Partida Rol por web

No se tú, pero yo he visto morir ya suficientes perros. No me fío ni de mi madre, que en paz descanse. Pero supongo que tendrá que decidirlo Gregor, que es el jefe.

La Pequeña Irlanda, a estas horas, parece bastante floja de gente. Hay dos viejos tomando un almuerzo consistente en una pasta que huele a ajo que tumba con un par de arenques en salazón, junto con medias pintas de cerveza negra.

El local está decorado de madera sencilla: mucha madera y bastante luz, algunos grabados coloreados con verdes campos y estampas de Dublin, una bandera irlandesa presidiendo el local y otra del Bohemian de Dublin, un equipo de fútbol europeo que tiene su rincón plagado de fotos bajo su bandera, de partidos y anécdotas, con retratos firmados (algunos con un tipo acompañando a la estrella, un tipo mayor muy parecido al hombre que hay en la barra) y recuerdos por el estilo.

El tipo parece aburrido, con un trapo al hombro demasiado limpio y viendo evolucionar en el aire el humo de su pipa. Cuando os ve entrar se le pone un ojo como un queso. Se yergue, limpia la barra, buscando rápidamente algo que hacer, dando impresión de estar activo y dinámico mientras os pregunta afable:

Buenos días, señores. ¿Que van a tomar? Su acento no parece irlandés en absoluto: más bien la especie de galimatías que se habla por esta zona.
 

- Por eso pienso en operarios locales, difícil que si los contratamos al azar estén comprados por algún enemigo, y siempre vigilándolos dos o tres de nosotros...

Peabody parece necesitar unos instantes para orientarse. Contempla con algún asombro a los lugareños y su desayuno, las fotos, y por último al camarero.

Buenos días... - acierta por fin a responder - Creo que tomaré una de esas cervezas negras con tan buen aspecto - añade, hablando un poco más lento de lo habitual para asegurarse de ser entendido. Con un gesto, invita a Menez y Pooster a formular su petición, mientras se acerca a una mesa un tanto apartada en un rincón; ya habrá tiempo de entablar conversación con los nativos más adelante.

Menez iba encantada de estirar sus cortas piernas por fin en tierra firme. El tiempo acompañaba y la compañía no podía ser mejor.  Ser la única mujer, rodeada de hombres, en algunas ocasiones no tenía nada de malo. Por el camino charlaba con Macilvane sobre el extraño acento de los irlandeses.

- Ya verás, es para partirse de la risa.- Al llegar se sintió un poco decepcionada pues lo que parecía el dueño del bar no tenía ese característico acento tan peculiar de los irlandeses.-Yo quiero lo mismo que esos señores, si puede ser.- Dijo señalando a los hombres que bebían cerveza negra y comían apestosa pero intrigante comida.- También tengo un poco de hambre.- Dijo sonriendo a Pooster mientras arrugaba la nariz por el fuerte olor a ajo y arenques. Sentada ya con su cerveza que era casi más grande que ella bromeó con Laroche. - Con esto seguro que se te dulcifica el carácter.- Ultimamente el radio había estado malhumorado. Aramikes vertió parte de su contenido de la cerveza al suelo del bar, como una libación en honor al compañero caído.- Por Herrr Kleiver.- Tras la primera fase de melancolía y tristeza Menez aprovechó para saber qué pensaban sus acompañantes del su jefe de expedición, Starkrweather.-  Está bien estar fuera de esa lata de sardinas. No sé cómo algo tan enorme puede ser a la vez tan claustrofóbico. La primera vez que lo vi, ahí en su inmensidad, en el puerto, jamás pensé que sería tan agobiante vivir en el y que desearía pisar tierra más que otra cosa en el mundo.- Como buena periodista no iba nunca directa al grano. Primero soltaba el anzuelo y una vez mordido tiraba del sedal. Esperó la respuesta para continuar asintiendo a lo dicho por sus compañeros.- ¿Qué opinan de Starkweather?- Dijo finalmente cuando ya veía que las cervezas de los demás estaban casi consumidas. Ella se había preocupado de pegar tan solo pequeños sorbitos.

¿Qué opinan de Starkweather?

Esa frase te había llamado la atención. Era algo que esperabas y temías. Habías sabido por los periódicos que tu padre, al que jamás te habían presentado, iba a venir a Melbourne.

En esta ciudad habías recalado hacía algunos años. Tú y tu madre llegasteis en un barco de pasaje barato: ella se ganaba la vida de muy diversas maneras y tú mismo, que eras un muchacho avispado y ágil, habías ayudado. No os había ido mal, hasta que ella falleció. Ahora, sin los contactos ni la mediación que ella te procuraba, tus negocios no han ido tan bien: no se confía la confección de unos planos a un muchacho sin saber muy bien de dónde ha salido. Has trabajado en oficios para los que saber leer, hacer cuentas y escribir era imprescindible, pero todos aburridos y de muy baja categoría. Ganar menos que un estibador del muelle a base de copiar libros de asientos contables en una sala pequeña y polvorienta no es lo que tú esperas de la vida. Has sido preparado para otras cosas.

Así que te dedicabas a hacer recados para Algernon, el dueño de la Pequeña Irlanda. Cuidabas también a su anciano padre. Fregabas el suelo, regañabas a su numerosa prole y te dedicabas a ver pasar el mundo delante de tu vista, en la persona de muchos marineros atraídos por la buena cocina del local y su no menos buenos licores y cervezas.

Cuando han entrado estas seis personas llevaban escrita en la cara la aventura, en los gestos y en las ropas. Un tipo delgado y de aspecto triste y abatido, una señora bajita y habladora, otro alto, con bigote, gafas de pasta y feo como un pecado, otro joven y de apariencia afable, un señor al que la señora acaba de invitar a una cerveza que, en efecto, parece algo amargado y otro con grandes patillas y ropas más humildes que las del resto que habla en un acento que no es el de los otros. Estos son americanos y, por lo que acaban de decir, vienen con la expedición que capitanea tu padre.

A ti no parecen haberte visto. Tú ahora estás pasando a limpio algunos libros de -como siempre- contabilidad. De algo sirve tu bella letra, aprendida a base de palos en el caro colegio que pagó tu padre. Estás en un rincón oscuro de la pequeñísima oficina que hay justo saliendo del office a la derecha (si vas de frente, llegas a la cocina, donde se escucha ruido de perolas). Por el espejo que tienes delante puedes ver quién entra y sale del local, y así lo has puesto tú muy convenientemente, siempre curioso y atento a los movimientos de la Pequeña Irlanda.

Quizá la Pequeña Irlanda sea ya demasiado pequeña para mi. Piensas.

Que sea otra para mi, y con su espuma, bien tirada, como he visto que sabe hacer, caballero. ¿queda muy lejos el victoria market, por favor?

Tim era mas de absenta y espirituosos mas fuertes, pero en esta ocasion, la cerveza era lo mas propio para brindar por el aleman.  Sin esperar la respuesta del barman, decide comentar.

Por nuestro heroe, nuestro compañero y amigo. a su salud!

Pooster pegó un enorme sorbo, dejando la jarra terciada, a la par que pensaba para si cosas sobre su compalñero caido. parecia mas absorto de lo normal.

tras el largo buche, miro a menez y observo sus gestos y lo que decia. se podia ver claramente, a sus ojos de psicologo, que algo estaba tramando.

Aun asi, le dejo actuar a su aire, como si de un juego se tratara.

Pues si señor. Queda bastante lejos. Eso está en Melbourne, en el centro, por así decir. Ustedes se encuentran ahora en Port Melbourne. Yo tomaría un coche para ir. El señor O'Hara respondía primero a la última pregunta, mientras servía cervezas de color negro y consistencia espesa. El reposado de la espuma duró lo suficiente como para que se interesara por la situación, procedencia y destino de sus clientes, curiosidad que, antes de que nadie pudiera (o quisiera) remediarlo, satisfizo el bueno de Avery Giles.

...de América, si, amigo. Estados Unidos. Como lo oye. Y nos vamos derechos a la Antártida. Seguro que lo ha visto en los periódicos. Algernon asentía en los momentos apropiados mientras preparaba los  vasos y mandaba la comanda a la cocina para que sirvieran un Colcannon con un arenque salado. Lo que llegó, al cabo de poco tiempo, se parecía a esto:

Despedía un aroma fuertecillo. Llevaba col, a buen seguro. Patata rebajada con algún tipo de crema, o leche. Una buena cantidad de ajo crudo. Estaba caliente.

...y hemos estado a punto de volar por los aires. Si no hubiera sido por el señor aquí presente, que desarmó la bomba, y por el señor Kleiver, que en paz descanse, que luchó fieramente contra el Jonás. Hasta la muerte. Por eso, brindamos por él, y derramamos la primicia de nuestro ágape sobre su inmaculado suelo, señor. ¡Por Kleiver!

Giles, que en cuestión de oportunidad andaba más avispado que Menez, sobre todo si no se trataba de alguna diablura para sacar ventaja, pisó la intención del brindis casi sin pensarlo. Todos brindaron. Los vejetes, que habían escuchado todo, se quitaron las gorras en señal de respeto.

...y opino que el señor Starkweather es un hombre vigoroso como el que más. Pero: ¡torpe! Hemos estado semanas y semanas revisando los pedidos que él mismo hizo y, bueno. A saber qué nos encontramos con lo que toque hacer aquí que no se haya perdido o esté pedido de manera...

De manera que aquí estamos, interrumpió Laroche con una voz potente difícil de superar, bastante mosqueado por cómo abría la boca el mozo. Le apretó el hombro con quizá algo más fuerza de la necesaria. Sin poder fumar, ya que los médicos nos han prohibido contaminar los pulmones con el humo del tabaco. Así que tengo un hambre que muerdo casi cada hora del día. Creo que estoy engordando. ¿Me puede traer otra ración de lo mismo, jefe?

Por mi parte, creo que los jefes se complementan a la perfección. Lo que no es capaz de hacer uno, el otro lo borda. Y por eso estamos vivos, aparte de las hazañas de Peabody y de Kleiver. Por el trabajo en equipo, diantre.

Volvisteis al barco a informar de la situación. Durante vuestra gestión la masa de periodistas se había disipado. Starkweather, al parecer, estaba echando una siesta.

Tras hablar con vuestro superior, Pulaski, pareció adecuado hablar con Moore del problema. Lo habíais encontrado con los doctores, haciendo curas a los perros que todavía tenían problemas.

Moore estaba en su camarote, trabajando, como siempre. Sin embargo había un cambio en su actitud que os sorprendió a todos. Estabais Pulaski, Snabjorn y tú.

Jamás, a pesar de todas las dificultades, habíais visto a Moore a punto de perder los nervios. No parecía saber qué hacer con las manos. Temblaba ligeramente. Su mirada era más inmóvil que nunca. Sus ojos fijos tras las gafitas. Pero le temblaba un poco la barbilla y movía las cosas de su estudio, sin acabar de encontrar la manera perfecta de encajarlas con matemática precisión.

Por fin fue capaz de hablar.

Veo que han sido ustedes de los pocos que no han participado de esta vergonzosa escapada, y su actitud les honra. Volvió a tragarse la bilis reconcentrada que estaba saboreando. Jamás hubiera pensado que un puñado de hombres hechos y derechos fueran capaces de comportarse como simples colegiales, fugándose en busca de... miró a la pared. Les habría dicho que, por precaución, hicieran uso de aquellos expedicionarios en los que confiaran plenamente, pero ¡ya ven! No hay nadie, excepto los médicos. Se han largado a hacer su escapadita. A saber qué nuevas sorpresas nos depararán los recados que tan eficientemente ha hecho James. Esto era inaudito. Jamás le habíais escuchado criticar a Starkweather. Eso daba cierta medida de su enfado.

Por fin, respiró. En fin. No tienen a nadie, pero han de moverse con rapidez. Busquen ayudantes indígenas, y roten ustedes para cuidar a los perros y para vigilar que el pemmican esté aquí en tres días justos.

¿Alguna pregunta?
 

El Colcannon era una de las especialidades de la taberna irlandesa, y pronto la demanda de otra ración por parte de Laroche salió desde la cocina casi de modo ipsofacto. La olla, humeante y con un potente olor a ajo y col, la traía un muchacho dando tumbos que a punto estuvo de derramar su contenido antes de llegar a vuestra mesa.

Pese al gruñido desde la barra del irlandés, Algernon, el joven - no tendría más de quince años - rubio y de tez oscura, se empeñó en colocarla en la mesa, no sin ciertas dificultades. Puso la comida frente a Menez, casi tapando su visión por completo del resto de contertulios, viéndose a sí misma reflejada en la olla metálica.

El chico miró con cierto entusiasmo a Giles, quedándose a su altura, con expresión bobalicona. Como si despertase de repente de algún tipo de pensamiento profundo, echó mano del cucharón con unas manos llenas de manchas negras en el índice y el pulgar, y comenzó a servir en cuencos más pequeños el mejunje y ocupándose de que todos tuvieran su ración. El dueño de la Pequeña Irlanda le hacía gestos imperceptibles al chico para que os dejara en paz, hasta que lo dio por imposible y se concentró en servir más cerveza.

Parecía acercarse la hora del almuerzo, y pronto el mozo que acababa de aparecer se encontró abrumado de trabajo. Estibadores, marineros en puerto, obreros de la construcción.

En pocos momentos Algernon, el de la barra, estuvo demasiado ocupado como para charlar. Voces en extraños acentos pedían su bebida y su comida. Por la puerta entraron, también, los dos chavales, Morehouse Bryce y Thimoty Cartier. El paleontólogo y su ayudante.

¡Vaya! Dijo Bryce, uniéndose al grupo. Así que estabais aquí. Menuda cara que se le estaba poniendo a Moore. Ha sido una estampida. A nosotros casi nos pilla. Me parece que el Gabrielle se ha quedado completamente vacío.

Cartier se acercó a la barra, para pedir dos pintas...

Y eso de ahí, que tiene buena pinta, dijo señalando un plato lleno de salchichas y puré de patata. ¿Qué hacían? Comentó volviéndose a los compañeros. ¿Cotillear? ¿Conspirar? ¿Contar chistes? Aprovechen, señores, que nos espera una buena cuando lleguemos. Soltó una risita.

A tí se te iban los ojos, a pesar del trabajo que se acumulaba, hacia los tipos de la expedición. Se habían unido dos más. Tenías que estar ahí, de alguna manera. Contactar con tu padre te llenaba de aprensión, pero por algún lado había que comenzar.

Menez sonreía con la algarabía montada en la taberna. Era justo lo que necesitaba.

- Es verdad que se te está ensanchando un poco el rostro, Laroche.- Bromeó con el radio sobre su ganancia de peso por dejar de fumar.- Un poco más de masa corporal no estropeará esa voz tan bonita, al contrario.- Bebió un trago de la espesa cerveza y cuando el joven cocinero puso la olla frente a su rostro y se vio reflejada, vio cómo la espuma le había hecho engrosar su fino bigotillo. Inmediatamente se limpió con la mano.- Oye chico, y después de este...Colcannon. ¿Cómo hace una para quitarse el aliento a ajo?Jijiji- Tomó algo de su contenido con una cuchara y se lo llevó a la boca poniendo una mueca entre disgusto y satisfacción.- Esto está fuerte, diablos.  Me lo esperaba por el olor...cof, cof.- Bebió otro trago de negra cerveza para tragar el contenido de su boca.- Pero está bueno, sí señor.- Al menos no estaba envenenado como la comida de Henning. Esperaba que se estuviera revolviendo en la tumba. El rostro del joven había fascinado a Menez. Cuando llegaron el paleontólogo y su ayudante, Menez les hizo señas para que se sentaran a la mesa.- Sentaos a comer y beber algo. Ya que estáis aquí, que Moore se enfade con razón jeje. Precisamente hablábamos de Starkweather. ¿Qué opinas ustedes de él?

Alex bebió con fruición otro trago de la espesa cerveza, contemplando la llegada de los compañeros del barco algo molesto, aunque procuró disimularlo. Esperaba, en realidad, tener la ocasión de hablar en privado con Menez y Pooster. Sin embargo, adoptó su pose más cortés, y saludó a los recién llegados, moviendose en la mesa para hacerles sitio.

Starkweather... - respondió por fin, ante la insistencia de Menez - Por mi parte, Moore me ofrece mucha más confianza, si he de ser sincero; y creo que haríamos bien en permanecer todos vigilantes ante todas las decisiones que puedan afectar a la supervivencia del grupo... - tras tirar la piedra y esconder la mano, espero las respuestas de los demás.

Bueno, bueno. Moore se secó el sudor con un pañuelito y miró el papel en el que había estado escribiendo. Resuelvan el problema. Contraten gente donde puedan y a trabajar.

Así que ahí estabais el equipo de guías polares, en la bodega de los perros, tras el informe de los médicos que decía que cada vez iban mejor. Sobre todo cuanto antes se llegara más al sur, donde el clima impediría infecciones y les facilitaría la vida en general a las pobres bestias que todavía tenían problemas respiratorios y alguna convulsión en momentos críticos del día.

Eso significaba no solamente cumplir con el trabajo que se os había encomendado, sino hacer lo posible por que los otros hicieran también el suyo.

Me jode ser un aguafiestas, pero los perros lo necesitan, dijo Pulaski. Mientras los demás nos ponemos con la contrata alguien debería ir a buscar a esos merluzos y ponerlos al trabajo. ¿Voluntarios?

Un cabrón estirado, dijo Cartier. Sin más. Bueno para nada.