Partida Rol por web

Olaya saboreó el té, era reconstituyente. Hablar con una señora tan agradable como esta, lo era más.

-Los Wheeler eh? -Dijo mientras posaba su taza en el platito.- ¿Parece una casa lujosa verdad? Debieron ser una familia bastante rica... Ahora que lo pienso, me comentaron en el bar que habian dejado una suculenta herencia, que sabes de eso querida Maryanne?

- Si, imagino que era una casa muy bonita para la época. Imagínese, cuando llegamos nosotros en los sesenta, aquí a penas había diez casas. Esto era las afueras y nosotros... bueno, nosotros eramos hippies, ¿te lo puedes creer, muchacha? - Vuelve a reirse, haciendo que los ojos se pierdan entre un millón de profundas arrugas - No nos importaba vivir lejos de la ciudad. La casa Wheeler siempre estuvo ahí... - Parece repentinamente preocupada. Notas que se lleva la mano discretamente al bolsillo, jugueteando con algo que tiene en el - De la herencia no sé nada, muchacha. Cuando nosotros nos mudamos la casa estaba vacía, y luego vino el Señor Reese, que en paz descanse...

Olaya notó que la señora se ponia un poco nervisa al tocar el tema de la herencia, sería algo que atacaría más tarde...
-Hippie eh? La verdad es que lo hubiese imaginado, con la vitalidad que usted desprende... ¿Así que cuando ustedes vinieron a vivir aquí los señores Wheeler ya habian fallecido ¿Qué sabe usted de la muerte de estos?

- Mmmmm, bueno... - Bebe un sorbo de su té, despacio, esquivando el contacto visual - Ya sabe cómo son los pueblos. Se decían cosas de la Casa Wheeler. Cosas para asustar a los niños, ya sabe. Y el caso es que nunca estuvo mucho tiempo vacía... La verdad es que no sé qué les pasó a los Wheeler. Mi marido, que Dios lo tenga en su Gloria, nació en Meadowbrook. Les contaba a los niños historias de miedo en Halloween, pero nunca les dejaba acercarse a la casa. Ni siquiera cuando vivía allí el Doctor Weaver, que era un buen hombre...

Silencio. La lluvia cae suavemente en el jardín.

Después de emitir una pequeña risita por el comentario de la mujer Olaya dijo:
-¿Y qué clase de historias contaba su difunto marido?

SMS entrante:

Archivo completo. Me tomo un descanso. Avisadme.
Desde: OLIVER
19:56 24/5/05

- Bueno... Nunca me contó, en realidad. Era un buen hombre, y yo le decía que no les dijera esas cosas a los niños, que los asustaba de veras, pero él insistía que esa casa... - Juguetea nerviosamente con lo que tiene en el bolsillo - Es un mal sitio, si quiere saber mi opinión.

Termina la frase de forma seca, levantándose y retirando las tazas y las galletas. Después se queda de pie al otro lado de la mesa, lejos de ti.

- ¿Hay alguna cosa más que desee preguntar, señorita? Me temo que se hace algo tarde y etngo recados que hacer fuera...

Parece que se ha puesto realmente nerviosa... seguro que me oculta algo.

-Señora Cooper, agradezco su hospitalidad, sólo le robaré unos minutos más. Me interesa hablar con usted y hay un tipo de información que será mejor que me diga.

Saco de mi bolso mi placa y se la enseño.

-Como verá... soy de la policía. Estamos investigando un caso aquí en el pueblo y necesito que me diga todo lo que sepa sobre la herencia de los Wheeler, seguro que si se esfuerza algo recordará...

Maryanne mira la placa con cierto recelo. Parece nerviosa, como asustada por algo.

- Mire, señorita, esa casa... esa casas siempre ha sido un mal lugar. Se lo dije al buen doctor Weaver y no hizo caso. Y ahora se lo digo a usted: Esa casa no es un buen sitio. No se acerque a ella. Cuanto más tiempo permanezca vacía, mejor para todos...

Se acerca con paso cansado a la puerta y la abre, invitándote a salir de nuevo a la calle mojada. La lluvia no ha dejado de caer.

-Tranquila Missis Maryanne, sé que esto es un tema delicado para usted y para los de su pueblo.- Digo guardando la placa y poniendo una mano en el hombro de la señora.

Con voz tenue pero tranquilizadora continuo.

Entiendo que esté nerviosa y asustada, pero trate de hacer un esfuerzo... cuenteme todo lo que sepa sobre la casa y sobre la herencia. Hágalo por el señor Weaver y por aclarar lo que le sucedió...

Se sacude tu mano con un gesto y señala a la calle.

- Lo siento, no puedo ayudarla, no sé nada más.

Su gesto es duro, aunque en sus ojos ampliados por las gafas puedes ver un destello de miedo.

No vas a sacarle mucho más.

Están locos, tooodos locos.

Adiós y gracias por ese aguachirri al que usted llama té!- Digo enfurecida y me marcho. No solo no he recogido ninguna información útil sino ahora me tengo que mojar hasta las bragas.

Me voy a mi coche y voy a la cafetería de enfrente de la biblioteca.

La tarde cae, pero el cielo se oscurece pronto por la tormenta que parece a punto de descargar sobre la ciudad, pero no termina de romper del todo. Las calles están salpicadas de charcos de luz anaranjada de las farolas, encendidas prematuramente para intentar apartar las sombras.

Las banderas de Spooner Avenue cuelgan húmedas e inertes de sus mástiles, como si estuvieran en el cadalso del Sueño Americano.

Aparcas frente al 1206, la única casa que no tiene luces. En medio de las sombras, parece muerta.

O dormida.

¿Qué diablos habrá pasado en esta casa para que todo el mundo esté loco?

Salgo del coche, no sin antes cojer mi pistola y mi linterna, y me acerco a la casa.

Observo la fachada, si tiene verja, si tiene cobertizo, cuantos pisos, etc

La casa apenas desentona con el resto: Una construcción de madera de una planta, cimiento de ladrillo, con una pequeña buhardilla y un ventanal semicircular que da a la entrada. El tejado inclinado es de oscuro, quizás de pizarra, y a la derecha hay un amplio garaje que parece haber sido añadido con posterioridad al edificio.

Se nota el paso de los años, la pintura blanca parece algo descolorida y el canalón que recoge el agua de lluvia tiene largas lágrimas de óxido. Las malas hierbas invaden el jardín, que no tiene valla que lo separe de la acera, y a ambos lados crecen espesos setos sin podar, separando la casa de las de los vecinos y dándole intimidad.

En conjunto, parece una casa vacía y poco atendida. Nadie diría que ha muerto tanta gente entre sus paredes.

Parece una casa normal, pero tiene algo que me eriza la nuca.

Acaricio la funda de mi pistola, tiemblo siempre que pienso que podría llegar a utilizarla.

Avanzo hacia la casa y doy un rodeo, buscando una puerta trasera o alguna ventana de fácil acceso desde el suelo.

Las losas del sendero que lleva a la entrada están sueltas, y cuando las pisas el agua acumulada debajo te moja los zapatos. El jardín está algo embarrado, pero en peores sitios te has metido. De lo que si te arrepientes es de no haber traído un paraguas: La lluvia no termina de descargar con fuerza, pero acabas empapada y con el pelo pegado a la cara y el cuello.

Rodear la casa es fácil, tienen terreno alrededor, lo bastante como para tener tranquilidad. El seto rodea tres de los cuatro lados, frondoso y oscuro en la penumbra. La parte trasera es un gran patio, el doble de terreno que el delantero, pero totalmente abandonado. En algunos lugares se amontonan hojas muertas y basura. La lluvia forma charcos embarrados y hay algunos muebles de hierro apartados por ahí, con la pintura descascarillada.

La parte trasera de la casa tiene un amplio porche con barandilla. Tres escalones de madera suben hasta él. Hay una puerta con la mosquitera rota y una lámpara amarillenta, ya la izquierda dos ventanas, una pequeña y otra el doble de grande, ambas cerradas y con las persianas bajadas.

Actuando como si supiese donde voy me encamino a la puerta trasera y empujo la mosquitera rota, intento abrir la puerta interior.

Las tablas crujen un poco cuando subes los escalones. El polvo se amontona en los rincones, y está claro que hace tiempo que nadie utiliza el porche.

La puerta interior está cerrada.

Pero al menos el saledizo del tejado te evita seguir mojándote.