Partida Rol por web

Ante el impacto de los orcos Welf retrocedió varios pasos más agachándose tras el escudo. No podía hacer mucho más en ese momento que sentía que se le iba la vida por las heridas, necesitaba un respiro y esos dos no se lo iban a dar. Bueno... uno solo porque una flecha que conocía perfectamente atravesó el cuerpo de uno de los orcos dándole esos instantes que necesitaba. Unos segundos... dame solo unos segundos más...

Qildor se apresuró a preparar otra flecha, dispuesto a abatir a los trasgos arqueros que quedaban. Aunque la suerte estaba de su parte y el enemigo era bastante menos diestro con sus arcos, el disparo del noldo erró por poco su objetivo.

Has tenido suerte, alimaña, pensó.

Aunque su compañera se permitió el lujo de mirar atrás, él seguía absorto con el pequeño ejército de orcos que trataba de hacerles retroceder. No podía pensar en otra cosa que en diezmarles.

La espada orca mordió otra vez su cuerpo, aunque la armadura de su padre lo protegió de lo peor del golpe. le saldría un feo verdugón, pero sanaría. El mellado pero agudo filo de aquella espada podría haberle hecho un profundo y serio corte a no ser por las recias láminas de cuero, curtidas en el bosque negro a saber cuanto tiempo atrás.

Aquí y allá sus compañeros retrocedían. El ímpetu de los orcos era terrible. Como una miríada de hormigas carnívoras lanzñandose sobre un cervatillo herido.

Vanwa, por ello, avanzó, y se puso a cantar, inspirado por el momento, para dar fuerzas a sus amigos, y hacer desfallecer a sus enemigos.

En las tierras del Oeste bajo el Sol
las flores crecen en primavera,
los árboles brotan, las aguas fluyen,
los pinzones cantan.
O quizá es una noche sin nubes
y de las hayas que se mecen
entre el ramaje del cabello,
las Estrellas Elficas
cuelgan como joyas blancas.

Aquí estamos, al término de nuestro viaje,
hundidos en una oscuridad profunda,
en la falda de las montañas escarpadas,
por encima de todas las sombras cabalga el Sol
y eternamente moran las Estrellas.
No diré que el Día ha terminado,
ni he de decir adiós a las Estrellas.

Cantó, lleno de esperanza, pues aunque las lanzas y las espadas muerdan, siempre acaba llegando el día.

Aquellos orcos eran duros, pero ellos no lo eran menos. Aunque la tarea era complicada, la voz de Vanwa renovó los ánimos de la compañía y con esa nueva energía, Baldbrand volvió a enarbolar su enorme hacha en dirección al orco que había herido. Era hora de rematar la tarea y enviarle a la oscuridad que le había parido.

Mientras lo hacía gritó:

-¡No he de decir adiós a las Estrellas! -repitiendo el final de la canción que había cantado el elfo. No había demasiado arte en el beórnida, pero si una renovada fiereza, con la que miró al otro orco que le atacaba mientras volvía a asentarse en el suelo firmemente.

En medio de aquella desesperada situación, Vanwa mantuvo su posición firmemente mientras sus compañeros retrocedían asediados por los golpes de los orcos y con voz clara se puso a cantar unas palabras que permitieron dar esperanza a quienes afrontaban el final del camino y la Oscuridad. Todos sintieron la voz de Vanwa como el rayo de luz que se cuela a través de las nubes negras en lo peor de la tormenta, una especie de esperanza de que todo va a ir bien. Pero el sacrificio que el elfo hizo para levantar el ánimo de sus compañeros tuvo un precio, quedó expuesto a los enemigos que no dudaron en saltar sobre él para acallar su melosa voz. El orco de Mordor lanzó su espada contra el elfo, pero Ainar se interpuso en el golpe y recibió el daño que estaba dirigido a él. El enano intentó contraatacar, mas no tuvo éxito, su hacha pasó con ferocidad, pero lejos del objetivo. El otro orco que enfrentaba el enano, no pensaba concederle ninguna tregua, y atacó al enano con la misma contundencia que antes.

El golpe que Welf recibió no fue tan duro como podía aparentar, pero sí que le hizo trastabillar y perder pie, lo cual resultaba muy peligroso ante aquellos enemigos que ya olían la sangre. Los dos orcos no pensaban tampoco en dejar que el humano se recuperara, y se lanzaron sobre él acribillando a golpes su escudo. Por fortuna, Welf pudo arreglárselas para protegerse y evitar los duros impactos de las afiladas espadas orcas. Una flecha surgió entonces atravesando la cabeza del orco de Mordor, aquel más duro de los dos a los que Welf enfrentaba y que tantos problemas le había causado. El hombre del bosque juraría que aquella flecha había tenido un fulgor verde hasta hacía unos instantes en los que salpicó de sangre negra su escudo.

Justo al lado, hombro con hombro junto a Welf, Baldbrand se vio lleno de fuerzas por la canción de Vanwa y descargó un furioso hachazo que hizo que la cabeza del soldado orco saliera volando lejos de sus hombros. El otro orco, lanzó un tajo de su espada directo al beórnida sin esperar a que este pudiera celebrar que había derrotado a un enemigo, pero Baldbrand tenía los pies firmes en el suelo y pudo desviar el golpe con su propia arma. 

Otra flecha surgió desde la retaguardia del grupo, esta vez pertenecía al carcaj del noldo, quien con gusto se la cedió al pecho de aquel arquero trasgo que no dejaba de incordiarles. La flecha se clavó en su corazón directamente, atravesándole el torso y asomando por el otro lado. Dos flechas más volaron, pero esta vez en dirección contraria, lanzadas por los arqueros trasgos que quedaban, aunque sin mucha puntería. 

Ainar se adelantó y llegó a poner el escudo justo cuando Vanwa hubiera recibido un golpe en el hombro derecho. El golpe le hizo doler poderosamente el brazo del escudo, haciendo que le costara sostenerlo. Incluso le entorpecía el manejo del hacha, pero no podía dejarse vencer. Si sobrevivían, tendría que dedicarle mucho a su armamento.

Esta vez, el hacha probó sangre orca. No profundamente, pero al menos ya lo comenzaba a marcar. Había sido un ataque más cauto, pero que coincidió con un mal movimiento del orco que tenía frente a sí.

-Empieza a cambiar la historia...- dijo entre dientes y agitado.

El elfo se horrirzó al ver como el noble enano recibía los golpes furiosos de los orcos por protegerle, así que se replegó para evitar que su fiel amigo se expusiera aún más a los terribles golpes de aquellos servidores de la Sombra.

- ¡Maldito cabezota! Vas a conseguir que tenga que darte las gracias de vuelta hasta la posada de los Brandigamo!- Exclamó, ignorando la muerte que caía sobre ellos por todas partes, con su habitual tono bromista totalmente fuera de lugar.

Embrazó escudo y se dispuso a defender ahora él al obstinado matatrolls. Ainar había sido su mejor baja en la lucha del fuerte circular, matando a todo lo que se movía. Debía cubrirlo.

No por ello no dejó de atacar, sino que tiró una lanzada larga al orco negro que había más cercano y que pudo percibir como ya herido.

Fue un ataque bien dirigido, y notó como su asta mordía la carne. Profundamente.

Enardecido por la derrota de uno de sus enemigos, Baldbrand detuvo el golpe del enemigo que le quedaba en aquel momento y lo miró con ferocidad, como la de un depredador.

Ainar había recibido los golpes que iban dirigidos a Vanwa y aquello le había puesto más furioso si cabe. Era el momento de acabar con su parte para intentar ayudar a sus compañeros. Dando pasos hacia delante, el beórnida empezó a ganarle la posición a su enemigo con el fin de derrotarlo lo antes posible.

-¡ES TU TURNO MALDITA ALIMAÑA! -vociferó mientras descargaba potentes golpes con su enorme hacha norteña.

     Al ver que uno de los orcos había caído y dispuesto a terminar cuanto antes con el enemigo herido que tenía enfrente soltó su escudo para agarrar con fuerza el hacha a dos manos y buscar el cuerpo del orco sin importarle que pusiera o no el escudo delante. Esperaba conseguir el suficiente daño con el impacto para que no se volviera a levantar, hizo oscilar su arma tal y como había aprendido en el Salón junto a otros jóvenes y sintió con satisfacción cómo lograba golpearle con fuerza. 

Miriel suspiró para si misma al ver como Welf abandonaba la seguridad del escudo en favor de hacer más daño al orco con el que aún se enfrentaba. Decidió que no sería productivo seguir cuidándolo como a un cachorro. Confiaría en que era capaz de deshacerse de su enemigo para concentrar su siguiente flecha en el gran orco al que enfrentaban Vanwa y Ainar, así la amenaza para ellos se reduciría hasta que Welf se deshiciera de su orco y pudiera unirse a ellos para terminar con ese enemigo.

La situación en la colina se volvía cada vez más insostenible, pero el grupo de aventureros había logrado resistir con mejor empaque la última acometida de los orcos. La dama Irimë intentaba desesperadamente mantener su magia con vida pero la luz que brotaba de su anillo se fue apagando hasta iluminar apenas un pequeño círculo alrededor del grupo, los arqueros trasgos quedaron sumidos en la oscuridad, y los rostros de los orcos se volvieron más feroces así envueltos por las sombras.

Enardecido por la batalla, y tras ver como algunos de sus compañeros recibían duros golpes y otros lograban matar a sus enemigos, Baldbrand saltó hacia delante hecho una furia y dirigió al orco de Mordor con el que combatía el mejor golpe de su repertorio. El impacto fue duro, a pesar de que el orco interpuso el escudo para protegerse, si no le había roto aquel brazo se lo habría dejado tan dolorido que le costaría alzar el escudo con la misma efectividad para detener sus siguientes golpes. Lo malo fue que el orco todavía respiraba, y lanzó su espada directa hacia el pecho del beórnida, quien recibió el impacto encajando el golpe lo mejor que pudo. 

Vanwa soltó una de sus gracias para abroncar al enano por su valentía, y se preparó para devolverle el favor cubriéndole. Pero antes de hacerlo no dejó pasar la oportunidad de dirigir su lanza contra el orco que lo acosaba. La lanzada fue directa al pecho y atravesó la armadura de cuero del orco primero y después la carne, el hueso y el corazón. El orco murió en el acto y cayó de espaldas colina abajo cuando Vanwa liberó su lanza. 

El herrero que había forjado la armadura de Ainar iba a recibir un generoso barril de la mejor cerveza de Erebor si el enano lograra salir vivo de aquella. Los dos duros golpes que acababa de recibir, sumado a los anteriores, hubieran destrozado cualquier armadura, mas la suya resistía. Aunque los brazos y piernas del enano ya empezaban a pesar por culpa de los frenéticos golpes que había intentado realizar golpeando solo al aire. Con menos furia, pero mucha más precisión, golpeó a su rival logrando acertarle esta vez. El filo del hacha enana cortó carne de orco y éste, que no lo esperaba, gruñó mostrando los colmillos. Pero antes de que pudiera contraatacar, una flecha con el plumón característico de los proyectiles de Miriel, se le clavó en el hombro con un sonido seco y contundente. El orco parecía al borde de la muerte, pero aún tuvo energía suficiente para levantar su espada y dejarla caer sobre el enano. Vanwa se interpuso en su trayectoria, llevándose lo peor del golpe. El impacto dejó al elfo sin aliento durante unos instantes, el dolor le impedía levantar el brazo más allá de su pecho, pero a parte de eso no había mayores consecuencias ni tuvo que lamentar heridas más graves.

Entre tanto, Welf, viéndose liberado de uno de los enemigos, soltó la rodela que ya empezaba a pesarle demasiado y asió firmemente el hacha con las dos manos para abrir profunda herida en el cuerpo del soldado orco y cobrarse su vida. Le había costado un sacrificio enorme, y estaba extenuado, pero había logrado librarse de sus dos rivales. 

Los arqueros trasgos dispararon sus flechas una vez más, y esta vez tuvieron algo de mejor fortuna. Parecía que con la oscuridad aquellas criaturas apuntaban mejor. Una de las flechas dirigidas Miriel pasó lejos de su objetivo, pero la otra, acertó clavándose en el muslo de la elfa. 

La moneda parecía estar cayendo del lado de los aventureros, la situación tan desfavorable que habían vivido al principio comenzaba a tornarse en su favor, pero entonces aparecieron más orcos a ocupar el lugar de los caídos. Cuatro soldados orcos y otros tantos de aquellos duros orcos de Mordor surgieron de entre las sombras para enfrentarles de nuevo. Les había costado casi la vida rechazar la primera oleada, una segunda, con aquellos enemigos tan duros, les acercaba de nuevo al precipicio. Uno de esos orcos le lanzó a Ainar una jarra que contenía un extraño brebaje negro y pegajoso que por fortuna no le alcanzó, a saber que clase de vileza sería aquella. Por si fuera poco, un trasgo valientemente suicida había trepado por la roca y apareció en la retaguardia del grupo armado con un cuchillo y dispuesto a apuñalar a la dama Irimë o a cualquiera de los arqueros elfos. 

Vanwa lanzó un ataque con la lanza, mas estaba cansado y algo aturdido tras recibir el último embite del orco y el golpe llegó flojo y lento. Imposible que acertara.

Chasqueó la lengua, fastidiado. Se sentía cansado y torpe. Necesitaba una de las camas mullidas de los Brandigamo, junto a una fuente de las famosas salchichas grsientas y humeantes de la señora Ágata y una buena pinta de cerveza tirada por Dinodas.

La flecha en la pierna cogió por sorpresa a Miriel que parecía haber infravalorado la habilidad de aquellos orcos con el arco. Rodó por el suelo más por cambiar su posición y ser un blanco menos fácil para los arqueros que por reducir el golpe. Al acabar de rodillas sacó la flecha de la herida, que por suerte tenía una sencilla punta para perforar en vez de una triangular para evitar que fuera arrancada de la carne.

Al alzar de nuevo la vista un relámpago iluminó el cielo y el campo de batalla por un momento. Entre la miríada de sombras enemigas que los rodeaban una atrajo su atención por encima de las demás, pues estaba más cerca de lo que habría podido esperar hasta ese momento. Probablemente fue gracias a que la luz del relámpago se reflejó por un instante en el acero descubierto del cuchillo que alzaba.

No sabía a por quien de ellos se dirigía, pero no iba a darle oportunidad para descubrirlo. Dos zancadas más tarde su arco colgaba a su espalda de nuevo. Dos zancadas menos entre ambos y el acero de ambas espadas gemelas de Miriel brillaron cortando el aire, la carne y la protección del trasgo. El primero golpe le hizo un golpe feo en la cara, pero el segundo se clavó profundo en las costillas del sorprendido orco que sentía como la vida se le iba rápidamente por la grave herida.

Qildor trató de mantenerse sereno. Había estado en situaciones peliagudas y no podía dejar que sus ansias de acabar con aquellas criaturas le nublase su buen juicio.

Por fortuna para todos, su fino oído logró captar a tiempo al temerario trasgo que se acercaba a ellos por la retaguardia. Se colocó delante de Irimë para protegerla, aprovechando para tensar de nuevo su arco largo. Confiaba en que el resto siguiese repeliendo a los orcos como hasta ahora, pese al aparente incremento en las filas del enemigo.

     Aspiró aire abriendo la boca todo lo posible, tensó los músculos de la espalda y giró dos veces sobre si mismo dando cada vez más velocidad y fuerza a la cabeza del hacha que buscaba un enemigo en el que impactar. Gracias a que Balbrand se había movido logró el espacio para esta maniobra alocada, pero poco más podía hacer con las pocas fuerzas que le quedaban. Uno de los orcos que habían llegado a ocupar el sitio de los caídos sintió lo que era el poder de las armas de los hombres del bosque. Si sobrevivía a esta noche, cosa que dudaba, se cuidaría mucho de contar esta maniobra a los jóvenes del Salón.

-¿Qué creés que haces?- le preguntó a Vanwa, viendo que se había interpuesto, recibiendo un duro golpe.

-¡¿Qué me tiran, asquerosos?!- gritó el enano enfurecido ante las cosas que le tiraban. Sólo faltaba que ahora se estuvieran burlando tirándole sus excrementos.

El enano levantó un poco más el escudo y se acomodó, luego de semejantes golpes en su armadura. Su padre estaría orgulloso de la manufactura que había logrado. Ojalá lo pudiera ver de nuevo para contarle.

Ainar, al ver que se habían multiplicado los orcos a los que se enfrentaban, decidió presionarse hacia generar un cambio en esa batalla que los estaba llevando puestos como carga de rohirrim.

-¡Ni se te ocurra una vez más!- dijo el enano, lanzando un rápido hachazo horizontal sobre el orco que había herido a Vanwa, y con una velocidad llamativa, lanzó otro hachazo hacia el orco que se había puesto a su lado.

-¡Haz caso a Ainar! -bramó el joven beórnida a Vanwa, mientras parecía un toro acorralado. Baldbrand no pudo evitar desanimarse un momento, no sólo porque su enemigo no cayó, sino que además sumó refuerzos e incluso porque parecía que empezaban a usar algún tipo de "triquiñuelas" asquerosas. Para colmo, el cansancio empezó a hacer mella en él. El sudor y la sangre perlaban su rostro. Resopló y se vio obligado a volver a retroceder afianzando su posición y golpeando al que había herido con intención de rematarlo usando todos sus recursos y energía.

-¡Vamos! -pareció incitar a los orcos, aunque casi se diría que se lo decía a si mismo para no desfallecer ante el cansancio. Por el rabillo del ojo, vio como la retaguardia parecía comprometida. Lo cierto es que la situación se ponía muy fea, pero, como hijo espiritual de Beorn, Baldbrand lucharía hasta su último aliento.

Miriel rodó para buscar cobertura y sacarse la flecha clavada en su pierna que, por fortuna, no había dejado una herida muy profunda gracias a las protecciones que cubrían su muslo. Un relámpago repentino iluminó el cielo desde lo alto de las Montañas Nubladas y la elfa pudo ver a la criatura que se acercaba sinuosa por su espalda. No le dio opción a intentar dañar a la dama Irimë: se echó el arco a la espalda, desenvainó las espadas y lanzó dos tajos que cercenaron uno de los brazos del trasgo y mandaron su cabeza de vuelta al abismo. 

Las fuerzas empezaban a fallarles, la lucha era demasiado intensa, demasiado feroz. Vanwa apenas podía levantar su lanza para dirigirla con la precisión que había demostrado instantes antes. El nuevo rival que lo enfrentaba, más fresco, no tuvo problemas en desviar la hoja de la lanza y lanzarse al ataque a por Vanwa con una estocada asesina que hubiera cercenado el cuello del elfo si este no se hubiese echado atrás en el último instante. Vanwa logró aprovechar el movimiento para esquivar también el ataque del otro orco, aunque no sabía durante cuanto tiempo aguantaría aquel ritmo.

Welf giró sobre sí mismo para darle impulso a su hacha e impactar duramente contra el soldado orco que acababa de llegar. Una bienvenida al más puro estilo de los hombres del bosque y que sería narrada en el Salón de la Montaña por los días venideros, si es que Welf lograba salir con vida. El hacha se clavó profundamente en el pecho del soldado orco, que miraba a Welf con ojos desencajados mientras la vida se le agotaba. El impacto había sido tan duro, que a Welf le costó liberar el arma, momento que aprovechó el orco de Mordor para intentar vengarse por sus compañeros. Welf había tirado el escudo, y parecía más desprotegido que antes, pero no le costó mucho usar su hacha como instrumento de defensa para desviar aquel golpe. 

Siendo consciente de que más enemigos se sumaban al asedio, Baldbrand trató de librarse por la vía rápida del orco de Mordor con el que llevaba enfrascado en combate un rato, pero el beórnida lanzó un ataque que resultó demasiado corto e ineficiente, y que el orco no tuvo problemas en esquivar. Fue este orco el primero en contraatacar lanzando su espada contra Baldbrand, y tras él, sus otros dos compañeros asediaron a golpes al beórnida. Pero éste resistía como podía y aprovechaba la ventaja que le proporcionaba su gran hacha para mantener a raya a los enemigos, cuyos golpes quedaron demasiado cortos. 

No era buena idea hacer enfurecer a un enano, y en aquel momento pasaron muchas cosas que enfurecieron a Ainar. Primero Vanwa saltó a lo loco a protegerle y recibió un duro golpe, y aunque el enano no lo reconocería jamás abiertamente, aquel elfo empezaba a importarle bastante y no quería verlo herido o algo peor. Luego le lanzaron una sustancia pegajosa y pringosa que no le dio por poco, y, por último, los trasgos y los orcos parecían demasiado confiados de su victoria. Así que Ainar volvió a ser el Terror del Fuerte Cíicular y descargó un golpe contra el orco de Mordor que había golpeado a Vanwa antes y la furia del enano lo mandó de vuelta al barro con la cabeza abierta. Pero no se detuvo ahí, vio por el rabillo del ojo como uno de los soldados orcos alzaba el brazo para vengar a su compañero caído y se movió como una furia hacia él para partirlo en dos a la altura de la cintura. El orco de Mordor que llegaba junto a él vio a sus dos compañeros caer en apenas un parpadeo pero no pareció importarle en absoluto. Aquellas eran criaturas viles que no lloraban por la muerte de los suyos. Así que descargó la espada contra el enano y dejó otra gruesa abolladura en su armadura.

Los arqueros trasgos dudaron después de ver como aquel enfurecido enano lanzaba golpes con una ferocidad inaudita. Les recordó aquel rumor que llevaban un tiempo escuchando en las profundidades de las montañas sobre un enano que había masacrado en el Fuerte Circular a varios de los suyos. Hasta entonces pensaban que solo eran habladurías, pero ahora no estaban tan seguros. La duda pasó de sus mentes a sus manos, y aunque tensaron las cuerdas de sus arcos, no los dispararon. Qildor, que en un primer momento había apuntado en dirección al trasgo del que Miriel ya se había encargado, giró rápidamente el brazo y lanzó su flecha contra uno de esos arqueros aturdidos. La flecha se clavó en su corazón, lo que significaba una preocupación menos. 

Pero la pobre alegría del grupo no duró demasiado. La marea de orcos presionaba cada vez más y aquellos orcos que habían sido eliminados fueron rápidamente sustituidos por otros tantos que se sumaron al combate. Enseguida Welf se encontró con otro orco de rostro arisco blandiendo su espada frente a él y Ainar vio como uno de los rivales que había matado era sustituido por otro que tomó su lugar inmediatamente. Y así mismo varios arqueros trasgos más se sumaron a la línea atacante fuera del alcance de la vista de los héroes, allí donde los cubría con su negro manto.

No podía desfallecer. No ya por él, sino por sus compañeros. Por Ainar. Por la Dama. Fintó con la lanza y luego la clavó en el hueco que había visto antes, en el costado, justo al lado del escudo. La lanza se clavó profundamente.

Qildor se giró con la intención de aniquilar al trasgo que se había atrevido a acercarse por su espalda, justo a tiempo para ver cómo Miriel le cercenaba limpiamente brazo y cabeza. Asintió, dándole una fugaz muestra de su gratitud y respeto, para luego reorientar su flecha hacia otro de los arqueros. No pensaba dejar que nada le distrajese.

En la vanguardia, el resto de la escolta discutía al tiempo que mantenía a raya a los orcos. Cada vez con más dificultades debido a las nuevas fuerzas que seguían aproximándose.

Volvió a cargar otra flecha. Cuanto antes terminase con los arqueros, antes podría ayudar a sus compañeros.