Luis no recordaba nada de lo que había pasado. Tan solo la sensación de la caída libre y después como las mascarillas de oxígeno salían de su compartimento. Nada más.

Ahora lo único que podía sentir era un dolor muy fuerte en su estómago y una sensación de cristales atravesándole los pulmones cada vez que respiraba. Su cuerpo estaba doblado y sujeto en lo alto de la rama de un árbol. No entendía qué hacía ahí, pero además tenía las manos y los brazos llenos de arañazos así como su ropa hecha jirones¹

Podía sentir la áspera rama entre sus manos, aquella sensación era muy similar a cuando jugaba de pequeño a trepar a los árboles y si no fuera porque todo el cuerpo le dolía podría incuso haber resultado divertido. Pero ese olor... ¿a qué olía? Era una mezcla entre el olor a sal del mar, la humedad de la jungla, humo y el olor a goma quemada. Lo peor era esa sensación de mareo, ese pitido en los oídos, no escuchaba nada bien aunque si respiraba hondo y se relajaba un poco podía oír el crepitar de las llamas y algunos gritos de terror y de horror. Algo no andaba bien, algo no andaba NADA bien.

Cuando abrió los ojos pudo ver la inmensidad de la jungla en la que se encontraba. Mirase donde mirase se encontraba más y más árboles. Pero tenía la extraña sensación de que algo malo había sucedido y ¡no se lo podía quitar de la cabeza! Cuando miró en dirección norte, entre las ramas de los árboles pudo ver una enorme columna de humo negro, había un incendio en aquella dirección. ¿Qué habría sucedido?

Y entonces las piezas del puzzle encajaron. El avión en el que habían viajado se había estrellado, aunque no podía ver sus restos por ninguna parte. Bajo sus pies había dos personas más, pero ni rastro de Eduardo Mendoza. ¿Dónde se habría metido? ¿Habría sobrevivido?

Finalmente Luis se dio cuenta de que sus brazos empezaban a fallar y sin poder hacer un último esfuerzo, el casi jubilado se resbaló y terminó por precipitarse contra el suelo. El impacto no mejoró el dolor que ya tenía y para complicar aún más las cosas se dio cuenta de que ahora no era capaz de sentir los dedos de sus pies. ¿Se quedaría parapléjico para siempre? Vale sí, había sobrevivido a lo del avión, y ahora a la caída, pero... ¿a qué precio?

Diana no recordaba nada de lo que había pasado. Tan solo la sensación de la caída libre y después como las mascarillas de oxígeno salían de su compartimento. Nada más.

Ahora lo único que podía sentir era una sensación complicada para respirar por la nariz y como la sangre bajaba por ella para llegar a su boca. Ese sabor en su boca a hierro le recordaba a su infancia a cuando de pequeña jugaba y se caía y se hacía alguna herida.

Podía sentir el húmedo tacto de la tierra y un extraño olor... ¿a qué olía?

Era una mezcla entre el olor a sal del mar, la humedad de la jungla, humo y el olor a goma quemada. Lo peor era esa sensación de mareo, ese pitido en los oídos, no escuchaba nada bien aunque si respiraba hondo y se relajaba un poco podía oír el crepitar de las llamas y algunos gritos de terror y de horror. Algo no andaba bien, algo no andaba NADA bien.

Pero mirase donde mirase solo se encontraba más y más árboles. Y entonces sintió una sensación de que algo malo había sucedido. Cuando miró en dirección norte, entre las ramas de los árboles pudo ver una enorme columna de humo negro, había un incendio en aquella dirección. ¿Qué habría sucedido?

Cuando miró a su derecha se dio cuenta de que no estaba sola en esa inmensidad de jungla. A pocos metros había un señor que parecía haber caído de un árbol y parecía estar gravemente herido.

Y entonces las piezas del puzzle encajaron. El avión en el que habían viajado se había estrellado, aunque no podía ver sus restos por ninguna parte. Y entonces se acordó de que no había viajado sola, sus dos compañeros no podrían andar muy lejos. No podría haberles pasado malo. ¡Tenían que haber sobrevivido igual que ella!

Andre no recordaba nada de lo que había pasado. Tan solo la sensación de la caída libre y después como las mascarillas de oxígeno salían de su compartimento. Nada más.

Ahora lo único que podía sentir era un dolor muy fuerte en su estómago y una sensación de cristales atravesándole los pulmones cada vez que respiraba. Su cuerpo estaba doblado y sujeto en lo alto de la rama de un árbol. No entendía qué hacía ahí, pero además tenía las manos y los brazos llenos de arañazos así como su ropa echa jirones¹

Podía sentir la áspera rama entre sus manos, aquella sensación era muy similar a cuando jugaba de pequeño a trepar a los árboles y si no fuera porque todo el cuerpo le dolía podría incuso haber resultado divertido. Pero ese olor... ¿a qué olía? Era una mezcla entre el olor a sal del mar, la humedad de la jungla, humo y el olor a goma quemada. Lo peor era esa sensación de mareo, ese pitido en los oídos, no escuchaba nada bien aunque si respiraba hondo y se relajaba un poco podía oír el crepitar de las llamas y algunos gritos de terror y de horror. Algo no andaba bien, algo no andaba NADA bien.

Cuando abrió los ojos pudo ver la inmensidad de la jungla en la que se encontraba. Mirase donde mirase se encontraba más y más árboles. Pero tenía la extraña sensación de que algo malo había sucedido y ¡no se lo podía quitar de la cabeza! Cuando miró en dirección norte, entre las ramas de los árboles pudo ver una enorme columna de humo negro, había un incendio en aquella dirección. ¿Qué habría sucedido?

En el suelo había dos personas. Una mujer y un hombre que acababa de caerse de una rama. Seguramente había caído como él sobre una de las ramas, pero él no había llegado a poder agarrarse bien.

Y entonces las piezas del puzzle encajaron. El avión en el que habían viajado se había estrellado, aunque no podía ver sus restos por ninguna parte. Y entonces se acordó de sus dos perros ¿Dónde se habrían metido? ¿Habrían sobrevivido?

Lo primero que pensó Andre al despertar era en ese olor. Repugnante, pegadizo y persistente. Olía a fuego, a caucho, a plástico quemado. Luego llegaron los gritos, lejanos y débiles. Parpadeó. Era un infierno verde en casi toda dirección a donde fue capaz de mirar.

- ¡Merdé! -exclamó confuso. A punto estuvo de caer. La reacción fue inmediata y se aferró aun más, ignorando el dolor. Estaba alto, lo suficiente como para suponer un peligro. Se preguntó como narices podía haber terminado allá arriba, cuando recordó que iba en un avión. Y que el avión había caído. Quizás no había muerto.

Entonces recordó a Atila y Alamein. No solo eran dos de sus posesiones más preciadas. También eran dos de sus perros más queridos. 

- ¡Atila! ¡Alamein! -gritó con desesperación- ¡Atila! ¡Alamein! ¡Ici!

Pronto se dio por vencido. Sus perros, recordó, se encontraban dentro de sus transportines homologados. Eran de la mejor calidad, lo mejor que el podía permitirse para sus campeones. No eran una cápsula de salvamento, pero si eran recios y cabía la posibilidad de que hubiesen sobrevivido, pero aun así, no pudieran salir de ellos. En tal caso estarían con el equipaje. Y el equipaje se embarcaba justo debajo de los asientos, en el avión.

Su rostro volvió a girarse, esta vez en dirección al humo. Trató de buscar una referencia que pudiese servirle, una vez que se encontrase en el suelo. Norte más o menos. Eso debería de servir, al menos de momento. Pero primero tenia que bajar.

Miró hacia abajo y valoró su situación. Trató de buscar la ruta más sencilla para llegar al suelo. Y mientras lo hacía, comprobó que no se encontraba solo, que abajo, en el suelo de la selva había otras dos personas. Una mujer y un hombre, aunque desde la distancia no podía distinguir demasiados detalles. Ni siquiera podía decir si se encontraban con vida. 

Contuvo la náusea que le sobrevino al comenzar el movimiento, en intentó el descenso.

Lo primero que Diana experimentó al salir del estado de inconciencia fue el sabor inconfundible a metal. La sensación de ahogo llego pronto, al tratar de respirar entre el viscoso líquido que impregnaba sus fosas nasales, escurriéndose, hasta llenar su boca. Luego los sonidos lejanos, gritos y el chasqueo de lenguas de fuego,  entre una mezcla irreal que sumado al pitido de sus oídos aumentaban la conmoción de desconcierto que la embargaba.

Poco a poco incorporo la cabeza, con movimientos lentos, tomando lo que la rodeaba y en horror, percatándose finalmente de lo que había ocurrido cuando hilvanó al presente las últimas memorias dentro de la cabina del avión.

Antonio y Alistair, fue lo primero que acudió a su mente, la localización y estado de sus colegas tendría que esperar. Mantenía la esperanza que hubieran sobrevivido, sobretodo la joven promesa que era el escoces con un hijo en camino. Los niños siempre ablandaban el corazón de la fría y orgullosa mujer.

Ahora lo primordial era evaluar la situación, con precisión analítica, y catalogar cuales eran las prioridades. Aspiro lento y profundo, escupiendo después para liberar las mucosas, mientras encorvaba los dedos flexionando luego las extremidades para palpar su cuerpo terminando en su cuello y cabeza verificando que todo estuviera en su sitio y en buen estado.

Sentada sobre los gemelos de sus piernas, a medio erguir y apoyando los brazos en la tierra, probó su sentido del equilibrio  extendiendo la mirada más allá volviendo a centrar su atención en los dos hombres que compartían con ella aquella desafortunada situación. Sus ojos claros se elevaron a los árboles, cuando la visión periférica le indico un movimiento, buscando los ojos  del desconocido que había gritado nombres al viento ¿Su familia tal vez? Indujo Diana

La desesperación que exudaba aquel hombre (Andre) podría ser un reflejo del suyo propio, y si querían sobrevivir por lo menos hasta que llegara la ayuda, deberían ayudarse entre los pasajeros a superar las dificultades del momento. Por muy eficaz que fuera cualquier cirujano no era nada sin su equipo en el quirófano y Diana lo sabía. Desde  su privilegiada posición la mujer, extendiendo un brazo, le indico algunas ramas fuertes por donde el descenso se le haría más fácil y otras para evitar.

El otro (Luis), inerte y gravemente herido, parecía haber corrido con la peor de las suerte al caer del árbol, o eso parecía. A gatas, impulsada con las rodillas y sosteniendo el peso del cuerpo con las manos, busco llegar hasta el segundo hombre cuya situación, de los tres, exigía ayuda inmediata.

Ya estaba a medio camino del suelo cuando notó que la mujer se había incorporado. Parecía en buen estado. Incluso le hizo señas, indicándole por gestos que camino era el más adecuado para llegar al suelo. Una vez en un lugar seguro, Andre levantó el pulgar a la desconocida.

- ¡Ok! -y continuó el descenso. La mujer se encaminó al otro hombre, que seguía tendido e inerme. Andre pensó que debía darse prisa. Quizás su ayuda también era requerida. Aun así, sus pensamientos volvían con Atila y Alamein.

No se quiso confiar y no saltó al suelo hasta que no se encontró a menos de dos metros. No sabia que alcance tenían sus lesiones. Aterrizó en un lugar relativamente plano, entre las raíces cubiertas de vegetación del suelo.

Una vez en el suelo, sintió nausea de nuevo y en aquella ocasión ya no pudo controlarla. Se ocultó tras el tronco del árbol y se dejó vencer por la arcada, que fue bastante limpia, apenas un liquido espeso con saber a bilis. Notaba el frío sudor corriendo por su espalda y las manos le temblaban. El bajón de adrenalina le estaba atacando con rudeza. Se obligó a respirar con lentitud, concentrándose en las pulsaciones de su propio corazón, con las manos apoyadas en la rugosa superficie del árbol. Tras unos instantes, aquello pareció funcionar.

Con pasos vacilantes consiguió avanzar unos metros. Aquello fue suficiente para recuperar la confianza en si mismo. Secó su rostro con la manga, pues estaba cubierto de sudor. Una parte de el quería ir hacia el norte, hacia el lugar del accidente, donde podían estar sus perros atrapados. Otra, se lo impedía. Allí había dos supervivientes y uno parecía estar gravemente herido. Maldijo para sus adentros entre dientes, y, al final, se acercó a la mujer, que permanecía arrodillada junto al otro hombre.

- Hola -dijo en ingles. La mujer era de un rubio intenso, alta, entrando en la mediana edad. La supuso nórdica o anglosajona- Mi nombre es Andre. Gracias por la ayuda.

Se arrodilló frente a ella, al otro lado del cuerpo del hombre herido.

Lunes, 5 de agosto del 2019.
Soleado, temperatura 28ºC
Hora Local: 11.00; 
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André y Diana se acercaron a Luis después de que el primero pudiera bajar del árbol sin problema. Al mirarlo parecía que áun no había recuperado la consciencia y su estado parecía bastante grave*

El despertar confuso, el olor desagradable y el dolor agudo, no ayudaban a despejar la mente. Sin ocasión para descubrir qué había ocurrido Luis ya estaba en un aprieto que se le presentaba titánico. A su avanzada edad, a pesar de no estar mal físicamente, el encontrarse colgado de la rama de un árbol cual mono no ayudaba a la crítica situación que dedujo había acontecido. Su ropa, en pésimo estado, hecha jirones, con agujeros y rasgaduras, estaba manchada de sangre por lo que parecían cortes producidos en el accidente. Una gota de sudor le recorrió el rostro. Sus brazos comenzaron a temblar y ceder, estar asido a esa rama de aquel alto árbol era claramente una circunstancia temporal. Sin poder emitir gemido alguno se desprendió como un peso muerto cayendo sobre las duras raíces que sobresalían de la tierra al pie del gran árbol. Sin opción a compadecerse quedó inconsciente y a la espera de que otro milagro aconteciese.

La mujer no respondía y el hombre seguía inconsciente. Andre se preguntó que podría ser. ¿Shock? No sería algo extraño después de un accidente aéreo.

Quizás no entiende el inglés, se dijo.

- Parlez-vous français? -preguntó, esperanzado, pero ante la falta de respuesta se puso a atender al hombre herido. Podía tratarse de algo urgente y la mujer, al menos a primera vista, no se encontraba gravemente herida.

Comenzó a examinar al hombre, con precaución. Se centró en comprobar el estado del cuello. No era médico, pero su propia empresa se veía obligada a realizar cursos de prevención de riesgos laborales cada seis meses. Los primeros auxilios eran una clase recurrente. Sin moverlo, comprobó que el cuello no estuviese inflamado. Las extremidades las comprobó después, buscando algún giro brusco o poco natural. Arrimó la cabeza a la nariz. Respiraba aunque muy levemente y también comprobó el pulso. Parecía en orden, aunque claro, no era ningún medico. Comenzó a dar palmaditas en la cara del hombre.

- Seigneur! Ça va? Ça va?

Lunes, 5 de agosto del 2019.
Soleado, temperatura 28ºC
Hora Local: 12.00; 
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Diana se acercó a Luis para observar el estado en el que se encontraba. Rápidamente se dio cuenta que el impacto de la caída le había golpeado una de las vértebras de la espalda que se había inflamado. Lo más probable es que le estuviese pinzando los nervios de las piernas lo que impediría que pudiera moverse con facilidad.

Después de analizarle con mucho cuidado le colocó en una posición cómoda sin provocarle ninguna otra lesión. Y luego le colocó junto al tronco de un árbol para que pudiera recostarse y estar más cómodo. En seguida, el hombre recuperó la consciencia. aunque no la sensibilidad en las piernas. Su estado era grave pero estable, aunque necesitaría reposo y no moverse durante un tiempo.

Diana analizó a Luis, parecía que sabía lo que se hacía.  Tras tratarle con mucho cuidado le colocó en una posición cómoda sin provocarle ninguna otra lesión. Y luego le colocó junto al tronco de un árbol para que pudiera recostarse y estar más cómodo. En seguida, el hombre recuperó la consciencia. aunque no la sensibilidad en las piernas. Su estado era grave pero estable, aunque necesitaría reposo y no moverse durante un tiempo.

Gracias joven, muy amable, le dijo a la mujer. Luego observó su entorno y se palpó los muslos. Vaya esto tiene mala pinta. No sólo se refería a sus piernas, sino al deplorable estado de todo. El viejo notó la boca seca, aun estaba conmocionado. Disculpen, imagino son pasajeros del avión igual que yo. ¿No tendrán por casualidad algo de agua? Hace calor, y mezclado con la humedad, no creo que tardemos en deshidratarnos. Tras hacer una pausa preguntó con tono amable. ¿Cómo se llaman? Yo soy Luis y soy de España.  El hombre les extendió la mano para saludarles, pero no se levantó. Como dijo Groucho Marx, perdonen que no me levante. El abuelo sonrió por su ocurrencia. Al mal tiempo buena cara.

El rostro femenino, tenso y severo, mantenía la vista fija en el hombre de mayor edad. Si duda había escuchado las palabras del caballero del árbol, ahora sabía que se llamaba Andre, pero por un momento su concentración estaba centrada en el hombre inconsciente, nada más podía existir fuera de esa visión de túnel, cuando se enfocaba y dejaba su entrenamiento desempeñar las acciones necesarias.

Una mano rápida y certera sujetó por la muñeca el brazo de Andre apenas cuando terminaba la segunda palmadita suave en el rostro de Luis. Diana busco con su mirada los ojos del francés, negando ligeramente, y aspirando profundo lentamente relajándose un poco para trasmitir seguridad en sus palabras.

-*Se repondrá, pero necesita descansar, tiene una lesión en una de las vértebras, debemos ser muy cuidadosos sin una radiografía será difícil precisar su estado. Soy Diana*

Esclareció en inglés, y aunque la explicación rígida parecía expuesta con una precisión fría sin quebrar la voz ni un momento, sus ojos delataban la vorágine de sentimientos que la embargaban en aquellos momentos, incluso una débil sonrisa pareció aflorar en sus labios cuando  intercambio su nombre.  

El cambio en la respiración de Luis la obligo a volver la vista rápidamente al anciano que parecía despertar, para sorpresa de Diana, con buenos ánimos y hasta  bromeando.

-¿Luis hola, siente algún otro malestar además de la inmovilización en las piernas? La pregunta en castellano escapó de sus labios mientras sus ojos inquietos estudiaban cada centímetro del hombre. El hombre tenía razón, el agua en esos momentos se convertiría en algo más preciado que el oro, aunque sería difícil rastrear una botella de agua  en todo aquel infierno de metales retorcidos y jungla viva.

-Veré que podemos hacer, yo soy Diana, él es Andre. Le indico haciendo de mediadora entre el español y el francés.

-*Agua, y buscar otros sobrevivientes- Le indico a su compañero nuevamente volviendo a pronunciarse en inglés- ¿Te sientes con fuerzas para buscar ayuda? Me quedo con Luis y busco por aquí cerca*

Diana levanto la vista calculando en el cielo cuantas horas diurnas les quedaban, el sol parecía en lo alto de cenit así que eso tendría a favor.

Cuando Diana le tomó de la mano Andre se dio cuenta de que quizás fuese el quien estuviese en shock. No se había dado cuenta de que la mujer estaba concentrada. Las noticias que le transmitió no eran buenas. Una fractura en una vertebra suponía muchos problemas, incluso si se tenía una buena atención médica cercana.

Diana hizo las presentaciones y habló con Luis cuando este comenzó a despertar. Pronto se sintió urgido a contestar en español. No era una maravilla, pero con su familia política siempre había sido suficiente.

- Yo no hablo español muy bien. Pero entiendo bien. Mi mujer nació en Tarragona -dijo en español, con un fuerte acento.

Agua y otros supervivientes, eso era lo que tenía que hacer. Al menos le daba un objetivo.

- Lo haré. Iré allí, al norte. Yo no se si luego puedo encontraros -dijo poniéndose en pie- ¿Ideas?

Andre miró a su alrededor, buscando una herramienta que le sirviese para marcar los arboles a su paso. Una roca afilada, un trozo de metal, restos de fuselaje. Casi cualquier cosa serviría.

Y luego estaba el tema del agua. Su instinto de biólogo le decía que aquella selva era demasiado frondosa. Tenía que recibir lluvias con frecuencia.

El hombre chasqueó la lengua debido a la sed y contestó a la mujer. -Tengo arañazos, la ropa hecha jirones y no me siento las piernas, pero teniendo en cuenta que acabamos de sobrevivir a un accidente de avión, me encuentro bien. Su rostro delataba que mentía. No estaba bien, padecía dolor pero no quería quejarse. 

Cuando los otros dos comienzan a hablar en lenguas extranjeras, Luis , sin ánimo de interrumpir propone. -Yo hablo francés e inglés. Los estudié de joven: podemos hablar en el idioma que les parezca mejor.

Cuando oye a Andre lo de Tarragona no puede disimular una sonrisa. -Yo soy de Valencia, pero resido en Barcelona. Soy profesor en la Universidad.

Referente al plan de acción Luis comenta,-Quizás separarnos no sea la mejor opción, pero debido a que no me puedo mover solo soy un retraso para ambos. Id juntos, así podréis cubrir más terreno y cuatro ojos ven más que dos. Yo me quedaré aquí e inspeccionaré la zona visualmente. Si me traéis algo leña seca, hojas, ramitas, quizás sea de encender un fuego para cuando hayáis vuelto. Siempre es útil tener cuanto antes una fuente de calor y luz y dado que no me puedo mover, quizás sea de ayuda de esta forma. Con los cordones una rama y un trozo de madera puedo preparar un arco de fuego.