Partida Rol por web

Montaña volvió a golpear, no habría necesitado las palabras de aliento porque cuando se enfurecía las palabras sobraban, pero de algún modo las asimiló y pareció entender que su pérdida de memoria se debía a la cosa esa que tenía delante en estos momentos, por lo que la rabia que sentía pareció volverse más efectiva.

Aprovechando la buena puntería que había tenido esta vez Zaev, Eredhir tensó rápidamente el cargo y descargó una nueva flecha.

Por suerte para todos, el grupo parecía empezar a reaccionar, lo que alentó a Eredhir a seguir disparando sin cesar contra aquella extraña criatura.

Garin parecía contrariado por la ineficacia del arma que ahora blandía. El enano no estaba seguro del todo de si había sido él que había errado el golpe, o que el arma no era capaz de herir al extraño ser... De todas maneras, tenía que volver a intentarlo.

Las garras del amnésico bárbaro y las flechas de Eredhir demuestran por fin ser devastadoras para la criatura, que atravesada por múltiples puntos comienza a emitir extrañas luces ultravioletas por las zonas desgarradas para estallar poco después en múltiples fragmentos policromáticos que se atenúan hasta desaparecer.

Sería un espectáculo grandioso si los héroes pudiesen borrar de su mente el espantoso hecho que ha drenado la vida de mujeres y niños inocentes en las cavernas cercanas. Al menos, al purgar los subterráneos de la Mansión Undiomede, podrán consolarse pensando que han contribuido en proporcionar cierta satisfacción a los espíritus de los fallecidos de un modo tan horrendo.

Además, revisando las paredes de esta cámar, una cuidadosa búsqueda revela un par de estoques mágicos* de hierro frío, varias piezas de joyería de oro marino** y un pequeño cofre cubierto de lapas que contiene 880 monedas de oro, 665 de plata y 2400 de bronce. Alatar determina (Saber: historia, tomando 10) que se trata de monedas chelianas, posiblemente parte de las soldadas perdidas durante el apogeo del imperio, hace 300 años.

Montaña terminó de respirar agitadamente, y contempló como sus garras se retraían.

La expresión solo se podría definir como "incredulidad", aunque la diferencia con "bobalicona" no estaría del todo claro.

Gavros se dedicó a curar a todo el mundo, para luego acomodar todo, sacar su casullo, sus símbolos, los inciensos, y con todo ello ofició una ceremonia a Pharasma, poniendo su símbolo en este lugar, consagrándolo, para que todas las almas, para que toda la gente ahí torturada, devorada por el caos, pudiera ir finalmente hacia la Diosa del Camino, y ahí encontrar la paz. 

Fue una ceremonia hermosa, doliente, pero llena de esperanza. 

Agotado, tanto física como mentalmente, Eredhir se tomó un momento para sentarse en el suelo y recuperar algo de fuerza.

Agradeció las curas que Gavros les proporcionaba, pero apremió al sacerdote cuando este empezó a sacar sus bártulos -Hemos acabado con esa cosa, y ya no podrá drenarle la vida a nadie más, pero aún ronda por ahi ese pez gigante. Creo que a Farasma no le importará si no alargamos mucho la liturgia y salimos de aquí raudos...

Garin recogió su hacha con lentitud, era como si le pesase. Durante unos segundos la miró absorto de lo que hacían sus compañeros a su alrededor. Habían vuelto a vencer a otro enemigo imponente y aterrador, sí, pero el enano no sentía haber sido de mucha utilidad. Un guerrero que no consigue herir a sus enemigos, es como un monje sin fe.

Pues creo que es hora de "sumergirnos" más en el asunto. -dijo, al terminar de oficiar la ceremonia Gavros y dedicar este lugar ahora a su diosa.  Del buen pasaje, largamente esperado por esta gente.   

Quememos el cadáver conservado del fundador, acabemos de limpiar la zona, revisando por supervivientes (cuanta fé tenía este padre) y vamos a las Islas Charranes. 

Estaba decidido.  Habían recolectado suficiente magia submarinista que bien podrían actuar bajo agua como si estuvieran sobre tierra.  Ahora, sólo tenían que reponer fuerzas, y luego ir a aquel nido de anguilas. 

A reparar las ofensas hechas contra la gente en aras de su propio bien, sin preguntarles, claro, como todo déspota hace.

- Sí, hagamos todo eso, quememos, recemos, marchemos, hablemos de peces... ¿pero antes de todo eso alguien puede explicarme un par de cosas? ¿Estoy a dieta? ¿Por qué me salen garras en los nudillos? ¿Qué demonios hago aquí? ¿Soy contable?

Tras realizar los rituales y una batida de los túneles que quedaban, estaba claro que los hombres-pez que quedaban o bien habían tomado una salida oculta o bien habían esperado a que se disipase el muro de fuerza para atravesar la puerta en fase en lo alto de las escaleras para abandonar las cavernas. Nada quedaba en las salas sin explorar salvo unos cuántos cadáveres de hombre pez con terribles heridas provocadas por un arma cortante de grandes dimensiones. Quizás su jefe hubiese enloquecido también al ver al ser extraterrestre multicolor y se había cebado con sus congéneres más pequeños. Era difícil saberlo.

Sólo quedaba volver sobre sus pasos hacia Illmarsh, dejando atrás la mansión maldita. Algunos de ellos, con la mente quebrada por los horrores presenciados, necesitarían más que cena abundante y una buena noche de sueño para recobrarse.

Al salir del lugar, aún atolondrado por lo visto y sufrido, Gavros recordaba que había pedido esa mañana a Pharasma la capacidad de restaurar la cordura.  Era hora de rezar esa plegaria.  Sabía que los horrores que verían más adelante los dejarían débiles de claridad y voluntad, pero en esta ocasión bajo la mansión el mago y el bárbaro ya habían salido muy afectados, así que se volteó hacia Alatar, quien quizá fuera quien lo necesitara más, por ese miedo que se le veía que le tenía ahora a los espacios abiertos.  

La Diosa te bendice.  Ayudaste a que las almas torturadas aquí siguieran su camino, el que les corresponde.  Y así como tú ayudas a restaurar el cauce de las cosas, Pharasma te restaura a tí.     Le impuso ambas manos en la frente, cerrando los ojos, mirando al suelo, todo devoción el clérigo. 

La bendición fluía.

Buscaría luego Aximandias que tuvieran todos ellos al menos un día entero de oración, en algún templo de Pharasma misma o alguna deidad afín.   Con un día más recuperarían suficiente cordura, quizá, para enfrentarse a los horrores mayores que les esperaban bajo el agua de la bahía. 

Ojalá.

Alatar sentía que la cordura regresaba a él rápidamente.  Aún así, debía hacer un esfuerzo para liberarse del miedo irracional al cielo abierto.  Eso sería un problema en el momento de que dejaron la Mansión Undiomede.  Pero al salir al aire, sintió un peso quitársele de encima.  Pharasma lo había curado, y regresado a sus sentidos. ¡Aleluya!