Partida Rol por web

Llega el fin de semana. Tu hija sale con sus amigos y, casi inmediatamente, tu te arreglas para subirte al taxi. Enchufas las luces, enciendes el motor y sales a "patrullar" la tranquila, fría y, a veces, en una extraña forma, tenebrosa, ciudad de Munich. El silencio de las calles puede oírse, salvo en las zonas de discoteca, donde la música suena a un volumen bastante normal para ser una fiesta.

Las horas pasan tranquilas. Todavía es temprano y los clientes son pocos. Gente muy joven o adultos que han terminado sus citas nocturnas. A eso de las tres de la mañana te diriges hacia el centro comercial del Norte, donde suele haber más actividad.

La tranquilidad de la noche me mantiene relajado, pues cuanto más tranquilo menos probabilidades hay de que le pase algo a mi niña. Intento pensar que no le sucederá nada, que ya ha salido otras veces, que son un grupo algo grande... Pero la preocupación siempre puede conmigo y no me calmo hasta que la veo acercarse al taxi.

Lo mejor era mantenerse ocupado. Conduzco despacio, echando un vistazo a los alrededores en busca de posibles clientes y con curiosidad, para hacerme una idea del ambiente que se respira hoy en la ciudad. Tenía pensado estacionar en alguna parada de taxis de la zona comercial del Norte, donde podría conseguir algún cliente, y alejar mi mente con la ayuda del libro que me había traído, una historia detectivesca que tenía por la mitad. 

Estás allí durante una media hora, en la que avanzas a trompicones por la absorvente trama del libro. Miras de vez en cuando por encima de éste, esperando ver un nuevo cliente, y tu deseo finalmente se cumple.

Un hombre de edad madura, con gafas de sol, chaqueta de cuero y botas te hace un gesto desde una de las esquinas del centro comercial.

Al ver el gesto no tardo en devolvérselo, para hacerle saber que lo he visto y que ya voy. Dejo el libro aun lado mientras mis ojos intentan descifrar una última frase en movimiento antes de cerrarlo. Enciendo el motor y acerco el vehículo hasta mi cliente mostrando una sonrisa agradable, esperando a que monte para saludarlo con un "Buenas noches". No puedo evitar echarle un vistazo en detalle intentando descifrar su personalidad, pretendiendo descubrir si pretende darme problemas.

El cliente se sube al taxi. Tiene una pinta extraña, típica de pandillero, pero parece muy sereno. Se sube y se coloca justo en diagonal.

El efecto de la luz hace que su piel se muestre realmente pálida, contrastando mucho con sus ropas oscuras. Sin apenas mirarte dice.

- Al ayuntamiento nuevo, por favor.

Es una voz potente, grave, pero que suena tranquila, pausada.

La serenidad del cliente me tranquiliza, no me hará perder la noche por tener que limpiar con asco un vómito. Aunque su palidez me extraña. Lo atribuiría rápidamente a las drogas o el alcohol si se mostrara menos despejado. Podría ser una enfermedad o que sale poco de casa. 

- Allá vamos.- 

Arranco en cuanto me indica la dirección y el trayecto se forma en mi cabeza de manera casi automática. Ya eran muchos años recorriendo aquellas calles y me las conocía perfectamente. Escogí, como siempre, el recorrido más rápido. 

- ¿Una noche tranquila? - pregunte de manera agradable, intentando dar algo de conversación para hacer más ameno el paseo. 

- Si... una noche tranquila. - Te parece ver un amago de sonrisa en la cara de tu cliente por el retrovisor, pero al pasar una luz y volver a ver la cara, ésta se mantiene seria.

- Aunque la noche no ha hecho más que empezar. ¿Y usted, ha tenido una noche tranquila?

Notas claramente que la pregunta es meramente formal, ya que el hombre esta mirando por la ventana, atento a algo que no alcanzas a ver.

Era un hombre que no me coincidía demasiado con su aspecto, pero ya me había encontrado gente de todo tipo desde que conduzco el taxi y este no es el más raro. 

- De momento si, pocos clientes. Pero como dice, la noche no ha hecho más que empezar. - 

Aunque espero que siga tranquila y no le pase nada a mi pequeña...

- ¿Hay buen movimiento por el nuevo ayuntamiento? 

Esperas a su respuesta cuando de repente algo pasa por delante del coche obligándote a frenar. La puerta de atrás se abre y ves por el retrovisor cómo una chica entra asustada, retrocediendo medio arrastrada hasta el cliente, que no reacciona. La joven cierra la puerta y te suplica.

- ¡Ayúdeme, por favor! ¡Me persiguen!

No te da tiempo a reaccionar cuando otro golpe suena en el coche. Delante de ti, iluminados por los faros del vehículo, tres pandilleros con crestas, pulseras de pinchos y chaquetas desgastadas miran con una mueca burlona.

La chica repite su súplica y el otro hombre te mira, pero sin decir nada ni mover un dedo.

La situación me pilla por sorpresa pero, afortunadamente, me da tiempo a frenar. Una joven, que intuyo que ha sido quien ha cruzado por delante del taxi, entra en la zona trasera y pide mi ayuda. No me da tiempo a pensar nada antes de que un golpe en el capo llame mi atención. 

-Se acabo la tranquilidad.- 

Pulso el cierre automático de todas las puertas. No puedo negarle mi ayuda. Si fuera mi hija me gustaría que la ayudaran. Ojala lo hagan...

Echo mano del bate de béisbol, dejándolo a la vista de los pandilleros, a la vez que lanzo una mirada intimidatoria. Espero no tener que bajar para hacer uso de él. Giro el volante para esquivarlos, vigilando sus intenciones sin quitarles el ojo de encima. Era posible que consiguiera salir del embrollo con solo una luna rota. Firmaría por ello. 

Los pandilleros se ríen ante tu amenaza y empiezan a dar golpes al taxi. Uno de ellos pasa al lado del coche y empieza a estirar del manillar de la puerta de atrás, donde está la chica.

Ésta reacciona gritando aún más fuerte.

Mi amenaza no solo no consigue amedrentarlos sino que encima los envalentona y empiezan a golpear mi taxi. No puedo salir para enfrentarme con ellos, aunque tenga un bate ellos son tres y me pueden rodear con facilidad. La única opción es sacar el coche de allí.

Piso el acelerador, primero dando varios acelerones cortos pretendiendo que se quiten de delante del vehículo. Aunque la situación empieza a ponerme tenso y, pese a estar relativamente seguro dentro del taxi, empiezo a temer por mi integridad física. Las circunstancias estaban a punto de empujarme a pisar a fondo y pasarlos por encima si era necesario, algo que no quería hacer. 

Los pandilleros se apartan ligeramente, pero siguen obstaculizándote el paso.

Al fin el cliente habla, pero sus palabras no te dan alivio alguno.

- ¿Por qué no baja? Usted puede con ellos.

No bromea. Su voz es tranquila, pero hay mucha seguridad en lo que dice, o al menos en cómo lo dice.

No quería atropellarlos y no me daban opción. Por otro lado el cliente me dice que baje, que puedo con ellos. Me sorprende, mas cuando él no parece hacer nada por mejorar esta situación. Aunque los vándalos empezaban a ponerme de mal humor y las ganas por salir a darles una lección crecían dentro de mi.

- Claro, ¡salga usted! -

Digo casi gritando, claramente tenso por la situación. 

Ya cansado de todos esto empiezo a usar el claxon y a girar hacia la izquierda mientras doy acelerones, intentando que los pandilleros queden lo más a la derecha del capo sino consigo que se aparten de mi camino.

Los gritos de burla de los pandilleros, el no poder avanzar e irme y los sollozos asustados de la niña empiezan a superarme. Entonces agarro el bate con la derecha y, si veo que tengo tiempo, abro la puerta e intento golpear al que esta a mi lado. La idea era cerrar de nuevo la puerta, pero si lo dejo fuera de juego pretendo salir a espantar a los otros dos. Se acabo la juerga. 

No consigues apartar demasiado a los pandilleros, que se mantienen en el frontal del coche, pero ya cabreado abres la puerta de un golpe y el tio sale hacia tras, cayendo al suelo.

- Ahhhh!!! ¡Hijo de puta, me has partido la nariz! - Grita, mientras se retuerce en el suelo.

Los otros dos frenan durante unos segundos. Quizás es tu momento.

Salgo del coche de manera violenta, mostrando mi gran tamaño y alzando el bate dispuesto a usarlo.

- ¡LARGO DE AQUÍ! - grito a los pandilleros a la vez que le arreo una patada a su compañero herido, más para acentuar mis palabras que para provocarle daño. - ¡O VOSOTROS TAMBIÉN QUERÉIS! - 

La adrenalina recorre mi cuerpo mientras mi mente espera que se larguen y no me obliguen a seguir combatiendo, una vocecilla de fondo en busca de la cordura que han provocado que abandone. Aunque no me detendrá si pretenden atacarme, pienso defenderme.