Partida Rol por web

 Ya en el salón, el ambiente cambia totalmente tu humor. Ya no te sientes presionado por aquella visión tan extraña que tuviste e incluso llegas a pensar que fue sólo un absurdo sueño. Graciela desaparece unos segundos y luego reaparece con un vaso y una aspirina en mano. Es para la fiebre - te indica entregándote el vaso que contiene "Terma". La bebida se te hace ligeramente ácida y amarga a la vez. "Deben ser las hierbas y los cítricos usados para fabricar la infusión", piensas mientras la saboreas.

 El abogado te mira serio por un instante y luego atina a preguntarte con mucha curiosidad.

- Hombre, ¿se encuentra bien? Parecía poseído allí hace unos minutos. Hemos intentado muchas cosas para abrir esa puerta pero nunca un ariete y la verdad es que estoy tan sorprendido como usted. Una vez intentamos abrir la ventana desde afuera pero tuvimos el mismo resultado. Los vidrios se rompieron pero las persianas en el interior se mantuvieron intactas.

El ambiente distendido y confortable del salón relajó a Gonzalo. Para cuando el abogado terminó de hablar, ya se había bebido prácticamente todo su terma y apuró lo que quedaba antes de hablar.

-¿Usted...? Ah, gracias -acertó a decir cuando la señorita Marcial tomó el vaso vacío de sus manos y se lo llevó-. ¿Usted ya ha intentado entrar en esa sala? ¿Y por qué no me dijo nada? -Gonzalo estaba un poco molesto, pero sobre todo extrañado, y la curiosidad estaba volviendo.- ¿Y qué hay de la otra habitación? La del piso de arriba... ¿Intentaron abrirla también?

Sí, hemos intentado en la habitación de arriba y nos sucedió lo mismo. No quise decirle nada porque, sinceramente, esperaba que este plan tuviese resultados.

Las palabras de Palieri cambiaban la situación. Gonzalo se quedó en silencio un par de minutos. El regreso de la señorita Marcial de la cocina le sacó de sus pensamientos.

-Entiendo... Entonces me parece que o encontramos esas llaves o vamos a tener que destruir las puertas -dijo con la mirada perdida, para justo después mirar a Palieri. Repentinamente, sonrió-. ¡Es increíble! Olvidemos el tema por ahora... -Dirigió su mirada hacia Graciela.- Señorita Marcial, ¿puedo usar el teléfono de la casa para llamar a mi parroquia? El hombre al que he dejado al cargo se debe de estar preguntando si me ha pasado algo. Mañana tendré que desatascar el coche como sea.

¿Dónde pueden estar esas endiabaladas llaves?

¡Sí, por supuesto! Sígame, se lo muestro. - Graciela te lleva hasta un espacio apartado de la sala de recepción. En una mesita ratonera descansa el antiguo teléfono, acompañado de una hermosa lámpara de mesa color verde y una guía telefónica bastante vieja. Al descolgar tienes un mal presentimiento pero escuchar el tono de marcado te calma.

Gonzalo agradeció a la señorita Marcial la cortesía, cogió el teléfono y comenzó a marcar como si diera por supuesto que el ama de llaves se iría. Al cabo de unos segundos de espera, alguien cogió el teléfono al otro lado y Gonzalo lo saludó. Durante el siguiente rato, el sacerdote explicó a la persona que había cogido (un tal "padre Borgoglio", aparentemente muy viejo) que se había quedado atascado con su coche en su casa familiar de Santiago del Estero, que no creía que pudiera volver en la fecha prevista y que necesitaba que el padre se ocupara de las misas de esa semana, con la ayuda de alguien más. Después de un breve intercambio de argumentos, Gonzalo colgó.

Cuando iba a volver al salón con los otros dos, algo le llamó la atención en el suelo: su linterna. La recogió y volvió a pensar en la aparición, mirando de reojo hacia la puerta cerrada. Dios mío... ¿Cómo pueden estar ocurriéndome estas cosas? Perdóname señor... ¿Estaré volviéndome loco?, se preguntaba una y otra vez. Al cabo de unos instantes, reemprendió el trayecto hacia donde le esperaban Palieri y Graciela.

-Buenos, amigos -dijo con su mejor sonrisa-... ¿Qué les apetece hacer esta tarde? Aún es pronto para cenar, ¿no? -preguntó.

 La llamada se escuchó rara. Mientras hablabas la voz del padre Borgoglio se escuchaba cortada, interrumpida por lo que atinaste a llamar interferencia. Quizás me haya entendido, él no debería estar escuchando mal lo que digo. - pensaste antes de seguir conversando. De repente, el teléfono murió, quedando sin tono. Intentaste marcar nuevamente el número pero no sucedió nada. 

Gonzalo agradeció a la señorita Marcial la cortesía, cogió el teléfono y comenzó a marcar como si diera por supuesto que el ama de llaves se iría. Al cabo de unos segundos, alguien debió de descolgar el teléfono al otro lado, porque Gonzalo lo saludó: era el padre Borgoglio. (Borgoglio era el antiguo párroco de la parroquia de San Viriato, que estaba semi-retirado desde la llegada de Gonzalo, pero que aún residía en la casa parroquial para vigilar la "sucesión".) El joven párroco notó que oía a su compañero de forma entrecortada. Bah... Seguro que es cosa de la tormenta, que estará provocando cortes de energía y ramas caídas. Como aparentemente el viejo sacerdote le escuchaba bien, Gonzalo comenzó a explicarle su situación, pero, de repente, el teléfono murió, interrumpiendo la llamada. Y sin tono. Extrañado, Gonzalo intentó marcar nuevamente el número, pero no sucedió nada.

-Señorita Marcial -dijo Gonzalo en voz alta, para que la mujer le oyera desde el salón-. Lamento decirle que nos hemos quedado sin tono... ¡Maldita tormenta!

Trató de sonar confiado y despreocupado, pero en el tono del sacerdote había algo más: el temblor del nerviosismo, la gravedad de una sombría sospecha.

 No habías alejado el tubo del teléfono más de cinco centímetros de tu oreja cuando te pareció escuchar un murmullo. Creyendo que era tu colega el que hablaba volviste a acercarlo pero el tono estaba muerto. la casa se sumió en completo silencio y entonces sí fuiste capaz de escuchar bien: no era interferencia lo que escuchabas; era el ritmo de la respiración de alguien. La confusión no dejó que hablases y de repente las palabras de aquel extraño llegaron a ti. "Sal de allí", dijo. El *click* que le siguió te indicó que la línea había muerto por completo.

Un escalofrío de terror recorrrió el espinazo de Gonzalo, que se quedó petrificado, bloqueado, anulado, conteniendo la respiración. Miraba hacia el teléfono, pero tenía la mirada perdida. Si hubiera tenido algo en las manos, se le habría caído al suelo. Junto a su linterna.

 Graciela iba a decir algo pero al ver en tu rostro aquella expresión tan intensa se paralizó un segundo, boquiabierta.

- ¿Sucede algo? - Preguntó, dudando si realmente quería saber la respuesta.

Gonzalo permaneció paralizado y en silencio durante algunos largos segundos más. Cuando parecía que la señorita Marcial iba a volver a decir algo, el sacerdote se giró para mirarla a los ojos con una mirada enfermiza y la piel de la cara del color del papel.

-Se ha... -Tragó saliva-. Se ha cortado. No hay línea.

Y le ofreció el auricular a la mujer. Uno: los hachazos, la figura, el cuento, el rastro imposible. Dos: la aparición del tío Gustavo. Tres: esto. En cierta ocasión, un conocido del seminario, al que le gustaba mucho lo paranormal, le había dicho a Gonzalo: "Cuando alguien tiene una experiencia paranormal, de seguro es una jugarreta de sus sentidos. Cuando tiene dos, suele ser mera coincidencia... Pero a partir de tres... A partir de tres, Gonzalito, hay que llamar al médico, al ufólogo o al exorcista." El escepticismo racional del párroco tenía un límite y aquella voz acababa de hacer que lo rebasase. Tenía que reaccionar. Cogió el brazo de la mujer, que estaba comprobando la línea.

-Alguien ha hablado después de que muriera la línea -le dijo con una mirada muy seria y muy preocupada-. Ha dicho... -De repente, enmudece. Se le ha ocurrido algo.- ¿Hay otro teléfono en la casa conectado a esta línea?*

 Graciela mueve la cabeza negando la presencia de otro teléfono. El abogado, al verlos conversar tanto se acerca a preguntar qué sucede. 

 Afuera, la tormenta cobra vida a lo lejos, como si estuviese volviendo hacia la casa. Lentamente, la escasa luz del sol se va apagando indicando el final del día...

La última defensa racional contra la imposible realidad cayó ante sus ojos, y Gonzalo no iba a aceptar que se estaba volviendo loco. Muy gravemente, e intentando mantener un tono calmado a pesar de su agitación interior, continuó:

-Lo que les voy a decirles... -Dudó.- Pensarán que he perdido el juicio, pero... -Se decidió.- Alguien habló después de que se cortara la línea. Habló alto y claro, y dijo: "Sal de allí". Tienen que creerme. Dios sabe que lo oí... -No podía ocultar su indignación con lo surrealista de la situación, y estalló.- ...¡como me oigo hablar a mí mismo en este preciso instante!

- ¡Pero qué dice, hombre! ¿Está jugándonos una broma? Pues no es gracioso. - Roberto habla con brusquedad al escucharte pero queda en evidencia que tus palabras le inducen miedo. - ¿Cómo podría hablar alguien con la línea cortada? A ver, déjeme a mí...

 El abogado te quita el teléfono e intenta marcar varios números al azar pero todo intento es inútil: la línea está muerta.

- Yo no escucho nada.

-No bromeo: le digo que oí lo que oí -contestó arisco Gonzalo.

Pero el tono de la contestación de Gonzalo fue tan duro que se sorprendió a sí mismo. Suspiró buscando algo de calma, tras lo cual volvió a dirigirse a sus interlocutores.

-Escuchen: no es la primera cosa extraña que ha ocurrido en la casa estos últimos días. Señor Palieri: usted oyó igual que yo aquellos hachazos ayer por la mañana, ¿verdad? -preguntó, gestualizando-. Pues bien: cuando Graciela y yo salimos a pasear después de comer, encontramos un árbol con hachazos recientes, pero sin huellas ni ningún otro signo a su alrededor. La señorita Marcial puede confirmárselo. ¿No le parece eso extraño? ¿No se lo pareció a usted, Graciela? -Movía las manos para dar énfasis a sus palabras, se le notaba nervioso, pero seguro, lúcido.- Eso es lo más inexplicable que he visto aquí, pero hay otras cosas también extrañas: las puertas que no se abren, por ejemplo. -Señaló con cierta agitación hacia la puerta del fondo.- ¿Habían visto alguna vez una puerta que resistiese lo que ha resistido la de la habitación cerrada? ¡Porque yo, no! ¡Y hay más...!

Pero en ese momento se interrumpió, como replanteando su estrategia, y enmudeció, cruzado de brazos, mirando inquisitorialmente al abogado y esperando su respuesta o algunas palabras de la señorita Marcial.

Sí, tiene razón, nosotros vimos las marcas en el árbol...- dijo, temerosa, Graciela. - Y opino lo mismo, desde que su tío nos dejó han sucedido todo tipo de cosas extrañas. Me atrevería a decir incluso que esta casa puede estar engualichada.

 La mujer se abrazó y y tomó asiento en uno de los sillones de una sola pieza que había cerca. Una leve capa de polvo escapó del tapete aterciopelado que cubría el mueble y desapareció en el aire a los pocos segundos. Las partículas que quedaron flotando bailaron haciendo extraños y juguetones símbolos en el aire que hipnotizarían a cualquiera que los observase.

 -¿Y qué tal si es así y por eso su tío tuvo aquel terrible final?

- ¡Pero por favor, mujer, contrólese! - Roberto era completamente excéptico en este tipo de situaciones. Nunca había creído en lo paranormal ni aunque tuviese ante si las pruebas más evidentes y estaba muy seguro de que no comenzaría a creer en este momento. - Y usted, es un hombre de Dios, ¿realmente puede permitirse creer que la casa está..."embrujada"? No, meras niñerías. Algo está sucediendo, sí, pero tiene que haber una explicación lógica a todo esto.

 Tres golpes secos en la puerta cortaron la conversación. Ninguno osó moverse por unos segundos pero cuando los golpes se repitieron el abogado caminó decidido hacia ella mientras murmuraba para sí maldiciones juramentos.

- ¡Ah, López! Justo íbamos a buscarlo. Pase, por favor. ¡Qué tormenta la de hace unos minutos! ¿no? Veo que se empapó un poco. Entre, entre, por favor.

El abogado se hizo a un lado dando paso a un hombre de aspecto frío, callado. López era el jardinero y uno de los pocos peones que quedaban trabajando por esta fecha, si es que quedaba alguno más. al verlo te dio la sensación de que ese hombre era uno de pocas palabras. Sus ojos inspiraban confianza; su postura y sus manos, enormes y arrugadas, gritaban las horas, días que ese hombre debía haber pasado trabajando la tierra para ganarse la vida. Iba vestido muy simplemente aunque sus ropas no parecían ser nuevas y estaban algo descuidadas. Sin duda, era un hombre muy trabajador pero de pocos recursos.

 El peón entró a la casa un poco encorvado, quizás con timidez. Al verte, se secó la mano derecha con sus ropas y te la extendió a modo de saludo.

- Usté' debe ser el nuevo patrón. Soy Eusebio López, pero puede llamarme como quiera -Ni bien comenzó a hablar te hizo gracia su tonada tan propia de Santiago del Estero. Arrastraba las "s", hablaba lento y casi parecía como si estuviese cantando. La fama de ser dormilones seguramente venía, en parte, de su pronunciación. - ¡Pobre su tío, patrón! ¡Nadie quería que termine así, enfermo y en cama. No, ese no es el final para un buen hombre. Seguro no quiere escuchar esto, ¿cómo está usté'? ¿Le ha gustado la casa? Ha sido un viaje largo desde afuera de Argentina, seguro.