Partida Rol por web

Bonito, achispado, conducía a Pingo por la calle principal. Un viento anunciador de lluvia, procedente del norte, batía los tejados y agitaba sus ropas y las crines del caballo.

Al pasar frente al banco, vio a Edgar Mortimer, el director, saludando a aquellos dos ayudantes del sheriff, Richmond y Taylor, mientras se disponía a abrir las puertas.

Siguiendo la misma acera, el viejo Lucius Broken, uno de los pares del pueblo, barría la puerta de la tienda de abastos y lo observó con suspicacia.

Al torcer hacia la izquierda, descubrió a un centinela en el porche de la oficina del sheriff, sentado en una silla, con el sombrero ocultándole el rostro y un rifle en el regazo.

Cerca de su meta, le vinieron a la nariz los olores del pan recién hecho. Unos gruñidos le hicieron desviar la vista. Era Turner, el panadero, que espantaba a unos perros del local.

Pingo, bien acostumbrado, caminó dócilmente hasta el abrevadero del saloon de O’Malley. Junto al umbral, distinguió un cuerpo tirado. Reconoció de quién se trataba por los ronquidos y el sombrero de copa emplumado: Magus, el comanche, dormía la mona. Justo cuando descabalgaba, Mary empujaba las puertas oscilantes, cargando con una cubeta de agua.

-Estoy harta de tener que limpiar tus vómitos, indio asqueroso –proclamo antes de volcarla sobre el pobre diablo.

La mujer se rió con malicia mientras Magus disparaba sus miembros y se encaramaba asustado a la barandilla.

-¡Mujeruca! –la increpó el indio al advertir lo que había pasado. Fue el primero en reparar en el vaquero: -Bonito, mi buen amigo. ¿Tienes algunas monedas de sobra?

Mary se giró sorprendida. Su cara era simpática, y sus formas agradables a pesar de ser un poco enjuta. Sus ojos se iluminaron al verlo y corrió a recibirlo mientras él ascendía por los breves escalones haciendo resonar sus espuelas.

-¡Oh, eres túu! –exclamó con alborozo. Si bien frunció el ceño casi simultáneamente y lo abofeteó con suavidad, reponiendo con impostado enojo: -¿Dónde estuviste todo este tiempo, truhán? Te esperé el fin de semana pasado, sufriendo como una loca.

Zack cubrió la pequeña distancia hasta la orilla, conduciendo a su caballo, con cautela. El sonido de sus espuelas y de los cascos era devorado por el crepitar de las aguas, empero. Lo hizo justo para ver apenas a un casaca gris, corpulento y astroso, terminar de cruzar el río y perderse entre los pinos.

-La verdad es que he disfrutado de su juego a pesar de perder casi todas las manos... he aprendido mucho- reconoció Lewis con una sonrisa cómplice mientras apuraba el vaso de whisky de la última ronda finalziando con un pequeño resoplido debido al intenso requemor causado en la garganta.
Después se inclinó hacia delante y prestó atención a las palabras de Norton. Al principio no pudo evitar mostrarse sorprendido, pero su expresión enseguida cambió a una más seria. Estaba claro que compartía la opinión de ese hombre.

-Creo que todavía nadie comprende como consiguió ese puesto...- admitió mesándose un poco la braba, pensativo y dubitativo mientras su compañero de partida empezaba a alejarse.
Tras apenas un metro recorrido en el exterior del edificio, Lewis alcanzó a Norton, deteniéndole al apoyar una mano en su hombro.

-Todos queremos que ese malnacido regrese al lugar donde debería estar, pero su plan... es decir, ¿cuál es su plan? Él cuenta con al menos un par de hombres que le darán apoyo, probablemente más. ¿Sabe si va a estar solo?- si lo que tenía planeado resultaba convincente... bueno, en tal caso Lewis no tenía mucho que perder.

Thomas Norton había abierto las puertas oscilantes del saloon Sullivan con rostro patibulario y caminado unos pocos pasos sobre el entarimado, justo para apoyarse ligeramente sobre el hombro derecho en uno de los soportales.

Aquel hombre que vestía como un yanqui se tomó unos segundos para responder a Lewis, que lo había seguido, solemne. El sonido de las campanas comenzaba a extinguirse y la calle principal a llenarse de vida. Maxwell, el herrero, abría las puertas de su negocio, y Rutherford hacía lo propio en la armería de enfrente.

-Estará solo. Y su soberbia lo atará –dijo. –Sé que ha ido a recoger a alguien en la estación.

A continuación, miró a su izquierda. A la altura del banco, como a unas ochenta yardas, una escena tocaba a su fin: una joven ceñuda daba la espalda a dos de los simios del sheriff y a un joven que de inmediato y con evidente azoramiento arreaba al tiro de su carromato rumbo a la tienda de abastos de Broken. Las formas de la vaquera eran sensuales, a pesar de su envaramiento; sus caderas se cimbreaban excitantes mientras caminaba hacia ellos, a pesar de sus ademanes masculinos.

Luego miró a su derecha y lo vio aparecer, torciendo la esquina inmediata, procedente de la estación. Era el sheriff, el motivo que lo había traído hasta Little Troy. Su aspecto era resacoso, y la charla de su acompañante no parecía estar ayudándole.

-(…) demasiadas quejas. El general Grant está furioso –venía amonestándole un teniente unionista de rostro aniñado y porte estirado.

Unos segundos después surgía otro personaje: un viejo vaquero, hosco y perdido en sus propios pensamientos.

La dirección que tomaron fue la misma: calle arriba, hacia Lewis y él mismo.

La pareja estaba punto de alcanzar el saloon cuando Norton llamó:

-¡Garrison!

El sheriff ralentizó el paso, dedicándole su atención.

-¿Qué ocurre, Gabriel? –intervino el teniente luego de unos segundos de extrañeza.

El sheriff se detuvo finalmente para responder, ya a unos cinco metros, y respondió:

-No tengo ni la más remota idea, teniente. Tendrá que contárnoslo este… desconocido.

Norton bajó a la calle con cautela, abriéndose la chaqueta.

-He venido a ajustar cuentas contigo –proclamó.

Garrison frunció el ceño.

-Entiendo. Y… Tengo mala memoria. ¿Por alguna razón en especial? –repuso.

-Esos guantes –Norton los indicó con la barbilla. – Me pertenecen. Teniente Blake, apártese.

El militar accedió tras un breve titubeo, mientras Norton se ponía en guardia, presentado su perfil derecho, a imitación de los duelistas, y Garrison se rascaba el cuello con resignación, trasteando en su memoria.

De repente pareció recordar y una sonrisa iluminó su rostro.

-¡Já! ¡El tahúr! ¿Qué te parece? –estalló. Soltó las muñecas a los flancos y estiró brevemente los hombros hacia atrás. –Muy bien. Como tú quieras.

El comanche con su tufillo daba muestras de interesada amistad.

Sonriendo animadamente, el vaquero negó con la cabeza

Lo siento amigo, hasta que no salgan las longhornes no veo un centavo... Y, ya sabes cómo es esto Magus... Oh...

Dice con fingida sorpresa al ver a "su dama", y recibe la cachetada feliz, sabedor de cuanto le espera.

Juguetòn, la abraza por la cintura y la hace girar sobre sus talones, ella en el aire sin dejar de hacer preguntas

Veràs preciosa, ha estado duro, no tanto el trabajo como las ganas de tenerte conmigo ja ja ja venga! Deja de retarme, que extraño tu cariño y... Estoy todo roñozo, no me vendrìa mal un baño con la más hermosa de las damas ¿què dice mi pequeña?

Dice, totalmente irreconocible de aquel silencioso pistolero que poco tiempo atrás se liara, y que sin problemas lo harìa una y otra vez... No, aquél era su pequeño bastión, allí podía bajar la guardia...Un poco al menos.

Lewis se detuvo junto a su contertulio y le prestó atención. ¿Realmente sería posible...? Si era cierto lo que decía quizá la ciudad pudiera resurgir de sus cenizas como se merecía,  con un sheriff que se mereciera el puesto, para variar un poco, aunque suponía que ese detalle resultaría algo más complicado.
Entrecerró los ojos al distinguir en la lejanía a Josie, cuyo movimiento contempló con ensimismada fascinación, hipnotizado. Estaba demasiado lejos para distinguir su mirada descarada así que por una vez decidió no apartarla, recordando viejos tiempos mejores cuando ella aún aceptaba llevar vestidos para bajar al pueblo y sus hermosas faldas hondeaban entre sus esbeltas piernas. Un ángel, un ángel torturado probablemente por su culpa.

Lewis inspiró aire hondamente en ese momento y se aferró a su propio rifle con más fuerza, apartándose de la posición de Norton un par de metros.
-Espero que sepa lo que es un duelo entre dos hombres, no me gustaría comprobar que incumple alguna norma... Sheriff- pronunció la última palabra sin disimular su desdén y mantuvo su arma preparada. Si el teniente o cualquier otro decidía abrir fuego por su cuenta él también lo haría.

Ya lo tenía claro: no perdía nada excepto su vida, y eso francamente ya le importaba más bien poco, así que tal vez pudiera arrastrar con él a esa panda de desgraciados.

¿Un casaca gris? el muchacho frunció el entrecejo mientras intentaba pensar con rapidez y atar cabos, pero estaba en un momento complicado para hacerlo. Aún así, el recuerdo de lo narrado por Príamo afloró a su mente, y una terrible sensación de que algo iba mal se acomodó en la boca de su estómago.

Retrocedió y buscó de nuevo con la mirada a Sarah, su visión avivó de nuevo el deseo, pero intentó apartarlo pues otros asuntos, tal vez más importantes pero igual de urgentes reclamaban su atención.

Debemos regresar, he visto a un casaca gris, puede que se tratara de lo que nos contó el hombre en el rancho

Nuevamente ese afán por demostrar que era legal, que nada tenía que ver con asuntos turbios, se anteponía a todo, y aunque en el fondo de su corazón temía poner a Sarah en peligro, sabía que ella no quedaría atrás, incluso puede que se ofendiera con solo insinuarlo. Espero a que la joven diera el primer paso, para seguirla y regresar al galope.

Cuando este asunto se soluciones, nos iremos de este lugar dijo con convicción, pues creía en ello firmemente, le seducía compartir su tiempo con la joven vaquera, aún tenían mucho que descubrir uno del otro.

Las palabras de Zack fueron mucho más elocuentes que esa mirada que amenazaba con hacerla perder el piso. No dudó ni un instante sobre lo que les tocaba a los dos hacer a continuación pero quizás no era el mejor momento, si se movían quizás les vería y si se quedaban quietos... Imposible, vería a los caballos y no tenían el tiempo de esconderlos, ni quería. Sarah le hizo una seña con la cabeza a él, aún con el sombrero de Zack colgando del cuello, el suyo permanecía atado a las riendas de su caballo.

-No vamos a averiguarlo, ¿o sí?

Dio un paso más pero no pudo evitar detenerse al oírlo decir que se irían de ahí y se detuvo en seco, volviéndose de pronto a su amigo de la infancia. Lo miró a los ojos, intentando descubrir si era en serio o había sido algo dicho como al pasar pero de pronto supo que era cierto y sin pensar, teniendo la cabeza muy lejos del peligro, recorrió de vuelta los tres o cuatro pasos que le separaban de él y poniendo una mano en su cuello, lo sujetó y lo besó apasionadamente, dedicándole unos cuantos segundos a aquella maravillosa entrega. Luego lo soltó, bajó la vista unos instantes y volvió a darle la espalda.

-Ahora si que podemos irnos...

Y se montó en su caballo con ligereza.

Josie iba rumbo al Saloon Sullivan, dándole vueltas a lo que acababa de hablar con Andy y los hombres del sheriff cuando se encontró con la escena. No tenía idea de quién era ese hombre que retaba a Buentino, mucho menos cuál era la identidad del que lo acompañaba, pero estaba claro que ahí habrían problemas y que si ella no se movía luego iba a quedar justo en medio, si no es que ya lo estaba.

Josie se hizo a un lado del camino, a esas alturas ya había reconocido a Lewis quien estaba junto al desconocido que retara al sheriff. Notó que éste llevaba su rifle y que se había armado con éste... estaba preparado para usarlo.

-¿Qué diablos está pasando? -se preguntó y, sin interponerse en el camino de los dos hombres, fue directo hacia Thomas- ¿Me puedes decir en qué clase de líos te metiste, Lewis?

A Miles le habría gustado tener la escopeta a mano, pero se encontraba en la funda, en el arnes de su viejo compañero, plomo. Asi que acarició por un momento su revolver y le quitó el seguro a la funda. Miles era uno de los pocos vaqueros que llevaba las armas así, la mejor forma para que nadie se las quitara sin darse cuenta... es más, el idiota que lo intentara se llevaría no solo una buena sorpresa sino además un buen codazo en plena cara.

Anduvo a paso lento, colocándose en el lado opuesto de donde se encontraba Lewis, a la espalda del oficial del ejército. Se apoyó sobre la pared y se puso a mascar tabaco. Miró de soslayo a Josie y a Lewis y sopesó la destreza de los dos pistoleros, de lo poco que sabía. - esto puede acabar muy mal - reflexionó pero lejos de querer meterse en camisa de once varas se quedó quieto y alerta,  y aunque sus intenciones no eran para nada hostiles si se liaba un tiroteo quería encontrarse a cubierto y con blancos fáciles.

Lewis prestaba atención a los movimientos de los hombres cercanos a su posición, sobretodo a los del teniente puesto que era el único que podía arruinar el duelo que iba a llevarse cabo y si era tan traicionero como el propio sheriff... estaba claro que era alguien de quién preocuparse, si no a bien sgeuro que no serían camaradas.
La voz de Josie irrumpió su concentración más cerca de lo que creía posible, por lo que no pudo evitar mirarle de reojo fugazmente.

-Sabes que no me gustan demasiado pero... Ése hombre quiere rendir cuentas con Garrison y sólo quiero asegurarme de que nadie hará trampas. No tiene porque pasar nada- explicó intentando quitarle importancia y peligrosidad al asunto, aunque nunca estaba de más prevenir y por eso optó por resguardarse levemente tras una de las columnas de madera del Salón Sullivan.

-Quizá consiga que este pueblo vuelva a ser tranquilo de verdad- comentó señalando con un gesto de cabeza a Norton. En realidad ese era el motivo por el que le apoyaba y poco más.

La advertencia de Lewis consiguió que Garrison observase al hombre posicionándose detrás del soportal y departiendo con Josephine, aquella chica ridícula. “Así que ese es tu acompañante… Ya os arreglaré a todos las cuentas en Ithaca en cuanto ate un par de cabos”, pensó con genuino odio y escupió en la dirección de ambos, antes de volver a confrontar su mirada con la de Norton.