Partida Rol por web

Chester se había quedado paralizado. Más o menos corriendo, Meyer, Acacia, Charlene, Priestley, Sutton y, finalmente un jadeante Pooster llegaron y le encontraron con la boca abierta. La escena no era para menos.

La rampa de subida había sido dura, pues era empinada y las típicas marcas que tenía el suelo para ayudar a subir estaban tan desgastadas que apenas eran una mera línea.

El pasillo se abría a una gran estancia. Tenía la forma de un cono truncado y habíais surgido por el centro, donde el pasadizo se transformaba en una rampa en espiral que seguía ascendiendo a las alturas por un enorme pilar en el centro de la estancia. Si no recordabais mal el diseño, ese pilar coincidía con el enorme agujero en el centro de la gran estancia de las pinturas, más abajo. Puede que el pilar fuera ahora una especie de chimenea, que en realidad estuviera hueco. En ese caso, de seguir deseando ascender, subiríais por una rampa tallada en un pilar (enorme) y hueco que se alzaba en el centro de una estancia con forma de cono truncado.

El techo de la estancia era mucho más estrecho que el suelo (un cono truncado, como decíamos) y estaba casi en su totalidad ocupado por la "chimenea" por la que se podía seguir subiendo más y más hasta llegar a un agujero por el que se llegaba a otra planta.

Las paredes de aquel cono truncado estaban cubiertas por más murales policromados profundamente grabados. El suelo, especialmente uno de los lados, estaba cubierto de escombros, contrastando bruscamente con la limpieza reinante hasta el momento. El aire era aquí algo más fresco que abajo, aunque estaba cargado de humedad y de un nuevo y desagradable olor. La persistente brisa que venía de abajo a arriba seguía estando presente. Os secaba el sudor de la espalda en contraste con la humedad de el lugar. Arrastraba un aroma a metal fundido.

La estancia tenía una luz muy tenue que provenía de nichos excavados algo más por encima de la altura de los ojos, en los que estaban embutidos unos recipientes pequeños hechos con cráneos humanos a los que se había recortado la parte superior y que servían como contenedores de un líquido en que crecían unas frondosas pelusas con pinta de moho fosforescente. La tenue luz verdosa producía una profunda sensación de melancolía.

Alrededor del perímetro exterior de la estancia había cinco arcadas que llevaban a sendos túneles cortos. Tres de ellos parecían oscuros. Los otros dos estaban parcialmente bloqueados por extrañas hojas flácidas y tallos amarillentos de una abundante vegetación malsana. Parte de esa vegetación trepaba en grandes grupos de débiles pero gruesos zarcillos amarillentos y amorfos por parte de las paredes hacia donde terminaba el recorrido de la rampa en espiral, en el techo de la estancia, y desaparecían en dirección a lo alto de la torre. Finos y brillantes chorros de líquido descendían por las paredes en aquellos lugares a los que se habían aferrado las plantas, y el suelo que había bajo tales regueros parecía mojado por grandes charcos.

¡Este es! ¡Este es el lugar! ¡Fíjense en los murales! Dijo Meyer, recayendo en el entusiasmo anterior sin poder evitarlo. Su voz era susurrante, temblorosa por la emoción. El altar de cristal ya no está, pero debió estar aquí ¿ven? ¡Las dos entradas con las enredaderas! ¿Quién quiso hacer callar a Poe? Entonces, miró a Acacia. ¿De dónde salió el libro y quién lo robó? La miraba fijamente. A mi me lo entregaron mis superiores, y no han hecho gala de mucha honradez hasta ahora. Ya me llegó otro texto sustraído, que puse en Manos de Moore en cuanto tuve la oportunidad, ¿no se lo ha dado a leer? ¡Es muy interesante! Si quien lo robó de entre mis cosas lo devolviera, podría leer los últimos capítulos de la inacabada Narración de Arthur Gordon Pym, de Poe. No es el original, por supuesto, son hojas mecanografiadas. El ladrón ha de estar muy cerca.

¡Albert! ¿Se lo has robado tú? Acacia desvió su mirada de acero a su cámara.

¿Estás mal de la cabeza? Dijo Priestley furioso y extremadamente confianzudo con su jefa, hasta ahora adorada. ¡Imbécil! ¿Es que te crees que estoy loco? Parecía bastante trastornado, en todo caso. ¡Lo leí a escondidas! Le había visto manosearlo como si fuera una amante y, aprovechando que todos estaban ocupados, lo leí sentado en su tienda. ¡Pero no lo robé! ¡No lo robé!

Acacia empalideció. Con voz metálica dijo: Albert, espero que me pidas disculpas.

¡Además! ¿Eso a nosotros qué nos importa? ¿Eh? Ni caso de Acacia. Estaba lanzado. Hasta que Acacia, estando a punto de soltar la siguiente lindeza, le cruzó la cara de un bofetón. Ahí se quedó callado.

Mi querido asno, nos importa porque significa que han conducido a Herr Starkweather a una de esas tres salas con el fin de asesinarlo. El alemán fue contundente y movió su pistola señalando las tres arcadas oscuras. Lo que debemos averiguar es si hemos llegado demasiado tarde para salvarle.

¿Y si es así? Dijo Acacia que ya se había desentendido de Priestley.

Pues habremos de vengarnos de los monstruos y estudiar en profundidad este lugar después de que hayan sido destruidos. Meyer asintió con la cabeza, parecía gustarle su plan.

Parecía que al grupo no le había costado demasiado atrapar a Chester, que se había quedado sin palabras. Aquella sala estaba llena de cráneos humanos rellenos de algún extraño líquido, y lo que más parecía importar al resto era quién había robado un libro. Y ahora todos se ponían a discutir. No tenía sentido...

Hasta que al fin Meyer parecía haber trazado un plan que sí parecía tener cierta lógica: dar con Starkweather, liquidar a los extraterrestres, volver a casa.

Estoy con usted, Meyer. ¡Acabemos con estos seres!

Chester estuvo a punto de soltar las pinzas para agarrar su fusil, pero no le pareció buena idea. La piedra parecía importante, y seguro que tarde o temprano iban a descubrir para qué servía.

Con el rifle preparado Sutton investiga los tres pasillos uno tras otro, a ver si puede descubrir movimiento en ellos. 

El tiempo pasaba muy despacio. En el avión, haciendo compañía al moribundo, se estaba bien, pero se aburría una mucho. Leyó los documentos una vez más. El manuscrito titulado "mostrarles el porqué" o algo así, era casi ilegible. Estaba muy desordenado. Esto había sacado Menez en claro, aun así: era una especie de procedimiento para, mediante sueños, mostrar "el porqué" a los descreídos. Para ello hacía falta quemar algo del objetivo del procedimiento o hechizo. Algo orgánico: pelos, uñas, heces, lo que fuera. Armada con las instrucciones que aquí venían, Menez se imaginó capaz de llevar a cabo semejante locura de la manera correcta, aunque igual resultado tendría si cantaba y bailaba incoherencias alrededor de un fuego agitando un sonajero. Aun así no dejaba de ser un documento con valor antropológico.

Súbitamente, se abrió la puerta de la cabina del Belle. Miles asomó la cabeza junto a varios copos de nieve y una corriente fría.

Señorita Menez, hemos oído gritos. Creo que alguien está pidiendo ayuda. No parece muy lejos. ¿Porqué no se acerca en un momento?

Presa del sueño el corto cuello de Menez comenzaba a ceder haciendo que la cabeza diera incómodos bandazos que, cuando llegaban al límite de elasticidad de los músculos de la zona, le provocaban molestos despertares.

- No estaba dor...- Cortó inmediatamente las disculpas asimilando lo que Miles trataba de decirle. ¿Por qué tenía que ir ella? Un rápido vistazo por la puerta abierta le indicaba que fuera hacía un tiempo de perros y ella estaba tan a gusto allí calentita y en la adorable compañía de un callado Rucker. Con resignación, aún dándole vueltas a los sinsentidos leídos en aquellos desordenados papeles, repasó sus ropas como había aprendido y realizado ya en múltiples ocasiones. Llevaba consigo la pistola de bengalas pero quiso asegurarse también de llevar algún arma de fuego de verdad.

- Más vale que nos caiga un médico del cielo, ya de paso con un buen botiquín, o Herr Rucker no lo contará.¿Por dónde dice que escucharon los gritos?- Dijo poniendo la mano a modo de visera y escrutando los alrededores. En su cabeza sólo cabía la posibilidad de que fuera Baumann aunque quizá hubiera otras posibilidades más remotas.- Si encuentro a alguien o algo...y necesitase ayuda dispararé una bengala.- No se imaginaba cómo iba a poder traer a Baumann de vuelta después de lo acontecido. Si éste ahora pedía ayuda después de salir huyendo es que se habría caído en algún pozo oculto por la nieve o algo por el estilo.- Ayúdeme a preparar el equipo. Una cuerda al menos, picos y clavos, lo que se le ocurra. De todas formas no me alejaré mucho.- Su cabeza no pensaba con demasiada claridad. Volvía una y otra vez a esas notas. ¿una especie de hipnosis? Ojalá el Sr. Pooster estuviese allí.

A Charlene no parecía importarle absolutamente nada quién hubiera robado qué cuándo. Desde luego, aquello no iba a representar ninguna diferencia con respecto a lo que iba a ocurrir en un futuro muy próximo.

¿Vengarnos? - preguntó en voz alta, comprobando con manos temblorosas por enésima vez que la escopeta que llevaba a la espalda y el rifle que ocupaba sus manos estaban listos para ser disparados - No tenemos ninguna posibilidad, ninguna. ¿Es que no lo notan, las energías, este lugar...?. ¿Creen que con unos perdigones y una piedrecita que brilla esos seres van a morirse ellos solos de miedo?. JAJAJA! - su risa sonó histérica, era evidente que perdía el control - Lo único que conseguiremos será ahorrarles el trabajo de tener que ir a buscar nuestros craneos a alguna otra parte, ya que los hemos traido con nosotros...

Tim no sentia demasiada sorpresa ante la voracidad y decoracion de los antiguos, a fin de cuentas,solo veian en nosotros unos peones mas, algo minusculo y desdeñable.

Ver aquellos craneos le desperto cierto desasosiego, pero no mayor que ver un osario o algun fallecido, la guerra fue mucho mas dura que eso y su fortaleza mental salio muy reforzada.

Mantengan la calma señores, segyun vemos, llevan muchos años teniendo constancia de nosotros, nos conocen bien, aqui es donde acababan las cabezas que faltaban en el campamento base, algunas llevan muchos mas años aqui, lo que nos indica que esta practica es habitual en ellos.

Señores, piensen que no tienen humanidad ni respeto hacia ella, somos meros tiestos para sus plantas, canalizen su odio hacia esas malignas criaturas. Son muy superiores, si, es cierto, pero nosotros no somos unos pobres diablos, vamos a plantarles cara, hemos visto que pueden sangrar y morir, hagamos que huela esta cueva a Carambolos muertos, que no se diga.

vamos, hemos de seguir, no se paremn en esto...

Meyer había ido a los paneles pintados, como si fueran un imán y él fuera hierro. Ya que nadie excepto Sutton se decidía a moverse, el se entretuvo descifrando signos y pinturas. Las pinturas de esta sala eran de un estilo muy moderno, según los teníais catalogados de los estratos explorados en la gran ciudad. Uno de ellos mostraba Antiguos huyendo de un enorme y complejo símbolo. El símbolo estaba enterrado bajo tierra, justo bajo una representación de la fortaleza. En esa representación, la fortaleza aparecía agrietada en la punta. En una especie de espiral de dibujos, el símbolo se iba haciendo más grande, y asomaba por la grieta abierta en la construcción.

En otro panel, y surgiendo del mar en compañía de las típicas esferas carnosas con las que siempre iban, surgían muchos antiguos de una morfología ligeramente diferente a la de los anteriores. Traían consigo prisioneros a muchos seres. Entre ellos bastantes seres antropomorfos, aunque lo estilizado del dibujo dificultaba su distinción. Varias imágenes posteriores representaban detalladamente a los cautivos dentro de grandes cubas; las esferas carnosas emitían pseudópodos con los que devoraban sus cuerpos con la excepción de las cabezas, que eran colocadas en cuencos y transportadas de forma ceremoniosa hasta una criatura obesa que tenía un millar de brazos parecidos a enredaderas y un cuerpo amplio y aplastado cubierto por más cabezas. Las últimas imágenes mostraban a esos antiguos con proporciones ligeramente diferentes en una actitud ante la criatura que hacía pensar que la estaban adorando.

El último de los paneles de la fila de abajo mostraba multitud de cabezas de animales y hombres unidos por una especie de cuerdas con hojas ejerciendo algún tipo de misteriosa influencia (representada como ondas azuladas) sobre el Signo que había bajo tierra.

Había dos paneles en la parte superior de la habitación. Parecían haber sido limpiados  y pulidos hacía poco. La piedra expuesta era de tonalidades más suaves que la de las imágenes cercanas y tenía una calidad en el acabado que las otras no tenían. Ambas imágenes estaban inconclusas. No estaban pigmentadas pero la ejecución del trabajo era magnífica, mucho más fina y elaborada. Por todas partes tenían frisos y cartuchos de escritura punteada.

La primera escena mostraba un gran número de antiguos bajo el suelo, dedicados a una actividad poco clara que implicaba la extracción o grabado de piedras en una enorme caverna. Una pared se venía abajo y una sustancia espesa que había tras ella cubría al grupo. Los paneles siguientes mostraban a los antiguos despertándose en un lugar llano e incierto, rodeado de pequeñas tiendas... Unas criaturas perrunas les atacaban y eran destruidas. Varios humanos también les atacaban con idéntico resultado. Ocho antiguos reunían provisiones y las llevaban consigo, atravesando escarpadas cimas, hasta la ciudad. Un antiguo gesticula, aparentemente presa de la desesperación, al ver el lugar en ruinas. Un panel muestra al grupo siendo atacado por una extraña masa de miembros muy diversos bajo tierra. Cuatro resultan muertos. Otros cuatro logran huir. En la escena siguiente, los cuatro supervivientes están reunidos alrededor de cuatro pequeñas estrellas según algún tipo de ritual funerario. El mural concluye con un friso que muestra cómo los cuatro antiguos que quedan vuelan hacia la fortaleza (representada semi derruida y envuelta en una terrible tormenta) y su abatimiento al descubrir el estado del lugar.

El segundo de los murales del grupo de arriba mostraba en diversos cartuchos de pequeño tamaño, en los que los antiguos cazaban focas y pingüinos en el hielo y excavaban en edificios derruidos, al igual que bajo tierra. En un panel hay dos antiguos que dirigían un pequeño rebaño de pequeñas esferas carnosas. Otro mostraba a tres antiguos rodeados de otros cientos de mucho menor tamaño. El mural estaba lleno de muestras de abatimiento y de adornos funerarios en forma de estrella. En varias imágenes aparecían antiguos atacando gruesos tallos nudosos o troncos. Un cartucho representaba a un antiguo cogiendo cráneos humanos de una versión esquelética de la "criatura de las cabezas" que había pintada en la serie inferior de murales y apilandolos en el suelo.

La última escena del mural, aun sin terminar, mostraba un aeroplano que os resultaba familiar, rodeado de figuras humanas. A su lado, apenas trazado, podría verse la silueta de una de las criaturas-cabeza que estaban representadas en los coloridos paneles que poblaban la habitación.

Mientras Meyer describía todas estas imágenes, Sutton se había metido en una de las cámaras donde no había plantas.

Tras una breve rampa que asciende, encuentras una cámara de perímetro más o menos exagonal llena casi hasta el techo de huesos. Una leve luz entra por una serie de agujeros en el techo. Huesos se apilan sobre huesos. Los de los estratos inferiores transformados casi en polvo. Bajo estos polvo y astillas, en los estratos medios huesos antiquísimos. Todos son humanos. Todos menos los últimos estratos, en los que aparecen huesos completamente descarnados de esqueletos bien formados de lo que parecen pingüinos gigantes. Más inquietante aun. En todo lo alto de la pila hay dos esqueletos humanos todavía casi completos. Completamente limpios y nuevos. Uno es de un adulto, otro de un adolescente.

Un curioso detalle. Ninguno de los esqueletos que ahí había tenía cabeza.

Por fin alguien que me comprende, dijo Priestley a Charlene bastante histérico. ¿Te quieres casar conmigo? Mira que tenemos poco tiempo, hehehehehe.

Desde luego, me siento halagada. Muy halagada, debería decir, dadas las circunstancias... - rechazó Charlene a Priestley con la seguridad de quien ha dado muchas calabazas antes. Parecía encontrar confortable enfrentarse a una situación conocida e inofensiva en medio de aquel caos - Pero si por algún extraño capricho del destino salieramos con vida de aquí, en realidad voy a casarme con él - añadió, con mucha seguridad, señalando a Chester - Aunque me da la sensación de que él no lo sabe todavía, ya sabe lo tontos que pueden llegar a ser los hombres, ¿No cree usted, Acacia?