Partida Rol por web

Julián andaba ahora a la par que tu, como al final, dejando que Inazio quedara en vanguardia, el más próximo a don Andreu.

Creo que puedo entender algo... -respondió Julián-. Por lo que sé, que no es más que lo que Inazio me contó tiempo atrás, el montero conoce estos lugares como la palma de su mano, incluso antes de que don Andreu naciera. Inazio tiempo ha que me contó que cuando cuando era niño sus padres le relataron terribles cosas sobre ese lugar, con la intención de que nunca acudiera allí, por ningún motivo del mundo. Tal vez por eso se haya negado. Quizá lo mejor será hablar otro día con él...

Y en éstas, que marchásteis por el valle, directos al castillo de Royena, con el venado en uno de los caballos. Esa noche descansásteis al calor del fuego, pues en aquel mes de septiembre los fríos ya comenzaban a soplar en aquella zona fronteriza entre Aragón y Castilla.

* * *

Unos días después, te encaminaste al castillo de Royena (pues tú vivías en una aldea muy cercana que dependía del castillo). Lo cierto es que al ser uno de los tres cazadores de don Colás de Huerca, tenías "vía libre" casi total entre sus muros (o, al menos, no te miraban mal ni soldados ni criados cuando cruzabas sus portones o andabas entre sus muros). El día anterior habías cazado doce conejos, e ibas a entregar tu parte a don Colás, a sus cocinas. Él siempre te dejaba que te quedaras una parte proporcional de la caza. Por ende, esa mañana estabas muy contento.

Claro que, nada más aparecer en el castillo, delante de la puerta de las cocinas, vino hacia tí el montero mayor, Inazio. Venía también de caza en solitario, y enseguida te invitó a salir al patio de armas, junto a la puerta trasera de las cocinas, para hablar de algo.

Veo que cada vez cazas más y mejor, ¿no es así, Ramiro? -te dijo dándote una palmada y sonriendo-. Bueno, escucha una cosa. He de hablarte de algo -ahora su rostro cambió a un parecer preocupado-. ¿Cuando seguísteis a don Andreu allá en la última cacería, notásteis en el algo raro en aquella Fuente del Álamo? Yo que estoy bastante entre estos muros puedo decir que está muy cambiado; veréis: desde la cacería sale en solitario con su ballesta y su montura, y regresa horas después, como melancólico, y con el ánimo decaído. Además, según dicen en las cocinas -Inazio giró su cabeza, para asegurarse de que nadie estaba observando ni escuchándole-, apenas come en todo el día, como si no tuviera apetito alguno. Os pido un favor, pues... don Andreu es de carácter fuerte, pero lo he visto casi nacer: Indaga cuanto puedas, pero discretamente pues esta preocupado por el muchacho. ¡Ah! Y no le digáis nada a su padre, cuando vayáis a enseñarle esos conejos vuestros tan buenos! No quiero preocuparle.

Se acercaban unos soldados para haer ejercicios en la plaza contigua, por lo que Inazio sonrió y se perdió en el interior del castillo.

— He tenido suerte. Como bien sabéis la hay días propicios para la caza y otros que no lo son tanto. No vi nada raro en él, señor. Cuando conseguí alcanzarle ya había acabado con aquel Venado. Miraba a la fuente, pero yo no vi nada allí. Aunque...

Ramiro dejó de hablar súbitamente. No sabía identificar aquella extraña sensación que había sentido junto a la fuente, era extraño una sensación de angustia que no había sentido anteriormente. Pero continuo tras una severa mirada de Inazio continuo con su relato.

— Yo sentí una intensa sensación de angustia en aquel lugar, pero no vi nada mas cuando llegue. Si ese es vuestro deseo iré a averiguar cuanto pueda. Le propondré a Don Andreu acompañarle a cazar mañana. Quizá pueda averiguar si vio algo más en aquella fuente.

Al día siguiente volviste al castillo. Nada tenías que hacer allí, ningún asunto de importancia excepto el que te pidió en secreto y prudencia Inazio. Tras andurrear entre los muros, don Andreu salió al patio de armas y armó él mismo su caballo, con suma prisa (ni dejaba que los criados tocasen al animal). A un costado llevaba la ballesta y algo de comer. Entonces te acercaste a él. Él te miró también. Te había visto nada más salir del edificio fortificado, pero no te había dicho nada (en realidad era arisco y poco hablador con la plantilla de criados de su padre).

Estando cerca de él con actitud sumisa y evitando que nuestras miradas se en encuentren, le digo.

— Veo que se prepara para salir de caza, señor. ¿Quiere que le acompañe? Ayer la jornada fue provechosa y encontré un buen filón. Podría llevarle hasta allí y enseñárselo. Estoy seguro que regresaremos con un buen botín.

Me mantengo a una distancia prudencial, no quiero que se enfade conmigo. Hablo con el con aire distraído, mi actitud es que me lo he encontrado por casualidad y al ver que prepara sus cosas que yo interpretó como ir a cazar le ofrezco acompañarle y enseñarle un buen sitio de caza. Espero unos segundos su respuesta y si veo que no presta mucho interés continuo mi camino.

Don Andreu te miró, pero no te dijo nada, bueno, casi nada.

No hace falta, Ramiro -no sabías si aquella era la primera vez que había dicho tu nombre-. Idos a casa, no hace falta. Rechazando tu oferta, acabó de ensillar el caballo el hijo de don Colás y meter su ballesta en las alforjas del caballo, y los virotes también. Entonces cabalgó hasta la puerta, lo soldados de guardia le abrieron el portón y despareció tras los muros del castillo. Seguirle sería imposible, pues él iba en caballo a todo trapo y tú no. Por eso volvistes de nuevo a Orbaleza, la aldea junto al castillo donde vivías.

* * *

Pasó el día entero, y esa misma noche los habitantes de la aldea (incluido tú), se estremecieron: unos caballos se adentraron aprisa entre las mal puestas casas de Orbaleza. Cuando saliste de tu vivienda para ver lo que ocurría, vistes que varios soldados de don Colás de Huerca había bajado desde el castillo a la aldea (alguno a caballo), con antorchas. Parecían inquirir y preguntar a los vecinos con suma prisa. En el castillo, allá arriba, también había luces, como si estuviera falto de descanso; como si estuviera en vela o en tensión. Entonces supiste que algo estaba pasando (o tal vez que había pasado).

Cuando el revuelo llego hasta sus oídos un funesto pensamiento cruzo por su mente. ¿Estarían buscando al joven señor? Si era así, algo habría salido mal en su jornada matinal. Tenía un presentimiento de donde podía estar y hasta saber el motivo por el que aquellos hombres estaban en su aldea, mejor no dar la cara. Mejor ser precavido, quizá era el al que estaban buscando y eso no era una buena señal.

Me acerco hacía donde los caballeros recién llegado preguntan a los aldeanos, pero procurando mantenerme entre las sombras. Prefiero saber a quien estan buscando antes de salir del anonimato. Si mis presentimientos se cumplen y aquellos caballeros buscan a Don Andreu vuelvo a casa a recoger mis pertrechos y parto raudo en su busca. Quiero empezar la búsqueda por aquella misteriosa fuente que visitamos hace unos días.

Te acercaste a uno de los soldados que daba indicaciones a cuatro vecinos tuyos de Orbaleza. Tras aproximarte, supiste que hablaban abiertamente de la desaparición de don Andreu. No dijeron ningún detalle más, tan sólo que había salido de día en caballo y no había vuelto. Nadie parecía saber a dónde (si no, no estarían allí alertando a los vecinos de la aldea). Acto seguido, te diste la vuelta y tomaste tus cosas: era hora de buscar al hijo de don Colás y demostrarle al buen padre tu buen hacer. El caso es que mientras tomabas tu arco y tu zurrón, te pusiste a cavilar lugares (pese a que había uno que tenías bien presente) donde podría estar: por un lado oculto en la propia aldea (algo improbable), pero ya se sabía que alguna que otra vez don Andreu había retozado con alguna muchacha de Orbaleza. Por otro lado, se encontraba no muy lejos la torre abandonada de Madejuela, una torre defensiva entre los dos reinos (Castilla y Aragón), ahora hecha ruinas; y por último la Fuente del Álamo, lugar donde el noble cazó el cierto que tú y Julián hubísteis de cargar hasta el castillo de Royena.

Al recoger mis pertenencias de mi casa incluyo un pequeño trozo de pan y algo de carne seca por si la búsqueda se alarga. En seguido tengo el presentimiento de que Don Andreu ha regresado en varias ocasiones hasta la fuente del Álamo donde algo parece que llamó su atención. 

Aunque tras las cosas que he escuchado estos días sobre la fuente no tengo muchas ganas de ir en medio de la noche, pero no me queda otra opción. Hay que encontrar al muchacho pronto y si pudiera dar con él sería muy beneficioso para el futuro. Inazio me encargo investigar y no creo que sea buena idea fallarle.

Tomar agua en la bota, algo de pan y carne seca (aparte de tu arco y flechas) era indispensable para buscar a don Andreu. No era menester dejarle, si bien su actitud era déspota cuanto menos, no así lo era la de su padre, y que también servías a éste y su hijo era parte de él. Cuando estuviste preparado, te internaste entre las casas de Orbaleza y te perdiste en la noche. Caminaste entonces en dirección suroeste, hacia el valle de la Piterna, lugar donde se perdía la fuente a los pies del Moncayo.  La luna roja y llena se tornaba delante de tí, como una hogaza de pan redonda y perfecta.

Una media hora de viaje, que más lento se hacía de noche que de día, dieron paso a tu inmersión en la zona cercana a la fuente. Aún no habías llegado a ella cuando, de repente, una espesa niebla te invadía en el camino. Te acongojaste un poco, sumido en la sugestión de la oscuridad, y comenzaste a escuchar ruidos de alimañas y el rumor de un arroyo cercano. Unos aullidos de lobos lejanos decoraban la oscura escena.

Salió de la aldea con su petate preparado. Caminaba por los caminos conocidos para él, pero sorprendentemente hasta el día de la cacería no había estado en aquella fuente. La luna grande y roja sobre el cielo no augura nada bueno y tras un instante de observarla no puede reprimir el impulso de santiguarse. Sigue caminando cuando la niebla se levanta a su alrededor. La confusión le rodea y según se acerca hacia la fuente empieza a sentirse inseguro.

Sigo caminando sin un claro rumbo y tras unos minutos empiezo a dudar de mi posición. Demasiados signos que le empujan a no sentirse agusto en la búsqueda que le ha tocado emprender esa noche. La luna llena, la niebla y los sonidos del bosque provocan que no se sienta agusto. Cuando la confusión a su alrededor es amplia decide parar y observar a su alrededor. Espera que su amplia experiencia en el bosque le permita al menos saber dónde se encuentra.

Parecía increíble que uno de los cazadores más experimentados del valle del Moncayo errara en su percepción del terreno. Habías cruzado varias veces esos sitios, y sobre todo los terrenos alrededor del castillo de Royena y tu propia aldea. El caso es que la niebla a tu alrededor parecía como moverse, suspendida en el aire y fluir como con cierto vaivén. Pero estaba claro que era una confusión de la noche. Entonces, los aullidos lejanos que se habían escuchado hacía un pequeño rato ahora se habían detenido, pero por una simple razón: los lobos estaba ahora cerca de tí. Eran de pelo oscuro y seguramente recio, y parecían hambrientos. Podría decirse que eras su presa.

Al fondo de la escena viste una antorcha, en un terreno que descendía, y dudaste entonces si era don Andreu, que estuviera allí. Claro que, antes de poder comprobarlo, los lobos intercedían en medio, y no sólo eso: ahora se lanzaban hacia tí.

No sabía donde estaba y esta situación le había llevado a meterse en la madriguera del lobo. La antorcha en la lejanía llamo su atención, quizá era Don Andreu tenía que darse prisa para llegar hasta allí. Pero aquellos lobos se interponían en su camino con aire amenazante, tendría que deshacerse de ellos antes de continuar.

Saco su arco, cogiendo flechas de su carcaj y apuntando entre los ojos de aquellas bestias. Esperaba que los años de práctica surgieran efecto en aquella peligrosa situación.

Turno 1:

Justo cuando viste venir los lobos hacia tí, no lo dudaste y disparaste una flecha* al primero de ellos, clavándosela en una de las patas y haciendo que gimiera, pero que no se detuviera:

Daño: 4 (sin protección) (/2 por pata): 2 puntos de daño.

Entonces los otros saltaron, pero mientras uno de ellos abrió sus fauces en el aire sin apenas rozarte, el otro se trastabillo (el que no estaba herido), tras golpearse en un ramal arrojado en pleno terreno, el cual no había visto. Ello hizo que quedase un poco desorientado, tratando de levantarse como podía.

Con el arco consigue acertar a uno de los lobos que se abalanza sobre él, mientras el otro tropezaba y rodaba por el suelo a sus pies. Entonces tiro el arco y desenfundo su bracamante para combatir con el lobo herido. 

Turno 2:

Trataste pues de sacar el bracamante, arma mediana donde las hubiera (a medio camino entre un cuchillo y una espada), pero quiso la pericia del lobo ser más rápida y, pese a que lanzaste buena estocada, el anima se zafó de ella. Entonces contraatacó, pero de la misma manera sus fauces no lograron engancharte la carne. Mientras peleabas, don Andreu seguía allí, detrás de los lobos, a unas cuantas varas al fondo del valle, en la orilla de la Fuente del Álamo. Ahora parecía estar agachado junto al agua, con la antorcha en alto ¿qué estaría haciendo? Acto seguido, el segundo lobo trastabillado acabó por levantarse.