Partida Rol por web

Sombras

Tras recoger algunos frutos del Bosque de Sojäk dejáis atrás la ahora verde fortaleza, para continuar vuestro viaje hacia el corazón del desierto. Desde la distancia podríais decir que hasta el negro cielo se ha abierto sobre el bosque, dejando pasar algunos rayos de sol dorado que bañan al gran árbol de Beory. Sin duda un trozo de divinidad en Ramelok, un peligroso oasis, un osado contraste impuesto por el poder de la heredera de Diherôth.

La imagen de la Tenebrïs liderando a vuestro grupo, montada sobre el ancestral y portentoso gélido, la hace todavía más majestuosa. Los vivos colores de sus escamas y plumas contrastan con la oscuridad y palidez del desierto, pero realzan la figura de Anwië, ataviada con su dorada armadura élfica. Vilnës y Nevalar son los únicos que también van montados; la exploradora por razones obvias de avanzadilla, y el hechicero por el extraño y humillante castigo impuesto por su maestro Sil.

Las últimas horas de la tarde las consumís siguiendo el rastro que los cazatesoros han dejado durante años sobre la negra tierra. Debéis sortear pozos de fuego y corrupción, escarpadas laderas y profundas grietas abisales. En ocasiones atravesáis las ruinas de aldeas olvidadas y os servís de algún puente milenario que aún permanece en pie. El camino es tortuoso, lejos de ser el más directo o el más práctico. Ignoráis las razones por las que los cazadores seguirían este sinuoso sendero. Empezáis a estar cansados, y la oscuridad se hace más intensa, por lo que deducís que la noche debe estar cerca.

Frente a vosotros, sobre una colina, podéis ver con claridad las ruinas de lo que algún dia debió ser un gran asentamiento. Mayor que las aldeas que habéis visto hasta ahora. Con torres y muralla, o restos de ellas, de piedra negra.

La ciudad ante vosotros, sin duda, es Ordogor.

Habéis avanzado mucho en esta jornada, a pesar de la tortuosidad del rastro. Mucho más que en tu anterior visita al desierto, al menos que recuerdes. Ordogor es casi tan grande como Ramelok, y debió ser una floreciente ciudad en su tiempo. Prueba de ello son sus numerosos templos y edificios monumentales. Está enclavada casi en el centro mismo del desierto, encaramada en un cerro que predomina la zona, a los pies del Monte Bujox. La exploraste superficialmente, apenas te adentraste en algunas de sus decrépitas calles. En aquél momento nada encontraste, ni nada te hizo seguir indagando en sus ruinas.

Al este está la zona que recorriste ya una vez, Safeuk y Seniram, donde hallaste sombras, y más allá Aluniff, con su gran lago de brumas. Al norte tu perdición, las Arenas de Tormenta y las Colinas del Olvido, donde peor lo pasaste, donde de verdad tienes miedo a volver. Sientes que estás en una encrucijada, que este lugar es una bifurcación. ¿Continuará el rastro de los cazatesoros hacia alguno de estos rincones del desierto, o se adentrará en las oscura ciudad?

El trayecto hasta aquí ha sido largo y tortuoso. La arena de Ramelok puede parecer idéntica a cada paso que da la silenciosa procesión que conformamos, siguiendo las huellas de la enorme bestia reptiliana que monta la Tenebrïs... pero está lejos de serlo. Las memorias acuden a mí según avanzo por el erial, repitiéndome como un mantra que mi voluntad es incansable, una forma de luchar contra la insidiosa fatiga que atenaza mis músculos. Las ruinas que emergen en el horizonte me son cada vez más reconocibles, como un aparente espejismo al que mis ojos curiosos privan del velo de la bruma.

Ordogor vuelve a saludarme... Y yo le devuelvo la cortesía.

-Mi Tenebrïs-, alcanzo a musitar cuando hacemos un alto en el camino. -Frente a nosotros se yergue la antaño orgullosa ciudad de Ordogor. Está ubicada en el centro mismo de Ramelok. En tiempos fue una próspera urbe, sembrada de templos que ahora no son más que meras sombras marchitas, devoradas por la erosión del abrasador viento de este desierto. Quizás... Tras un breve descanso... Podamos explorarla y hallar qué secreto impulsó a los cambiaformas a cruzarla en dirección a la Atalaya de Sojäk-.

No tengo la menor idea de qué querrían hallar aquí los cazatesoros de los mutantes que han buscado cobijo en la Atalaya, pero estamos ya adentrados en el desierto, mi ánimo compensa la fatiga y empiezo a considerar que investigar las cenizas de Ordogor puede resultar estimulante a mi memoria... y a mi voraz apetito por descubrir los secretos que oculta esta antigua civilización.

La fatiga podía hacer mella, pero no en mí. Montada sobre el Gélido, el viaje era mucho más ameno y menos cansado de lo habitual. Y, aun así, podía apreciar las dificultades que planteaba el abrupto camino. Lord Sil, más si cabe en su estado de salud, debía estar sufriéndolo. Y, pese a todo, lo soportaba como una penitencia que había aceptado sufrir. Sin emitir queja. Sin cesar en su avance.

Mi respeto hacia el Magister había aumetado, no así con respecto a su alumno...

—Así que eso es lo que queda de Odorgor —contesté, meditativamente, tras escuchar sus palabras.

Lord Sil tenía la habilidad de evocar, con sus bien elegidas palabras, la imagen perfecta de lo que quería retratar. No me cabía la menor duda de que, lo que antaño era una gran ciudad, no eran ya más que ruinas.

Sin embargo, incluso las ruinas eran un bien preciado en un lugar como éste...

—Desmontad —ordené a todos—. Pasaremos aquí la noche.

La noche estaba cerca después de todo. Además, notaba el cansancio del grupo... No tenía sentido seguir avanzando. Era mejor explorar las ruinas y, en caso de que no hubieran peligros, aceptarlas como lugar para refugiarse de las inclemencias del desierto...

Hoari hace la primera guardia. El resto dormís a la intemperie sobre la fría arena, Sil envuelto en su manto, Anwië arropada por su fiel escolta y su nuevo hermano, y Nevalar cerca de Kronaz y Vilnës, muy insistente en calentarse mutuamente. La tozuda orka no se deja convencer fácilmente, e interpone su afilada hacha entre ambos, mientras que la exploradora sencillamente se aleja de él.

A las pocas horas Hoari os despierta a todos. Unas luces iluminan las ruinas de Ordogor, como llamaradas. Azuladas llamaradas, producto sin duda del uso de la magia. Las llamas se mueven sin rumbo aparente por las brumosas calles, y a intervalos dibujan contornos de siluetas sobre sus muros. No percibís ningún ruido, y vuelven una y otra vez sobre sí mismas, como una silenciosa danza.

Antes de dormir, comí del fruto que Beory nos había ofrecido. El día que sobrevendría a la noche sería decisivo...

Sin embargo, la noche duró lo justo. Apenas unas horas, y noté el aviso de Hoari. Silenciosas, vagando aparentemente sin rumbo cierto,... llamas azuladas parecían custodiar sin descanso las ruinas de Odogor.

—¿Lord Sil, puede identificar de qué tipo de magia se trata? —pregunté, ceremoniosamente, sin prisas.

Porque, efectivamente, se trataba de magia... y, proveniendo del desierto, podía intuir la respuesta de mi preciado aliado. Sin embargo, no había nadie cómo él en el área de investigación. No me cabía la menor duda de que sabría identificar, y describir, a la perfección de qué se trataba y cuál era el propósito de aquellas llamas.

En cuanto a Nevalar, esperaba que estuviera concentrado y atento en controlar su poder...

¡Vamos! Tu Tenebrïs ye ha hecho una pregunta, viejo inútil ¿por qué dudas tanto? ¿Acaso no eres tú mismo un sabio, un erudito, un... magister? O eso crees. ¡Respóndele! La magia azul, esa misma de la que tanto te vanaglorias, es la relacionada con la erudición, el conocimiento, la palabra escrita, la transmisión del conocimiento... es la de los cobardes, los que se refugian en sus altas torres, los aislados y marginados como tú. Sabes bien que es la más usada por sabios, magos, encantadores, maestros rúnicos, cronomantes, ilusionistas, adivinos... aunque no la única, ¿verdad? No olvides que hay un matiz, el cian, que puede confundirse fácilmente con el azul, sobretodo por bobos y fatigados como tú. La fuente del poder etéreo, mucho más marginal, pero también más interesante. Mira bien, no es el caso, ¡mira esas luces! Sabes, o deberías saber, vejestorio acabado, que quien hace eso competirá contigo. Suda, tiembla. Esas luces vienen a por ti, y poco o nada podrás hacer contra ellas.

La noche ha sido larga y llena de dolor. El castigo ha sido más propio de un padre a un hijo, pero no siento arrepentimiento. ¿Cómo podría, si no siento nada?

El avance que la Tenebrïs ha impuesto por el desierto ha sido implacable, muy superior a las demandas físicas a las que suelo acostumbrar a mi maltrecho pellejo. Las consecuencias, claro, son aterradoras. Apenas me tengo en pie y difícilmente puedo coordinar las funciones motrices. No digamos ya las intelectivas. Con todo, una pregunta sobre la magia azul que late en las ruinas de la antaño egregia Ordogor no conlleva más que una elemental respuesta, a pesar de los escarnios de mi enemigo interior.

-Mi señora...-. Una flema se me atraganta. Toso. Aprieto los dientes. Cada palabra parece hacerse una pasta en la boca. -Magia azul. Tan variada como el conocimiento al que está relacionada. Erudición, encantamiento, cronomancia, adivinación, ilusionismo...-. Es un ejercicio fútil alargar la enumeración. La magia es absolutamente inabarcable en sus usos prácticos. La Tenebrïs puede comprender fácilmente esto.

-No estamos solos...-, advierto, sabiendo que en mi actual estado no seré de ayuda. -Esta magia no es inherente al desierto o a los últimos vestigios de Ordogor. Es obra de alguien...-.

La Tenebrïs habrá de perdonarme si he de emplear mi magia para preservar mi cuerpo, pues no he vuelto a Ramelok para morir a mitad de trayecto.

Mira bien, no es el caso, ¡mira esas luces! Sabes, o deberías saber, vejestorio acabado, que quien hace eso competirá contigo. Suda, tiembla. Esas luces vienen a por ti, y poco o nada podrás hacer contra ellas.

Un gutural y sombrío sonido emerge de mi garganta rota, acaso una peligrosa advertencia.

-Le invito a intentarlo...-, declaro desafiante la intruso.

Cuando culmine mi viaje, lograré extirparle de mi mente.

Para siempre. 

Las luces, las sombras, se detienen por un momento, como si se hubiesen percatado de vuestra presencia. Luego reanudan su extraña danza, moviéndose despacio sobre los muros de Ordogor en vuestra dirección. Todos los que os acompañan os miran esperando instrucciones, salvo Nevalar, que da un par de pasos hacia adelante, musitando oscuras palabras.

- Haljmegkékfényben ésüllyedjabbasötétségbe amelybőlszülettél...

Tomo el pequeño vial que llevo en mi cinto. Un brebaje potenciador que he aprendido a elaborar en mi cubil y que logra estabilizar el dolor, el cansancio y, en definitiva, me hace soñar que, con el conocimiento adecuado, puedo rebasar los límites que son impuestos a esta carcasa mortal. Bebo la poción con avidez a través de los labios metálicos de mi plateado rostro. Siento el elixir relajar mis músculos según desciende por mi despellejada garganta. Su calor se extiende desde el interior de mi pecho por doquier, como si se ramificase por mis venas con un agradable hormigueo. Para cuando abro los ojos me asombro del trance en el que he estado absorto por un minuto, deleitándome en secreto de este néctar que apaga la sed y destierra el hambre de mi ser. 

Me siento de nuevo preparado, dispuesto a afrontar otra larga travesía por el desierto.

Y más aún.

Deslizo una mirada suspicaz a mi pupilo. Empieza a musitar para sí. Extraña conducta, si no fuese porque su inquietud resulta ya evidente a mis ojos desde que iniciamos nuestra expedición.

Ese al que llamas alumno es un descarriado. Ese que nos acompaña es nuestra perdición. Ese que susurra ya está perdido, ya está condenado. Su poder se nutre de la corrupción que nos rodea, lo sabes. Su poder fluye por sus venas sin que él pueda hacer nada para controlarlo, lo intuyes. Nosotros tampoco tenemos poder sobre él. Y su poder nos acabará consumiendo. Es un poder demasiado fuerte para ser controlado, demasiado oscuro para este mundo. Ese que lo ostenta habla la lengua del Kaos.

"extínguete llama azul, vuélvete tinieblas, devora mi alma corrompida"

Asentí con la cabeza de manera conforme tras las palabras de Lord Sil. Esperaba más de él, pero había resuelto algunas de mis dudas, así que le compensé con aquel asentiimiento. Sin embargo, mi ceja se enarcó en cuanto escuché la voz de Nevalar musitando palabras extrañas.

Eran palabras oscuras, sin duda relacionadas con su poder. Sin embargo, parecía estar seguro de lo que hacía... y, aun así, no quité la atención de él. Aún tenía presente el error cometido durante su exhibicionismo de poder. Un error que hubiera podido costarme perder a Heimdallr. Nevalar no podía permitirse fallar de nuevo...

—Heimdallr, retrocede unos pasos —dije, a mi fiel hermano.

No quería que estuviera cerca de Nevalar. Podía intuir que el descontrol había sido provocado, en parte, por la presencia de Heimdallr... Aun así, era sólo una intuición, pero... prefería evitar riesgos.

Finalmente centré mi atención en el resto del séquito.

—Preparaos. Es hora de explorar las ruinas...

Si Lord Sil estaba en lo cierto, y no me cabía la menor duda de que lo estaba, quería descubrir cuanto antes quién era el encargado de la magia... Sin embargo, antes de idear un plan, quería esperar a comprobar qué ocurría tras las oscuras palabras de Nevalar...