Partida Rol por web

 El canto de los pájaros en los árboles cercanos a tu ventana te puso de buen humor cuando despertaste esa mañana. Te vestiste y bajaste a desayunar guiado por el delicioso aroma del café que Graciela estaba preparando. La luz del sol que se colaba por los numerosos ventanales de la casa le daban un aspecto vivo, cálido; la brisa refrescaba todo y llegaba desde lejos el murmullo de los animales que Eusebio seguramente estaba atendiendo.

 Cuando miraste hacia la ventana que daba hacia el frente de la casa notaste que el auto del abogado no estaba allí. Quizás se habría marchado ya pero no te había dicho nada de eso.

¿Hm? ¿Dónde estará el coche de Palieri?* Qué extraño...

Gonzalo se había levantado de buen humor esa mañana gracias al canto de los pájaros, el cielo despejado y los dos días sin nuevos sustos que habían pasado desde la noche que ocurrió lo del teléfono y conoció López. Durante esos días no había podido irse en su coche ni ponerse en contacto telefónico con nadie de la parroquia o de donde fuera, pero esperaba que Borgoglio hubiera cogido recado antes de que la línea se cortara y se sentía confiado acerca de las posibilidades de marcharse por fin esa mañana. La desaparición del coche de Palieri era algo inesperado, pero no necesariamente extraño, y mucho menos preocupante.

De hecho, es perfectamente posible, y probable, que lo haya movido de sitio por cualquier motivo, razonó.

Con la pregunta en mente y ya haciendo planes para el día, Gonzalo se dirigió a la cocina, donde se oía a la mujer trabajar.

-Buenos días, señorita Marcial -saludó alzando la voz mientras terminaba de bajar las escaleras-. Veo que el coche de Palieri no está donde ayer... ¿Sabe usted si lo ha movido o algo? -añadió antes de llegar a la cocina.

 El ama de llaves te sirve el desayuno mientras se sienta y ceba unos mates amargos. Notas que la infusión tiene pequeñas cáscaras de mandarina y limón, seguramente para darle otro sabor.

 Se marcó esta mañana temprano - Te dice ella -, quería buscar a alguien que pueda arreglar el cableado telefónico para dejar todo en óptimas condiciones, como está establecido en el testamento, me dijo.

Ahí está la explicación.

-Me alegro de que consiguiera desatascar su coche -asintió Gonzalo mientras se servía algo de café en una taza-. Eso significa que también podré poner en marcha el mío y que las carreteras vuelven a estar transitables -añadió al tiempo que se sentaba a la mesa-. Y en cuanto pueda moverlo...

Con este ya llevo seis días fuera de la parroquia: eso son tres más de los que me dio la diócesis, reflexionó preocupado Gonzalo. Ausente sin justificación, aquello podía acarrearle una falta grave. ¡Tengo que volver pitando! Se preguntó si al menos Borgoglio había podido escucharle el otro día. De repente, el recuerdo de la voz y de todo lo demás le hizo perder el apetito.

-Si no aparece en unos minutos, me temo que no podré despedirme de Palieri como es debido -se lamentó mientras se obligaba a comer algo de fruta para el viaje.

 La mujer te dedicó una mirada preocupada.

- ¿Se marcha tan pronto? Apenas pudo ver la casa, y todavía no resolvemos lo de la habitaciones con las puertas bloqueadas. - la hospitalidad de Graciela era común en esos lugares. Quizás por formalismo, talvez porque así era la gente, nunca habías llegado a saberlo realmente. Siempre eran de insistir en que uno se quedase un poco más aún si fuese ya muy tarde como para seguir charlando. - Además estoy seguro que el abogado volverá en pocos minutos. ¿No quiere esperarlo mientras le cebo unos mates?

Gonzalo no quería disgustar a la mujer, así que cedió en parte.

-La verdad es que no debería retrasarme ni un minuto más y me esperan doce horas de coche sin contar las paradas... Pero, bueno: supongo que no pasa nada por esperar media hora para despedirme de Palieri. -Gonzalo masticó y tragó otro trozo de fruta.- Y lo de que apenas conozco la casa, Graciela... ¡Que ya llevo cinco días aquí! -Rio brevemente, un bufido más que otra cosa.- Más no la voy a conocer. Las puertas infranqueables tendrán que reducirlas a astillas los peones y ya me llamará usted para decirme si encontraron algo de interés -razonó el párroco con resignación.

Porque lo cierto es que Gonzalo habría dado lo que fuera por poder investigarlas él mismo, pero sabía que no podía quedarse eternamente en la casa, "a ver qué pasaba", ni siquiera aunque se lo permitiera el señor arzobispo en persona: tenía obligaciones con sus feligreses y compañeros. Había venido a ver la casa y a firmar los papeles, y ambas cosas estaban resueltas. Miró distraídamente a través de la ventana y observó unos segundos el cielo despejado. No le apetecía nada ponerse ahora mismo a sacar el coche. A ver si Palieri llega de verdad en breves.

-Y ahora, si me disculpa -siguió, levantándose de la mesa-, voy a lavarme los dientes y luego iré a la biblioteca. Recuerdo que mi tío tenía una edición infantil ilustrada de La Odisea, que me gustaría llevarme... Voy a ver si la encuentro.

 La mujer hace una broma que no llegas a entender bien pero ríes por obligación y te retiras. La luz diurna llenaba de tanto calor y alegría la casa que te parecía absurdo que allí pudiese ocurrir algo tan extraño como lo que habías vivido, y sin embargo, estabas muy seguro de lo que presenciaste.

 Al entrar a la biblioteca una sensación de familiaridad te abrazó. Siempre que entrabas allí recordabas a tu tío leyendo en su sitio cerca de la ventana, a ti y a tus padres conversando de quién sabe qué y seguramente más visitas que solían aparecer de vez en cuando. El aroma a papel de libros viejos y la suave capa de polvo que era imposible de limpiar te traía tantos recuerdos a la mente...

 Por fin, luego de pocos minutos, encontraste el libro que buscabas y te retiraste a leer fuera del caserón. Afuera, el murmullo de los animales cercanos y los peones trabajando el campo creaba el ambiente perfecto para dedicarle unos minutos de lectura a cualquier cosa. Te dejaste llevar página por página cuando de repente notaste que ya no había ruido...ninguno en absoluto. El sol seguía brillando, pero allí estaba sucediendo algo más, de eso estabas seguro. Caminaste unos pasos en la entrada por donde dejaste tu auto y al mirar hacia la casa notaste, en una de las ventanas superiores, una silueta femenina mirándote fijamente. No sabías porqué pero aquello te heló la sangre.

 Una suave brisa sopló desde detrás de ti y al darte vuelta pudiste presenciar cómo una suave capa de niebla avanzaba veloz hacia la casa y sus alrededores. En cuestión de segundos, ya no se podía ver nada a más de veinte metros. ¿Qué estaba ocurriendo allí?

Si la visión de aquella desconocida en la ventana de la casa le había dejado petrificado de terror, la extraña niebla que de pronto había ocultado el resto del mundo casi hizo que Gonzalo, un hombre valiente sin duda, se hiciera sus necesidades encima. Olvidando a la mujer de la ventana al momento, su cerebro se puso inmediatamente en "modo pánico" y Gonzalo simplemente corrió hacia la puerta de la casa, en busca de la señorita Marcial. Por algún azar del destino, no dejó caer la obra de Homero en ningún momento.

 En la casa reinaba un silencio absoluto, tétrico. Graciela no estaba por ningún lado y aunque la llamaste a gritos no respondió. Por una de las ventanas notaste que la niebla había cubierto por completo los alrededores ¡Ya no se podía ver absolutamente nada! La luz del día, tan cálida y reconfortante, había desaparecido y en su lugar cubría el caserón un extraño brillo fantasmagórico que no llegabas a explicarte de dónde provenía. Algo te llamó aún más la atención: un perfume suave, femenino, llegó a ti cuando pasaste cerca de las escaleras. Al mirar hacia arriba notaste que el piso superior no estaba iluminado. Era como si un grueso manto de oscuridad cubriese por completo el sitio. Un par de ojos amarillentos brillaron, fugaces, en el manto de penumbra, pero pronto habían desaparecido. Dudaste un instante si aquello había sido sólo imaginación tuya y no algo más de lo que estabas viviendo.

-¡Esos ojos...! -exclamó el párroco, aterrorizado, al recordar su sueño y ver que todo volvía a ser real-. ¡No! ¡NOOO!

Sumido en el pánico, Gonzalo retrocedió sin despegar los ojos de las escaleras, rebuscando con la mano libre en el bolsillo de su chaqueta. Por suerte, lo primero con lo que se cruzaron sus dedos no fue la linterna que iban buscando, sino el viejo y humilde rosario regalo de su madre. De repente, algo había cambiado. El recuerdo de sus seres queridos lo había reconfortado, sí... Pero aquel objeto le había hecho sentir algo más. Y es que Gonzalo tenía fe, claro, una fe profunda, pero no recordaba haber tenido nunca un experiencia real y personal de Dios. En aquel momento, sin embargo, sintió que... ¡No! SUPO que los hechos que había vivido esos días, los que estaba viviendo, eran -pese al terror que le inspiraban- una prueba para su alma. Una prueba de fe. ¿Cómo había dudado del amor de Dios? ¿Cómo había podido temer nada?

-"Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo... Tu vara y tu bastón me inspiran confianza..." -musitó.

La conocida letanía tuvo el efecto esperado: Gonzalo sintió que su fe se hacía más fuerte y el miedo remitía.

-¡EL SEÑOR ES MI PASTOR! -gritó de pronto a las sombras del primer piso, a los ojos de las escaleras, a la niebla del exterior y al aire vacío del recibidor; y a la vez que lo decía sacó bruscamente el rosario de su bolsillo y lo colocó frente a sí.

El silencio fue la única respuesta, y se sintió algo ridículo. Además, aún temblaba de puro terror y no sabía qué hacer: no pensaba subir a la negrura de la planta alta, pero había explorado todas las habitaciones de abajo buscando a Graciela, sin éxito... ¿Todas? Una comezón en la nuca le obligó a mirar hacia la puerta cerrada del final del pasillo.

  Caminas, seguro, aferrado a tu rosario. Tu fe te da la fuerza suficiente para no dudar en aquel momento de horror. A cada paso que das alejándote de la escalera sientes como si algo te siguiese con la mirada mas no puedes darte la vuelta. Temes, por fuerza del instinto, que hacer eso sea lo que te haga perder la cabeza por completo.

 Al llegar a la puerta el frío del picaporte te atraviesa la mano como si de una aguja se tratase...y para tu sorpresa ¡La puerta se abre!

 La estancia en su interior es completamente diferente al resto de la casa. La iluminación tenue te da una sensación de calma. Los libros apilados en el escritorio en el centro del recinto te traen recuerdos de tu infancia que por un momento te relajan, llevándote muy lejos de aquel horror. Recuerdas las estanterías y las paredes cubiertas de mapas, los certificados encuadrados y las fotos con celebridades científicas en diferentes estantes y el sillón en donde tu tío siempre se sentaba a leer a un lado de la ventana...¡Y allí está él! Te toma más de tres parpadeos darte cuenta que Gustavo está sentado allí, leyendo una carta y sosteniendo algo en su mano. Él parece no verte, sus ojos, serios pero de mirada profunda y cálida, están fijos en la hoja que lee lentamente mientras murmura algo que no llegas a escuchar.

Ante aquella escena, Gonzalo no pudo más que tartamudear con un hilillo de voz...

-¿T-tío...?

...y dar un tímido paso al frente, dejando caer el libro a sus pies.

 No importa cuántas veces le hablases, tu tío simplemente te ignoraba. No, más bien parecía no escucharte. Acercaste tu mano para tocarle el hombro y ver si así te prestaba atención pero entonces él giró su cabeza y sonrió mirándote. La sangre se te heló en tu interior y no entendías qué quería decirte. De repente, una mujer joven, de unos veinticinco años, cabello castaño lacio y corto te atravesó como si estuvieses hecho de aire y se arrimó hasta tomar asiento en el posabrazos del sillón. Esto no te sorprendió tanto como la sonrisa que se dedicaron el uno al otro...¡pero no esperabas que se besasen tan afectivamente! ¿Quién era esa mujer? ¡Nunca la habías visto, menos aún sabías que Gustavo tenía una relación afectiva con alguien fuera de sus parientes!

Gonzalo se sintió superado por la situación de muchas formas diferentes, pero la fuerza de su renovada fe le ayudó a mantener la mente fría.

-Por todos los santos del Cielo... -se le escapó.

Mientras su mente trataba de recuperar algo de cordura, seguía mirando embobado aquella fantasmagórica (pero humana) escena. Al menos parece que se quieren de... Bueno: que se querían, se corrigió. ¿Se quieren? ¿Se querían?, se descubrió pensando el párroco. ¿Pero qué diantres está pasando en esta casa? ¿Quién es esta mujer? ¿Y por qué veo fantasmas? Pero lo más importante de todo: ¿Cómo voy a hacer para saberlo? El sacerdote necesitaba algo a lo que aferrarse. Y lo necesito ya. La respuesta de su cerebro fue dirigir su atención hacia la habitación, hacia las paredes y los estantes, los planos, las fotos, los libros...

...y finalmente, la carta.

Tratando de no tocar los cuerpos traslúcidos de la pareja, Gonzalo caminó para situarse detrás de su tío, pero algo llamó su atención.

-¿Qué es eso que tienes en la mano, tío? -pensó en voz alta acercándose a verlo.

 La habitación es muy prolija pero nada allí llama tu atención. Todo parece muy ordenado, cada libro tiene su lugar y encaja perfectamente uno al lado del otro en las estanterías. Hay algunos mapas y cuadros, certificados, fotografías familiares, portaretratos. Nada que llame tu interés, realmente.

 En la mano, tu tío sostiene una llave de color cobrizo borravino. La sujeta con fuerza, como si ese objeto lo alentase en momentos de debilidad. La carta que está leyendo, descubres, está algo borrosa. No distingues claramente el nombre del destinatario y la mayoría del cuerpo se te hace difícil de leer. Entiendes, sin embargo, que se trata del relato de alguien que parece ser un amigo. Encontró un objeto, un caja pequeña, la cual acompaña la encomienda. Una de las líneas dice "...Gustavo, esto seguro llamará tu atención pero te pido que tengas cuidado. No sé lo que hay realmente dentro y no me atrevo a averiguarlo. Te envío la caja para que la guardes y la protejas...talvez para que engroses tu colección de extravagancias, no lo sé realmente. Si planeas descubrir lo que hay allí dentro ten mucho cuidado. Tú más que cualquier otro de nuestros camaradas amigos del Círculo sabes que hay cosas que van más allá de nuestra comprensión y que es mejor dejar olvidadas en el abismo más profundo del océano..."

Gonzalo trató de leer más, pero le costaba enfocar y hacía que le doliera la cabeza¹. Sin embargo, ya tenía algo con lo que trabajar: Una llave. Una cajita. Tienen que ser la pieza clave de todo esto. El parrocó comenzó a revisar de nuevo, con más atención, la habitación. Ahora sabía lo que buscaba. Primero lo hizo con un vistazo, pero luego registró in situ todos los estantes y rincones, moviendo y levantando objetos, y siempre echando un ojo de vez en cuando a la pareja de aparecidos, no fuera a ser qué hicieran algo nuevo. ¿Qué será ese "Círculo"?, se preguntaba mientras tanto, sin entender. No olvidaba tampoco a Graciela, que quizás estuviera en peligro, ni al peligro que quizás hubiera en la casa. Por eso, mientras buscaba la llave, también se fijó en los objetos contundentes del cuarto.²

 Mientras das vueltas registrando la habitación ves que la mujer mueve los labios sonriendo pero de su boca no sale ningún sonido. Tu tío le contesta algo completamente mudo. Ella se levanta y se va, tu tío deja el sillón y camina hasta su escritorio. Cuando llega al mueble, abre un cajón y guarda la carta pero no llegas a ver el interior del mueble, luego lo cierra. Al cerrarlo escuchas un *click*; probablemente la cerradura del cajón. Tu tío, entonces, se detiene mirando hacia la ventana.

Ya estaba del todo convencido de que ninguna de las cosas que buscaba estaba en la habitación, cuando un cambio en la pantomima de la sala requirió de nuevo su atención. ¡El escritorio! Ahora por lo menos sabía dónde encontrar la carta, aunque... ¿Como abrir el cajón? El frío y el peso del atizador en su mano derecha fue todo lo que obtuvo por respuesta. Mi querido tío: espero que no le tuvieras mucho cariño a ese mueble...