Partida Rol por web

— ¿Cómo osáis pegar a un anciano? — protestó Fink encajando como pudo el puñetazo de aquel soldado, que era poco más que un mozo. — ¡Pues ahora verás! ¡No me ha sacado el diablo del patíbulo para caer en vuestras manos, raclette roquefort de pacotilla! — amenazó al que le había golpeado.

Y, agarrando el mosquete por un extremo trató de arrear un buen golpe en la cabeza de aquel soldado con la culata de madera. Lamentablemente, pronto descubriría que no era la manera más efectiva de utilizar un mosquete.

Turno 1:

Uno de los soldados franceses trató de golpear con el puño cerrado al viejo Fink, pero no logró acertarle; acto seguido, el otro soldado (4) hizo lo mismo, pero debió medir mal el impulso, tanto que golpeó a su compañero* en el rostro, y éste cayó redondo al suelo, desmayado... Por vuestra parte, ninguno de vosotros logró acertar en sus intentos de plantar cara... Al menos ahora había uno menos contra el que luchar. Sin embargo, éste agarró fuerte su mosquete, en posición de disparar...

La suerte había querido que uno de los soldados pegase tremenda torta a su compañero dejándole inconsciente. Lo que le hizo coger su fusil para tratar de disparar al bueno de Hernando. Así que agarró su sable con fuerza y lo descargo con mala leche y desesperación sobre aquel soldado que quería dispararle en las tripas.

-Buena hostia le has dado a tu compadre, toma esto de regalo, a ver si te sirve.-Le dijo al franchute mientras descargaba su sable contra el.

Mark solo pudo soltar una sonora carcajada cuando vio el golpe del soldado. Los piratas fallaban, pero por lo menos no se atacaban entre sí.

 - Prepárate para limpiar la cubierta con la lengua! 

Y volvió a arremeter con el sable como si fuese un hacha.

Definitivamente el Diablo estaba a favor de los piratas. ¿Cómo si no se explicaba la mala fortuna de aquellos soldados?  Lo que Dijo ahora empezaba a temer era el precio de lo que tocaría pagar.

— ¡Ríndete ya, pazguato de tierra, o acabarás peor que tu amigo! — amenazó al soldado que se había quedado sólo, rodeado de sanguinarios y veteranos piratas. Más que veteranos eran viejos, pero eso el tipo no lo sabía.

No tuvo tiempo el soldado francés de escuchar las palabras de Mark ni las de Fink*, puesto que Hernando, quien fue el más rápido de todos, le propinó tal sablazo que le hendió toda la hoja en mitad del pecho... Aquel tipo de aspecto joven soltó el mosquete y de su pecho salió la hoja cubierta de sangre. Luego su cuerpo cayó arrodillado, y después desplomado al suelo, yaciente de muerte al lado del suyo compañero de ejército, yaciente por inconsciencia... Y con aquellos dos soldados caídos en desgracia a vuestros pies, las ratas comenzaron a subirles encima... ¡era hora de seguir corriendo calle abajo!

¡Vamos marinos! ¡Corred un poco más! -el capitán, no muy lejos de vosotros, gritaba a los suyos para animarles mientras corrían calle abajo-. La Liebre Parda, corbeta de corte legendario (al menos para su propio capitán) se alzaba allí, esperando anclada en el puerto, amarrada a uno de los muelles con un nombre falso.

Finalmente llegásteis a los muelles, y el capitán siguió dando órdenes. Una pasarela conectaba los tablones del muelle a la cubierta de la Liebre. Los marineros condenados en el cadalso y los que estaban entre el público, incluidos vosotros también, subieron por la pasarela.

¡MARINEROS! ¡Izad velamen! -gritó el capitán Barbeau-, ¡aflojad aparataje  desatadlo, y preparaos para marcharos de este tugurio costero!

Estando ya todos en cubierta, la tripulación de la corbeta comenzó a moverse, vosotros incluidos, tratando de comenzar a mover aquel "gigante" flotante atracado. Muchas de la ratas llegaban a los muellen y caían al agua, pues corrían como sin ton ni son, frenéticas... Pero no fueron los únicos en llegar al puerto...: desde la cubierta todos vísteis cómo venían, calle arriba, otra oleada de soldados franceses (probablemente refuerzos del fuerte militar Louis de la ciudad). Pero traían consigo algo más, pues había algún que otro pequeño grupo de cuatro soldados que parecía acudir más lento, avanzar más despacio... En realidad tales grupos transportaban...

¡...culebrinas! ¡Esos malparidos traen culebrinas! -gritó el capitán-. ¡Marineros! ¡O NOS VAMOS... O NOS VAMOS!

Y Fink bien que se puso a hacer su parte en cuanto a lo de izar velámenes y aflojar aparatajes.

— ¡A la orden, mi capitán! — exclamo animado mientras tiraba de uno de los cabos que izaba la vela mayor.

¡Ah, pisar la cubierta, qué buena sensación! Había cogido el gusto a navegar y nada mal se le daba lo que le mandaban. Y lo mejor de todo, que nadie te perseguía en alta mar. ¡Buena vida! Salvo por el pequeño detalle del escorbuto y la fiebre amarilla que se llevaba compañeros a paladas, una buena vida, sí. ¡Y muy libre, especialmente ahora que se había librado de la soga del gaznate!

Con grandes zancadas se movía por el barco preparando la huida. Alguien les había dado una segunda oportunidad de vivir y no iba a desaprovecharla.

 - Aye, kapitein! -rugió Mark con convicción. Pero la convicción se quedó obcecada con un cabo fuertemente amarrado. Fruncía las cejas con rabia mientras tardaba más de lo necesario con un nudo.

Tras acabar con aquel soldado, Hernando corrió con sus compañeros hacia el cercano barco. Nada mas llegar vieron como los franceses mandaban refuerzos, y alguna pieza de artillería. Tenían que salir de allí lo antes posible, pero el ya no estaba para esas prisas, y fue un estorbo para sus compañeros.

-Manolito, ven aquí. No molestes que hay prisa, no ves que vienen más franceses de mierda a tratar de jodernos.-Un viejo con su loro, molestando a los apresurados compañeros. 

¡Vamos marineros de agua dulce! -gritó Malayedra a los que tiraban de dos cuerdas para izar la vela del palo mayor-, ¡moved esos panderos antes de que acaben vuestros cuerpos colgados en la horca!

El contramaestre Antón Malayedra no es que fuera santo de la devoción de la tripulación; era un tipo joven, de marcadas facciones en el rostro y un parche para ocultar su ojo tuerto. Era joven y experimentado, y el capitán Barbeau lo tenía en alta estima (aunque a Malayedra le perdían las formas). Eso sí, era un marino muy curtido en la mar.

Fue entonces cuando vísteis que se aproximó al puerto y los muelles una pequeña oleada de soldados franceses. Eran cinco en total, y llevaban los mosquetes preparados. Sobre las tablas del muelle levantaron sus armas y comenzaron a disparar... Algunos de los piratas de la Liebre parda comenzaron a intercambiar disparos contra ellos, pero eran pocos...

Escuchó disparos. Era su momento. No era el más hábil pero sí de los mejores "cazadores", como le gustaba autodenominarse.

 - Permiso para ensartar soldados franceses, kapitein.

Tras un vistazo rápido se dirigió al barril de cubierta donde guardaban los arpones. Casi nadie los usaba pues los veían anticuados, pero en manos de Mark "Ahab" lucían terroríficos.

En una mano el arpón, en otra la cuerda. Tres pasos largos, ni uno más ni uno menos. Con un rugido animal lanzó el arpón directo al pecho de un soldado.

 - Já! Ven aquí aceituna uniformada.

Con toda la fuerza de sus robustos brazos tiró de la cuerda  arrancando carne y vísceras.

La situación se complicaba. Fink peleaba cuando tenía que pelear, y saqueaba cuando tenía que saquear, y ejercía de "matasanos" -como aquellos descerebrados de sus compañeros le llamaban- cuando le tocaba. Así que si el "Malayedra" decía que había que mover el culo, él lo movía. No había sorteado de una soga para meterse en otra.

Pero, ah, los nervios por el temor a acabar colgado como una longaniza, o agujereado por los disparos, hicieron que al viejo le temblara el pulso. ¡Ay, Satán, que cuando hacía falta no estaba!

No lo estaban haciendo bien, de hecho bastante mal, y parte de la culpa era suya. Estaba resultando us estorbo para sus compañeros. Y la situación estaba empeorando a gran velocidad, habían llegado unos soldados y otros se encontraban cerca. Tenían que salir de allí, antes de que todos acabasen en la horca. 

Hernando trata de ayudar en las maniobras para salir del puerto cuanto antes. Y en esta ocasión pudo ayudar a sus compañeros, logrando desplegar la vela mayor con la ayuda de Manolito.

-¡Bien hecho Manolito! Venga ayudarme atajo de miserables, hay que salir de aquí antes de que lleguen más joputas franchutes.-

Algunos de los marineros de la Liebre Parda comenzaron a disparar apostados desde cubierta. El contramaestre Malayedra disparaba un mosquete y no muy lejos estaba Mark, quien disparó un arpón que impactó en uno de los soldados, pero no quedó clavado en él*... Por otro lado, el resto de la tripulación tardó un poco desplegar todo el velamen y hacer zarpar a la gran corbeta pirata del capitán Barbeau, ayudando desde los mas viejos de cubierta (como Fink) hasta los que mejor disposición tenían, como Hernando junto a su loro Manolito.

Los disparos golpeaban al casco alto de la gran embarcación, pero ésta comenzaba a alejarse del puerto de Marigot. Poco a poco llegaban más soldados, que no hacían sino disparar casi inútilmente. Tan sólo tuvísteis un par de pérdidas que cayeron al mar, pero finalmente lográstes salir de allí antes de que las culebrinas rodaran por los maderos de los muelles. En pocos instantes la isla de San Martín comenzó a quedar atrás, alejándose poco a poco en el horizonte trasero del que huíais...

¡JA JA JA! ¡Ahí os quedáis, ratas de cloaca! -le gritó a los franceses el capitán, cuando la isla era un pedazo de tierra en vuestro horizonte visual-. ¡Caballeros!: ¡buen trabajo! ¡Ninguna nación osará cazarnos tan vilmente!

La tripulación rugió levantando sus armas en alto, eufóricos. El sol estaba alto en el cielo y no había nube alguna.

¡Capitán! ¿Qué rumbo tomamos? -preguntó el contramaestre, para así poder dar órdenes más concreta a los marineros-.

El capitán Barbeau arquó sus cejos y pareció pensar algo.

¡Rumbo Este, a toda vela! -gritó como orden general-. Y tal que así, el capitán Malayedra girtó al timonel, en el castillo de popa, la misma indicación, y comenzó a caminar por la cubierta para dar más órdenes acerca del velamen...

No había sido fácil, pero al final lo habían conseguido, tan solo un par de compañeros caídos por las culebrinas y fusiles franceses. Pronto dejaron atrás la isla y en un soleado día el capitán ordenó rumbo este. En voz baja le dijo a su amigo que estaba, como no, en su hombro.-Curiosa coincidencia Manolito, vamos hacia el este justo lo que indico aquel encapuchado.-