Partida Rol por web

-Mi señora...-, pronuncio captando la atención de la Tenebrïs.

Clavo mis ojos fijamente en Nevalar.

-Pronuncia la lengua del Abismo, el idioma que comparten el Príncipe y sus legiones allende este desierto-, advierto con cautela, entrecerrando la mirada.

Luego susurro al oído de la dignataria de Anodiräs algo que a buen seguro helaría la sangre de muchos de los presentes en la comitiva.

-Haljmegkékfényben ésüllyedjabbasötétségbe amelybőlszülettél... "Extínguete llama azul, vuélvete tinieblas, devora mi alma corrompida"-.

Pocos en Anodiräs conocen mi don para las lenguas. No hay idioma hablado sobre todo Orbis que me sea ajeno. Un viejo talento natural, heredado por línea de sangre con mi madre. Es por esto que sé con precisión qué palabras pronuncia mi discípulo. Y es por eso que empiezo a comprender que todos, absolutamente todos nosotros, albergamos un propósito personal en este viaje. Conozco demasiado bien el mío como para dejarme llevar ahora por un delirio egocéntrico. Intuyo el de la Tenebrïs tras su manifestación de poder en sintonía con la diosa de la naturaleza. Y ahora... Ahora empiezo a pensar que no soy el único que sabe manipular títeres.

-Temo, mi señora, que algo en la naturaleza de esta magia azul a la que asistimos es... una invitación a una emboscada. En el arte del sortilegio hay matices... El azul cian, por ejemplo, es por su propia naturaleza fácil de confundir con el azul y, sin embargo, abre la puerta a un tipo de magia etérea realmente fascinante...-. Estoy divagando, así que aclaro mi postura. -Mi discípulo es portador de un poder muy por encima de sus capacidades. Es, por así decirlo, un receptáculo. Ignoro de qué o de quién; pero sé que ese algo le llama... Lo está haciendo desde que entramos al desierto... Y es mi obligación advertiros del peligro, pues nuestras fuerzas son inferiores en número aquí... en la Tierra de las Sombras-. 

Quiero pensar que el Barón ha ignorado todo este tiempo lo que yo he empezado a intuir durante mi magisterio. Mi discípulo es débil, susceptible a la tentación del Kaos. ¿Acaso puedo salvarle de sí mismo? ¿Puedo acaso evitar el funesto desenlace que vaticino para él? Y, quizás lo más importante... ¿Puedo salvar de la inminente catástrofe esta expedición?

El hechicero repite incansable las mismas oscuras palabras, con pequeñas variaciones, declinándolas y tergiversándolas hasta que llegan a ser incomprensibles, un mero cántico, un siniestro mantra, alzando su voz cada vez más. Sus ojos permanecen entornados, como si estuviese entrando en un profundo trance, con sus manos alzadas en dirección a las sombras. Sobre las ruinas de la próxima ciudad empieza a formarse un cúmulo de nubes negras, una oscura y amenazante espiral, inminentemente tormentosa.

En el momento más álgido de la conjuración se produce una contracción, con su centro bajo la espiral, en el interior de la ciudad. Nevalar detiene su plegaria, y las nubes descienden como un tornado, golpeando con fuerza las negras ruinas, en in instante de sobrecogedor silencio. El tiempo parece contraerse y el aire volverse más liviano, pero no es más que una fugaz ilusión. El conjuro del Hechicero de Zanduräs concentra sombras sobre la ciudad, sombras que acuden de los confines del desierto y de él mismo, formando una oscura y densa nube que termina colapsando, expulsando rocas y corrupción en todas direcciones.

El impacto no tarda en sacudir el suelo bajo vuestros pies, la fuerza de la explosión os hace caer a todos. La sombra se expande a gran velocidad, como un halo abisal que devora toda luz a su paso. Oscuridad, corrupción, y Kaos invaden las ruinas, las arenas y vuestras almas.

Antes de sucumbir a las tinieblas puedes sentir el Kaos y la corrupción fluyendo a tu alrededor, y la luz de Beory alejándose.

Puedes ver a Heimdallr con más nitidez y claridad que nunca, el rostro tras su máscara es espeluznante, manteniendo una forzada sonrisa macabra. Igualmente puedes ver al verdadero Sil, Koräd Lathanïel, consumido y torturado tras siglos de exposición a las energías más siniestras. Su vida es frágil, sustentada delicadamente por artificiosos conjuros; su verdadero rostro es igualmente espeluznante, pero muestra todo lo contrario a una sonrisa. Ambos tienen mucho en común.

Luego oscuridad y silencio.

Antes de sucumbir a las tinieblas puedes sentir el Kaos y la corrupción fluyendo a tu alrededor, y sobretodo a tu voz interior regodeándose de gozo.

Demasiado lento... Mi cuerpo no responde a la velocidad de mi mente. He visto la explosión segundos antes de que suceda y en cambio no he logrado evitarla.

Nevalar ha colapsado. Ha sucumbido a la tentación, quizás doblegado por una fuerza muy superior, una que aquí en Ramelok es primigenia, indómita e imparable. En todo caso, ahora es irrelevante. Su fracaso es mi fracaso. Quizás haya perdido a mi discípulo para siempre, puesto que si las sombras no lo han mancillado para siempre, seré yo quien acabe por aniquilarlo. Demasiado peligroso para sí mismo. Demasiado peligroso para todos los demás.

Descubro que estoy pensando a oscuras. Nada se mueve. Silencio absoluto. ¿Acaso estoy ciego? Quizás peor... ¿Muerto?

No... Pienso, luego sufro. Aún estoy vivo.

Escucho al Reptante, a ese sibilino y raquítico mequetrefe serpenteando, confinado en la peor prisión posible... Mi mente.

-Siente el salvaje fluir del Kaos a tu alrededor ahogándolo tooooodooooo, anegándolo en la única certeza incontestable, Lordy-Lord Silky, Magister de la Completa Ignorancia: LA VICTORIA DEL PRÍNCIPE ES INEVITABLE-.

Sonrío. Luego, una breve risilla gutural escapa tras mi máscara.

-¿¡De qué te ríes, demente senil!? ¡TU PROPIO DISCÍPULO TE LA HA JUGADO DELANTE DE TUS NARICES! ¡JAAAAA! ¡A TI Y A ESA CIEGA DISCAPACITADA QUE TIENES POR PATRONA! ¡Seguro que el gélido está ahora mismo comiéndosela a ella y al resto de la expedición! ¡Contigo no creo que se atreva! ¡No le servirías ni de mondadientes, enteco y ajado como eres! ¡Ni para cadáver sirves ya!-.

Mi risa aumenta en cadencia y en intensidad. Sorprendentemente, la tos no la rompe.

Soy afortunado.

-Has perdido el juicio... Lo has perdido para siempre. ¡Encuentras placer en el dolor!-.

Sin duda, debe ser eso, me digo mientras logro erguirme y condenso las sombras a mi alrededor en un orbe de azulada energía mágica que flota sobre la palma de mi férrea mano. Un hechicero es un vórtice de entropía andante. Yo, un erudito consagrado al estudio de la energía arcana, soy un domador del eterno conflicto que subyace en la magia. Sutil diferencia.

Las sombras pueden devorar los corazones de los débiles como Nevalar, pero yo pertenezco a Anodiräs. Yo entiendo lo que soy, mi propósito, mi búsqueda vital... El sol dorado sobre el campo de sangre.

-¿Aún no lo entiendes, despojo?-, pronuncio con genuino desprecio hacia el enemigo invisible que anida en mi interior. -Observa y aprende, pequeño, insignificante parásito sin propósito... Las luces más brillantes... Despliegan las sombras más oscuras... Este... es mi desierto... Estas... son mis concubinas-, siseó al tiempo que doblego a las sombras a mi alrededor, obligándolas a apartarse de mi camino, a revelar el destino del resto de la expedición...

A descubrir el verdadero rostro de Nevalar.

-La-Thännel in-Gahül vaäsh sëtk aär*-, sentencio, henchido de poder, imperturbable a la extinción de la luz. Me deleito en la ironía de que, al fin y al cabo, siempre he sido una sombra de mi verdadero ser.

El misterio tras la máscara.

Sentí la corrupción, la oscuridad, el kaos... recorría mi rostro, mi cabello, mi cuerpo... y, sin embargo, no me resistí. No tenía necesidad hacerlo. Dejé que me golpeara, que me zarandeara y que, incluso, me impulsara algunos metros más atrás. La oscuridad era parte de mí. Yo... era la oscuridad, y... como tal, no temía a la corrupción, ni tampoco al Kaos. Ni siquiera al poder que recorría las venas de Nevalar y que había explotado zambulléndonos a todos en un mar oscuro y espeso del que difícilmente se podía salir.

Cuando me repuse, chasqueé con la lengua y negué con la cabeza,...

Nevalar no era más que un adolescente insolente. Desconocía sus intereses y sus posibilidades... Quizá el hechizo había vuelto a salirse de control, o quizá era su plan. Fuera como fuese, con aquel acto, Nevalar me había mostrado nuevamente el peligro que suponía.

Y pese a todo... también me había mostrado algo que deseaba...

El rostro de Lord Sil poco se diferenciaba del de mi hermano. Ambos consumidos por la corrupción. Y, sin embargo, se mantenía vivo mediante la magia y conjuros... ¿por voluntad propia? Ver su verdadero rostro me hizo sentir aún más curiosidad por descubrir qué era lo que le había ocurrido en el desierto durante su expedición... Irradiaba corrupción, al igual que Nevalar... al igual que mi hermano... ¿podía confiar en él?

Kaos, chän urräinn dhüt däd a dhèanâmh dhòmhsä, oir chän ëil mô bhodhäig leätsa. Air ais dhëth. Thôir a-steäch do chumhächd Beory.

NADA me detendría... ni el poder de Zanduräs, ni el Kaos... YO me impondría a todo...

Una tenue luz verdosa te guía en la oscuridad, te ayuda a mantenerte erguida, regia, mientras todo a tu alrededor se desvanece y deteriora hasta convertirse en polvo negro llevado por el viento. Tu madre te toma de la mano, y te ayuda a transitar los oscuros páramos y los confines del sueño y el tiempo. Su abrazo te mantiene con vida, mientras todo a tu alrededor se consume, agrietado y corrompido por las tinieblas. Una hermosa flor de verdes pétalos te rodea, junto a ti hay otro ser, y se cierra para albergaros en su interior. Los vientos quedan lejanos, y tu cuerpo es mecido y acariciado con dulzura, en un entorno viscoso que huele a miel y clorofila. Estás aislada, sumida en un profundo sueño, junto a tu hermano.

La voz que compite contigo por tu cordura huye. Se aleja. Tu voluntad es fuerte, y tu convicción es aún mayor. Algunos lo llamarían fe. Durante bastante tiempo caminas entre las densas sombras, rodeado por un estrecho espacio de protección, iluminado, al que no se atreven a adentrarse. Este aura azulada rodea tu cuerpo, y se mueve contigo a cada paso que das sobre la negra arena. Contra ella chocan con violencia los oscuros vientos de kaos y korrupción, y nada te dejan ver. En tu íntimo santuario puedes meditar, obtienes silencio, y terminas ordenando a las sombras que te muestren a tu lonialär. Obedecen, como un sádico ser inteligente, tu voluntad se impone, y te muestran su cuerpo, o lo que queda de él.

Yace sobre la roca muerta. Comprendes, nada más verlo, que la corrupción ha devorado a Nevalar, tu pupilo. Como si un mal hubiese salido de su propia sangre, como si ésta se hubiese evaporado, rasgando y pudriendo toda la carne a su paso, dejando únicamente quemados huesos y negros jirones de tela. Comprendes que su sangre no le pertenecía, y que su dueño, su señor, la ha reclamado. La plata que el Barón incrustara en su rostro sigue ahí, completamente inútil. Nevalar, efectivamente, sólo era un receptáculo, al menos ahora así lo sabes. Un recipiente para un poder inconmensurable, un poder que pertenece a este corrupto lugar.

Tu luz, tu aura, mantiene a la corrupción fuera de ti, pero esto no durará para siempre. Tu luz, tu voluntad, mantiene a las sombras alejadas de ti, pero no cesarán de acecharte. Te sientes solo en mitad del vacío. Estás solo. Oyes el silencio, notas la quietud, y sientes la ligereza de ser sólo tú.

Me he dejado llevar por mi despliegue de poder mágico. Estas advenedizas y traicioneras sombras confirman mientras acechan mis pasos que, por ahora, me temen y me tantean, pero aun en su silencio me recuerdan que no soy su señor, algo que en lo que debo estar conforme, pese a la tiranía que ahora ejerzo entre ellas. Tampoco lo pretendo, bien es cierto. El poder de los elementos en la magia es algo primordial e incontrolable. Nevalar ignoró este principio... Ahora está muerto.

Contemplo el cadáver de mi discípulo cuando el sudario tenebroso se hace a un lado, mostrándome sus patéticos restos, un triste envoltorio desecho. Es extraño, pienso de repente. Siento cierta empatía por parte de esta mortaja sombría. Como si me brindase un improvisado solaz.

En su momento, Nevalar fue prometedor, un hechicero muy talentoso a pesar de las lógicas taras que acarreaba su juventud; si bien ha resultado una amarga decepción en su temprano ocaso. Desafiante, tozudo y egoísta hasta el final. Su gran poder interior se funde finalmente con Ramelok y no me siento en mi derecho de cuestionar al desierto, un enemigo tan implacable y tan enigmático como yo mismo. La tentación ha vencido a la voluntad... una vez más. Ello me recuerda que la historia está condenada a repetirse para el ignorante, motivo por el que tanto insistí al necio de mi aprendiz a entregarse a la lectura.

La previsible desilusión del Barón o de la Tenebrïs no alcanzan la sombra de mi pesar por la caída de uno de mis más aventajados discípulos en años. Esta pérdida es una lacra para Anodiräs, pero más aún para mi persona, pues su instrucción remataba en un propósito trascendental en mis planes de futuro.

Tendré que buscar otro agente para mi causa... La próxima vez, será una hembra. Más dócil. Más sumisa. Más fácil de quebrar...

Rebusco entre lo que queda de mi discípulo y me maravilla encontrar un bastón que rezuma un singular poder mágico, así como una gema magenta. Ambos son valiosos, lo suficiente como para darme una ventaja aquí, en Ramelok. En las muertas manos de Nevalar no sirven de nada, así que decido apropiármelos.

Sé que les daré buen uso.

Acepté el abrazo de Beory como cualquier obediente hija aceptaría el de una madre. Fue entonces cuando, a pesar del caos y destrucción en el que estaba sumido mi alrededor, me envolvió un estado de paz y calma plena...

Nada podía ocurrirme mientras Ella estuviera a mi lado...

Notaba el dulce olor a miel y clorofila, característico de Madre. El viento ya no me zarandeaba, ya no recorría mi piel como un abrasador vendaval. Por el contrario... noté cómo mi cuerpo se relajaba siendo mecido y acariciado, ajeno a todo lo que sucedía más allá del abrazo de Beory. Tras ello, el sueño dominó mi mente...

Podía descansar en paz... estaba a salvo...

Estás a salvo. Tu hermano gélido también duerme.

Juntos flotáis en un entorno líquido, cálido y seguro.

El tiempo pasa. Nada ocurre. Nada percibes del exterior.

Sólo el latir de vuestros corazones.

Los vientos de kaos continúan erosionando con fuerza la roca y los huesos exteriores a tu mágica envolvente. Recoger el bastón y la gema, y dejas el mapa, que se consume al instante, devorado por las tinieblas que te rodean. Al tomar los objetos presientes que una poderosa sombra te acecha, observándote y estudiándote desde la lejanía.

Al colgar de tu cuello el talismán notas su poder imbuir tu cuerpo y tu mente, notas el kaos y la korrupción de tu entorno, más vivaz, más excitado. Al tomar el bastón, en cambio, notas quietud y equilibrio. No es que ambos objetos estén vinculados de un modo natural, pero puede que hayan creado cierta simbiosis entre sí. No en vano es un bastón de madera de endrino junto a una gema de kaos.

Al asir el bastón percibes algo más. La rama de madera negra se inclina, como atraída por algo un poco más allá, algo que las sombras se afanan por ocultarte.

Al asir el báculo y colgarme el amuleto, siento una andanada de poder mágico sobrecogerme hasta alcanzar todas y cada una de mis terminaciones nerviosas. La magia es una amante dulce cuando te conforta con su abrazo, pero a la vez terriblemente cruel cuando te deja envuelto en el gélido vacío de su ausencia. Sé que la magia rúnica que he aprendido a dominar con los años es lo que me mantiene aún vivo. Estoy acostumbrado a anhelar sus caricias. Ahora, al sostener este catalizador, siento mi ánimo renovado y mis fuerzas imparables. Renuncio al mapa que portaba sabiendo que no necesariamente seré yo el más perjudicado por esta decisión, pero lo cierto es que no me importa. Ahora mismo soy un oponente digno de cualquier cosa que el desierto se atreva a cruzar en mi camino, y tengo la sensación de que las sombras lo intuyen, por eso juguetean conmigo. Me ocultan algo, pero quieren que lo vea. Desean que participe en su macabro y perturbador juego del escondite.

Sonrío bajo mi máscara.

Participaré, claro. Soy el maestro del misterio... Yo también tengo propuestas para Ramelok.

Camino por intuición. Ni siquiera hablo con las sinuosas y reptantes siluetas carentes de forma definida que me rodean. Saben que deseo conocer sus secretos. Eso es suficiente. Un pensamiento cruza mi mente con fugacidad...

¿Qué habrá sido de la Tenebrïs? ¿Por qué alzó ese mágico e imposible árbol en mitad del desierto? ¿Tiene acaso el poder de transformar Ramelok en una foresta a mayor gloria de Beory? Y quizás lo que más me turba es... ¿Sería esta jungla una ventaja estratégica real para Anodiräs?

Albergo dudas. La naturaleza mágica del Kaos es tan impredecible como los sortilegios druídicos de los servidores de Beory. Solamente sirvo a una causa, y no entronca con la de ningún dios. El conocimiento es la verdadera fuente de poder en este mundo. La ignorancia aniquila. No puedo esperar más. He de avanzar, así que intuyendo que mi objetivo personal colisiona directamente con el propósito que ha desplazado a la Tenebrïs aquí, tomo una decisión: 

He de volver a ver a la Guardiana de los Secretos.

He de averiguar qué quiere de mí.

Porque si algo he descubierto desde mi última estancia en Ramelok es que sigo vivo por una razón que aún me es desconocida. Pero eso... está a punto de cambiar.

De nuevo, sonrío bajo la máscara. Y esta vez, un conato de genuina emoción se acumula en mi pecho. 

Por un brevísimo instante... me siento vivo de nuevo.

En aquel estado de paz y profundo sueño, vinieron a mi mente recuerdos. Retazos. No era mi hermano de sangre quien estaba a mi lado, sino mi hermano Gélido. Sin embargo, mis sueños recordaban al primero antes de convertirse en lo que era ahora.

Sueños de glorias pasadas, de ilusiones infantiles, de fantasías imposibles de realizar ya...

En el sueño me miraba, sonreía y me besaba. Juntos jugábamos inconscientes de lo que el futuro nos depararía. Tras uno de esos juegos, mi hermano se detenía frente a mi y me miraba cálidamente. Sin embargo, había algo raro en su mirada, pues poco a poco se tornaba en fría y oscura... con ojos negros y vacíos. Su sonrisa se esfumaba, y se convertía en algo grotesco...

Entonces sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, al tiempo que su boca se movía pronunciando palabras cargadas de odio que se clavaban en mi ser como agujas afiladas...

Por tu culpa. Por tu culpa. Por tu culpa. Por... TU... culpa.

Ahora no era más que un ser consumido por la corrupción, y no por culpa del Príncipe del Kaos, sino... por mi culpa.

Algo perturba tu sueño. Algo perturba la vaina en la que descansas protegida del kaos exterior. Algo te devuelve a la realidad, a tu realidad, a la realidad de Ramelok. La vaina de Beory es sacudida, azotada, por vientos oscuros. Su piel comienza a ceder, su pétalos empiezan a marchitarse bajo la insaciable corrupción del desierto. Vas siendo despojada de tu capullo por las sombras, que arrancan una a una las verdes hojas que te protegen.

Tu sueño se desvanece. Tu hermano despierta junto a ti, y mira en derredor suyo aturdido, desorientado.

Caminas con dificultad hasta situarte frente a algo grande, algo vivo, más alto que tú. Un verde tallo brota de la tierra marchita de Ramelok. Un tallo grueso, plagado de espinas, que sustenta un gran capullo en su extremo más alto, mecido por los vientos del kaos y golpeado sin piedad por las violentas sombras. Las mismas que quieren mostrarte lo que va a ocurrir. La corrupción del desierto abrasa su superficie, y trata incesantemente de erosionarlo, devorando poco a poco cada uno de sus pétalos. El capullo, la vaina, la crisálida, es despojada una a una de sus hojas, de sus capas, dejando entrever un interior verdoso, gelatinoso y cálido.