Partida Rol por web

Díme que tengo que hacer para matarlo sire.

En cuanto empieza a hablar lo mato.

ciñéndonos al rol, pillar a un vidente por sorpresa no es factible sin que el azar de los dados te sonría a favor. es decir, debes declarar hostilidad y tirar iniciativa y que la suerte te acompañe.

igualmente el resto de jugadores puede que quieran intervenir en el asunto, dejemos que vean y a ver que pasa. después podrás tirar tu iniciativa

La bruja permanecía sobre la cubierta cerca de Harold. Al parecer algún tipo de secreto había sido revelado a los Casacas Negras que bufaban de resignación. Al capitán del Inferno le gustaba actuar de titiritero en todos aquellos menesteres. Parecía disfrutar como un niño de custodiar la última palabra en casi todo, pero eso sólo le traería desgracia algún desafortunado día.

Observó como todos se reunían en la cubierta para debatir algo. Ella se mantenía alejada. Todavía tenía que descansar del titánico esfuerzo. Aunque lo evitaban, pudo ver como la controlaban con sus miradas de soslayo...

El clima se estaba calentando entre los casacas y Leinad, incluso las manos ya habían empezado a acariciar empuñaduras de espada y de pistola, era cuestión de segundos que Le Noir y el sargento terminaran su discusión enfrentándose a tumba abierta.

Mi barco, mis leyes

Una hoja de sable se interpuso entre las miradas de ambos contendientes a modo de frágil barrera para persuadir más que para detener lo inevitable. Tras aquella hoja se hallaba Harold que se había deslizado con gran sigilo y habilidad hasta la contienda.

Las peleas están prohibidas bajo mi pabellón... envainó una vez captada la atención pero claro, sonrió con malicia si la disputa es inevitable tal vez pueda sugerirles un duelo, eso si lo permito. Que me dicen a eso?

Al escuchar al capitán y sin saber aun si el duelo se llevaría a cabo, una multitud de marineros y marinos empezaron a agolparse en círculo alrededor de los posibles duelistas mientras murmuraban o gritaban cosas como:

A machete o a pistola?

Yo apuesto un felipo de plata por el amigo de El Negro

A puños, quiero un combate a puños

El sargento, ante la imposición legal del capitán de la nave, dio unos pasos atrás para salir del alcance directo de todos ellos.

- Esto no sería un duelo, ya que eso es una cosa de honor, y esto es mera supervivencia. Tal vez ... y echó una fugaz mirada al Jefe de Guerra de la unidad ... si se igualaran las cosas, se podría pensar en algo justo.

Lejos de enfadarse ante la intervención del demasiado silencioso y sereno Harold, la sonrisa que había adornado su rostro se ensanchó, extendiéndose hasta mostrar los dientes en una despiadada mueca. 

– Un duelo será entonces – dijo, alzando la voz, bajando el brazo, aunque sin enfundar –. Uno de verdad. Un tiro. Si ninguno muere, acabaremos con el acero desnudo.

Miró a Leinad y asintió. Pese a que sonreía, su mirada era totalmente fría, inquisitiva. 

– Al no ser que el ex-oficial quiera rendirse y ceder ante nuestras exigencias. Tal vez lo haya pensado mejor.

- Por supuesto que lo he pensado mejor. Una cara de orgullo se plasmó en su rostro y continuó diciendo: - El tiro te lo puedes dar en el culo y el duelo también. Tus exigencias, al igual que tus promesas, no son válidas, ni sobre mi, ni en este lugar, ya que tu duelo es un amasijo de mentiras deshonrosas.

¿Marinos de este nave, pensáis seguir dejando que estos invasores sigan mancillando vuestras cubierta, capitán de esta nave, piensas seguir otorgando valor al deshonor, perdiendo así el vuestro en pos?

La actitud errática del oficial, o más bien ex-oficial, ya que sería igualmente arrestado en cuanto pusiese un pie en el puerto de Londhs le desconcertaba. Cuando por fin parecía que todos remaban en la misma dirección y sobre todo, cuando habían intentado ahorrarle un sufrimiento innecesario a manos de los Casacas Negras, el Leinad que habían conocido en el puerto volvió a salir a la luz.

El discurso sobre los invasores, grupo al que él mismo pertenecía y al parecer había olvidado fue una estrategia tan inesperada como todo lo que envolvía a aquel hombre. ¿A caso no se daba cuenta de que eran Le Noir y él mismo los que habían estado defendiendo el pabellón de aquel cascarón? ¿Qué eran ellos los que habían salvado la vida de los marinos cuando fueron abordados? Y lo que es más importante, ¿que era él el que los metía en los calabozos de la guardia portuaria cuando cometían una fechoría? Si buscaba apoyos desde luego no era la mejor manera.

Por otro lado, su colega era muy capaz de batirse en duelo con él quisiera o no y, por mucha neutralidad que aparentase Harold no era probable que interviniese cuando dos enemigos se intentaban matar el uno al otro.

Su mano se sumergió en el interior de su bolsillo y los biseles del ojo de Horus le transmitieron tranquilidad. Se mantendría al margen de la refriega… de momento.

Tras el flemático discurso de Leinad un silencio arrasó la cubierta del Inferno, todos boquiabiertos y cruzando incrédulas miradas esperaban la reacción de alguien... sin duda la situación era del todo inaudita.

Eres un gallinaaaaa, mataros ya y dejaos de gilipolleces Uno de los tripulante gritó y desató de nuevo el gallinero

Eso, ni tiros ni leches, sacar los aceros y daros leña

Yo me juego 3 Filipos a que el pimpollo se raja.

Pues yo 2 a que la primera sangre la hace el cacerolo

Ante la reacción de la tripulación el capitán respondió con una mirada condescendiente y una sonrisa sedienta de sangre al sargento, ya había dado su veredicto y a los suyos les agradaba... la política y el honor no podrían evitar nada de aquello. Además, si el capitán gustase por rencores, tras el duelo ya se encargaría de los casacas... pero tenía planes con ellos.

Primero pistola y después espada? o desean algo más rudo... no se, a puñetazos con cristales en los nudillos?

Durante un instante vaciló. Su mano, que había empezado a rozar la empuñadura de su estoque, tembló. Su sonrisa se borró de la cara y alzó una ceja, incrédulo ante semejante actitud... Estúpida, por no decir otra cosa. ¿De verdad creía, aquél idiota, que podía poner a los piratas en su contra? ¿De verdad pensaba, ese necio, que lograría librarse del duelo que ya no tenía vuelta atrás? Estuvo a punto de reír, casi lo hizo, pero se controló y en lugar de eso simplemente negó con la cabeza incapaz de dar crédito a lo que sus ojos veían y sus oídos escuchaban. Suspiró.

– Me temo que empiezas a ser demasiado problemático – dijo a la par que desenvainada, espada y pistola –. Esto se acabó. Enfréntate a mi en un duelo o muere como el perro rastrero que eres. Ni siquiera el Capitán Harold y sus hombres pueden librarte de las normas de la cortesía entre caballeros – rió –. Aunque ninguno lo seamos.

Abraham miraba alternativamente a unos y a otros con los ojos muy abiertos. - ¿Qué pollas está pasando aquí? ¿En qué momento se les han calentado los huevos?

Quinn no dio crédito cuando el Sargento se dirigió a toda la tripulación en aquellos términos. ¿Qué diablos pretendía, dar comienzo a un motín?
Por suerte para todos, sus palabras no fueron tomadas en consideración.

De pronto, y con el beneplácito del Capitán, la cuerda terminó de romperse y todo parecía conducir de modo inexorable hacia un duelo.
Su mirada se cruzó durante un instante fugaz con la de Leinad. Había interpretado a la perfección su gesto, y creía saber qué quería; pero no se iba a dar esa circunstancia. En primer lugar, el Capitán había sido claro en los términos; y en segundo, Abraham se mantenía en pie por pura fuerza de voluntad, si no se había desplomado ya era por puro pundonor. No estaba para jueguecitos.

Francamente, y contrariamente a lo habitual, no le hacía ninguna gracia presenciar un duelo en esos momentos.

Una cosa la tenía clara, esos tres eran el enemigo. Durante muchos años ellos y los que eran como ellos les habían jodido de todas las maneras posibles; si ahora estaban juntos era únicamente por mutuo interés. Pero, ¿Qué coño les pasaba a todos? Miró sus manos, aún teñidas de rojo. A su espalda, la cabeza del hacha aún estaba cubierta de sangre reseca y trozos de vísceras que impedían ver el color original del acero. ¿No habían tenido ya suficiente muerte?

Esta reflexión asaltó la mente del marino y tuvo que parar, asombrado. ¿En qué momento se había convertido en un patético debilucho? Él, que siempre había luchado en primera línea, que no descansaba hasta que todos sus enemigos estaban muertos... él, que disfrutaba con el espectáculo de la sange más que nadie en este mundo...
No, no era eso, resolvió por fin. Claro que quería verlos darse palos hasta en el cielo de la boca; era otra cosa la que le atormentaba...
Su mirada volvió a posarse en el Sargento. Si lo que le había dicho era cierto, le debía la vida. Se la debía a ese desgraciado que se había atrevido a amenazarle con su pistolita...
El orgullo le ataba en este momento. Sabedor de que no podía parar lo inevitable, se colocó junto a Harold y aguardó...

Hombres. Patéticos y estúpidos hombres... ¡¿Por que la naturaleza había sido tan cruel de poner a ese género de vociferantes, simples y lerdos como condición indispensable para la reproducción del ser humano?! Aquello era de locos...

La bruja conjeturaba desde su posición. Se había vuelto a sentar sobre la tapadera de un tonel mientras observaba toda la escena. No podía creer lo que estaba viendo. No habían tenido suficiente sangre, muerte y destrucción que aún anhelaban más si cabe. - Wairangi!!- espetó con un apagado y rabioso susurro.

Poco le importaba lo que fuera a suceder sobre la cubierta. Uno de aquellos hombre moriría de una forma absurda por defender principios repletos de glamour y pomposidad ¡¡Qué inútil era morir allí tras lo vivido!!...

El Negro hizo su acto de presencia en aquel altercado. Los Casacas Negras tenían que reclamar su protagonismo. No estaban acostumbrados a que la gente los dejara de temer o respetar, y sobre aquellas maderas y bajo el amparo de las velas, habían sido unos hombres más. ¿¿Extraordinarios?? Sí. Pero unos hombres más.

Calypso sintió ganas de reír cuando vio a todos aquellos hombres pavoneándose como si les fuera la vida en ello, y quizás así fuera. En el manido uso de la palabra honor, los hombres habían ideado un juego en el cual se podían permitir cualquier cosa si sentían lastrada su reputación. Aquel sentimiento banal y superficial resultaba de difícil interpretación para la muchacha de piel como el ébano.

Decidió que le importaba un rábano qué sucediera en allí en ese momento. A la bruja sólo le importaba consumar lo que el destino le tenía marcado.