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Más allá de las montañas de la locura

Capítulo 11: de vuelta al mundo de los vivos.

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11/04/2016, 20:37
Guardián de los Arcanos

Peabody confirmó lo dicho por Menez de que el vidrio tenía muchas posibilidades de ser en envase más seguro, pero ¿cómo taparlo, para que fuera estanco? Si bien ese detalle sería muy complicado en circunstancias normales, en este caso no lo fue tanto: había muchos recipientes de precisión en el laboratorio. Otra cosa era conseguir encontrarlos por entre las cajas ya embaladas.

Tras mucho tiempo molestando al personal, consiguió encontrar un frasco con tapa que encajaba muy bien sin necesidad de juntas de goma o similares aunque, por supuesto, esta tapa se podía reforzar con una banda elástica que la presionaba contra el cuerpo principal.

Pocas pruebas más consiguió hacer. El resto del tiempo fue la locura del traslado.

¿Locura del traslado? "No podía ser tan complejo", pensaba Menez, "era cuestión de orden y organización, ¿verdad?" Y sin embargo, esa noche antes de acostarse y ponerse a la tarea, recordó las palabras de Moore, muy mosqueada.

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13/04/2016, 20:24
Guardián de los Arcanos

Los cuatro días siguientes fueron muy ajetreados.

No más experimentos, fue la conclusión de Peabody. Al menos hasta que el laboratorio estuviera correctamente instalado de nuevo en el SS Gabrielle, o en el campamento base.

Los ahora nuevos líderes de la expedición trabajaron bien juntos. Pero no era exactamente un triunvirato: Moore había dejado claro quién tenía la última palabra en todas las discusiones, y había muchos problemas por resolver. Menez se despidió del sueño durante todo este tiempo, a no ser que como sueño se contaran cabezadas de dos horas después de alguna de las escasas comidas que se pudo permitir. No era solamente la complejidad del traslado de personas y equipos. Era que había que bregar con multitud de científicos, cada uno con especificaciones contractuales únicas, que debían, ¡debían!, ser atendidas cuanto antes: transporte de instrumentos delicados, muestras que no estaban listas cuando tocaba cargarlas en los aviones, o que requerían la revisión detallada y puntillosa del responsable de las mismas en su estibado. Y todo debía estar perfectamente etiquetado y ordenado para que fuera útil.

Por no hablar de los otros: los científicos, como Winslow, para los que no pasaba el tiempo, y que se demoraban lo infinito en seguir y seguir tomando medidas. Su problema es que no ponía problemas, en principio. Asentía a las instrucciones aparentemente dócil, pero le entraban por un oído y le salían por el otro.

¿Y por qué no hablar de Charles Myers? El arqueólogo había escuchado campanas, sin duda transmitidas por su cotilla ayudante, Avery Giles, y  no paraba de importunar a la periodista, sospechando, con muy buen criterio, que no se les había contado de la misa a la media de todo lo que había pasado más allá de las Montañas de la Locura.

Pickwell, ante la falta de pilotos que estuvieran operativos, tuvo que trabajar también de firme. Horas metido entre las máquinas poniendo a punto los aviones, que tenían que dar un servicio en horas de vuelo que ponían al límite los márgenes de contracción-dilatación de los materiales. Tuvo la oportunidad, en esos días, de estrechar una fuerte amistad con el malhablado Miles y con el callado y discreto Larry, que trabajaron como burros.

También se tuvo que recurrir a Peabody, que parecía encantado ante la posibilidad de abandonar la Antártida, con sus muy profundos conocimientos de mecánica.

El Belle, el D-BFEC de los alemanes y el Weddell, único de los Boeing de la expedición que había sobrevivido, hicieron muchos viajes entre el Campamento Lake y el Mar de Ross devolviendo hombres, equipo rescatado y provisiones a la costa. Los cuerpos del profesor Lake y sus hombres también fueron exhumados y transportados a las naves, donde serían colocados en cámaras frigoríficas, dentro de ataúdes improvisados junto al cuerpo de James Starkweather, el único que se había podido rescatar.

El día 12 de diciembre se estaba ya preparado el último vuelo hacia la costa. El lugar parecía muerto. Las montañas, que no habían dejado de prodigar sus coros de silbos inquietantes ni un minuto desde que se había establecido el campamento, hacía ya muchos días, permanecían casi incólumes, sus puntas quizá algo más redondeadas gracias al terremoto cuyo epicentro parecía haber sido la Torre Negra. Más, burlonas, miraban ahora y siempre al observador, como si fuera menos que nada.

Ese mismo día la radio avisó de que Moore, Whitston y Chester habían arribado sin problemas a Buenos Aires a bordo del Graf Zeppelin.

El Weddell estaba preparado para salir, los motores calientes. Junto a él, en la pista, también preparado, estaba el D-BFEC, el Junker alemán. El último grupo ya estaba pronto a partir: Pickwell como piloto, Miles como copiloto, Menez, Peabody y Maggie O'Connell como pasajeros. Bien cargado ya en el habitáculo, estaba el resto del equipaje: tiendas, equipos de supervivencia... Alrededor, la desolación: basura dejada atrás, bombonas de oxígeno vacías, placas de aglomerado, lonas echadas a perder, escombros, montones de nieve sucia, señalizaciones donde se mostraban los caminos entre las tiendas y entre los diversos puntos de interés. En la lejanía, la malograda taladradora de Peabodie todavía montada en su sitio, y a su lado, su antecesora, del mismo nombre, ambas destrozadas por la acción del hombre y los elementos.

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13/04/2016, 20:51
(Barsmeier Falken) Doctor Franz Uhr

Junto a los últimos miembros de la expedición Starkweather-Moore estaba para despedirse, el jefe de la expedición Barsmeyer Falken, el Doctor Franz Uhr.

Y bien. Ha llegado el momento de la despedida, amigos. Porque espero poder llamarles así. Hizo un silencio incómodo, lleno de reproches no pronunciados, acallados por la impecable actuación de su equipo en los últimos días, que, quizá, no solamente la muerte de Meyer había propiciado: quizá la mala conciencia había tenido su papel.

En mi país... quizá esté habiendo más cambios de los que a algunos nos gustarían. Hablaba ahora lejos de sus hombres, confiado en la discreción de sus interlocutores. Deseo que sepan que Meyer y yo coincidimos punto por punto en la devolución del escrito dirigido al señor Moore y, créanme, se lo ruego, no deseo saber más. No deseo tener las notas de mi amigo. La mirada brilló un momento, dando por sentado que teníais las notas de Meyer. Hagan buen uso de ellas. Si yo las llevara conmigo, quizá no cayeran en buenas manos. Por lo que a mi respecta, se perdieron en el terremoto.

Finalizó con un suspiro. Hemos tenido, por cierto, nuestras propias experiencias inquietantes en nuestro campamento base. Siguiendo las indicaciones del texto Pym, encontramos la estátua y... bueno. Unos subterráneos. Lo que ahora deseo explicarles debería quedar entre nosotros. Ha habido muchos muertos por algún tipo de causa desconocida. Quizá hayamos perturbado cosas que debieran haber sido dejadas tranquilas. Más no puedo decir, porque nada se. Entregó su tarjeta a Menez. Aquí está mi antigua dirección en Bonn. Dirijan cualquier comunicación que deseen hacerme a la señora Anke Uhr. Dentro del sobre pongan otro indicando mi propio nombre, y ahí su mensaje. Es mi hermana, y sabrá hacérmelo llegar de manera discreta... espero.

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14/04/2016, 16:09
Dominique Pickwell

Dom estaba bastante callado, poco a poco recuperaba su salud fisica pero el daño mental era otra cosa. Demasiadas cosas muy duras de digerir, amigos perdidos, monstruos de otros mundos... Se refugió en el trabajo duro y en sus nuevos amigos, con los que hablaba de refrigerantes, helices, potencias de motor y tecnicas de vuelo.

Solia atender bastante a la pequeña Menez, parecia una gran mujer en un cuerpo pequeño, siempre firme, dura como una roca.

 

- Tiradas (1)

Notas de juego

la vida de los tratamientos medicos, que no se me olvida!!

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14/04/2016, 20:37
Alexander Peabody

Probablemente, a Peabody le parecía absurdo pensar que de aquel mineral negro pudiera salir cualquier ser vivo, y mucho menos algo parecido a lo que causó lo que fuera que pasó en el Waraloo. Sin embargo, se guardó muy mucho de decir nada que contrariara a las teorías de Menez. En su opinión, si se la hubieran preguntado, encontraba a la pequeña periodista demasiado imaginativa en ocasiones; pero nadie se la preguntó, y optó por comportarse como un buen soldado.

Hizo un excelente trabajo aislando la piedra en un recipiente de vidrio que se adecuaba bastante bien al tamaño de la piedra; incluso consiguió apañárselas para fundir los bordes de la tapa con la cajita en si, asegurando que había conseguido un envase que no contenía aire, es decir, al vacío, ante la mirada incrédula de quienes le escuchaban. Implementó en el exterior varias gomas elásticas que convirtió en lo que llamó "resortes elasténicos de presión", recliclando algunas correas de este material desechadas por los mecánicos. Según él, el mecanismo reaccionaría proporcionalmente a la fuerza ejercida en sentido contrario, y como resultado, sería difícil que se abriera involuntariamente, incluso sometiéndola a fuerzas externas.

Se las apañó para que siempre hubiera alguien a la vista de la piedra, cuando no la llevaba él mismo, que era la mayor parte del tiempo. Incluso ahora, esperando el despegue, ocupaba uno de sus costados colgando de una cinta. Volvió la vista hacia las Montañas por un instante, y después, con una expresión de tristeza que hacía pensar que lamentaba su propio gesto de despedida, entró en el avión. Buscó discretamente la ubicación de O´Connel, y se sentó lo más lejos posible.

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17/04/2016, 18:49
Maggie O'Connel

Peabody buscaba discretamente la ubicación de O'Connel y, no sin un breve sobresalto, descubrió que la experta en perros estaba justo tras él, mirándole con intensidad fiera, tal y como era su costumbre.

Parecía que las separaciones recientes le habían afectado más que a los demás. Estos días había estado casi todo su tiempo libre con el otro perrero, con el alemán. Ahora, como Peabody, pasaba las de Caín.

Pero no estaba en esos menesteres, sino que no despegaba la mirada del electricista de Kingsport. El desapego con el que le trataba seguía dolorosamente presente, pero ahora había también un cierto reconocimiento, un cierto respeto. No era mujer de muchas palabras. Estas que pronunció, bien se ve, le estaban costando Dios y ayuda. Y bien se dejaba ver que se había obligado a conciencia a pronunciarlas, lo que suponía, de las muchas vías que hay para hacer estas cosas, la más difícil. Es que, al tomar estos caminos, la imaginación se nos vuelve siempre en contra, y nunca se encuentra la ocasión.

Lo siento. Lo pronunció con cuidado y con claridad. Luego se marchó a su sitio, se puso el cinturón y esperó a que el avión despegara.

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17/04/2016, 18:57
(Starkweather-Moore, técnico) Patrick Miles

Miles, con una delicadeza desconocida en él, más parecido a Larry que a otro, dio de improviso un cálido apretón al hombro de Dominique. Con él había sufrido interminables horas: pilota, revisa el avión, ayuda en la carga, pilota, revisa el avión, ayuda... muchos viajes llevaban ya, y no pocas congelaciones menores.

Ánimo, hombre.

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17/04/2016, 19:01
(Barsmeier Falken) Doctor Franz Uhr

Por último, sobre la pista quedaron la diminuta lideresa de la expedición Starkweather-Moore y el jefe de los alemanes. Uhr. El alemán hizo amago de ofrecer su mano a la periodista, para estrechársela en un saludo final, pero, a medio camino, se arrepintió. Bajó la mano hasta que quedó paralela a su cuerpo. Casi parecía que se había puesto firmes.

Auf Wiedersehen, Miss Menez. Y comenzó la retirada hacia su propio avión.

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17/04/2016, 19:05
Guardián de los Arcanos

Marcharse sin mirar atrás. Qué facilidad, qué bien sonaba: dejar la locura, el horror. Los nudos de nerviosismo que habían hecho presa de los hombros de los últimos expedicionarios en abandonar la cercanía de las Montañas de la Locura se hicieron notar, primero (sus terminaciones nerviosas se habían insensibilizado, notar el dolor fue la primera etapa de la verdadera relajación) dolieron como demonios. Después, conforme la burla que les dirigían las montañas quedaba atrás, se relajaron un poco. Lo suficiente, incluso, como para echar una cabezada.

El agotamiento nos da esas treguas: dormir en medio del estruendo de los motores, con una temperatura que hace muy poco se hubiera considerado de pesadilla (probad a echar una cabezada a diez grados sobre cero, y veréis), se vuelve sencillo. Fácil.

Cuando el Monte Erebus se perfilaba en el horizonte, todo el mundo parecía más contento.

Solamente Peabody no pudo evitar tensarse al recordar lo que llevaba en bandolera bajo la Parka. En la botellita. Se desabrochó (con una mirada de reproche -absolutamente profesional- de Maggie) y echó un vistazo.

El ópalo dentro de la botellita ya no era tal. Se había pegado extendido a lo largo de la pared de vidrio . Parecía... si: parecía que se había acercado a Peabody buscando el calor de su piel. Pero cuando lo retiró de su cercanía para verlo mejor, tomó de nuevo la forma de un ópalo ovalado.

La transición entre un estado y otro le pareció asombrosamente desagradable.

 

FIN DEL CAPÍTULO 11

Notas de juego