Partida Rol por web

Os encontráis fuera de distrito de los almacenes. Dicho lugar es un laberinto retorcido de callejones estrechos y recovecos donde se pueden encontrar mendigos, aunque no todos sigan vivos al día siguiente.
Las barricadas cierran muchos de los accesos y en ellas se apostan matones, que hacen la función de guardias. Otros miembros de la banda patrullan las calles, mal encarados y armados. Cubiertos con capas con las que se protegen de la lluvia-noche, que cae y deja las calles y tejados resbaladizos y manchados.

Al otro lado del distrito está el traicionero mar. Junto a la aguas malditas hay un puerto, cuyo tamaño indica que no es un principal atracadero. En algún lugar cercano al mar está escondido el bote, lejos de miradas curiosas.

Ante las barricadas que vigilan el distrito y los matones que se creen guardias, sólo veis una solución. Se trata de trepar como arañas, bajo la protección de la oscuridad. En sigilo, como sombras surgidas desde el más allá y que han logrado escapar a las miradas de Las Hermanas, subís por la fachada de un edificio de un par de plantas.

Bajo vuestras capas notáis la lluvia-noche caer. Una fina lluvia que cala a los bobos que no se protegen lo suficiente. Esta sustancia negruzca hace que los tejados se vuelvan resbaladizos e inseguros. Aún así, lográis moveros con rapidez a pesar de que vuestros pies patinen y veáis la posibilidad de estrellaros contra el suelo más cerca de lo aceptable.

Un salto de un tejado a otro. Una y otra vez. Sois como pesadillas que auguran una muerte cercana y que deambulan bajo la luna - apenas visible - para abatir a los condenados.

De una taberna, cuyo nombre es difícil de olvidar, veis a alguien salir. Se trata de La Última Caída. Junto a su entrada hay un cadalso. La horca se sigue usando a día de hoy (de forma oficial y extra oficial). Es sabido por todos que los Tilycan dirigen el lugar y que las deudas impagadas terminan con una soga al cuello.

Un hombre, con tanta cerveza en el cuerpo como para convertir su saliva en whiskey, sale del local. Se tambalea y se ríe como un maniaco, a causa de todo el alcohol que fluye por sus venas. Tropieza con uno de los matones de los Tilycan y le gruñe algún improperio.
Los cuchillos de los dueños del distrito surgen de las vainas, con tanta rapidez como las noticias de una buena ventura.

Varios matones de la banda zarandean al desdichado, se ríen y se burlan de él cuando lo empujan y cae al suelo emitiendo un gemido lastimero.
- Levántate perro -dice uno de ellos - demuestra que hay un alma en ese cuerpo lleno de pulgas y que no eres un puto animal-

El hombre trata de levantarse, pero su estado le impide mantenerse erguido. Uno de los matones le pone un cuchillo en el cuello.
- baila para nosotros... o baila en la soga. Tu decides, puerco asqueroso.

Al deteneros tan sólo un instante para ver lo que sucede en las sucias calles, un teja se desprende y cae al suelo. Uno de los hombres de la banda se quita la capucha, a pesar de la lluvia-noche y mira hacia el firmamento. Levanta su brazo al cielo y estira su índice, al parecer os ha visto y os señala mientras emite un gruñido gutural.
Varias cabezas se giran hacia vuestra posición.

No la tenían fácil en absoluto, algo que no sorprendió en absoluto a Julianne ya que estaba demasiado acostumbrada a los riesgos, a tener que jugarse el pellejo cada vez que intentaba obtener algo. La vida en las calles se trataba de eso, supervivencia pura y dura en todo momento, así que no se sorprendió cuando bajo la lluvia tenía que convertirse en gato para intentar atravesar aquella barrera y dirigirse hacia el mar, allí donde en teoría estaría el bote para salir de aquel sitio. 

Pero como todo, en las calles surgen situaciones en todo momento porque era parte de la vida misma en un mundo impregnado de oscuridad y esa bandita estaba inquietando a la joven que siendo una sombra en aquella noche cerrada, ahora con ese resbalón, los dejaba más que expuestos. 

—Mierda... Idiota que soy. 

Se quejó e intentó recuperar la postura pero lejos de pasar desapercibida ante ese grupo, uno de ellos los detectaron. 

—Movamos rápido, estos se nos vienen encima y no tengo ganas de repartir palos. 

Tras decir aquello, buscó la manera de perderse en las sombras. Quizás buscando alguna salida más viable para descender y perderse en algún callejón. 

MAÑA (para salir de un situación con oposición sin usar la violencia)

En este caso no hay que pagar fichas de sombra, pues no hay fichas de llama.

Se describe la acción de maña y se roban 2 cartas del Mazo Real. Si se usa un TALENTO O EQUIPO se descarta una carta y se marca un uso.

Para tener éxito la puntuación total de tu mano debe superar la mano del máster y ser menor que 21.

Puedes seguir robando hasta que:
- Tener 5 cartas.
- Aceptar tu mano actual.
- Tus cartas sumen 21.
- Tus cartas sumen más de 21.

Tras dejar de robar, el master muestra su mano.
- Si las cartas del jugador suman 21, hay un éxito sin consecuencia.
- si las cartas del jugador suman más que las del máster, pero son menores de 21. Hay un éxito con complicaciones.
- Si suman más que 21 y menos que las del máster, es un fracaso. El máster gana otra ficha de oposición.

Si después del uso de maña siguen quedando fichas de oposición, se puede repetir el proceso pagando las fichas de sombra necesarias.

Sin fichas de sombra no puedes usar maña y usarás violencia.

En este caso es una OPOSICIÓN LIGERA:

La dificultad a superar es 3 y 4 de rombos, 7 en total.

Deslizarse por los tejados era una de las primeras cosas que había aprendido a hacer Jean-Paul, pues los suelos dejaron de ser seguros para ellos el momento en el que los Wilderose fueron brutalmente masacrados. Desde entonces, tenían que mantenerse por encima de aquellos que querían su muerte, ocultos en los lugares donde la luz no llegaba.

El muchacho avanzó, abrazando las sombras, desafiando el instinto de conservación a cada paso, que gritaba en su interior, pero al mismo tiempo lo hacía sentir vivo. Además, que Julianne estuviera ahí con él lo hacía todo mucho mejor, y no pudo evitar arrojarle sonrisas atrevidas a la muchacha de tanto en tanto, en especial cada vez que compartían algún salto intrépido, o sus cuerpos se rozaban entre la pequeña competencia informal que mantenían.

Tan pronto la castaña se resbaló, el brazo de su compañero estuvo presto para evitar que su error fuese a más, logrando que no pagara aquello con su vida. Ya un poco más tranquilos, le dedicó una sonrisa fiera.

— Voy a tener que castigarte, ma chère —le dijo, en voz baja, con un tono que salía a medias entre lo severo y lo pícaro—. No eres propensa a cometer esta clase de errores, tal vez tengo que recordarte lo que es ser un Mano Roja con... cierta rigurosidad —con el dedo índice acarició la garganta y el mentón de la muchacha, culminando con un guiño de ojo.

Acto seguido, arrancó otra de las tejas flojas y, tras tomar algo de distancia de su compañera, la arrojó con fuerza hacia otro de los techos, con la esperanza de que los brutos se guiasen únicamente por el ruido y creyesen habían tomado otro rumbo. Luego se giró hacia Julianne y cubrió sus labios con el dedo índice, el símbolo universal del silencio, para después indicarle que siguieran avanzando.

La teja vuela lo bastante lejos para distraer a los matones.

- ¡Han ido por allí! -grita uno de ellos mientras señala a un punto en la oscuridad.

Los miembros de la banda corren en hacia el lugar del ruido, como pollos sin cabeza, gruñendo amenazas a las sombras mientras empuñan sus armas. Tan sólo uno de ellos se queda atrás, junto al borracho. Con una sonrisa cruel y burlona alza su mano contra el hombre y le golpea con el dorso. La fuerza del impacto ha sido tal que la sangre brota de la boca del infeliz, incluso antes de que toque el suelo.

- Hoy es tu maldito día de suerte, pero la próxima vez te rajaré la garganta y te daré de comer a los cuervos.
El hombre, en su estado de embriaguez, apenas puede balbucear una respuesta cuando su agresor se lanza a la carrera para reunirse con los suyos. Aún así da gracias de que las Hermanas no hayan requerido se presencia y le hayan alejado del mundo de los vivos.

Tras saltar como gatos callejeros sobre los tejados, llegáis a la zona cercana al mar. La gran cantidad de agua salada parece un monstruo dormido, que se podría despertar en cualquier momento. Bajo unas redes de pesca viejas y sucias se puede entrever una barca.
Según os acercáis os fijáis en varias formas, menudas, famélicas y andrajosas, se ponen en pie. Son niños de las calles, con miradas duras y manos manchadas. Uno de ellos avanza con la mano extendida y otros agarran piedras.

—Cuando quieras, ya sabes como me gusta cuando te pones así—comentó sonriendo y al ver que la silenció lo miró a los ojos, aunque en cuanto pudo le soltó—. Uhm, que ganas. 

Bromeó con cierto aire sensual mientras enterró las uñas sobre la espalda de Jean, aunque claro esto duró muy poco ya que esos hombres que estaban allí se despistaron con la piedra y fueron en su dirección como si se tratase de simios que buscan su objetivo sin pensar demasiado. Agradeció profundamente que sean así, aunque como todo había que seguir y eso fue lo que hizo junto a su compañero. 

Finalmente cuando pudieron descender, ya era solo un camino recto hacia el mar y allí lo encontraron, a ese gigante tan hipnótico y peligroso. Rápido con un pequeño chequeo visual, halló la barca pero tuvieron un pequeño inconveniente, esos niños que ahora estaban cogiendo piedras. No quería hacerles daño, si bien podían ser muy peligrosos si no se los controla, esto de tener que golpearlos para que cedan no era un buen plan. Eso se lo dejaba a los matones de cuarta. 

—Si nos dejan, les doy dinero. ¿Quieren?

Jean-Paul contuvo la respiración mientras la teja volaba de un punto a otro, finalmente estrellándose contra el otro tejado, y bajó la mirada hacia el grupo de Tilycan que los buscaba, pidiendo a las Hermanas que cayesen en la treta. Dejó salir un suspiro de alivio cuando finalmente lo hicieron.

Afiló un poco la mirada para memorizar los rasgos del Tilycan que se quedó junto al borracho, pues sin duda debía pagar eventualmente por sus acciones. La sicaria era Julianne, sin duda, pero él también sabía manejar una daga con precisión, aparte que cuando estaban juntos... eran prácticamente imbatibles.

De igual forma, escrutó el rostro del pobre diablo, tratando de aprenderse su cara también. No lo conocía de nada, pero quizás en un futuro podía ser de utilidad, en especial si se presentaban como sus salvadores.

La voz de su compañera llamó su atención, dedicándole una sonrisa cargada de dientes luego de escuchar su respuesta, el vello de su nuca erizándose ligeramente ante el prospecto de... castigarla, sensación que se incrementó cuando la condenada clavó sus uñas en la espalda del muchacho, pudiendo apreciar entonces Julianne un ligero estremecimiento port parte de Jean-Paul.

Bajar fue varias veces más fácil que subir, lo hicieron en un santiamén, y ambos empezaron a avanzar, teniendo el muchacho rubio que arrebujarse en su capa, e indicarle a la chica que hiciera lo mismo, para proteger su piel de la lluvia-noche. Claro, pronto su caminata se vió interrumpida por la presencia de varios niños, huérfanos sin duda. Sus caritas estaban sucias, manchadas, así como sus manos, pues sin duda se ganaban la vida de formas escabrosas.

Julianne pronto avanzó, prometiéndoles dinero, pues aquel con la mano extendida dejaba bien en claro qué era lo que querían. Jean-Paul avanzó con ella, siempre presto a protegerla, dejando que les entregase las monedas que consideraran suficientes para pagar el peaje hacia el bote.

El niño sonríe, mostrando sus dientes sucios, al ver la monedas y se acerca un par de pasos. Al notar el peso del vil metal en su mano, cierra esta con la rapidez propia de un cepo. Algunos infantes sueltan las piedras. No sería la primera vez, ni la última, en la que las usarían para magullar la carne de los incautos.

Con pasos raudos, el cabecilla se vuelve hacia los suyos y les enseña el pequeño botín. Alguno se atreve a morder alguna pieza y todos se muestran satisfechos.
Se retiran hacia la falsa seguridad de los callejones, tratando de hacer el menor ruido posible. No desean llamar la atención y que otros les quiten su pequeño tesoro, que servirá para calentarles la barriga y el alma.

Se había quedado con esa piel erizada en la memoria tras aquel acercamiento que fugaz, dejó un precedente a concretar cuando todo esté más en calma. El asunto es que tenía a los niños allí delante, Julianne conocía esas movidas porque también anduvo en esas y sabía a la perfección que ganaba frente a ello. Por eso es que no dudó en ofrecer esas monedas a sabiendas de que para bien o para mal, les daría un poco de comida a posteriori y contra eso no se atenta. 

Tras entregar las monedas, le sonrió incluso cuando estaba cubierta con la capa y desvió la mirada hacia Jean mientras habían logrado superar ese primer escollo de los muchos que tendrían. Ojalá todos los males se solucionaran con un par de monedas, si es que en este mundo plagado de miserias humanas, era muy difícil coexistir con las intenciones de los demás, las carencias y los instintos de supervivencia. 

Una vez libres, le indicó con un pequeño gesto que la barca estaba cerca, así que no dudó en caminar hacia esa dirección mientras revisó el entorno con la mirada. No se fiaba de nadie allí, no cuando la gente con malas intenciones te sale desde cualquier rincón. 

Jean-Paul se quedó mirando atentamente a los huérfanos mientras comprobaban que el dinero es real. ¿Acaso él era tan desconfiado de pequeño? Tal vez sí, tal vez no. Seguramente más de uno de esos chicos fuera un buen prospecto para formar parte de la Mano Roja, por lo que hizo una anotación mental. Les tocaba a ellos reconstruir, después de todo.

Cuando finalmente se marcharon, le dedicó a su compañera una suave caricia en el hombro y asintió, echando a caminar entonces hacia el bote al que tanto les había costado llegar.

— Ayúdame a empujarlo hasta el agua —solicitó a Julianne, en voz baja, mientras apartaba las viejas redes de pesca.

Con la chica por un costado y él por otro, llevaron la barca hasta la orilla, entonces extendiéndole una mano a ella para ayudarla a subirse, y luego él, pues seguramente con la lluvia-noche la madera estuviese resbalosa. El rubio tomó los remos, los deslizó por las argollas y entonces empezó a remar, no dejando que fuese la muchacha quien lo hiciera porque... necesitaba conservar energía. Después de todo, de los dos, ella era la más letal.

La mirada del muchacho se mantuvo atenta en todo momento, intentando detectar posibles fuentes de luz o embarcaciones que pudieran cortarles el camino, bien fuera para evadirlas o... trazar un plan de acción.

Los remos se hunden en el agua y el bote avanza al amparo de la oscuridad. El silencio con el que se desliza sobre el peligroso mar, por ahora tranquilo como un moribundo en sus últimas horas, es sin duda la calma que precede a la tempestad.

A lo lejos se ve la isla donde se celebrará la boda. Las luces, alimentadas por lluvia-noche, alumbran desde las torres de vigilancia. Si las cosas se tuercen quizás sea el momento de implorar a las Hermanas para que incluso ellas no os vean, o puede que necesitéis su ayuda. Quien lo sabe...