Partida Rol por web

Frank levantó las manos, empezando a ponerse blanco y a temblar. Donde se había metido.

- Vale, vale, aquí tenéis.- dice cogiendo de una caja de puros vacía bajo el mostrador los diez dólares que le pedían los hombres.- Tomad, largaros de aquí.- dejándolos sobre la mesa.

Cuando los hombres se fueron, marcó el número del señor Leví para contarle lo que había ocurrido.

- Señor Leví? Buenas, disculpe que le moleste tan tarde.- mirando por la ventana la calle ya de noche, tomando una copa de whisky y fumando un cigarro.- Esto, mire, han venido un par de muchachos por aquí, y me han pedido, a punta de navaja, que les diera 10 dólares por "la protección mensual". ¿Qué protección mensual? Bueno, el caso es que creo que debería saberlo, y si podría ayudarme o darme algún consejo.- su voz parecía nerviosa, intentando mantener la calma.

-No se preocupe, señor Thompson -la voz de Leví sonaba tranquila.- Ha hecho bien en llamarme. Seguramente ha recibido la visita de esos cerdos irlandeses de Finnegan. Son unos pobres diablos desesperados que se creen más de lo que son. Podemos resolver este asunto rápidamente. Primero contésteme a dos preguntas ¿Podría describirlos? Y, ademas, ¿sabe usted manejar un arma?

- Pues eran irlandeses, y sí, son de la banda de Finnegan, alguna vez les he visto merodear por aquí. - ante la pregunta del arma, su voz se ahoga un poco, pensando en las posibilidades.- No señor... no he cogido nunca un arma, e intentaré que eso dure el máximo tiempo posible...

-Bueno, no se preocupe por eso ahora, señor Thompson. Le diré lo que vamos a hacer: dentro de un par de horas usted cerrará la tienda. Esperará a que mis chicos vengan y aparquen frente a su casa. Luego les acompañará a la calle de los irlandeses para que pueda usted identificar a esos desgraciados. Del resto ya se ocuparán los muchachos ¿De acuerdo?

- Pero señor... si hay algún tipo de intercambio de golpes, , y quieren vengarse, saben donde está mi tienda...- en esos momentos dudó un poco, pero al final cedió- De acuerdo señor, dentro de un par de horas. Muchas gracias por la ayuda.- y acto seguido colgó.

Tras cerrar un par de ventas más, al final echó el cierre, y, poniéndose el abrigo y su sombrero, esperó fuera fumando un cigarrillo, andando casi en círculos para no quedarse helado.

El coche llegó a los veinte minutos. Dentro viajaban tres hombres. El del asiento del copiloto parecía un armario con brazos de lo robusto que era. La portezuela trasera se abrió y te hicieron señas para que entrases.

-Buenas noches, amigo. El señor Leví nos ha llamado -te saluda el que está sentado detrás-. No te preocupes por las represalias, no eres el único al que han estado molestado esta semana. Esos cerdos irlandeses han ido demasiado lejos. Normalmente haríamos esto solos, pero el señor Leví ha visto potencial en ti ¿No querrás ser siempre un miserable tendero, no? -te pregunta con una risotada.

- Buenas noches.- dice mirando alrededor antes de subirse al coche.

Ya dentro del coche, mirando por la ventanilla y escuchando a los hombres, respondió bastante seco- Quiero ser un hombre honrado y que no me toquen los cojones, nada más. ¿Qué vamos a hacer esta noche?

-Vamos a enviar un mensaje. Un mensaje que cale bien claro en esos cerdos irlandeses. Y tú nos ayudarás. Como te he dicho, el señor Leví ha visto potencial en ti. Espero que estés a la altura -te contesta mirándote de reojo.

Como no dices nada, el coche prosigue la marcha en silencio. Finalmente llegáis a Wilson Street. Este es el último bastión que le quedan a los irlandeses de Finnegan. Es una calle de una sola dirección (como prácticamente todas en este distrito) y sus hombres están por la zona. Puedes verlos en grupos en cada esquina, con sus gorras caladas lanzándoos miradas furibundas y gestos como contraseñas que dicen mucho más de lo que parece a simple vista.

-Como esto es lo único que les queda -te vuelve a comentar el tipo-, están intentando expandir su territorio con los comercios adyacentes. Y eso el señor Panepinto no lo puede consentir. Ya llegamos. Estas sabandijas se reúnen en el patio interior de ese taller mecánico ¿Ves? Ahí están sus coches, en esa acera. Esto es lo que vamos a hacer. Tu irás hasta los coches y les rajarás los neumáticos. Cuando esos cerdos salgan a echarte el guante, nosotros les daremos la sorpresa ¿Entendido?

- Esto no va a salir bien. Si el viejo viera lo que hago en esta ciudad, me partiría la cara.- piensa Frank, tendiendo la mano hacia los hombres y diciéndoles:

- Al menos me daréis un cuchillo*...

Cuando se lo dieron, se bajó un poco el sombrero y se abrochó la gabardina hasta el último botón, abriendo la puerta y saliendo al exterior del coche.

Acercándose, mirando a todos los lados, se colocó al lado de uno de ellos, y sacando el cuchillo, apuñaló una de las ruedas para pincharla.

-Claro -te dice tendiéndote una navaja que más parece un machete.

Sales del coche pálido como la cera y te acercas hacia los coches aparcados frente al taller. Con un "clack" la hoja de la navaja aparece en tu mano. Respiras hondo antes de clavar la navaja en una de las gomas. Está muy afilada y entra como si el neumático fuera de mantequilla. Con un estallido, la rueda se desinfla y el vehículo se ladea un poco. Rápidamente repites la operación con el siguiente neumático y luego con el coche siguiente y el siguiente.

-¡Eh! ¡¿Qué cojones estás haciendo, hijo de puta?! -oyes de pronto. El grito te saca de tu estado febril y levantas la mirada por encima de uno de los laterales. En la puerta del taller hay media docena de hombres que te miran con odio. Un par llevan pistolas mientras que el resto tienen llaves inglesas, un martillo y navajas. Te quedas paralizado como un ciervo ante los faros de un coche hasta que oyes otro grito, esta vez detrás tuyo.

-¡Tírate al suelo, idiota!

Con los ojos abiertos como platos, y más por instinto de supervivencia que otra cosa, Frank se tiró al suelo como le dijo la voz atrás, que tras comprobarlo en unos segundos, era la de los hombres del coche. Al ver las pistolas, se parapetó detrás de uno de los coches al tirarse, esperando a ver como se sucedían los hechos, acurrucado por el miedo...

Tus dos acompañantes bajan del coche, imponentes con sus gabardinas. Bajo ellas esconde dos metralletas Thompson con las que barren la fachada del taller. El ruido de los disparos es ensordecedor. La parte de arriba del coche donde te parapetas queda convertido en un colador. Te llueven pedazos de cristal y carrocería encima. Para los seis tipos que corrían hacia ti la ráfaga es mortal. Sus cuerpos acribillados entre pedazos de argamasa del edificio quedan retorcidos en el suelo como guiñapos. Por unos segundos, parece que la guerra ha aterrizado en esta calle de Creekville. Cuando todo termina, tus oídos aún te zumban.

-¡Vamos, larguémonos de aquí antes de que llegue la pasma! -te gritan.

Cuando empezaron los disparos, Frank se puso las manos en los oídos y cerró los ojo, notando como caían los cristales de las ventanas. Cuando cesaron los disparos, se levantó los más rápido que pude y corrió al interior del vehículo, cerrando de un portazo. Cuando arrancaron, miró hacia atrás con horror los cuerpos de los hombre que minutos antes estaban riendo delante de los garajes.

- Joder! Solo eran 10 dólares joder!.- tiró el sombrero al asiento de al lado, sacando un pañuelo y secándose el sudor de la frente, pensando que le estallaría el corazón del adrenalina.

-No se trata de dinero, muchacho -te respondió el conductor con los ojos fijos en la carretera y el pie hundido en el acelerador-. Se trata de respeto. Si dejamos que estos cerdos se salgan con la suya y extorsionen a esta buena gente, tú incluido ¿qué será lo siguiente? ¿Más territorio? ¿Más exigencias? Don Panepinto no lo permitiría. Pero te has portado bien. Tienes agallas. Necesito una copa ¿Qué me dices?

- Me cago en la puta, me cago en la puta... donde me he metido, me han visto la cara, saben quien soy, estoy muerto, que he hecho, que he hecho, tenía que haberme ido con el tío Orson al campo, sí, esto ha sido una locura...- todos estos pensamientos se cruzaba en la mente de Frank mientras miraba por la ventana pasar las farolas encendidas, absorto a la conversión, hasta que al final dijo:

- Si, si, vamos a tomar una copa... donde vosotros digáis...

-Conocemos un buen sitio. Y tienes cara de necesitar una copa.

El coche serpenteó por las calles del Distrito Portuario hasta que se detuvo frente a la casucha más ruinosa de toda la calle. Estacionando en un callejón cercano, os bajáis los tres. El sol empieza ponerse y lentamente las farolas de la calle (las pocas que no han sido apedreadas) empiezan a encenderse.

Tus compañeros se dirigen a la puerta del edificio cochambroso y tocan en la madera siguiendo una especie de código. Al instante os abren y te ves asaltado por el humo de los cigarrillos, las conversaciones y el entrechocar de vasos. El local está abarrotado y os dirigís a uno de los rincones.

-¿Qué quieres tomar, Frank? ¿Cerveza, whisky?