Partida Rol por web

Me vi frente a frente con la bruja. Bueno, con sus labios de sangre y sus colmillos de víbora, que era lo único que se veía de ella. Era como si la sonrisa macabra del demonio flotase en el aire. Y yo que primero pensé que era una daga.

Antes de que la mala bicha se lanzase sobre mí, intenté sorprenderla lanzándole un puñetazo a la boca roja. Puse toda mi fuerza en ello, buscaba aturdirla para salir de allí. Si no... me tocaría esquivar esa horrible mueca y sus brazos de fantasma.

Turno 4:

No pudo Beltrán levantar el caldero de brebaje, que andábase como anclado al suelo de la peor forma*, y que por ello optó por avanzar hasta la zona de la lucha. Casi a la par corría hacia allí también Nicolao, y éste aprovechaba para desenvainar su filo a modo de precaución.

Por su parte, la buena de Manuela optó por acercarse a la boca manchada en sangre**, boca de la bruja cuya silueta era ahora invisible. Y así, mientras Cristovao estaba en el suelo con un mordisco en el cuello, que la bruja se lanzó contra la curandera. Aquella boca logró clavar los dientes en el cuello de Manuela, y entonces quedó asida a éste, comenzando a succionar sangre como una sanguijuela.

Daño (a Manuela): 1 (sin protección) (x2 en cabeza): 2 puntos de daño.
Daño por succión (a Manuela): 2 (daño directo): 2 puntos de daño.

Manuela quería acercarse a la bruja, pero fue ella, con aquel mordisco, quien lo hizo primero.

Nicolao en un fragmento de segundo examina la situación llegando a una conclusión lógica... La cual es que no sabe qué está pasando, muy seguramente cosas del diablo y para estas cosas solo hay una solución. Clavarle la primera cosa puntiaguda que tengas a la cosa del diablo!

¡AAAAAAAH! Grité tan fuerte que retumbó toda la caverna. ¡La bruja me estaba chupando la sangre! ¡Hija de una perra coja y tuerta! Intenté zafarme, en vano. Así que lo único que se me ocurrió fue intentar apresarla contra una pared o contra el suelo, para que me soltase. Luego ya la tiraría de los pelos.

PNJOTIZADO.

Turno 5:

Trató de quitarse sobre sí Manuela a la bruja, pues había sentido ya los dientes de ésta en su carne. Sin embargo, no pudo en ese momento reunir la curandera suficientes fuerzas para ello. Por su parte, Nicolao trató de acuchillar al invisible ser, y nada pudo advertir la hojita de su daga, pues cortó al aire en las dos ocasiones.

Por contra, Beltrán desenvainó de nuevo la espada y logró darle un suculento tajado con la misma, en plena cabeza. Manuela notó el gran filo muy cerca de sí, amén de no haberle dado a ella, Dios no lo quisiera.

Daño (a Bruja): 8 (sin protección) (x2 en cabeza): 16 puntos de daño.

Pudísteis entonces notar el horror de la lucha. La bruja gritó, puesto que Beltrán había rebanado la oreja derecha y parte de la cabellera y la carne de la bruja. Un gran grito inundó la cueva, y vuestros oídos chirriaron, puesto que no era un grito normal: era una vibración muy aguda de sus cuerdas vocales. No contenta con eso, no hizo sino succionar el cuello de la joven, a quien estaba ahora "unida":

Daño (a Manuela): Dos succiones automáticas: 7 puntos de daño.

Tras la mordida, ahora el rostro de la mujer se veía, no así su cuerpo, con mucha más claridad, puesto que la sangre emanada por la oreja había manchado sus cabellos, el cuello, la boca y su carrillo. También veíais ahora sus manos, pues se las había llevado un instante a la parte dañada. Seguía sin ser vista del todo, pero estaba ahora más visible para todos. Y aquel espadazo atrajo la atención hacia Beltrán

¡Escoria! ¡Te mandaré al infierno! ¡Lo haré! -gritó entonces la bruja, tratando de desentenderse de Manuela.

Llegué hasta mi apreciada Manuela, la cual estaba siendo mordida por esa bruja invisible, hija del mismísimo Lucifer. Me eché a un lado y, con gran acierto, di un espadazo en la cabeza a la bruja. Una oreja salió volando por el aire, unida a algo de cabello y piel. Un grito desgarrador inundó la gruta, reverberando por todos los lados. Me hizo daño en los oídos, pero aguanté el dolor. La maldita me miró y clavó en mi su atención. Volví a enarbolar el acero para tratar de, esta vez, arrancarle la cabeza de un solo tajo. Iba a ser un combate a vida o muerte.

-"Ven, maldita, para que te corte la otra oreja." Le grité furioso.

Nicolao al ver su inigualable habilidad en cortar el aire como... Un cuchillo cortando... Aire. Se inspiro por el tajo de Beltran y la temible determinacion del grito de manuela en acercarse a esa bruja.

-No escaparas ser del demonio!(Refiriendose a la bruja, no a manuela)

Sentía que me se chupaba la vida, que me dejaba seca. Con los ojos como platos, sólo podía chillar e intentar liberarme. Tener su rostro tan cerca del mío era como abrazar a la Muerte. Y, el espadazo de Don Beltrán tan cercano, fue como sentir en mi nariz la justicia divina.

Como buenamente pude, me intenté zafar de aquel demonio y escapar tras mis compañeros armados, tapándome la herida del cuello.

Turno 5:

Viendo que la bruja se abalanzaba contra él, Beltrán le atizó un espadazo en todo el pecho:

Daño: 8 (sin protección): 8 puntos de daño.

Fue ello suficiente, que la hoja entró por el centro del mismo y salió por la espalda de la bruja. Realmente se veía la hoja entrar y salir, pues su cuerpo era invisible aún, nada más que manchado de la sangre suya y las del resto... Cuando Beltrán tiró hacia atrás de la espada, sacó esta con cierto esfuerzo, y el cuerpo de la bruja cayó hacia atrás..

No dio tiempo a Nicolao ni a Manuela hacer nada más, pues intenciónes contra aquel ser tenían.

Cuando la bruja yació, ahora inerte en el suelo, entre el fondo de la sala y el caldero, su cuerpo se volvió visible. Las prendas negras era ahora húmedas, fruto de la sangre, y sus manos algo huesudas. La oreja arrancada yacía por allí, también.

Allí quedaron postrados, aunque aún vivos, Juan Melet y también Cristovao, algo aturdido por el mordisco. Ambos trataron de levantarse, pero sólo lo consiguió el cazador, quien se apoyó en su compañero Nicolao. El boticario estaba como aletargado, y le temblaban algo las piernas. Fuera de aquella cueva aún era media tarde, pero no tardaría mucho, tal vez dos o tres horas, en comenzar a caer el día.

El filo de la hoja penetró y cortó carne. Había acertado de pleno, aunque no sabía muy bien dónde, ya que el cuerpo de la bruja aún seguía siendo invisible. Tiré de la espada y entonces algo cayó al suelo. Poco a poco, la bruja fue haciéndose visible. Yacía muerta, ensangrentada y sin una oreja, en el suelo. Miré a los demás para ver qué tal estaban.

-"¿Estáis bien? Intentad moveros, hay que salir de este lugar maldito de inmediato." Les dije.

Entonces me vino a la mente viejas historias de brujas, de las maldiciones y de los pactos diabólicos con seres demoniacos que hacían. Limpié la sangre de la espada en las ropas de la mujer y la enfundé. Tenía que quemar el cuerpo de esa bruja o puede que volviera a la vida mediante magia negra. Miré para ver dónde podía conseguir fuego y hacer prender sus ropas.

Ayayayayay...No podía parar de quejarme. Dolía. Mucho. ¡Menuda dentellada! No dejaba de apretarme el cuello para que dejase de sangrar. Ayayayay... Yo necesito agua bendita. Y un galeno. No quiero llevarme la magia negra de la bruja dentro. Yo, como Beltrán, también conocía las historias.

Ay... ay... ande, señor boticario, salgamos de aquí... Dios nos guarda... ayayay... Como pude, ayudé a levantarse a Mellet, para sacarlo de la cueva. ¿Cristovao?... ¿Puedes contigo mismo también? Ay... Con dos no podía cargar, no.

Terminado tal pesadilla Nicolao se sintió calmado y alegre de ser un miembro indispensable del equipo, dando a relucir si exquisita habilidad con la daga, la cual hacía temblar al aire allá donde fuera. Cargando al joven cazador se dirigió a la salida de aquella cueva

—Bueno… Nos vamos, los esperamos en la carreta. Ya en la carreta trataré a los heridos.

Nicolao se fue del lugar como si ahí no hubiera pasado nada, ignorando los cadáveres solo se largó de ahí tan rápido como pudo.

Salísteis de allí prestos, unos antes que otros. Beltrán dejó el líquido rojizo que albergaba el filo de su espada en las prendas de su víctima; por otro lado, no las tenía todas consigo Manuela: parecía algo desquiciada por ese mordisco, y estaba aterrorizada por haber sido mordida por semejante ¿demonio? Cristovao asintió a la curandera, mientras se apoyó en Nicolao, quien salió en primer lugar de aquella cueva. Juan Melet se sostuvo en Manuela mientras detrás salió Beltrán, dejando allí el resto de cuerpos.

Afuera seguía Vellosa, sujetada por la cuerda*, y parecía no sufrir ningún tipo de percance. El sol en lo alto del cielo aún mostraba razón para brillar, pese a la sangre vertida en aquel lúgubre lugar.

Fue entonces que divisásteis una pequeña comitiva, bajo vuestros pies, en un sendero que cruzaba la falda de la montaña, muchas varas montaña abajo. Parecía descender bordeando (y evitando) la Roca de Fuente Alta, lugar donde estábais. Allí abajo se congregaban, en dirección a Garganta, una pareja de nobles, una joven que parecía ser hija suya (muy bella y de similares ropajes), los tres subidos a sendos caballos de oscuro pelaje, así como hasta seis criados, andando a su lado y tras de ellos (excepto uno que hacía de guía).

No tardásteis en dar un silbido para alertarles y hacer que os esperaran. Melet andábase herido, desprovisto de fuerzas y apenas sin poder hablar, y uno de los criados de aquellos nobles subió varias alturas para socorreros. En no más tarde que pronto, os reunísteis con aquella gente.

El matrimonio no eran sino la cabeza de los Carvajales, quienes procedían, según pudieron contaros mientras descendíais, de Plasencia. Su hija les acompañaba. A su vez vosotros les relatásteis los hechos sucedidos (al menos las partes que cualquiera, al escucharlas, no se llevaran las manos a la cabeza). Resumísteis el encuentro de la cueva como un rescate por aquel Boticario, amén de otras personas allí encontradas (pese a que sólo pudísteis salvar al primero), debido a una petición especial de Su Majestad el César de Césares, el mismísimo Emperador.

Felipe Melchor de Carvajal, y Marina Torres (los susodichos "Carvajales" de Garganta que así se presentaron), al oir de la visita de algunos de vosotros a su hogar horas antes, pudieron deciros algunos datos. Por lo visto ambos y sus criados han acudido a Plasencia para arreglar el matrimonio de su hija Isabel (la bella muchacha que iba con ellos) con un sobrino del Obispo de Plasencia (por eso no estaban en su hogar). Añadió que el Obispo, Su Ilustrísima don Gutierre de Vargas, visitó la aldea de Garganta días atrás, tras el regreso del monasterio de Yuste (ahora os vino la cabeza aquella reunión tan cerrada que había tenido con alguien el Emperador antes siquiera del asunto de Juan Melet), para invitarles a su palacio en Plasencia y así concertar los detalles del enlace. Mientras bajábais y contaban ésto, el propio Felipe descendió el caballo para transportar al herido Melet, en un gesto de generosidad, pues le conocía de la localidad. Y en poco más de quince minutos ya estábais allí.

Los Carvajales se despidieron de vosotros, y por vuestra parte llevásteis a Juan Melet a su hogar. 

Estando ya en su priopio hogar, Juan Melet fue atendido gracias a los cuidados de Manuela. Esa tarde, unas horas después de vuestro regreso a Garganta con el boticario, acudió Juana, anfitriona de la casa de Guardia, quien había sido avisada por el matrimonio Carvajal para asistir al boticario en lo que pudiera. Entre ambas mujeres y la vigilancia de Nicolao y Beltrán, pasásteis la noche en casa de Melet. Su alambiques, potingues y frascos con hierbas y otras zarandajas de dudosa calidad era la pura decoración de aquel hogar. Hubísteis pues de pasar allí la noche, pues no estaba el boticario para hablar, y menos para caminar. Tal vez algo de sopa caliente y unas vendas pudieran hacerle hablar en unas horas.

* * *

Al día siguiente, al amanecer, oísteis a los vecinos de Melet asomarse a sus hogares. Luego salieron a la calle principal (la calle del Chorro). Melet aún con fiebres y ya despertado (pese a que seguía sin apenas hablar), fuísteis a ver qué ocurría. Al asomaros a la Calle del Chorro fuísteis testigos de la llegada de refuerzos de la Santa Hermandad (según decían los curiosos de la zona, procedentes de Plasencia). Una dotación de cinco cuadrillas, unos veinte hombre, "tomaron" el pueblo y se dispersaron por él. No faltaba quien decía algo acerca de algunos desaparecidos en la zona, cerca del pueblo, razón de dicha escena.

Tras este evento, todos reunidos con Melet, hubieron de pasar tres horas para que éste pudiera sobreponerse, hablar con cierta razón y pudiera recordar algunos sucesos. Tras preguntar los motivos de su visita a la casa de las Muñecas (como alguno de vosotros supísteis), Melet añadió que lo último que recordaba era estar en presencia de aquella mujer, la bruja, y caer en el embrujo de su poder, sintiendo que sólo podía cumplir sus deseos... pero no pudo añadir nada más.

Después le contásteis la necesidad de que acudiera al monasterio jerónimo de Yuste para utilizar su famoso brebaje con un miembro de aquel lugar, y hacerle despertar (si es que aún seguía vivo, pues no teníais noticia de él, como era lógico). Juan Melet sonrió por ello, y nombró él mismo, aún en estado convaleciente, su gran bebida: el "Resucitamuertos". Tal vez el nombre le valiera un enfado eclesiástico más allá de lo deseable, pero mencionaba orgulloso tal producto. Asintió ante vuestros deseos de viajar a Yuste cuanto antes, en cuanto sus fuerzas se recobrasen.

Ese mismo día, mientras Manuela trataba de proporcionar a Juan Melet unas infusiones para recobrar la voz, el apetito y fortalecer un poco su cuerpo, Nicolao y Beltrán fueron a buscar unos productos a casa de la Guarda, así como a ciertos lugares que Melet, quien poco a poco se recuperaba, les había mandado (con ellos podría fabricar en Yuste su querido brebaje). El alquimista y el noble, pudieron enterarse en dicha búsqueda que aquel tipo llamado Tomás, quien estaba encerrado en la celda del palacio del Azor, había recobrado algo de razón, habiendo entrado en sí. Por lo visto, según decían los vecinos, éstos habían escuchado por boca de alguno de los milicianos que el preso había mencionado a cierta mujer, y cómo se encontró con ella y arrastró a su compañero, otro bandido sin más, por la sierra (perdiéndole por completo la pista)...

Sea como fuere, en torno a las tres de la tarde, con el sol de Justicia sobre vuestras cabezas, Juan Melet se encontraba dispuesto a viajar a Yuste. Vellosa haría de improvisada bestia de transporte, pues el boticario aún necesitaba recuperar fuerzas. Tardásteis unas tres horas en regresar al castillo, a paso lento, por el mismo lugar y vereda por la que acudísteis a Garganta.

Majestad, ya están aquí... -añadió Juan Valín, hablando al César mientras cenaba en un salón, momentos después de vuestra aparición por la rampa que daba al edificio del monasterio-.

Hacedlos pasar, ¡aprisa! -el Emperador soltó los huesos de unas alas de pollo, limpiándose los dedos torpemente en sus propias prendas-. Entonces accedísteis al comedor, en una estancia iluminada por numerosos candiles y luminarias-. ¿Y bien? -y comenzó a miraros, al aparecer todos allí, vosotros cuatro y el boticario Juan-.

Fue entonces cuando le contásteis someramente los episodios, pero sobre todo os centrásteis en presentar a Juan Melet, aún débil, y su necesidad de componer cuanto antes el Resucitamuertos.

Don Juanello aún no ha despertado -os informó el César-. Su vida pende de un hilo. Habéis hecho bien. Señor -ahora mirando a Juan Melet-. Haced cuanto preciséis, tomad a los siervos que necesitéis para devolverle el hálito a un enfermo...