Partida Rol por web

Menez asintió a las palabras de Moore y, aunque no le apetecía demasiado complacer a la Lexington, rebuscó entre sus abultadas ropas y le tendió el texto robado.

- Tenga.- Se quedó callada cuando Moore cavilaba en voz alta acerca de la torre. La mente de Menez, juguetona siempre, la llevaba a otro sitio. En su cabeza reverberaban las palabras de su compañero fotógrafo.

- Chester...- Soltó de repente.- Ehm...permítame un inciso a sus palabras dichas con anterioridad.- Cuando Menez se ponía quisquillosa con algo usaba siempre un petulante tono  y maneras.- He tenido acceso también a los papeles de Meyer , como usted dice, pero no estoy de acuerdo con lo que ha deducido acerca de las pieles de los pingüinos como le explicaré ahora. Los abrigos hechos con sus cálidas pieles tenían cinco aberturas radiales por lo que, quien llevaba esas ropas, no eran los anteriores expedicionarios de la Miskatonik sino los Carambolos. Parece que hacía frío hasta para ellos. Sólo un apunte que me venía ahora a la cabeza. Prosigamos.- El descanso había venido bien a la periodista que demostraba su sagacidad de antaño, cuando era joven y reportera. Pero no soltaba aquello para enemistarse aún más con Field, con el que ya había limado asperezas sino por una razón que ni siquiera ella llegaba a comprender. Era su cerebro que trabajaba solo.

- Un segundo. Siempre pensé que esa torre sería una especie de arma que los Carambolos hubieran construido para luchar contra sus esclavos rebeldes.- Se basaba en las pruebas encontradas sobre ello*.- Pero puede que sea algo más. También una prisión para lo que sea que esté allí guardado. Pero los Carambolos no son tontos. Si lo tienen allí guardadito y preso es porque lo usan para algo, aunque tengan miedo. Quizá no puedan abusar de su poder por lo que sea. Puede que fuera un dios o semidios de los suyos, o un experimento que se volvió contra ellos. Pero el error de Chester- Volvió a remarcar.- acerca de lo de los abrigos me da una idea.  Ahora veo la torre como un gigantesco radiador. Allí dentro hacía un calor tremendo. Quizá lo construyeron con esos fines, para elevar la temperatura, lo cual pudo dar alas a sus siervos más peligrosos y útiles hasta ese momento. ¿Qué opinan? Quizá sea una tontería pero...- Y no decía lo más descabellado. Había sentido la onda expansiva que surgía de aquel ojo brillante y había recorrido diferentes planos o eras o lo que fuera. Pero en su  cabecita inquieta también pensaba que esa torre era una forma de viajar. Que lo que quiera que la gobernase era más viejo que incluso los Carambolos.- En la lectura de los relieves hechos por los Carambolos vimos que hacían viajes espaciales, de unos mundos a otros...quizá, puestos a divagar, esa torre sea la manera en que lo hagan...- Más que en viajes espaciales pensaba en lo que le había dicho Pooster acerca de que era un ser interplanar. Quizá los Carambolos también lo fueran.

Chester se levantó y empezó a pasearse por la tienda. No parecía estar atendiendo a lo que estaba diciendo Ménez. Se movía por la tienda, nervioso, como si algo le estuviera molestando.

Escuchen un momento, ¿es que no lo oyen?

Chester se quedó quieto un momento, intentando prestar el máximo de atención posible.

¿No oyen este silbido? Es como... como una gran tetera puesta al fuego demasiado rato. ¿De dónde sale?

El fotógrafo empezó a registrar la tienda, cada vez más nervioso, intentando localizar el origen de aquel penetrante silbido, que se oía a pesar del fuerte viento que soplaba en el exterior.

Venga, ¡ayúdenme! Ya les digo yo que esto no es normal. No se de dónde proviene, pero tenemos que encontrarlo.

El piloto se incorporo sin mucho animo y trato de escuchar la procedencia del silbido, quiza si detectaba de donde venia podria saber a que zona corresponderia dentro de una ubicacion normal de N/S/E/O.

Veamos, parece que...si no me equivoco... es molesto, la verdad... a ver si se puede discernir, el viento tampoco ayuda.

Es una especulación interesante, Menez, y tenemos días para aburrirnos especulando, ¿no es cierto? Sin embargo... ¿Qué diablos pasa, Field?

En la tienda estabais todos muy apretados. Aun así, había grupos. No todo el mundo estaba atento a vuestra conversación. Greene procuraba enterarse de todo lo posible. Acacia estaba demasiado entretenida leyendo los textos recién adquiridos, aunque de vez en cuando levantaba la cabeza, demostrando así que ponía la antena a lo que decíais.

Greene miró a Field interesado, como Dominique y como Moore.

Field se estaba acercando al sitio donde descansaba Rucker, fuertemente sedado por Greene. Esto era conveniente por sus heridas, por supuesto, pero además el doctor había tenido unas palabras con Moore, y de ahí había salido la decisión de sedarlo hasta el punto de que durmiera el mayor tiempo posible. Solamente así habíais tenido la ocasión de hablar de jugarretas de alemanes y cosas por el estilo sin ser indiscretos.

A un lado del rincón donde descansaba el geólogo alemán había almacenado bastante material: sobre todo latas de alimentos, pero también muchas otras cosas. Ahora juraríais que había más desorden que la última vez que habíais accedido, justo durante el desayuno. Seguramente algunas latas entonces no estaban volcadas.

Cuando Field se aproximó molestando en el proceso a todo el mundo, por cierto, la luz de la linterna que había acercado para iluminar la penumbra en que se tenía al herido mostró a un hombre casi incorporado en su camilla. Muy tenso, como presa de un gran pavor. Tenía la boca abierta en un grito mudo. Acaso sonara un débil gemido. Un "hhhhhhhg, hhhhhhhg" que, como es lógico, había pasado completamente desapercibido por culpa de la tormenta. El alemán estaba tapado con una manta de piel gruesa hasta el mismo cuello, bajo ella, a la altura de su abdomen, había un bulto que se movía suavemente. De ahí parecía venir como un chiflido bajo pero irritante.

La conversación, aunque interesante, llegó a su fin con la interrupción de Field. Que sí, que se escuchaba un silbido irritante, ¿y qué? Llevaban soportando el viento desde que pisaron la Antártida y ya estaban acostumbrados. Sin embargo, Menez acabó preocupándose cuando el fotógrafo iluminó al alemán herido. Una cosa era que siempre parecía que tuviera un palo metido pro el culo y otra muy diferente era que se incorporara en su sitio con lo herido y sedado que estaba.

- Qué demonios...- La periodista abrió los ojos como dos enormes platos y torció el gesto en una mueca de disgusto al ver que un bulto se movía bajo la manta que cubría a Rucker.- ¿Dónde han puesto al bicho que encontró Picwell?- Lo habían guardado en plomo, o eso habían dicho, pero ahora todo parecía desordenado y su cabeza ya pensaba lo peor. Ya entonces lo había pensado. Puede que aquella masa viscosa no fuera más que uno de esos esclavos de los Carambolos en su primera fase de crecimiento. ¿Se estaría alimentando de Rucker bajo la manta? Si era así y, de lo que se come se cría, iba a adquirir un  verdadero mal carácter lo que le haría mucho más peligroso. La periodista se acercó a la manta y la agarró por una de sus puntas. Nadie tiraba de la manta como Menez, destapando las intrigas más enrevesadas y secretas. Ahora lo haría de manera literal pero antes...- Por favor señoritas y caballeros, preparen las armas antes de que vemos lo que hay ahí debajo.- Al final Halperin iba a tener razón y todo.

Charlene había conseguido recuperar algo de su vitalidad, y respondio de inmediato al aviso de Chester. Con gesto seguro, cogio la escopeta que tenía perennemente preparada a su lado, se acercó a Menez por la izquierda y apunto cuidadosamente a donde debería estar el abdomen del alemán; tuvo buen cuidado de que la trayectoria del posible disparo no pudiera alcanzar a nadie.

Ruhig sein und sich nicht bewegen Rucker, alles ist gut - susurró en tono tranquilizador al geólogo, seguramente con la intención de calmarlo - Necesitamos luz... - añadió, dando la indicación a nadie en particular. Después, hizo un inequívoco gesto a Menez para que tirara de la manta con la cabeza. El inquietante sonido metálico de los cerrojos al preparar el arma para su uso inmediato pareció resonar por un momento en la cargada atmósfera.
 

Preso del pánico, Chester dio dos trastabilleantes pasos hacia atrás. 

- ¡No quiero verlo, no quiero verlo!

El otrora atrevido fotógrafo retrocedió hasta la parte opuesta de la tienda. 

- ¿A qué estáis esperando? ¡Es un monstruo, uno de ellos! ¿Es que no lo veis? ¡Acabad con él! -gritó, desde la otra punta de la tienda. 

Parecía que, al fin, la poca cordura que le restaba a Chester estaba a punto de abandonarle. 

Una voz balbuceante, infantil, surgió de entre los pliegues de las pieles que cubrían a Rucker.

Ruhig sich nicht beweeeegen Rucker, alles ist gut, Rucker, gut, guuuut. Tatatata. Guee... Babababbbaaa.

Cuando Menez tiró de la manta, se pudo ver un bulto confuso e informe que se movía sobre la barriga de Rucker. El brillo de dientes inmaduros y ojos grandes y curiosos en número excesivo destacó sobre la oscuridad... Dado que Chester, que era el que había traído luz, se había dado la vuelta, era casi imposible apuntar con verdadera certeza.

Un movimiento rápido y un salpicón de líquido cálido en la cara de los que se habían aproximado fue lo único que pudieron experimentar antes de que alguien trajera otra linterna. Más líquido parecía gotear sobre el suelo de la tienda.

Moore era el que empuñaba la linterna que vino tras la defección de Chester. Llegó cuando de lo que había ocurrido en la barriga de Rucker solo se podía ver una confusión sanguinolenta de ropas desgarradas y húmedas vísceras al aire. El alemán se vino abajo, temblando como un pollo cuando le cortan la cabeza.

Moore apuntó alternativamente a la cara de los circundantes deslumbrándolos sin querer.

¡Sangre! Sus ojos asombrados parecían como lunas llenas, magnificados por los cristales de sus gafas. Uno de ellos aparecía partido en dos por culpa de la grieta que atravesaba la lente, provocando una inquietante refracción de la luz.

Todos vuestros compañeros, antes adormilados por el calorcito que hacía en la tienda, comenzaron a despertar y a gritar cosas contradictorias. Greene no: mantenía la calma. Se había agenciado un bisturí y lo empuñaba, buscando.

Las caras salpicadas de sangre de Menez, Charlene, Dominique y Acacia no contribuyeron a generar calma en los demás.

Había algo pequeño pero muy ágil que se movía de aquí a allá por la tienda a toda velocidad, muy escurridizo.

La voz calcaba de manera caricaturesca tanto la palabra como el tono y el timbre de quien la había pronunciado antes, a pesar de que parecía proferida por unos labios inmaduros, causando todavía más confusión. Repetida muchas veces, la voz de Moore sonó aquí y allá, junto con otras:

¡Sangre! ¡Sangreeee! ¡Saaaangrrre! También: ruhig sich nicht, que parecía muy musical en el registro de Rucker. Y: ¡no quiero verlo! con la voz de Chester. Todas las voces se confundían con balbuceos propios de un bebé de pocos años. Todas las voces se superponían entre si, haciendo comprender a los oyentes, aunque fuera a nivel inconsciente, que eran pronunciadas por varios órganos fonadores.

Ver aquella monstruosidad arrancó a Chester la poca cordura que le quedaba. Entre risas histéricas, el fotógrafo agarró su escopeta y empezó a disparar.

¡Os dije que dispararais sin más! Pero, ¿Alguien me hizo caso? ¡No, claro! Total, ¿para qué? Pues ala, ¡Toma chupinazo! Si ya lo dicen, si quieres un trabajo bien hecho, hazlo tú mismo, ¡¡¡¡¡¡¡ja ja ja ja!!!!!!!

Siete símbolos de admiración. inequívoco síntoma de una mente claramente inestable...

El pequeño ser era demasiado rápido para poder apuntarle. Aún así, Charlene tuvo tiempo de examinar fugazmente su repugnante aspecto mientras pasaba entre los haces de luz que le buscaban, y esto tuvo un terrible efecto sobre ella. Se giró sobre si misma, y sin pensar siquiera en usar su arma o siquiera soltarla, salió corriendo en dirección a la salida, mientras gritaba incoherente:

El frío, el frío nos salvará...

- ¡Oh! Es uno de esos Soggoth pero pequeñito que se ha estado dando un banquete con Rucker.- Dijo casi sin inmutarse más que por lo raro de escoger al rancio alemán como víctima. Se limpió la sangre salpicada sobre su caracon la manta y sacó la pistola de bengalas. Nunca había sido una buena tiradora y menos con tan poca luz y un objetivo tan escurridizo.

- ¡No dejen que se escape, joder!- Y cuando miró atrás vio que Charlene corría despavorida en busca de la protección que el frío glaciar podría darle.- Iluminen cada recoveco de este tenderete si no quieren que lo haga yo con una bengala.- Amenazó para que los más cuerdos se pusieran a iluminarlo todo o lanzaría una bengala y saldrían todos ardiendo.

El engendro había muerto. Eso y, además, había varios agujeros en la tienda que dejaban pasar cuchillos de frío helado que os hacían estremecer más aún.

El doctor Greene, uno de los pocos que no estaba demasiado afectado, tomó los restos rápidamente y los arrojó al exterior. Parecían estar descomponiéndose rápidamente.

Charlene, piadosamente, había caído como en coma. De Chester solamente llegaban sollozos incontrolables. Halperin cantaba una canción infantil, completamente distanciado del horror. Pickwell tampoco estaba mejor: tras el disparo se había hecho un ovillo. Las manos de Moore temblaban, y se empeñaba en limpiar sus gafas con todo el cuidado del mundo, de manera que se le caían una y otra vez. Lexington estaba pálida como un fantasma.

Solamente Menez, aparte del viejo doctor, parecía hablar con despreocupación, y ayudaba a poner un poco de orden. Los demás, la verdad, no se habían enterado de nada. Estaban despiertos ahora, claro, pero se hacían explicar todo una y otra vez...