enderezando sus hombros y alzando su barbilla, en ningún momento con el deseo de ostentar una actitud brava o presuntuosa, sino más bien educada y un tanto caballerosa, se adentró caminando de la forma más firme posible, aunque todo y sus esfuerzos, se sintió incapaz de disimular su cojera, agraviada por el camino recorrido sin su fiel ayudante.

En silencio, roto tan solo por los saludos que dirigió a aquellos que hicieron lo propio ante su presencia, paseó su mirada, de forma disimulada, por los presentes, deteniéndola solo por tres ocasiones, primeramente en la figura del doctor Mackenzie, enzarzado en una conversación con Margarett, la mujer que lo había abatido el la sala de lectura y por lo tanto la culpable de su dolor de cabeza, y acto seguido en Alexander y el joven Bruce, dos de los hombres a los que se alegraba de ver en aquel lugar. Con una ligera sonrisa saludó al segundo de ellos, al igual que hiciera con lady Heisell, y lejos de desear interrumpir las palabras que estuviera compartiendo con la que hasta el momento era la última conquista de James Duff, encaminó sus pasos hacia el sobrino de este, permitiéndose una sonrisa aún más amplia al verlo en un estado mejor del esperado.

Alexander, me alegro de verlo, creí que la herida de su pierna le impediría asistir a este fabuloso evento. – lo saludó, sin poder evitar recalcar la palabra fabuloso, otorgándole una intensa ironía además de acompañarla con un ligero y poco vistoso gesto de su mano, de izquierda a derecha, abarcando a todo el comedor y los allí presentes. Tras su el saludo, dirigió su mirada a la silla adyacente a la suya, y esperando no molestarlo con su presencia, tomó asiento en ella, obteniendo así un merecido descanso para su fatigada pierna. – Confío en que el doctor Mackenzie haya tratado su herida con tanto esmero como lo hacia con su tío, aunque por otra parte no me molestaría saber que tan solo ha sido eficaz con su persona. – agregó en voz baja, casi en un susurro, logrando así que tan solo Alexander lo escuchara, pues sus palabras no eran más que un expresión de su deseo, la muerte de James Duff. – Y por supuesto, deseo que el disparo no le deje las mismas secuelas que a mi, esta cojera es una molestia y su presencia solo me traer recuerdos que anhelaría olvidar. – Con una turbada sonrisa, producto de esos mismos recuerdos, días en los que entonces compartía las horas con el Conde, la mano de William descansó sobre su muslo izquierdo, apretándolo suavemente, como si aquel gesto pudiera apaciguar el dolor yacente bajo la piel o en el interior de su alma.

Una vez su garganta volvió a guardar silencio, quizás a la espera de alguna palabra por parte de Alexander, quizás sabedora de que ya había dicho más que suficiente teniendo en cuenta las muchas otras personas que se arremolinaban por el comedor, William reposó su espalda en el respaldo de la silla, y deseoso de que aquella cena se iniciase y acabase de una vez, fijó su mirada en la entrada del comedor, preocupado por las ausencias del señor Murray, y en especial de Eminé Leary. En silencio, deseó que aquella mujer hiciera caso del consejo recibido por parte de Allan y él mismo.

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02/12/2009, 03:16
Eminé Leary
Sólo para el director

Ya a solas en la habitación, Eminé se dispuso a arreglarse, algo que al menos la mantendría entretenida y por lo tanto, alejada de aquel lugar. Solició agua limpia con la que se lavó la cara y las manos. Se descalzó y apoyó los pies en el suelo de madera. Le gustó la sensación del tacto de esta en su piel. Se despojó de sus vestidos así como de la muda interior para ponerse otra limpia. Colocó en un lado el vestido que llevaba, y extrajo un vestido de color verde oscuro de su equipaje. Se lo puso con cuidado, teniendo muy en cuenta las posibles arrugas o pliegues que pudiesen surgir con cualquier movimiento. Finalmente se colocó un pequeño y adusto broche a la altura de su cuello. En ningún momento soltó su cabello. Se puso los zapatos, frotó sus ojos y respiró profundamente.

Abandonaría en breves segundos la estancia. Una de tantas. Una que algún día fue para invitados siendo ella la señora de la casa, ahora una extraña. Sabía que cuando bajase todo el mundo la miraría. Unos la ignorarían, pero otros se atreverían a enjuiciarla como tantas otras veces. Ya había ocurrido unas horas antes, y la culpa de ella fue del Conde. Nuevamente fue culpa suya. Siempre fue culpa suya. Tomó aire con fuerza y lo dejó escapar poco a poco. Se frotó las manos y se obligó una vez más a sonreir.

Eminé abandonó la habitación, pero no se dirigió hacia el salón donde se llevaría a cabo la cena. Antes decidió caminar por la casa. No buscaba nada en concreto, si no enfrentarse con su pasado. Antes había decidido no mirar nada, no prestar atención, pero de ese modo jamás lo podría dejar atrás, asustándola todo como tantas veces había pasado. No quería que volviese a ocurrir, y poder deambular por aquellos pasillos quizá la ayudase.

Caminó despacio, siempre por la luz, pero siempre intentando no llamar la atención. Buscó las habitaciones, las estancias principales, donde en teoría se encontraría el Conde. A cada paso sentía su cuerpo temblar. Al mismo tiempo un escalofrío ascendía por su cuerpo, produciendo calambres en sus piernas que ascendían hasta su estómago, donde puntuales punzadas la obligaron a parar. Levantó la vista y giró la cabeza para verlo todo.

Pronto regresó sobre sus pasos hacia el salón. Acariciaba sus manos.

 

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02/12/2009, 03:29
Eminé Leary

Eminé entró en el gran salón con la testa en alto. Vestía un discreto vestido de color verde oscuro adornado en su cuello con un broche de pequeño tamaño. Su piel estaba húmeda y sus ojos algo enrojecidos. Tenía las manos cruzadas frente a su vientre.

Dio varios pasos mirándolo todo y a todos. Primero a lo que la rodeaba. Aquella opulencia la atrajo inevitablemente. Tales objetos, adornos y complementos era algo que desconocía del Conde. Dudó ante la idea de que fuese idea suya, pero pronto la abandonó, obligándose a pensar en otra cosa. En ese momento vio a los presentes a los que saludó con una cortés inclinación de cabeza. Se movió al frente sintiéndose observada, criticada, despreciada. "Sucia", "traidora", "adúltera"... Cuántas cosas la habían llamado a sus espaldas. Y aunque en aquel momento no podía escuchar sus voces, sus ojos revelaban lo que pensaban.

Para evitar aquello, Eminé avanzó por la sala sin detenerse salvo lo estrictamente necesario. Su gesto apenas cambió, siempre con la eterna sonrisa de compromiso, siempre con una educación impecable, siempre fingiendo no sufrir.

- Me alegra verle aquí, caballero -dijo a William cuando llegó junto a él. Pareció que su gesto se relajó ligeramente-. El golpe que sufrió fue realmente fuerte. Quizá debió quedar en su habitación descansando. Por mi parte estuve tentada, si he de ser sincera. No me encontraba con demasiadas energías -tomó aire y lo dejó escapar como pausa entre las palabras-, pero por educación aquí me encuentro. Tan solo espero que todo suceda como una cena sin ningún contratiempo, mas me temo que es un imposible. Él no lo permitirá.

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02/12/2009, 18:18
Charles Buchanan

Las puertas se abrieron ante el inglés, o mejor dicho, Charles Buchanan las abrió retrocediendo en el mismo movimiento.

-Ah, señor Murray, es usted. Bien, bien, pase. Le estábamos esperando - el abogado se hizo a un lado para dejar espacio al inspector. Una vez éste hubo atravesado el umbral escuchó tras de sí como las puertas volvían a cerrarse, seguido del inconfundible sonido de una llave bloqueando la cerradura de la misma.

Charles caminó entonces delante de Allan y le condujo a través de otra puerta hasta un despacho exquisitamente decorado. Al contrario que en otras estancias de la mansión, allí no gobernaba la opulencia, sino la funcionalidad, vestida de la más majestuosa de las calidades. Mesas de ébano, columnas de mármol negro, gruesas alfombras, sillones cubiertos con pieles de oveja, y todo ello combinado con maestría y distribuido pensando en su uso diario.

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02/12/2009, 18:19
James Duff, 4º Conde de Fife

Tumbado sobre uno de aquellos sillones, el más grande de todos, se encontraba el Conde de Fife. Estaba cubierto por varias mantas y daba la impresión de que el tono de su piel había decidido huir en busca de climas más cálidos. Sin embargo, a pesar de ese detalle, no parecía encontrarse demasiado mal. Estaba despierto, con los ojos bien abiertos, e incluso conversaba con el notario cuando Allan entró.

-Allan... acérquese... por favor, inspector... - hablaba con cierta dificultad y con cada palabra su mano se dirigía inconscientemente al pecho para mitigar un dolor que con toda certeza debería estar mortificándole -. Deseaba su presencia… aquí… para darle mayor oficialidad aún… a este documento. Supongo que a un hombre inteligente como es usted… no le habrá engañado la comedia de la que ha sido testigo antes, en la biblioteca… Aquello únicamente fue… puede llamarlo diversión si quiere… o si lo prefiere un último acto cruel de un hombre malvado… me es indiferente. Al menos me ha servido para tomarles el pelo a esos que… que… que me odian desde lo más profundo de sus negras entrañas. Siempre… me han odiado y siempre me odiarán. Sin embargo… puedo ser muchas cosas, pero no un ignorante. Se que no viviré mucho más… y quiero dejar mi testamento, el verdadero, en buenas manos. No habrá pensado ni por un momento que iba a legar toda mi fortuna… al hijo bastardo de esa fulana, ¿verdad? No engaña a nadie… no… no… Mi verdadera herencia se encuentra testamentada aquí, en este sobre. Lo que contiene ha sido escrito de mi propio puño y letra, en su totalidad. Contiene mi firma y la fecha de hoy… como podrá comprobar cumple todos los requisitos de un testamento ológrafo. El último de ellos… presentarlo ante un Juez… por desgracia no me es posible cumplimentarlo en las presentes circunstancias… pero para ello dispongo de un abogado, un notario y un inspector de la corona… los tres, hombres relacionados en mayor o menor medida con la leyes… y que podrán dar fe de mi voluntad y mi palabra. El señor notario… ha redactado un documento que acompañará al testamento… y que certificará la validez del mismo… estando ustedes presentes… y declarando sea así mi voluntad. Para firmarlo… no necesitan conocer el contenido del sobre… sino únicamente legitimar en él que determino que éste es mi único y verdadero testamento, el cual deberá ser leído en el mismo instante de mi muerte. Por favor… firme la carta.

El conde quedó sin aliento tras aquel tremendo esfuerzo.

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02/12/2009, 18:40
Baird Mackenzie

-Por favor, no interrumpe usted señora Heisell. El Conde se encuentra estable, dentro de la gravedad que implicaba su herida... - Margarett se percató que al pronunciar aquellas palabras el doctor lanzó una rabiosa mirada a Alexander -. Hace tan solo unos instantes acabo de pasar a verle y lo he dejado descansando. Está bien acompañado. El señor abogado y el notario se encuentran con él. Me harán avisar sobre cualquier cambio en su estado. De todas formas no me quedaré aquí demasiado tiempo, tan sólo he bajado un momento para comer algo. En cuanto ellos terminen sus asuntos me ausentaré y subiré de nuevo. Me temo que tendrán que disculparme durante la cena.

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02/12/2009, 18:46
Amabel Cameron

-Buenas noches. Me encuentro bien, gracias. Tan sólo estoy un poco cansada. Han sido demasiadas emociones y el día de hoy ya me viene largo. Últimamente me fatigo con mucha facilidad, pero se solucionará en cuanto pueda cenar y retirarme a descansar. No se preocupe, es usted muy amable - toda la respuesta fue desgranada en un murmullo bajo y monótono que incluso a Bruce le costó trabajo comprender.

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02/12/2009, 20:10
Bruce Keenan
Sólo para el director

Bruce atendió a las palabras de Cameron con atención, pues no había otra manera posible de comprender sus tenues murmullos. La miró con cierta compasión, más aún tras su respuesta resignada.

-No tiene porque ser su esclava. Hay otras opciones- le musitó tal vez algo más cerca de lo debido para que sólo ella le escuchara. Enseguida volvió a erguirse y con una suave reverencia se giró en redondo para dejarla tranquila. Probablemente aquello no sirviera de nada y la pobre mujer ya estuviera demasiado subyugada para darse cuenta de su propio estado. Pobre desdichada...