Partida Rol por web

Una visita inesperada

Esiracas

El viaje a pie desde Abatis y su Alcázar del Alba ha sido largo y algo incómodo. Dos días de camino a través del yermo, fuera de la protección de los orbis, aunque por suerte para vosotros sin incidentes ni encuentros desagradables. Ayer seguisteis la antigua Ruta Imperial hasta la Posada del Águila, en el cruce con el camino de Adobal, donde habéis hecho noche. Desgraciadamente no habéis podido dormir mucho, debido a la jarana que se prolongó hasta altas horas de la noche en la contigua Taberna del Orco Tuerto. Al parecer alguien festejaba algo.

Hoy habéis tomado este camino de Adobal, que bordea por el norte el Baldío de Adorij y que tras varias horas más de marcha os ha traído hasta aquí, las cercanías de Esiracas. Estáis cansados y con ganas de llegar a vuestro destino. Antes de atravesar la frontera del orbis os percatáis de algo inusual, la esfera mágica que protege y oculta la aldea está perdiendo su poder. Es evidente, pues un extraño brillo azulado la define a intervalos intermitentes, como si de una fina neblina se tratase, dejando entrever su interior. Si bien es cierto que podéis notarlo porque sabéis de su existencia y su ubicación exactas, y que un viajero distraído probablemente la pasaría por alto, no deja de ser un riesgo enorme para los aldeanos, más aún si el problema sigue agravándose.

No debéis demoraros mucho, pues con toda seguridad el Sabio Goldrin Rováskulcs haya adivinado o presentido vuestra llegada. Es presumible que el poderoso mago os esté esperando para daros la bienvenida a esta pequeña aldea, que tiene bajo su protección.

Después de dos días recorriendo el yermo, con la tensión atenazando las articulaciones, el cuerpo había exigido descanso. Y descanso se nos había prometido en la Posada del Águila. Por desgracia, creo que ni nuestro patrón contaba con lo que estallaría en el edificio de al lado. Mi sueño llevaba ya mucho tiempo sin llegar con facilidad, y ese pequeño bache fue suficiente para que me sintiera tan despierto como un búho en la noche.

Pocas experiencias resultan tan miserables como abatirse sobre el lecho anhelando el abrazo de un sueño que nunca llega, y ninguna es capaz de esa forma a la percepción para antojarse tan eterna. Terminé por desistir, arrastrando los pies fuera de mi habitación y descendiendo por la escalera hasta desplomarme sobre uno de los taburetes frente a la barra del hospicio. Sin contagiarme por la algarabía que surgía del edificio de al lado, bebí una jarra bien grande cerveza y después otra, y de no ser por la mirada que me dedicó el ventero quizá también habría habido una tercera. Aquella muda sabiduría me invitó a estirar las piernas y tomar un poco el aire, deambulando sin ningún rumbo en torno a la posada, hasta que las celebraciones menguaron y me atreví a probar suerte en mi habitación una vez más.

El sueño no fue rápido, pero fue, y eso a veces es suficiente. Eso no quita que el alba haya llegado demasiado temprano hoy, que mi cuerpo esté cansado como si me hubieran molido a palos y que esté pagando el alcohol con algún que otro pinchazo desagradable dentro de mi cabeza. Pero no he dejado que ninguna de esas cosas eviten que le dedique una sonrisa a esas personas que ahora comparten el camino conmigo cuando nos hemos reunido, ni tampoco que haya vuelto a echarme la casa a los hombros para continuar nuestro camino. Así es la vida del aventurero.

—Justo como decían, algo no va del todo bien —comento en voz baja, con el ceño fruncido, cuando después de horas de camino por fin divisamos nuestro objetivo. La visión de Esiracas es un alivio con todo en cansancio que llevamos a cuestas, pero también es preocupante—. Puede que hayamos llegado justo a tiempo después de todo, ¿eh? No creo que la gente de Esiracas haya dormido mucho mejor que nosotros desde que esto está así.

Eso significa trabajo, así que tampoco puedo quejarme. Si todo fuera siempre bien, los aventureros no tendríamos lugar en el mundo. Con determinación, tomo aire y fuerzo un poco más mis piernas. Ya estamos cerca, y ahora mismo, hasta la reunión más insípida me parecerá mejor que seguir rondando los caminos.

Otra vez de aventuras, una nueva oportunidad para poder mejorar la vida de Elsa y los niños. Pero de nuevo otro largo periodo de tiempo sin mi querida familia. De momento el viaje estaba resultando fácil, no habíamos encontrado ningún problema y eso siempre es de agradecer, viajar con gente que ya conoces es otra garantía, en ocasiones te toca trabajar con gente de la que no te puedes fiar, pero esto tampoco sería un problema. Desmond parece un buen guerrero y Kintsu parece muy competente con la magia.

El principal incordio fue la maldita fiesta que se montaron la anterior noche en la posada de al lado, no le habían dejado dormir en toda la noche. cuando finalmente cayo dormido por agotamiento estaba rozando el alba. Así que hoy durante todo el día había sentido el cansancio y la falta de sueño.

Vaya nochecita que nos han dado, no se que estarían celebrando pero apenas he podido dormir. Y veo que a vosotros os ha pasado lo mismo.

Continuaron el viaje sin incidentes durante varías horas que se hicieron mucho más largas de lo que eran debido a su cansancio. Y cuando llegaron a la frontera del orbis, les quedo bien claro que allí había importantes problemas que solucionar. El orbis estaba perdiendo su fuerza, por algún motivo ya no era del todo invisible, si el deterioro continuaba la aldea quedaría desprotegida.

Eso parece Desmond, por algún motivo el orbis no funciona del todo bien. Bueno vayamos a Esiracas y allí nos informaran de lo que podemos hacer por estas gentes. Aunque los trabajos duros tendrán que esperar hasta mañana, yo esta noche quiero dormir como un tronco.

Y continúo con sus amigos aproximándose a la aldea. Al menos Lomo de Plata parecía fresco y descansado, la caminata le había gustado mucho y se le veía feliz. No se distanciaba mucho del grupo, pero era una avanzada que nos avisaría si aparecía cualquier peligro por las inmediaciones. Ahora cuando se acercasen a la aldea, le mandaría venir a su lado y no separarse, para que no molestase a nadie y no se metiese en problemas con los perros locales.

El destino no dejaba de sorprenderme con nuevas aventuras y yo pensaba recibirlas siempre con los brazos abiertos. Llevábamos dos días caminando por el yermo desde que nos encomendaron la tarea de revisar el estado del orbis, cuando por fin paramos en un lugar donde poder descansar. La verdad es que estar fuera siempre lograba que el tiempo se me pasara más lento por la posibilidad de algún mal encuentro, pero esta vez la fortuna estuvo de nuestra parte y no tuvimos ningún problema.

Cuando llegamos a la Posada del Águila me metí en la habitación para obtener mi merecido descanso pero, los vecinos tenían otra idea en mente para mi noche. En la taberna de al lado estaban celebrando algo y el ruido de la fiesta traspasaba las paredes como si fueran de papel, yo me quedé en la cama con los ojos cerrados pensando sobre lo que nos pasaría estos días y fui pasando del sueño a la vigilia sin saber diferenciar cual era cual. Cuando el sol empezó a salir no tuve más remedio que ponerme el velo y bajar a la entrada para encontrarme con mis compañeros antes de continuar con nuestro viaje.

-Espero que por lo menos ellos hayan disfrutado de la noche- le contesto a Eranor con una sonrisa mientras me desperezo, es cierto que tenía sueño, pero la emoción y las ganas de aventura lo hacían mucho más llevadero.

Una vez llegamos a las cercanías de Esiracas mis compañeros comentan que algo no va bien con el orbis, que esta perdiendo poder. Yo intento mirar a mi alrededor para entender a que se refieren, pero poco puedo apreciar con tanta luz.

-No puedo ver el problema, pero no dudo de vuestra palabra- encojo un poco los hombros para quitarle importancia y luego añadir con tono alegre -parece que tendremos que seguir con la aventura un poco más-

Ya estaba acostumbrada a perderme algunos "detalles" por el día pero con el velo había aprendido a ser autosuficiente y no era algo que me preocupase.

Después de esta breve pausa continuamos andando hacía la entrada de la aldea, sinceramente estoy deseando llegar para poder sentarme y descansar un poco las piernas.

Al poco rato alcanzáis el borde del orbis, desde tan cerca aún pueden distinguirse mejor las siluetas de las casas y la torre de la aldea. Extrañamente sentís 'poco poder' al atraversarlo, 'poca fuerza' al cruzar la delgada y frágil membrana hasta el otro lado. El cosquilleo habitual apenas os roza, y esto también Kintsu puede sentirlo.

Ante vosotros una hermosa aldea de tejados azulados y cielo violáceo. La hierba crece vigorosa, no está enferma, igual que los campos protegidos por cercas de madera. Las casas parecen sólidas, y la torre, que seguramente albergará los aposentos del mago, sobresale por encima de las chimeneas. No parece que la integridad de Esiracas peligre, tan sólo su ocultamiento parece estar desvaneciéndose, por ahora.

Sin embargo os llama la atención no ver a nadie por las calles. No hay niños jugando, ni puestos de vendedores en la plaza, ni artesanos afanados en sus oficios. Ni tan siquiera la puerta de la pequeña posada está abierta. No hay signos de ataques ni altercados, ni de incendios... sólo calma y quietud. Los únicos movimientos, aparte de los pastos mecidos por el viento, los hacen un burro atado aquí, una vaca pastando allá, y unas gallinas mirándoos con curiosidad en aquél gallinero. Nadie sale a recibiros. Puertas, ventanas y contraventanas están cerradas a cal y canto.

A Eranor le llama mucho la atención la poca fuerza que parece tener el orbis, se pueden distinguir las siluetas de los edificios y a penas se nota el habitual cosquilleo al cruzar la barrera. Pero dentro todo parece estar bien, las casas, la hierba, los animales. Pero todo estaba cerrado y no se veía a nadie por ningún sitio. En voz baja se dirige a sus compañeros:

-Esto es muy extraño, aparentemente todo esta bien, pero las puertas y ventanas están cerradas. ¿Por qué no hay nadie en la calle? A estas horas debería de haber mucha actividad. Mejor que actuemos con mucha precaución hasta que descubramos que es lo que esta pasando aquí.- Y se fijo en todos los detalles y sonidos, por si podía descubrir alguna señal de actividad tras las puertas y ventanas cerradas. Llamo a Lomo plateado a su lado, tal vez los sentidos aguzados del lobo, podrían percibir algo que a ellos se les pasaría por alto.

-Esto no me gusta nada, aunque tal vez estén asustados por la debilidad del orbis, y estén encerrados en previsión de un posible ataque.- Añadió en voz baja, y luego, en un susurro, pregunto a sus compañeros- ¿Qué pensáis?- Y fue preparando su arco, por si fuera necesario.

Nunca habría dicho que atravesar una barrera sea una experiencia agradable, pero hacerlo y no sentir prácticamente nada no deja un sabor de boca mucho mejor. La sensación que imprime en mi cuerpo es una de desnudez, y absurdamente, durante un instante me siento mucho más vulnerable que en ningún otro punto del viaje. Que el exterior es peligroso se da por hecho, pero los orbis siempre me habían parecido inviolables.

—Vaya recibimiento... —musito, paseando la mirada por cada puerta y ventana cerrada. Tan hermoso y tan vacío, el poblado empieza a parecerme una maqueta a tamaño real.

Soy un aventurero, no un héroe, aunque definir la diferencia entre esas dos palabras es una tarea que dejaré a los filósofos y los lingüistas. Según el sitio donde pongo los pies, estoy acostumbrado a que las bienvenidas oscilen entre el recelo, la indiferencia y la curiosidad, pero esto desde luego es algo nuevo.

—Suponiendo por suponer —respondo a Eranor—, lo más probable es que hayas dado en el clavo. Con la barrera fallando, preferirán fingir que el poblado no tiene actividad a arriesgarse a llamar algún tipo de atención indeseada.

Los animales, después de todo, siguen ahí y parecen tranquilos. Quién sabe, puede que incluso nos vieran en la distancia, y decidieran prevenir a curar. Qué irónico resulta, en cualquier caso, cuando la calma incita de tal forma a la tensión. Con disimulo, mi zurda queda cerca del lugar donde guardo el puñal, con las puntas de los dedos casi rozando su empuñadura.

—Por lo pronto, será mejor no demorarnos —añado, centrando la mirada sobre la torre que con toda probabilidad es la vivienda del mago. ¿Qué hay entre los magos y las torres? Será que las casas son demasiado mundanas para ellos—. No tiene sentido conjeturar cuando las respuestas nos quedan tan cerca.

Cuando por fin llegamos a la barrera del orbis respiro aliviada al pensar en la seguridad al otro lado, pero al cruzar la barrera puedo sentir perfectamente el problema del que hablaban los chicos antes, la típica sensación de cosquilleo era débil, más de lo habitual y la idea de que desapareciera por completo era algo que esperaba poder evitar.

Tras la barrera solo había silencio, parecía un pueblo fantasma el día después de que lo abandonara la gente. Todo estaba cerrado pero todo estaba en buen estado.

-Seguro que ha sido así- concuerdo con mis compañeros mientras me mantengo alerta por si escucho algo -no se dejaría un pueblo en tan buen estado si no hubiera sido una idea organizada-

Puede que sea por la falta de sueño o por los nervios pero como de costumbre a estas horas del día, mi vista no era mi mejor aliada.

Seguimos caminando en dirección a la torre que había en el centro del pueblo, si queríamos encontrar alguna respuesta ese era el lugar más probable para encontrarlas.

-Solo espero que estén bien- susurro mientras continuo caminando sin separarme del grupo, ahora mismo sabía que estaba en una clara desventaja si intentaban atacarnos o sorprendernos.

Avanzáis con cautela, hablando en susurros, enfilando la calle principal de la aldea que lleva hasta la torre. Lomo Plateado parece inquieto, algo le perturba y no deja de mirar hacia la posada, pero se mantiene obediente junto al cazador. Tenéis vuestras armas a punto, preparadas para defenderos en caso de que fuese necesario.

A una decena de metros de vosotros, la puerta de la torre se abre, pero nadie sale a vuestro encuentro. En cambio una voz espectral os habla:

- ¡Detenéeeos! ¿Quiéeenes sooois? ¿Quéee queréeeis de nosoootros?

Es evidente que los esiracenses están escondidos en sus casas. Hay signos de actividad por todas partes, percibes alguna silueta tras una cortina, y hasta oyes ruidos tras las puertas. Si quieren ocultarse no son muy buenos haciéndolo. Ni tampoco deben ser duchos en combate si no os enfrentan.

Puedes ver huellas recientes en el suelo, los esiracenses están aquí, pero deben haberse escondido al veros llegar. Lomo Plateado ha olido algo en la posada, puede que sólo sea el estofado que tú también puedes oler, puede que sea la presencia de algunos aldeanos ahí escondidos. Deben tener bastante miedo si se ocultan así de tres forasteros como vosotros.

Puedes sentir muchas presencias en la aldea. Incluso puedes notar la mente tras esa voz que os intenta ahuyentar. Es un anciano, uno triste y asustado.

Voy parando la mirada en cada puerta y en cada ventana, y al final no me queda otra que resoplar. En el fondo, cuando uno supera la tensión inicial, todos los signos empiezan a ser dolorosamente evidentes.

—Efectivamente, están aterrados —Aparto la mano de la empuñadura del puñal con un suspiro, dejandola caer a un lado—. Nos están mirando desde las ventanas. Parece que no tenemos razón para temer una emboscada, después de todo.

Libre de la tensión que atenazaba mi cuerpo, sigo reccoriendo la calle principal hasta plantarnos frente a la puerde de la torre que se ha abierto, aparentemente, por arte de magia. Alzo un poco las cejas antes la estrambótica bienvenida, pero tardo poco en dar un paso al frente.

—¡Mi nombre es Desmond! ¡A mi lado caminan el certero Eranor y la mística Kintsu, y los tres acudimos por insistencia de la marquesa Alura Reginloc! —exclamo a viva voz, para disgusto de mi garganta. Un dolor agudo me obliga a bajar el tono antes de continuar—. No pretendemos causaros ningún mal y más bien al contrario, estamos aquí para ofrecer nuestra ayuda.

Miro a mis compañeros, esperando por lo que ellos tengan que decir, pero después continuo la marcha en dirección a la puerta abierta. Puedo entender la reticencia de la gente de Esiracas, pero que me aspen si no necesito sentarme un rato, y también bastante más que eso.

Hasta Eranor llega el olor del estofado, así como los ruidos que hacen algunos aldeanos, muchos de ellos están en la posada. Esto es aún mas evidente para Lomo Plateado, si solo tres forasteros han ocasionado una respuesta así, esta claro que la vida en Esiracas no estaba resultando nada fácil a sus aterrados habitantes. Deja de nuevo el arco a su espalda, trata de adoptar una postura más cómoda, que no resulte agresiva y contesta a Desmond. -Así es Desmond, nuestra presencia les ha asustado y están encerrados, por si de enemigos se tratará.

Continúan su camino hasta la torre, y cuando ya están cerca la puerta se abre sola y de su interior sale una voz espectral que les insta a no seguir avanzando y a identificarse. Desmond contesta en voz alta a la voz, poco hay que añadir a lo que dice, tan solo reafirmarlo para tranquilizar a estas gentes.-Como os acaba de decir mi compañero Desmond venimos para ayudaros.-Y levanto mis desarmadas manos para dejar bien claro que no tenemos intenciones hostiles, mantengo bien cerca a mi lobo. 

Luego Desmond se dirige hacia la puerta sin esperar respuesta, le sigo despacio mientras le digo:-Desmond conviene no apresurarnos con estas buenas gentes, pues parece que lo están pasando muy mal desde que su orbis no funciona correctamente. Mejor les damos tiempo a que nos vean y juzguen por ellos mismos que no somos ninguna amenaza, sino la ayuda que la marquesa ha podido enviarles.-A Eranor se le hace larga la espera, el olor del estofado, muy parecido al que le prepara su amada Elsa, ha desencadenado unas enormes ganas de ponerse a comer, y tampoco son menores las ganas de descansar un rato tras haber pasado la noche en vela. En realidad, a todos les vendría muy bien un descanso tras el viaje, mientras les ponen al día de lo que les esta pasando y como pueden ayudar. 

Puedo notar la presencia de los aldeanos por todas partes y eso me relaja un poco, no puedo verlos pero tampoco hace falta para saber que no les ha debido gustar la presencia de tres desconocidos teniendo problemas con la barrera. Supongo que habían optado por la opción más inteligente por si éramos una amenaza y habían intentado simular que no quedaba nadie ahí.

-No me extraña que se hayan escondido, a mi tampoco me haría gracia en esta situación que llegaran tres forajidos a mi aldea-

Continuamos caminando hacía la torre cuando la puerta de la misma se abre misteriosamente y una voz sale de dentro y esta vez pude notar sin ninguna duda el miedo y el pesar en el anciano que nos había hablado. Desmond es el primero en hablar y cuando me presenta sonrío y saludo con las manos en todas direcciones para mostrarme amigable -Sentimos no haber avisado antes de nuestra llegada, os habríamos ahorrado el mal rato- espero que nos crean y nos dejen ayudar, sería bastante terrible que después de llegar hasta aquí nos mandaran de vuelta sin haber hecho nada.

Desmond sigue caminando hacia la torre pero Eranor sugiere que esperemos a que ellos nos digan de pasar, por si todavía no se fían de nosotros y asiento al coincidir con su opinión, no quiero que esta gente se sienta intimidada por nuestra presencia.

-¿Hay alguien que nos pueda informar de lo que está pasando?- digo alzando la voz para que se me pueda escuchar claramente - Si queréis podemos esperar aquí fuera aunque, siendo sincera, no nos vendría nada mal poder sentarnos y descansar en algún lado- 

Por la puerta de la torre sale un anciano algo bajo y encorvado que os mira con gravedad, intentado descubrir si vuestras palabras son ciertas. Tras él una joven da pequeños pasos y se mantiene muy cerca de él.

El anciano disimula para no parecer asustado, agitando por momentos su largo bastón, como si de un arma se tratase. Arruga los ojos y la boca, esforzándose para veros con más nitidez sin mucho éxito. Es evidente que el hombre no ve bien, al menos no a esa distancia. En el extremo del bastón hay una gema azul, que el mago mueve y acerca a vosotros de un modo extrañamente amenazante.

- ¡Soy Goldrin Rováskulcs! ¡El mago! ¡Sí! ¿Decís que os envía Alura? ¡Pues yo no tengo noticia de ello! ¡No! ¡No esperamos a nadie... no necesitamos a nadie... ¡dad media vuelta y alejáos de Esiracas! ¡Sí!

El viejo mago parece enfadarse rápidamente, sin dejar de mover su bastón con ambas manos. Os mira a vosotros, pero también mira hacia las casas, hacia las ventanas, cuyas cortinas se mueven ocultando curiosas miradas.

- ¡Maestro! Sabéis que ya no... mm...

La joven aprendiz guarda silencio, y posa su mano sobre el hombro del mago para tranquilizarlo. El anciano deja de hablar y baja el bastón.

- Perdonadle. Desde que... mmm... debemos tener cuidado. Yo soy Zulira, su aprendiz, y...

- ¡Silencio Zulira! -la joven calla y mira al suelo.

- ¿De verdad sois enviados de la marquesa? ¿Acaso ella sabe de nuestro...

El anciano se detiene y mira a su alrededor. Parece preocuparle algo, como si no quisiera que toda la aldea oiga lo que tenéis que decirle, o lo que él tiene que deciros a vosotros. Entonces se muestra menos agresivo, apoyando su bastón en el suelo y sujetándolo con una sola mano. con la otra os hace un gesto para invitaros a pasar adentro.

- Pasad. Sí. Hablemos dentro. Debéis estar cansados. ¿Sí?

El interior de la torre, al menos esta primera estancia que claramente no es la única, tiene un aspecto bastante poco mágico. Incluso decepcionante para alguno de vosotros, para quien puede que sea la primera vez que visita a la torre de un mago. A un lado una mesa dispuesta para dos comensales, al otro una pequeña chimenea de cuya viga cuelga una marmita humeante. Huele bien, estaban a punto de comer cuando habéis llegado.

Con una sencilla mirada, el anciano ordena a su aprendiz que prepare una silla más, un cuenco más, y una cuchara más. Os invita a sentaros, pero él permanece de pie todavía desconfiando de vosotros.