Partida Rol por web

4 de marzo de 1999, 16:50

Candela se despertó con el ruido de una aspiradora tronando a través del techo, y una retahíla de palabrotas tronando a su lado. Del primer ruido era responsable su vecina, que gustaba de pasar la aspiradora a la hora de la siesta, y del segundo Rubén, que consideraba la siesta el más sagrado momento del día y no apreciaba que fuera interrumpida.

El redcap se puso los calzoncillos y unos pantalones de chándal, pues el frío no invitaba a pasearse muy al descubierto, y se metió en el baño. Se había presentado sin avisar, echando humo por las orejas y con pocas ganas de hablar, como siempre. Y aunque al principio pasar un rato con ella le calmaba, Candela se daba cuenta de que cada vez estaba más tenso cuando llegaba y menos relajado cuando se marchaba.

La cisterna, un portazo y el sonido de la puerta de la nevera al abrirse le anunció que Rubén estaba en la cocina a punto de atacar la compra de la semana.

Candela volvió a tirarse sobre la cama, y se estiró durante un buen rato mirando al techo antes de levantarse y vestirse con la sudadera del redcap. Ser alguien como Rubén debía ser parecido a vivir cada minuto como si te acabase de despertar la pesada de la vecina con la aspiradora.

-¿Me vas a hacer algo esta vez? -le preguntó apoyándose en el marco de la puerta, aún adormilada y con el pelo revuelto-. ¿O te lo vas a comer tu todo?

Rubén estaba apoyado en la encimera dando cuenta de su mortadela, que a juzgar por los sobres de plástico vacíos que había dejado repartidos por la cocina debía ser el único embutido que quedaba. Le lanzó a Candela una mirada poco amistosa y dejó caer las pocas lonchas rosas que quedaban en la mesa de la cocina.

-Podrías poner la puta calefacción un poco, hace un frío que pela.

-¿Y me la pagas tú? Si no salieras de la cama no tendrías frío, ya te lo he dicho... No se por qué te empeñas en salir de debajo de las sábanas.

Candela se acercó, cogió la mortadela y la puso entre dos rebanadas de pan de molde que había sacado de un armario. Ahora se encontraban hombro con hombro en la cocina.

-No soportas el frío, ¿eh? ¿Es eso lo que te pasa últimamente? -preguntó cogiendo en sandwich y apoyándose de espaldas en la encimera-. Cualquiera diría que se te han encogido las pelotas.

-Tiene huevos que me llame friolero una tiraflechas -refunfurró. Se apartó de Candela y se dirigió de vuelta a la nevera, abrió la puerta y volvió a cerrarla sin ni siquiera mirar dentro-. Mira, tú qué vas a saber de problemas. Tú con que te den lo tuyo de vez en cuando ya eres feliz.

Candela torció el gesto y esperó a vaciar la boca para hablar.

-Claro, mi amor, y tú que sabrás de problemas, si solo tienes que dar un par de ostias para que se terminen. ¿Vas a reponerme todo eso que te estás comiendo?

-Un par de hostias -resopló, ignorando descaradamente las quejas monetarias de Candela. Volvió a atacar la nevera y cogió una lata de cerveza, tiró de la anilla y dio un trago-. Ya podía ser verdad.

-Bueno, ¿me vas a decir algo o le pongo un candado a la nevera y te echo a patadas? -preguntó.

Candela le quitó la lata de las manos para beber de ella y pasar el sandwich.

Rubén le echó una mirada amenazante que Candela sabía inofensiva, y sacó otra cerveza. Abrió la lata y dio un largo trago, y después otro.

-Nada. Cosas de familia, nada que te importe. ¿A qué viene tanto preguntar? -preguntó, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño.

-No se, igual creo que me merezco algo en compensación por todo el dinero que te estás llevando en forma de jamón, que no me crece en las plantas... O igual es que solo me preocupo por ti. 

Rubén resopló y bajó la mirada, repentinamente muy interesado en las uñas de sus pies. Tiró la lata al fregadero aunque aún debía de quedar casi la mitad de cerveza y se giró de modo que le daba el perfil a Candela.

-No vayas ahora de novia, ¿eh? -dijo en voz baja-. ¿Para qué? ¿Para que luego me des la puñalada?

-¿Cómo que puñalada? ¿Con quién has estado hablando, eh? 

La sátiro dejó la lata y se apoyó en la encimera, retadora.

-¿Como que con quién he hablado? ¿Qué me hubieran contado? -preguntó volviéndose hacia ella, todo miradas entornadas y dientes puntiagudos. Había una nueva amenaza en su voz, diferente del enfado general que siempre acompañaba todo lo que decía.

No era la primera vez que Candela escuchaba ese tono. Otros la habían hablado así antes, cuando habían temido que Candela revelase un desliz desafortunado o dejase que llegase a los oídos de una esposa o un marido. Era la voz de quien oculta algo con celo paranoico.

-Nada. No vuelvas esto contra mi, señorito -contestó ella apartándose de la encimera y cruzándose de brazos-. Si no me quieres contar nada vale, pero entonces no vayas de "emo" por la vida.

Candela salió de la cocina murmurando.

Escuchó a Rubén seguirla unos instantes más tarde. La alcanzó en el pasillo y la agarró del brazo de una manera relativamente gentil, al menos para tratarse de él. Tiró de ella y le puso las manos en la cintura para girarla y poder mirarla a los ojos.

-Perdona, joder -dijo, tan suave como un gatito antropófago-. Es que... Mira, no me entiendas mal. No digo que lo vayas a hacer, pero si me la lías... A ti no te la voy a dejar pasar, entiendes, ¿no?

-¿A mi? ¿Es porque soy negra, ah? -Candela torció la boca, pero levantó las manos al instante-. Ains, no me hagas caso, mi cielo. Viniendo de ti me conformo.

Se acercó a él y puso ambas manos en sus mejillas antes de darle un beso en los labios. La sátiro cambió el tono y habló con suavidad, acompañando su voz con una bonita sonrisa.

-Y no, no te la voy a liar, ¿por quién me tomas, eh? No soy una de esas viejas chismosas de Pozoverde. Dime, ¿qué te ocurre?

Rubén resopló, suspiró y refunfuñó, pero ante la zalamería latina de Candela no tenía nada que hacer. Miró a su alrededor, buscando espías y cotillas, y tiró de ella de vuelta a la cocina.

-Mira, estoy en un lío por fiarme -empezó, sin abandonar del todo el tono de advertencia. Se sentó en la encimera y se restregó un pie contra la pernera del pantalón-. Me fiaba de mi hermano y el muy hijo de puta me la metió doblada. Que no te extrañe si cualquier día de éstos aparece el puto Lord Gabacho, me cose a espadazos y me folla por las heridas.

-¿Seve? ¿Qué ha hecho Seve esta vez? 

No era un misterio que Candela no tenía mucho trato con el pooka. Procuraba no cruzársele ni hablar de él con nadie manteniéndose así al margen, pero cuando le tiraban de la lengua no tenía palabras buenas sobre él. Tampoco podía llamarse enemistad, simplemente le caía gordo.

-Pues si Lord Gabacho toca a mi chico que se prepare, no sabe como las gastamos en Puertorrico.

-Enrollarse con el franchute, ti qué te parece -bufó. 

Rubén escondió la cara entre las manos y resopló. Hasta ese día Rubén no le había mencionado a Seve ni una sola vez, pero volviendo atrás Candela se dio cuenta de que siempre que el Conde hacía una aparición en público con su nuevo caballero, Rubén acudía a ella muy enfadado. Volvió a mirar a Candela y tomó aire.

-A ver, ya te acuerdas de cómo estaba la cosa cuando vino el Magsel este. Todo el mundo le odiaba, Seve también, y entre los dos decidimos hacer algo al respecto. Pero en cuanto me di la vuelta no se qué coño pasó que... Bueno, que Seve me mandó a tomar por culo. Y como se vaya de la lengua y le diga al puto Conde que le estábamos haciendo la cama...

-Bueno... Creo que el que se fue a tomar por culo fue él... -comentó sin poder evitarlo, poniendo cara de circunstancia.

Que los redcaps quisieran o hubiesen querido cargarse al sidhe no le sorprendió lo más mínimo. Le habían llegado demasiadas historias de Concordia como para sorprenderse. Además siempre se sabía de qué palo iban los redcaps.

-¿Aún le queréis hacer la cama? Si lo habéis dejado estar Seve sabrá que lo mejor es que se esté callado si no quiere que se lie parda por su culpa. Si no... Bueno, no creo que le diga nada, la familia es lo primero, ¿no? Además, ¿quién se va a fiar de un pooka ciegamente?

La sátiro le acarició los hombros.

-Y si pasa no tiene nada que hacer contra esos dientes más afilados que tienes. Seguro que el franchute ese prefiere dejarlo pasar a enfrentarse a ti y a tu grupo.