Partida Rol por web

El padre se presigna ante las noticias que Lope le da.

-Válgame el señor, con lo tranquila que suele ser esta zona. Rezaré por las almas de los pobres que se han visto implicados en tal crimen, y así abandonen la vida del pecado. ¿Ustedes están bien? 

Ante la petición de confesarse y la pregunta por el estado del señor, el Párroco primero sonríe afablemente y luego niega con la cabeza.

-El antiguo señor, descanse en paz, no era víctima de ninguna maldición, podéis estar tranquilo, y menos portada por vos. Llevaba mucho tiempo enfermo, y el señor lo llamó consigo. Si algo malo pudo haber entorno a su muerte, es haber dejado que ese médico judío le infectase los oídos, en vez de seguir los consejos cristianos. Pero eso es algo que discutirá con el señor. Gracias a Dios, al menos en cuanto a los ritos de funeral y ceremonia, han dejado hacer en sentido cristiano.

En cuanto a la confesión, sin problema ninguno, colocaros en el confesionario, que ahora mismo entro yo.

Tras esta última frase, se dirigió hacia Argia, con una sonrisa afable en la cara:

-Claro joven dama, las oraciones siempre son bienvenidas en la casa del señor, la casa de todos. En cuanto a las telas, justo en el pueblo hay una talentosa dama, demás o menos vuestra edad, tejedora ella. Muy humilde, nunca reconoce la calidad de su trabajo, pero sin duda es lo mejor que encontraréis en la zona, no quizá en variedad u lujosidad de la tela en si, pero si en la calidad del tejido hecho en telar por esta mujer, de nombre María. Solo os pido que le perdonéis el humor, ha perdido a su hija recientemente, y aunque intenta seguir adelante con su vida, tiene momentos que se viene abajo, como es normal. 

Estás en tu habitación, maldiciento el mal que te afecta, cuando un hombre enjuto, de voz dulce y ya entrado en edad, abre la puerta y se acerca hacia ti con una bota a rebosar de líquido.

-Buenos días joven señor, perdonad la intromisión. Mi nombre es Jacob Hilel, soy médico - y judío, deduces tu, por la kipá que lleva en la cabeza, a parte de su nombre - me han comentado del mal que os afecta y os he preparado una infusión. Tomad, coged esta bota, debéis beberlo a lo largo del día y el mal desaparecerá. De hecho, si lo tomáis todo ahora, llegaréis tranquilo a la comida, si bien os advierto que tiene un sabor horrible - sonríe.

Justo estaba dándote la bota cuando Pardo Ferreiro aparece por la puerta y llama a salir a Jacob, este obedece, si bien percatas que no puede buena cara. Por suerte para ti, deja la puerta entreabierta y puedes escuchar parte de la conversación.

En ella hablan del estado del rey. El médico explica que era una enfermedad degenerativa que afecta a la memoria, entiendes algo así como que un mal va comiendo los recuerdos hasta volverte loco, y que poco tratamiento hay, más allá de adormecer al afectado con medicinas cuando tiene momentos agresivos. Pardo Ferreiro le acusa veladamente de haberlo envenenado, aprovechando la confianza del heredero, ahora gobernante ya, y que no quedará así la cosa. 

El judío vuelve a entrar, con cara de pocos amigos.

-Joven caballero, estaré aún estos días por el castillo, si tenéis algún mal o algo en que pueda serviros, solo tenéis que hacerme llamar. Pardo Ferreiro sabe donde estoy en todo momento. Descansad un poco, y recordad beber la bota entera en el día de hoy.

Seguía descansando en la habitación. Estaba acostado de lado porque fue de la única forma en la que pudo dormir algo. Tenía ya los ojos abiertos pero seguía tumbado. Escuchó que la puerta se abría y comenzó a incorporarse poco a poco. Seguía con cierto malestar.

En su habitación ingresó la persona de la que le habían hablado. Asintió - E-e-encantado de conocerte. M-mi-mi nombre e-es G-Gon-Gonzalo de Villalba. Sí, m-m-me encuentro b-bas-bastante i-indispuesto desde qu-que hemos lle-llegado - tomó la bota que le había dado y la sostuvo entre sus manos, algo dubitativo. Asintió a las palabras del judío.

Justo había llegado el señor Ferreiro y el médico salió. Comenzaron a hablar. Escuchaba la conversación atento, llegando a tener más información acerca de la enfermedad que había tenido el anterior señor de la zona. Cuando parecía que habían terminado de hablar, Gonzalo cogió la bota y se la bebió toda del tirón, cerrando sus ojos fuertes, haciendo ver una mueca de disgusto.

Cuando terminó y el médico volvió a entrar en la habitación, el castellano se limpió la boca con la manga de su mano, dejándola también durante unos segundos en la boca No pienses en el sabor, no pienses en el sabor... Si tampoco estaba tan malo... pensaba para autoconvencerse. Cuando creyó que se le había pasado, le tendió la bota al médico para devolvérsela - S-s-si que estaba u-u-un poco f-fu-fuerte. M-mu-muchas gracias p-por la i-i-infusión. Estoy s-se-seguro qu-que me sentiré m-me-mejor después - le dijo con una sonrisa - E-e-espera p-por favor - le dijo. Se sentía demasiado lento debido a su tartamudez - D-dis-disculpa mi i-i-intr-intromisión n-no he podido e-evitar e-e-escucharos. N-nunca ha-había escuchado d-de esa e-e-enfermedad, ¿es m-muy gr-grave? - le preguntó para ver si conseguía más información

El judío te sonríe afablemente. Parece que se encuentra cómodo en tu presencia.

-No sé que y hasta donde habréis escuchado, pero tampoco es que tenga nada que esconder. Veréis, esta enfermedad es una enfermedad que ataca a las memorias. Al principio la gente que la padece, parece tener despistes recurrentes, pero nada preocupante en principio. Cosas como olvidarse donde ha guardado una capa que usó el día anterior, no recordar con claridad que comió ese mismo día, o no llegar a tiempo a la misa por que pensaba que era otra hora. Luego pasa a olvidos más preocupantes, como olvidar el nombre de sus seres cercanos, o confundirles el nombre entre ellos, aunque se acuerda perfectamente de su relación familiar y de todo lo demás. Al final, acaban por dudar hasta de quien son ellos, donde están, o que están haciendo allí. Suelen volver a recuerdos de su infancia. El difunto señor, por ejemplo, preguntaba por su madre, y decía continuamente que cuando iba volver a casa, que estaba en un sitio desconocido. Solo recordaba con claridad a su hijo, al resto de sus familiares los confundía. Incluso se pensaba que su nuera era su mujer o su querida.

Ves que el médico sacude la cabeza, compadeciéndose. Tiene una mirada lastimera en este momento.

-Cuanto más se agravan estos síntomas, también lo hace su físico, falta de movilidad, avejentamiento acelerado, pérdida del control sobre sus deposiciones...en fin, se convierten en seres totalmente dependientes...hasta que mueren. Lo único que se ha conseguido hacer hasta el momento desde la ciencia, es desarrollar medicamentos que los ayuden a estar tranquilos, a no tener dolores y a dormir plácidamente el último sueño. Eso es lo que he hecho yo, por petición de su hijo, y parece ser que no ha gustado a todos, algunos incluso insinúan que yo he matado al señor.

Se queda unos segundos callado.

-Pero bueno, no quiero yo aburriros con cuentos de un viejo médico. Descansad un poco más. Os habéis bebido ya toda la infusión, con lo que en breves, deberíais estar ya recuperado, a tiempo justo para la comida.

Si necesitáis algo de mi, ya sabéis como encontrarme.

El viejo judío se levanta y se va, dejando la puerta entreabierta.

La joven asintió a las palabras del párroco con una cálida y educada sonrisa.

- Gracias Padre, iré a visitarla antes de partir hacia el hogar. Ahora le dejo con sus labores.

Tras una cortés reverencia procedió a rezar y tras unos largos y silenciosos minutos se alzó de nuevo para esperar a su compañero Lope y salir con él hacia la hacienda del señor para comer con este. 

Tras despedirse de aquellas gentes, pensando en más tarde acercarse a conversar con alguno de los mozos que habían reído (tal vez en la taberna u otro lugar en que se reunieren), echó a andar Abraham, no sabiendo muy bien donde buscar a los señores. Y así deambuló por las callejas estrechas de aquella villa, que observó con cuidado por ver si así se daba a recordar cómo eran, si llegare el caso de necesitarlo.

Escuchó atentamente a las palabras del judío. No le parecía que le mintiese por lo que confió en él - B-b-bu-bueno, parece qu-que es una e-e-enfermedad bastante d-d-dura - le dijo. Había conseguido información acerca de en qué consistía y pensaba que aquello era un gran avance.

Lo veía afectado - U-u-usted hizo t-t-todo lo que e-e-est-estuvo en s-su mano p-pa-para ayudarle. S-si n-no se han dado m-más ca-casos de esta e-en-enfermedad para lle-lleg-llegar a algún ti-tip-tipo de cura... n-no se pu-pue-puede hacer más... - se quedó unos instantes pensativo - Si lo ú-único que se ha c-co-conseguido por ahora e-es a-ap-apaciguar los d-do-dolores, p-por lo menos m-ma-marchó con el m-m-menor sufrimiento p-po-pos-posible - le sonrió.

Antes de que se fuera, le dijo que no le aburría aquella conversación y le volvió a agradecer la infusión. Decidió descansar un poco más para terminar de reponerse y estar con los demás para la siguiente comida.

-Tras una sincera confesión-

Gracias padre, dormiré más tranquilo gracias a vos.

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Tras dejar la iglesia y lejos de oídos ajenos. ¿Un médico judío? Nadie ha comentado la presencia de un judío ni que hubiera sido un problema asi que o en este lugar no les ven como realmente son o solo el padre tiene el valor de decir la verdad sobre esa mala influencia.

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Tras despedir al judío y descansar un poco más, te notas rejuvenecido, sin duda el viejo sabe lo que hace. Tu mal, fuera el que fuera, ha dejado de atribularte, y te sientes capaz de enfrentarte a un jabalí tú solo, ya sea para cazarlo o comerlo. En esos pensamientos estás cuando recuerdas tu cita para comer, y acudes presto al comedor. Cuando llegas allí, ya están todos reunidos, menos el judío, que llega poco después tuya. 

Tras investigar la cabaña de Onofre te diriges al castillo con calma, disfrutando el paseo, pues aunque no falta mucho, te sobra tiempo para no tener que apurarte. Según llegas al castillo y preguntas por el comedor, te llevan hasta a él, solo para darte cuenta de que has sido el primero en llegar. Esperas a un lado de la puerta, por dentro, paciente, a que llegue alguien de nombre y te invite a la mesa, pues sentarte tú directamente, no estaría bien visto. Al poco llegan Argia y Lope, poco después el otro Gonzalo y, finalmente el judío.

Luego de la charla con el párroco, este se despide con una sonrisa y otorgándoos su bendición. Quedan unos minutos para la hora de la comida, y os apuráis a llegar a tiempo. A la entrada del castillo preguntáis al servicio por el comedor y os llevan hasta allí sin dilación. A medida que subís las escaleras empezáis a notar un fuerte olor, y es que Gonzalo, el ballestero, ya había llegado, y esperaba pacientemente en la puerta. Al poco rato llega Gonzalo de Villalba y finalmente el judío, Abraham.

Pareciera cosa de magia, pero aquellos compañeros que estaban en el camino hacia unos instantes, ya no estaban, buscastes y buscastes pero lo único que conseguiste es perderte cada vez más. Al principio fuiste calmado, y aprovechaste para poner una oreja a las conversaciones que ibas captando, por si alguna información de utilidad salía de allí...pero todo eran cotilleos baratos. Que si Eufrasio había tenido un escarceo con la mujer de Hermenegildo, que si la porquera de la ciudad se le había muerto un gorrino...nada en relativo a lo que a vosotros os interesaba.

No obstante, pese a no conseguir nada de utilidad, consumistes algo muy valioso: tiempo. Cuando te percataste de la hora que era, te encaminaste rápidamente al castillo, pues tenías un convite oficial y no podías faltar. Al llegar a la puerta del mismo preguntaste a un soldado por el comedor, y te dio las indicaciones. Llegaste apurado pero en hora, el señor del castillo aún no estaba presente, pero si todos tus compañeros, y como no, el fuerte y desagradable olor que acompañaba a Gonzalo, el ballestero.

Una vez reunidos todos, habiendo llegado escalonadamente en intervalos bastante cercanos, aun hubisteis de esperar un buen rato para ver llegar el señor del señorío, acompañado de su fiel castellano, Pardo Ferreiro, y algunos miembros de lo que parecía ser su consejo: el párroco al que todos habíais visto en la misa, que iba con la mirada clavada en su señor, la mujer que acompañó al señor en el funeral, que ni os miró,  un viejo encorvado pero vestido de forma opulenta al que ninguno habíais visto hasta la fecha, que bastante tenía con mantenerse en pie y caminar recto, y un judío, también viejo, portando una kipá y ropas humildes pero bien cuidadas. Este último os dedico una leve inclinación de cabeza y una sonrisa. Fue el único, que junto con Pardo Ferreiro, que os saludó con la mano, que parecía haberse percatado de vuestra presencia o que hizo el ademán de saludar si es que os habían visto.

El señor del castillo, Xoan de Ouro e Castelo, se sentó presidiendo la mesa y os hizo un gesto para que os sentarais. Cuando todos estuvisteis en vuestro sitio, hizo llamar al servicio, que sirvió viandas para todos, si bien no parecían grandes comidas para un señorío tan rico, más bien eran comidas humildes, pero bien presentadas y en abundancia para los comensales que erais, todo acompañado de unas cuantas jarras de vino y agua. Acto seguido, sin mediar palabra con nadie, el párroco, bendijo la mesa, y tas esto, los menos modosos, o quizá los que mayor grado de confianza tenían, comenzaron a comer.

Xoan de Ouro e Castelo, por el contrario, no tocó la comida, al igual que la mujer que le acompañaba. Fue entonces cuando este tomó la palabra, para romper el extraño silencio que había dominado la estancia desde que entró en la misma.

-Sed bienvenidos a mi mesa, las viandas no son muy especiales, y es que estos días no nos hemos preocupado demasiado de la cocina el tiempo dedicado a mi padre y asuntos de estado. Me ha puesto al día mi castellano con vuestras intenciones en Cova dos Mouros, y con la visita que os ha hecho. Espero estéis bien acomodados y atendidos y los productos sea de vuestro gusto. A la noche he dispuesto que mi servicio os prepare algo de comida propia del lugar para agasajaros al tiempo que convenceros de que todos podemos ganar de un acuerdo comercial con mis tierras. Pero no todo va a ser negocio, y la verdad, me viene bien despejar la cabeza de ciertos temas, contadme señores, contadme quienes sois, más allá de las presentaciones formales. Nunca había oído hablar de vosotros, si bien de vuestro señorío, Argia, si han llegado noticias aquí.

Al mismo tiempo que el regente os habla, los demás comensales, no os quitan ojo mientras degustan las viandas.

Había sido el primero en llegar al castillo después de mi salida en solitario. Sin embargo, tras la llegada de mis compañeros de viaje, la cena comenzó pronto (al menos la llegada de los comensales) y no pude decirles nada aún de lo que me había acontecido.

Miré levemente a los que iban pasando por el comedor, bajando la vista cuanod el señor Xoan pasaba por delante de un servidor, en señal de respeto. Ahora había, además, nuevos invitados a la cena (igualito que en el castillo de de Bullenos, el que guardaba allá en mitad de Castilla, pues siempre había alguien a quien hacer reverencia ni tan siquiera sabiendo de primeras su nombres).

Lo que sí noté fueron las miradas que nos echaban los presentes. Tal vez yo fuera el menos, pues los buenos hombres y mujeres que protegía (al menos hasta llegar a esta ciudad) tendrían más que contar que un pobre ballestero de dudosa higiene. Eso sí: miré las viandas y mientras servían las bandejas pensé algo: ¿cuándo fue la última vez que estuve en un banquete? No mentiría si dijera que la respuesta era que "nunca".

Y allá que estiré mi brazo, no el primero (por vergüenza), hasta una patita de cordero aderezada con algún tipo de salsa...

Abraham esperó con paciencia y una neutra sonrisa a que el señor del lugar terminase su perorata, y la mesa fuese bendecida por el rito cristiano. Entre dientes, murmuró él mismo una plegaria a Adonai para que bendijese aquellos alimentos, aunque lo hizo de forma inaudible, y esperó a que fueren otros los que echaren mano de las viandas antes de hacerlo él mismo. Se despachó sin excesos, eligiendo alimentos adecuados*, y sirviéndose con moderación los vinos y los quesos, así como algo de pan.

Aprovechando la presencia de otro miembro de su fe, aprovechó para cambiar unas palabras con él, hablando con voz suave y procurando no destacar en demasía, aunque se pronunció en castellano.

- Shalom Aleijem, hermano. - dijo con una sonrisa - Es agradable encontrarse con otro miembro de nuestra comunidad en estas tierras lejanas. Mi nombre es Abraham. ¿Puedo preguntaros el vuestro?.

Entre tanto, ojeó en derredor y tomó un sorbo de agua mezclada con vino.

La joven fue subiendo las escaleras y el inconfundible aroma de Gonzalo llegó hasta sus fosas nasales por lo que tomó un delicado pañuelo bordado que llevaba con ella y lo colocó cerca de su nariz y su boca, como si estuviera limpiándose o tosiendo ligeramente en él, buscando así la forma de disimular.

Una vez en el interior del lugar lo observó todo con detenimiento y calma, de la misma forma que haría una noble de su posición, buscando algún posible fallo, algo que no encajase en todo aquel espectáculo... Conocía bien su papel y lo que se esperaba de una dama de su posición...

Cuando las viandas comenzaron a llegar Argia esperó a que aquellos de mayor posición comenzaran a comer, aunque fue extraño que no probaran bocado alguno pero no era prudente ni cortés sospechar, así que comenzó a probar muy pocas cosas y a beber pequeños sorbos de vino. 

- Espero que dichas noticias sean buenas, Mi Señor - Le respondió a Xoan - No hay mucho que contar sobre mi... Soy una sencilla joven que suele estar en casa cuidando de mis seis hijos*, de mi esposo y de nuestra hacienda pues como buen Infanzón él pasa más tiempo fuera del hogar que en este. Y es por ese mismo motivo y porque mi padre y mi madre son ya muy mayores que me han pedido a mi que acuda de visita para conocer los productos de los que tan bien hemos oído hablar. 

     Mis ancestros llevan ubicacos en tierras de vascuences desde hace muchas, muchas generaciones. Han servido a los reyes antiguos y a los reyes cristianos dando la vida de los hombres cuando ha sido necesario. Ahora nos ocupamos de las tierras encomendadas y buscamos la mejor forma de servir al Reino de Castilla.

     He tenido la suerte de recibir, de mi señor padre, la encomendación de viajar en su nombre a varios señoríos y aldeas de Galicia. Por varios años he recorrido los caminos y he aprendido las costumbres y la lengua de estos lugares, a veces creo que he perdido mucho de mi origen y he ganado mucho de la gente que he conocido.