Partida Rol por web

Los compañeros retrocedieron atropelladamente, sin miedo a que les apuntaran. Entraron dentro de la iglesia, y se encerraron dentro. En la España de aquel siglo todavía seguía el derecho de acogerse a sagrado, aunque podía soslayarse con bastante papeleo, o teniendo buenas relaciones con el clero, especialmente el obispo. Pero obviamente, la Milicia Nacional, por su carácter liberal, no tenía las mejores relaciones con el clero español.

-Un silbato, que moderno. Creía que todavía usaban carracas.

Escupió en el suelo, recto entre sus pies. La mano se iba lentamente hacia la culata de la pistola. No parecía tener especial miedo a morir. Más bien, aquello era un pulso de "cojones". Pues creía que no tendrían los suficientes para dispararle.

Elhuyar no se iba a amilanar, pero tampoco era un asesino. Apretó bien el arma y apuntó al corazón.

-He dicho que ni un movimiento más. Las manos bien arriba. No lo repetiré.

El enfado/indignación/estupor de Roberta fue in crescendo.
Era una invitada, una extraña, y osaba dar órdenes a su sirvienta en una maniobra extraña, y no solo eso si no que además confesaba que se había presentado ante ella con subterfugios. Hizo una rápida maniobra rechazando que la tocara, una medium... -¡Como se atreve!- clavó sus ojos en ella visiblemente molesta -¿Quien se ha creído?- respiraba profundo tratando de mantener la compostura aunque se la notaba... fiera en su lenguaje gestual -se cuela en mi casa, dispone a su antojo, me miente y no contenta con eso me atormenta con una historia truculenta y me muestra... eso- la imagen de la sangre inundó su mente haciendola fruncir el ceño -pretende que la ayude en esa locura cuando usted pone mi nombre en boca de todos?! ¡¿Ha perdido el seso?!...- rechinó entre dientes con los ojos aterradoramente enrojecidos -márchese de mi casa o gritaré-

Magdalena agachó la cabeza. No había pretendido ofender a Doña Roberta. Estaba desesperada y la única opción que tenía de poder salvar a su madre se desvanecía ante sus ojos. Una lágrima corrió por su mejilla. Se la limpió y levantó la cabeza aguantándose el resto de lágrimas. 

- Me voy. No hace falta que grite. Pero se equivoca en dos cosas. Nunca la he mentido y no he puesto su nombre en boca de nadie. Puedo ver en su aura que usted no es malvada. Tontamente pensé que entre las personas especiales como usted o como yo existía algún tipo de camaradería. Veo que me equivoqué. Hizo ademán de irse pero antes se acordó de decirle algo más. -Espero que les aprovechen las pastas que subirá ahora Rosario, quería invitarlas a merendar, no me gusta presentarme en casa de nadie con las manos vacías y no esperaba encontrarme con usted hoy. Todo ha sido fortuito y como le digo estoy desesperada. Pero no se preocupe. No es su problema. Tampoco se preocupe por su secreto. Guardo muchos otros y ninguno salió jamás de mi boca. 

Se dio media vuelta y se encaminó a la calle. 

Antonio no hizo ni un movimiento. Apuntaba a la cara de uno de los malhechores pero no dijo nada. Estaban atrapados como una pescadilla que se muerde la cola y a menos que el miliciano tuviera refuerzos no iban a salir vivos de ahí. Ninguno de ellos. El hombre se pasó la lengua por los dientes, como esperando un movimiento un gesto para abrir fuego. Ni siquiera podía pensar en lo que ocurriría, solo podía esperar y actuar.