Partida Rol por web

Gonzalo entró en la habitación, abrió una ventana para que entrara el aire limpio y, tras limpiar la vieja silla de su tío con su pañuelo de tela (que quedó gris), se sentó a comprobar qué había en los cajones.

 En la habitación sólo encuentras la continuación de la colección de libros que comenzaste a observar abajo. También había varios mapas colgados y enmarcados en las paredes y un globo terráqueo en una esquina. En éste, había un círculo rojo dibujado sobre el Océano Pacífico.

 En los cajones no había nada de interés. Varias cartas dirigidas a tus padres, alguna que otra postal con chistes baratos y facturas de impuestos o compras realizadas hace mucho tiempo.

Para Gonzalo fue una decepción no encontrar en el escritorio las cartas que buscaba (ni nada serio); por suerte, ni era el único lugar donde podían estar, ni de hecho el más probable (quizás: por obvio). Además, la búsqueda no fue infructuosa, ya que había encontrado algunas postales de viajes que no habría esperado encontrar en posesión de su tío ni en un millón de años: ¿de quién eran? ¿Desde donde habían sido enviadas...? Iba a prestarles más atención cuando su cerebro, suspicaz a raíz de los hechos recientemente vividos y de las informaciones descubiertas, le impelió a dejarlas a un lado y a volver sobre el escritorio. De esta manera, Gonzalo inspeccionó de nuevo el mueble, aunque esta vez rebuscando mejor cualquier recoveco, relieve o ranura que pudiera indicar algún cajón o compartimentos oculto. Si el tío Gustavo estaba metido en algo extraño, pensó, no sería tan extraño que tuviera un escritorio así... ¿No?

 Revisaste veloz una carta tras otras. Todas habían sido enviadas desde diferentes países y ciudades, algunas eran de ciudades argentinas. Los nombres de los remitentes no te sonaban familiares y el contenido de las cartas no era algo inusual: sólo relataban hechos de la vida diaria de diferentes afectos de tu tío.

Sin darte cuenta, ya habían pasado más de 2 horas y el sol, que hasta ese momento se encontraba apenas pasando el mediodía, comenzaba su descenso buscando desaparecer, en unas horas, tras el horizonte.

Al no encontrar nada especial en el escritorio, Gonzalo se echó hacia atrás en la silla y resopló. La luz que entraba por la ventana había cambiado desde que se sentó, lo que le advirtió de que había perdido la noción del tiempo y ya era avanzada la tarde*. Se estremeció, tragó saliva: la idea de pasar una noche en la casa después de lo que había vivido esa mañana le ponía los pelos de punta. De pronto con cierta prisa, el párroco se levantó de la silla y se dirigió hacia un objeto en el que no se había fijado en un primer momento y que ahora llamaba su atención: un globo terráqueo.

-¿Qué había en el Pacífico, tío Gustavo...? -musitó en voz baja, sin darse cuenta, al tiempo que lo inspeccionaba.

Próximos al globo había un conjunto de mapas enmarcados que Gonzalo no tardaría en observar concienzudamente.

 El círculo se encontraba a la altura de la capital de Chile. Usando la medida que el mapa señalaba, calculaste que el círculo indicaba algo a 600 km pero allí no había nada: ni islas, ni levantamientos rocosos. Nada. Por curiosidad pasate el dedo sobre la marca y pudiste sentir como si esa sección estuviese levantada, fuera del centro. Al presionarla, un *click* resonó por toda la habitación, una parte de atrás del globo se abrió y dejó al descubierto un compartimiento que seguramente nadie hubiera distinguido. Adentro había una pequeña caja de madera. Tenía pequeños encajes tallados y en el centro, el agujero de una cerradura.

-¡Madre del amor hermoso...! -se le escapó a Gonzalo en voz alta-. ¡La caja!

Durante unos momentos, el cura no pudo hacer otra cosa que repasar con la mirada y los dedos las tallas* del artefacto, sus aristas, su cerradura... El peso de la llave era minúsculo, pero no pudo evitar sentirla en su bolsillo. ¿Y qué hago ahora? ¿La abro? ¿La destruyo? De pronto se dio cuenta de que todo en lo que había pensado era en encontrar la caja, pero no qué hacer con ella. ¿Qué dijo aquel espectro?, se preguntó, intentando recordar. Algo de encerrar a alguien, algo de un sirviente, de la caja y de... El diario. Tengo que encontrar el diario del tío Gustavo. El recuerdo del espectro hizo que le temblaran las piernas. Y tengo que encontrarlo YA. También apuntó mentalmente que debía recuperar el atizador que tan bien le había servido.

Tras un rápido vistazo a los mapas de las paredes*, Gonzalo se fijó en la mesilla de noche*. ¿Por qué no?, se dijo. Si no había nada, siempre le quedaría el armario de latón lleno de cajas*.

Tanto los mapas de la pared como la mesilla de noche fueron una completa decepción para Gonzalo, que pasó rápidamente a rebuscar en la estantería de latón. Mientras lo hacía, no pudo dejar de pasar la mano por el intrincado diseño de la caja, cuyo detalle era de una calidad tan alta que parecía imposible de alcanzar por manos humanas, y su aparente antigüedad descartaba la posibilidad de que fuera una manufactura industrial. En la estantería no encontró el diario del tío Gustavo, su objetivo principal, pero si una amplia colección de libros de folclore y algunos de medicina. Qué raro... ¿De medicina? Pero no les dedicó más tiempo ni pensamientos. Su atención estaba puesta ya en un libro de sugerente título: "Los Viajeros de la Oscuridad". Sin pensárselo dos veces, movido por una corazonada, el párroco lo cogió del estante y se lo puso bajo el brazo con intención de echarle un vistazo... una vez hubiera inspeccionado el armario ropero*.

-Pero qué tenemos aquí... -dijo Gonzalo algo emocionado por el descubrimiento de la foto, la cara sonriente.

Sin pensárselo dos veces, se guardó aquel recuerdo de su infancia en el bolsillo interior de la chaqueta. Ya tengo un tesoro, pensó satisfecho, dando gracias a Dios por ofrecerle una muestra de su gracia en medio de las terribles pruebas por las que estaba pasando.

Lo malo es que aún no sabía nada sobre qué hacer con la caja, así que, ni corto ni perezoso, se sentó en el escritorio, colocó la caja a su lado y abrió "Los Viajeros de la Oscuridad" por el índice. A ver de qué habla este libro...

 El libro describe a una cultura perdida que se hacían llamar los "Akhul-namai", que en su lengua ahora muerta y casi olvidada quería decir "los viajeros de la oscuridad". Su territorio se extendía por muchos continentes, lo cual te llamó la atención (a juzgar por su antigüedad, ninguna de las civilizaciones de esa época pudo expandirse tanto). Poblaron parte de Australia, Chile, México, Egipto. El seno de su pueblo se había asentado en una isla al Oeste de Chile, ahora "sumergida" (el autor la había puesto entre comillas quizás con intención de resaltar el sarcasmo). Los Akhul-namai adoraban a un dios con forma de lagarto, quien al enfurecer era capaz de cambiar de forma y destruir ciudades enteras. El libro lo describía como un enorme murciélago, a veces como una masa amorfa que se arrastraba y devoraba todo lo que se cruzaba en su camino. 

 Al parecer esta civilización encerraban pequeños demonios en vasijas y otros tipos de contenedores para que les obedezcan y sean sus sirvientes. Según los últimos vestigios del pueblo, uno de estos demonios escapó y liberó a sus hermanos para luego tomar venganza contra los habitantes que los habían usado como esclavos.

 El libro no tiene ningún dato de interés y sientes que tu mente está agobiada. 

Dios mío, pensó Gonzalo mientras cerraba el libro, sumido en un profundo agobio. Apoyando los codos sobre la mesa, el párroco hundió la cara en sus manos. No, no, no... No puede ser... Se negaba a creer que aquel libro estuviera hablando de la caja que tenía a su lado, una caja de magia, de demonios... Pero en el fondo sabía que era así, tenía una corazonada, tal vez una certeza inspirada por Dios. ¿Qué hago ahora? Miró su reloj: las 19.00. Miró por la ventana: ¡estaba anocheciendo! Aquello terminó de agobiarle. Rápidamente cogió los libros y la llave y se piró en búsqueda de Graciela. Si alguien sabe dónde está el diario de mi tío es ella, se decía, pero en realidad lo único que ansiaba en el preciso momento en que se dirigió a la puerta del despacho era la compañía de otro ser humano.

No tardaste en encontrar a Graciela, quien tomaba unos mates sentada en un banco hecho con el tronco de un árbol en el jardín trasero de la casa. Al verte entrar su cara cambió de amabilidad a sorpresa, luego a temor.

- ¿Se encuentra bien? Lo veo muy pálido. Siéntese, le cebo unos mates con azúcar y seguro que eso lo repone.

 La sensación cálida de la infusión entre tus manos calmó las horribles fantasías que ahora daban vueltas en tu mente.

- ¿Quiere que vayamos al pueblo? - Insistió la mujer - No se vaya a enfermar ahora de algo grave, es mejor que lo vea un médico.

-No estoy enfermo ni necesito un doctor, señorita Marcial -se apresuró a indicar Gonzalo.

Realmente el sacerdote se sentía mucho mejor ahora que estaba con Graciela, algo de lo que debió de percatarse la mujer, ya que era un tipo bastante transparente. Cuando hubo tomado unos sorbos de la infusión -que agradeció interna y externamente-, Gonzalo apoyó la taza en el banco, junto a sus libros y la caja, y se volvió hacia el ama de llaves.

-Pero sí tengo que pedirle un favor muy importante, Graciela... -añadió el párroco sin brusquedad, pero con resolución, con cierta agitación incluso, y llamando por su nombre a la mujer, cosa que no había hecho antes-. Mi tío tenía un diario, eso lo sé... -Hizo una pausa para dar énfasis a su pregunta.- ¿Sabe usted dónde está ese diario? No puedo explicarle ahora mismo por qué, tiene que confiar en mí, pero es de una extrema importancia que lo encuentre, así que, si lo sabe, dígame dónde está, sin temor.

 Graciela quedó pensativa ante tu petición. Intentó recordar dónde podría haber guardado su tío tan importante posesión mas no logró pensar en ningún sitio.

- Disculpe, la verdad es que no sé. Puedo buscarlo por toda la casa ahora que consiguió abrir la puerta del estudio si quiere.