Partida Rol por web

La tormenta se ha intensificado, y las velas se agitan brutalmente. De pronto, la mayor se desgarra con un rasgado sonido, y la montaña se acerca con desconcertante rapidez. Todas las corrientes del océano parecen convergir en ella...

Algo va mal: Las olas rompen con demasiada fuerza, y afiladas rocas emergen de las profundidades cuando la marea desciende.

El contramaestre lucha por enfilar el rumbo en ceñida para no volcar, pero una desafortunada ola le golpea y desequilibra. A su caida, el timón gira con impetuosa brusquedad y el barco se dirige de nuevo directamente hacia la isla. Algo pasa con esa isla.

Vanessa se apercibe, tal vez demasiado tarde, del ascenso de velocidad. Veinte nudos, veinticinco... ¡treintaicinco! nunca había navegado tan rápido. Cuarenta nudos...

El viento les asedia en todas direcciones.

Verdad. Bueno, se han desatado con el viento, da igual. Las ataron precipitadamente...

VUELVAN A ATAR LAS MALDITAS VELAS ¿QUIEREN MORIR? ¡HAGANLO!

Aterrorizado, me dirijo hacia las velas. No se muy bien lo que debo hacer pero intento ayudar de cualquier forma, aunque espero que alguien venga y me diga que debo hacer.

Tomo mis cosas y voy asta donde rueda una botella de licor, la destapo y le doy un buen trago, luego cuando el barco cambia de dirección caigo al suelo y ruedo por el suelo pero sin perder mi botella, me incorporo y subo a cubierta para ver que ha sucedido y al oír los gritos de la capitana le doy un par de tragos mas a la botella para tomar valor y salir lo mas rápido que puedo hasta el mástil mayor y tratar de hayudarles con la vela mayor.

Aunque no sé ni cómo hacerlo, me dirijo también hacia las velas para ayudar.

- Saldremos de esta, no se preocupe. Los Dioses no nos dejarán perecer tan cerca de tierra.- trato de tranquilizar al hombre que está con las velas, creo que le llaman Cascabel. Mientras mis manos cumplen las órdenes de la capitana, mi mente se va, rezando para que las palabras que le he dicho a Cascabel se hagan realidad. No puedo fallar ahora.

Al oir las palabras de la mujer que me esta hablando me tranquilizo. No se que me ha pasado. Aunque al oir su afirmacion con una ligera sonrisa le digo: a los Dioses no les importa lo que nos pase. De repente me acuerdo de una cosa: ¡Mi laúd!- exclamo. Salgo corriendo hacia mi camarote para recogerlo. No permitire que el mar se trague mi laud. Si este cascaron se hunde, no se llevara ni a mi laúd ni a mi con el. Cuando llego a duras penas a mi camarote cojo mi laud y vuelvo a salir a la cubierta. Una vez puesto mi instrumento a salvo no hay nada que me pueda distraer. Vuelvo al lado de la mujer y sigo ayudando con las velas.

Las velas quedan fijas ésta vez, pero la tormenta parece aumentar según se acerca la embarcación hacia la misteriosa isla. Las rocas amenazan la integridad del navío, que recibe algún golpe de costado.

Finalmente, una perfora gravemente el casco y pronto notáis como la velocidad disminuye y el barco se hunde lentamente. Quedan unos doscientos metros para la costa...

Vamos, aguanta, maldito navio. Miro con temor el agujero en el casco del barco. Si aguanta lo suficiente tal vez podamos salvarnos. Aguanta, no nos falles ahora.

- Capitana, ¿aguantará el barco, o nos preparamos para saltar?- Aunque trato de controlarme, un ligero temblor en la voz me delata. Miro hacia la costa, calculando cuánto nos costará llegar.... y de repente me doy cuenta de que quizás no todos en el barco sepan nadar. Cascabel se aferra a su laúd y el otro hombre está tirado bebiendo.

ESTABAMOS TAN CERCA, TAN CERCA. Digo sin contestar a nada en particular.

Miro el mar, las olas, la isla y mi propio barco. Hay que tomar una decisión y ahora mismo.

Todos preparense para avandonar la nave en caso de que sea necesario.

Corre hacia su baúl, y sólo saca un anillo, que se pone y corta con el florete su falda. Lo engancha en la espalda con una cincha, y vuelve a cubierta, donde se quita los zapatos, y continua mirando a tierra.

No es que pueda, es que debo hacerlo.

-MALDITO CONTRAMAESTRE, AHORA SI LA HIZO EN GRANDE- grito culpando al que dirige la nave a la par que me sujeto de donde puedo.
-tu bienes con migo- digo mientras guardo la botella en mi mochila.

El barco se detiene finalmente con el crujir de la madera, y todos sus tripulantes se sienten impulsados hacia atrás.

Quedan ciento cincuenta metros que vais a tener que nadar.

Muy bien, no queda mas remedio. Vamos a tener que nadar. Me quito las botas, me acerco a la borda del barco y salto. Cuando caigo al agua empiezo a nadar hasta la isla.