Partida Rol por web

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Las palabras de Ana todavía resonaban levantando pequeños ecos en aquellos túneles subterráneos. En cabeza iba Ricardo, con su arma preparada, sosteniéndola sobre una linterna que siempre llevaba consigo. Pese a ser una buena linterna, del tipo que usaba la policía, apenas era capaz de atravesar aquella oscuridad que parecía viva, intentando ofuscarlos.

Ninguno quería pensar en los espíritus que habían visto. Porque los habían visto. A estas alturas cualquier atisbo de escepticismo se desmoronaba. Incluso Mario, que era el más reacio a dejarse arrastrar por el ambiente que empapaba aquel pueblo, se veía incapaz de negar todo lo que habían vivido hasta el momento.

El túnel descendía lentamente y cada vez las paredes estaban más húmedas. Sentían una corriente de aire que venía del frente y resonaba el murmullo del mar lejano. Aquellos túneles tenían que conducir indefectiblemente hacia la costa. 

Después de unos minutos descendiendo en fila india el espacio disponible se vio aumentado cuando llegaron a una caverna de gran tamaño. El túnel que habían seguido continuaba ahora en forma de un estrecho puente sobre un pozo subterráneo. El agua se movía levemente, indicando que por debajo de ellos había una conexión directa con el mar, aunque por la superficie también se podía cruzar la caverna hasta otro túnel en otro lado. Había que atravesar aquel puente resbaladizo, cubierto de algas, que tenía una longitud quizás de unos quince metros aproximadamente.

Ricardo chasqueo la lengua. En el maletero de su coche tenía una cuerda que en esta ocasión les sería muy útil. El agua estaba muy cerca y, en un principio, no parecía amenazante pero las palabras de Tomás no hacía más que dar vueltas en la cabeza de Ricardo. Después de lo que habían visto la idea de caer al agua y que alguna de esas criaturas le arrastrasen al interior sin poder salir, le parecía más real que nunca.

—Voy a cruzar. Esperad a que esté en el otro lado y luego cruzáis vosotros —dijo sin la habitual seguridad de siempre—. Sobre todo no os acerquéis al agua. Es absurdo, lo se, pero mi instinto me dice que no es seguro.

Dichas esas palabras Ricardo aseguró la pistola y la linterna en el cinturón y se dispuso a cruzar.

En el momento que Ricardo cruzaba el puente se dio cuenta de que algo nadaba por debajo de él. Al principio pensó que era un pez enorme pero cuando la figura se movió en el agua turbulenta pudo distinguir el movimiento inequívoco de unos brazos. ¿Una sombra submarina? Pero aquello parecía más sólido de lo que se habían encontrado hasta el momento.

Intentó no hacer ningún movimiento brusco ni tocar siquiera el agua. Lo que había allí abajo parecía no haberse percatado de su presencia¹ y así el detective logró cruzar hasta el otro lado. Pero ahora era él quien había perdido de vista a la criatura entre las algas y rocas del fondo al estar a oscuras la laguna.

Toda la tranquilidad que había conseguido acumular Mario a base de pensar en personas y situaciones ajenas a la actual se iba desmontando a cada paso que daban. El túnel se había estrechado tanto que ya era imposible ir agarrado a Ana así que Mario dio un paso al frente y se puso justo detrás de Ricardo. El mechero se había demostrado poco útil comparado con la linterna de Ricardo así que lo guardó y siguió caminando intentando evitar que la humedad de las paredes le estropeasen más la chaqueta.

Cuando llegaron abajo y la linterna iluminó el puente un escalofrío hizo temblar a Mario. - ¿Esto es seguro? - dijo mientras se asomaba tímidamente para comprobar el fondo del pozo. Afortunadamente no parecía especialmente peligroso ni profundo y la proactividad de Ricardo, quien se lanzó a cruzar el primero, le animaron a continuar.

- Ok, te sigo - contestó cuando Ricardo casi llegaba otro lado. Avanzó paso a paso hasta que a mitad de camino frenó súbitamente señalando al agua. Había distinguido esa forma bajo sus pies e intentaba alertar en silencio a sus compañeros señalando hacia ella. Con un hilo de voz temblorosa dijo - ¿Habéis... habéis visto eso?

Miró hacia el frente donde casi podía distinguir la cara de Ricardo animándole a continuar en silencio. Se giró hacia atrás para comprobar que estaba prácticamente en el medio del recorrido así que decidió seguir avanzando hacia el otro lado por un tramo que parecía bastante más resbaladizo que el anterior - Joder...

Mario estaba más asustado de lo que podía reconocer. Bajo las aguas aquello se había movido y unas inquietantes burbujas ascendían en una parte de la piscina subterránea. Los demás estaban tan congelados como él mismo en medio del puente. Finalmente tomo aire y se apresuró a cruzar hasta el otro lado. En su impulsivo movimiento uno de sus caros zapatos resbaló y se metió en el agua, provocando un torpe chapoteo. 

Sin embargo alcanzó al otro lado, donde fue agarrado por Ricardo. 

Ana y Kamil, al otro lado, contemplaban como las ondas del chapoteo de Mario se iban dispando poco a poco.

Poco a poco con un movimiento hipnótico, las turbulencias del agua provocadas por el zapato de Mario se van disipando hasta que únicamente un leve balanceo rompe su calma.

- Pasa tú Ana - dijo Kamil una vez que Mario estaba a salvo al otro lado del puente. - Después me reuniré con vosotros - añadió con una sonrisa...

Ana miro hacia el puente, el agua parecía estar muy cerca y gracias a aquella oscuridad parecía tan negra como el petróleo. Recordando las palabras de Tomás se imaginó que si caía el agua le engulliría y jamás podría salir de allí. Casi le parecio una fantasia de que ser por aquella sombra que vio mientras pasaban Ricardo y Mario.

A estas alturas ya no podía hacer nada, trató de mantener la calma y respiró hondo –Vale- dijo a Kamil cuando la invitó a pasar.

Ana atravesó el puente sobre el agua. Kamil esperó unos segundos antes de seguirla. Cuando estaba por la mitad del mismo la mujer dio un pequeño traspiés pero su amigo estaba lo suficientemente cerca como para cogerla gentilmente y evitar que sus pies tocasen el agua. 

Ambos miraron hacia el fondo del pozo. Entonces vieron aquello. 

Era un rostro vagamente humano pero con rasgos de pez. Unos ojos saltones, al estilo de las ranas, los observaba con una indiferencia inhumana y la enorme boca, perlada de dientes afilados, dejaba salir unas burbujas que ascendían hacia la superficie. Pero si aquella criatura humanoide respiraba lo hacía sin duda por las agallas del cuello. A ambos les vino a la cabeza la imagen de los míticos tritones. En el folclore gallego se los llamaba los mariños, hombres del mar, mitad  humanos mitad pez. 

La criatura los observó unos momentos antes de hundirse nuevamente hacia las profundidades. No se lo pensaron dos veces: la pareja de amigos alcanzó al resto al otro lado. 

Desde el otro lado Ricardo agarró de la mano a Ana, que todavía miraba al agua. Una vez Ana estuvo al otro lado del puente también le alargó la mano a Kamil para ayudarlo a estabilizar su posición. Ambos tenían cara asustada y Ricardo les cogió de los hombros e incluso les cogió la cabeza para centrar su mirada en la de él.

—Eh, eh, quedaros conmigo, aquí. No se que habéis visto ahí abajo pero olvidadlo. Vamos a ponernos en marcha. ¡Ya! Cuanto más tiempo permanezcamos aquí más inalcanzable será nuestra realidad. Seguidme.

Inmediatamente después se puso de nuevo en camino. "No os acerquéis a la costa", se repetía continuamente en su cabeza. Aquellas palabras le habían calado hondo.

Volvió a colocar la linterna bajo la pistola y nuevamente inició la marcha en cabeza esperando que sus amigos le siguieran.

A medida que avanzaban por el túnel notaban una fuerte corriente de aire que venía de enfrente acompañada por un intenso olor a salitre. No os acerquéis a la costa. Cuando llegaron al final de la caverna Ricardo pensó que aquello era una mala broma. 

Estaban bajo los acantilados, donde las olas rompían contra la pared rocosa. Por suerte en aquellos momentos el mar estaba en calma y las marea baja, por lo que el camino de rocas que bordeaba aquella pared permitía pasar, pegándose a la muralla de tierra, hasta una pequeña cala en la que se dibujaba la boca de otra caverna. Aquella tendría que ser, sin duda, la cueva de los contrabandistas a la que se referían los espíritus. 

La cara de Ricardo mostraba la decepción. Había querido evitar la costa y el camino les había llevado precisamente ahí. Agachó la cabeza y las piernas estuvieron a punto de ceder frente al fracaso. Pero no podía fallar a sus amigos, no podía fallar a Teo y, sobre todo, no podía fallarse a si mismo, al concepto que se había formado de si mismo y a su propia filosofía.

—Tenemos que cruzar pegados a la pared —dijo recomponiéndose—. Tengo un mal presentimiento con el agua.

En sus retinas se dibujaban de nuevo aquellas figuras que había visto bajo el agua al cruzar aquel puente. Aquellas estaban inmóviles, como dormidas, pero quizá ahí dentro, bajo el mar, serían más peligrosas.

—Haced lo mismo que yo. Rápido. Muy rápido.

Inmediatamente después de decir esas palabras agarro fuertemente su arma manteniendo bajo ella la linterna. Un pequeño remanso de agua volvía a su sitio tras la ruptura de esa pequeña ola. Era el momento, muy pegado a la pared Ricardo corrió medio agachado agarrando el arma y la linterna con las dos manos. La dirección era clara: aquella otra cueva.

El olor a salitre ya avisaba de que el camino les llevaba directamente al lugar que querían evitar, pero por nada del mundo se planteaba Mario volver a cruzar ese puente de vuelta.
Al llegar a costa, automáticamente pegó su espalda a la roca. Vio que compartía sensación con Enrique. Si había logrado no despertar la atención de esa cosa en el puente, pretendía seguir haciéndolo con lo que hubiese en ese mar.

- Enrique, cuida ahora en la cueva. No entremos de sopetón y nos encontremos otro bicho rabudo esperándonos...

El corazón le dio un vuelco cuando casi tropieza, fue una suerte que Kamil estuviese cerca. Cuando se recuperó sus ojos vieron algo que se movía y no quiso ni pensar que habría ocurrido si se hubiese caído porque una criatura mitad tritón mitad humano les miraba a ella y a Kamil desde las negras aguas, no podía apartar la vista de él.

Alguien tiró de ella, era Ricardo que hizo volver y tomó su cabeza entre sus manos, Ana tenía los ojos muy abiertos y el rostro demudado por el terror pero poco a poco fue volviendo en si al estar en contacto con su amigo.

Por fin llegaron a la caverna y Ana observó algo asustada que el camino les había llevado precisamente hacia donde pretendían evitar, pero ya no había marcha atrás, siguió las indicaciones del detective y se pegó a la pared todo lo que pudo.

El olor del salitre inundaba las fosas nasales de Kamil, haciendo que no pudiese olvidar lo que habían visto en el puente. Esos ojos... los dientes... dispuestos a atrapar entre sus fauces un frío pez...

Al ver como sus compañeros pegaban su espalda a la pared para protegerse, Kamil los imitó.

- ¿Podéis ver algo ahí delante? - preguntó

Una ola salpicó la cara de Ricardo cuando trataba de avanzar hacia el otro lado. Era extraño, el mar estaba completamente en calma y aquel salpicón de agua parecía más hecho a propósito que por el efecto fortuito de un mar embravecido.

Y de repente una voz, un susurro que no entendía y que instaba al detective a acercarse a la costa, incluso a meter los pies en el agua. Era una voz de mujer en un idioma que Ricardo no podía conocía pero que, por alguna razón, podía entender. Le instaba a caminar hacia el agua, a internarse en ese mar en calma.

Ricardo se sorprendió con el agua hasta los tobillos y miró hacia atrás revelando las miradas sorprendidas de los demás.

—¿Lo habéis oído? —preguntó dando un par de pasos para salir del agua—. ¡No le hagáis caso! ¡Corred hacia la playa!

Los brazos de Ricardo señalaban aquella cala donde se esbozaba la entrada a la cueva.

—¡CORRED! —gritó mientras trataba de recomponer sus pasos.

Sí lo había oído. Alto y claro. Pero no era un susurro, era una voz clara y cascada, con un acento muy cerrado. Dentro de su cabeza - ¿Abuela? - pensó. No podía ser, y era al mismo tiempo. 

- El mar en calma - Puede que lo que estuviera escuchando fuera otra cosa, pero la idea que se estaba clavando en la cabeza de Mario era esa - El mar está en calma. No es peligroso. Es mi abuela. - Su abuela había muerto hacía ya más de 15 años y aún la echaba de menos y eso era todo en lo que podía pensar en ese momento. No escuchaba a Ricardo, se había olvidado de la cueva. Esa voz familiar le necesitaba e iba a ir a buscarla. Y sin avisar ni mediar palabra con sus compañeros, giró hacia la costa y se puso a caminar hacia el mar. 

Maldita sea... pensó Kamil al ver como Mario comienza a caminar hacia el mar desoyendo los consejos de Ricardo. Rápidamente y sin pensarlo más, se echó a correr en dirección a su amigo.

Kamil notaba como la adrenalina recorría su cuerpo ya no sólo por la carrera, sino por todo lo vivido desde la llegada al pueblo. El calor subía por sus piernas mientras acortaba la distancia que le separaba de Mario. Cuando Kamil se encontraba a poco más de un metro de distancia, se lanzó en un salto hacia delante asiendo las piernas de su compañero y cayendo los dos al suelo antes de que llegase al agua.

- ¿Pero en que carajo estas pensando? - preguntó cuando fue capaz de recuperar el aliento...

Mario parecía dispuesto a hundirse en el mar sin pensárselo dos veces pero Kamil, por suerte, lo retuvo antes de que lograra avanzar hacia su perdición. ¿Que veía el joven diletante en aquellas olas? Paz, tranquilidad, una manera de huir. Por un momento pareció resistirse al desesperado tirón de su amigo pero de pronto salió de su ensueño. Entonces lo que le había parecido el rostro de su abuela mutó para convertirse en una extraña pareidolia de las olas semejante al rostro de una mujer cuya boca estuviera repleta de voraces dientes. Incluso esa imagen se disipó cuando el mar se embraveció repentinamente.

¡No había tiempo de pensar! Todos corrieron desesperadamente hacia la entrada de la cueva mientras el cielo se encapotaba de forma totalmente antinatural.

Cuando lograron recuperar el aliento Ricardo ya alumbraba el interior de aquel lugar. Había un estrecho camino entre las estalagmitas pero lo que le sorprendió fue un esqueleto que descansaba entre ellas, con una ropa raída que parecía la de un militar de la guerra civil. Se aproximó con cautela para examinar los restos. En lo que fue su cinturón un día todavía pendía una granada de mano. Aunque su aspecto era anticuado - era una granada de bola - el objeto no parecía estar en mal estado. Ni siquiera mojado. Armamento pesado. ¿Valdría de algo en un lugar plagado de espíritus fantasmales? Pero el Cancerbero era algo más físico. Habían escuchado las cadenas y visto como la pared se venía abajo. Quizás, después de todo, aquella granada fuera funcional y pudiera serles de utilidad. 

- ¿Eso es una jodida granada - preguntó Kamil de forma retórica al ver el objeto entre los restos del esqueleto.

- Ricardo, creo que lo mejor será que te encargues tú de ella - añadió después de pensar un poco - no sé si será efectiva contra lo que nos estamos enfrentando, pero creo que tú eres el más indicado para manejar un arma así...

Ana mantenía la espalda pegada a la pared, pero había algo que la atraía hacia el agua, era una atracción que le resultaba irresistible, como un cómodo sillón junto al fuego en una noche helada.

Habia algo que no encajaba ahi, algo en su mente le decia que aquello era peligroso y el grito de Ricardo la sacó de su trance, justo a tiempo para ver como Mario se lanzaba hacia el mar -¡No, Mario!- Kamil reaccionó rápido y se lanzó a por él. Ana respiró y entonces la vio, otra visión como la del puente, de nuevo habian estado cerca de morir.

-Si, eso parece- dijo respondiendo a Kamil cuando llegaron a la entrada de la cueva. -Ricardo ¿crees que sabrias lanzarla?- dijo al detective.