Partida Rol por web

Donde habia una criatura horrenda, que ahora había una pequeña serpiente, que se retractaba y  volvía al fondo de aquella catacumba. El cura había huido por un lateral, y miré dicho acceso antes de hablar.

Señores... Mal hay aquí abajo, y ahí enfrente... -señalé al fondo, donde las antorchas y las figuras que se recotaban en su luz-; pero si hay alguien que sirve al mal, de carne y hueso es. Y no es más que ese párroco, y debemos ir tras él, pues así lo agradecerá el noble de aquesta ciudad... ¡No se me escapará! Es más... no quisiera enfrentar otra vez a esas bestias... ¡vayámonos de aquí, les ruego! -y eché a correr, no sin antes recoger mi ballesta y colocármela a la espalda-. Marché por el acceso lateral, con la intención de alcanzar al cura, antes de que huyera y, tal vez, le diera la vuelta a aquella situación-.

     Cuando Lope quiso reaccionar ya era tarde y su espada golpeó sin gracia el suelo haciendo saltar alguna chispa que brilló con fuerza lo que le hizo darse cuenta de la oscuridad que le rodeaba.

Gracias Jesucristo protector de los que siguen la verdadera fe musitó entre labios mientras se persignaba.

     Un quejido de dolor salió de su garganta al intentar avanzar y se tuvo que apoyar en su propia espada. Vió como Gonzalo salía con decisión por una de las salidas y renqueando fue tras él hasta que de repente un sonido extraño le hizo detenerse.

Abraham se sorprendió y horrorizó al ver que el de Bullenos continuaba su avance. Lo que tenía claro era que no se quedaría solo allí: si los demás le seguían, él también lo haría.

Argia respiró aliviada cuando aquellas criaturas desaparecieron y cuando vio el estado de Don Lope se acercó hacia él.

- Debemos salir de aquí... Don Lope necesita sanación... Y muchos de ustedes también... - Dijo mirando al resto de hombres - Y creo que todos sabemos o intuimos que es posible que el noble y su esposa conocieran también de estos asuntos... La esposa del noble... Dudo que sea como nosotros... Me atrevería a pensar que es otra criatura... 

CORRED!!!! TRAS GONZALO!!! CORRED!!!

El terror había cambiado la cara de Lope que hizo un último vistazo hacia la zona por la que habían huído las criaturas como si fueran las puertas del mismísimo infierno.

Después, sin esperar a ver si alguien le hacía caso se lanzó a toda velocidad, a la que podía, por el pasillo por el que había desaparecido Gonzalo.

Tras acabar con algunos y espantar a otros de los bichos que os asediaban, y apremiados por la urgencia de las acciones de Gonzalo, y de las palabras de Lope, que se acompañaban de los gestos de Abraham...huisteis de la sala en la que os encontrabais, persiguiendo la dirección que el párroco había tomado.

Vuestros primeros pasos, pese a la urgencia, fueron lentos, pues teníais una sola antorcha que cada vez parecía iluminar menos, no por que quedase poco combustible en el trapo de la misma, si no por que aquella maldita oscuridad parecía comérsela.

Avanzados unos metros alcanzasteis una zona en la cual había alguna antorcha dispersa en los laterales que os ayudó a ubicaros un poco mejor. No hubo demasiadas dudas de por donde continuar, pues aquel túnel/pasadizo no tenía bifurcaciones ni otra dirección más que aquella que seguíais.

A medida que avanzabais empezasteis a escuchar como un murmullo lejano, que provenía de vuestras espaldas, que cada vez se hacía más audible, pero no conseguíais identificar su origen.

A Lope cada vez le costaba más andar. Su herida y la pérdida de sangre se hacía notar. Al final, llegasteis a una especie de escalera rudimentaria tallada en la propia tierra, por la que subisteis. Gonzalo de Bullenos, en cabeza, tuvo que lidiar con una maraña de ramas mal colocadas para poder despejar la salida final, por la que todos pasasteis. No os pasó desapercibido que en una de esas ramas se había quedado enganchada la estola que lucía el párroco. Sin duda, por si había alguna, había pasado por allí.

Salisteis al aire libre. Una noche despejada, la luna llena iluminaba de tal manera el exterior, que viniendo de donde veníais, os dio la sensación hasta que era de día. La antorcha, que seguía prendida, parecía iluminar ahora como nunca antes. Os mirasteis los unos a los otros, la entrada estaba camuflada en una enorme piedra, y a lo lejos, se veían unas ruinas de algún tipo de construcción pétrea. Ni rastro del párroco.

Una brisa fría se levantó, y escuchasteis un aullido, potente y grave como nunca habíais escuchado. Estabais solos en un paraje desconocido, pero al menos estabais sobre la tierra, y no bajo ella.

Luna llena, aullidos, Galicia, ese aullido tan extraño....tu conocimiento del mundo mágico te hace vislumbrar en tu cabeza la imagen de un hombre lobo.

Según las leyendas, son hombres malditos de alguna manera, que bajo la influencia de la luna llena, se convierten en una mezcla de homínido y lobo. Una mezcla brutal. 

Tú nunca has visto uno, y no tienes claro si son reales o no, pero no lo descartas. Tampoco tienes claro su naturaleza. Hay escritos que dicen que son bestias sin ningún tipo de raciocinio, consumidas por la rabia. Otros que dicen que su maldición es que todos les teman y quieran su muerte, a mayores de tener que alimentarse si o si de carne cruda, pero que conservan cierta capacidad de raciocinio tras la transformación.

Hay quien dice que son criaturas malvadas, hay quien dice que son gentes de bien malditas...En lo que todos los relatos coinciden es que la persona humana detrás del hombre lobo, en su aspecto humano, se vuelve muy peludo. También coinciden en que los hombres lobo y lo sagrado no se llevan bien, son incapaces, por ejemplo, de entrar en una iglesia, o atacar a alguien de fe verdadera, sea lo que sea que signifique eso.

El aullido te hace recordar una de esas leyendas que escuchabas en tus viajes, que dice que las noches de luna llena, hay ciertos hombres que pueden ser poseídos por espíritus animales malvados y transformarse en máquinas de matar al servicio de satán. Hombres lobo se les llama. Y se les ahuyenta con fuego, todo lo demás...aceros, crucifijos...cualquier otra cosa, no sirve. Solo fuego.

Pero claro, tú nunca creíste que eso existiese de verdad...¿o si?

Tras subir aquellas escaleras, llegamos a unas ruinas, aún en plena oscuridad, con un par de antorchas que más bien poco nos alumbraban. Una vez arriba, reconocí el paisaje cercano, y aquellas construcciones. Me paré en seco para divisiarlas y tratar de recordar algo.

Señores, que antes de la cena, hube de estar en este lugar, hace algunas horas... -venía siguiendo a Onofre, un vecino del pueblo-. Fue cuando perdí de vista a Abraham -miré un instante a mi compañero, que ahora estaba allí-. Onofre subió a una torre de estas ruinas, más allá -señalé la otra parte del emplazamiento, justo al otro lado de las construcciones-. Onofre tenía miedo, y no logré saber lo sus intenciones, pues no habla... fue él quien nos desveló, a base de dibujos en la tierra, lo de las catacumbas de la iglesia... Ese hombre está como... hechizado en forma de castigo -añadí, con cierto temor, pues tal vez sea la clave de todo ésto-. Luego volví al castillo, y de camino... -me costaba hablar un poco, dada la extrañeza de toda aquella situación antes vivida-, en la linde del bosque... un lobo. Un lobo blanco y grande. Me miró y yo a él... y con suerte pude volver al castillo, sin rasguño alguno. Si me siguen, creo que se el camino de vuelta al castillo, y también al pueblo, que es desde donde partí... ¿Donde quieren ir? -les pregunté a mis compañeros, pues creía que podría guiarles a ambos lugares-.

Argia se detuvo en seco en aquel lugar, escuchando con atención los aullidos que llegaban hasta ellos y tras lo vivido anteriormente... 

- Cuidado mis Señores... Es muy probable que estemos ante un Lobisome... Suelen ser hombres muy peludos, que apenas hablan... Unos dirían que malditos, gente de bien que ha sido maldita o seres del averno, servidores de los poderes oscuros... Puede que tenga raciocinio o puede que no... Debemos ir con cuidado pues dicen que si te hieren pueden transmitirte su mal... ¿Llevan algún símbolo sagrado? No suelen agradarles...

     Una vieja ama que me atendió hace unos años me habló de esos seres y no atienden ni a lo sagrado ni a lo divino. Nada hecho por el hombre les afecta, ni la cruz en la que murió nuestro señor ni el acero forjado por nuestras manos. Fuego, quizá algún tipo de metal puro... pero el fuego les ahuyenta porque lo temen como un espíritu purificador.

     Vayamos a las ruinas, busquemos al párroco y acabemos de una vez con todo esto.

Abraham inspiró profundamente al salir al exterior, aliviado de haber dejado atrás aquellos túneles opresivos. Apartándose de su entrada por puro instinto, escuchó las palabras de Gonzalo con gran temor, y hasta se alegró de haber rodado por un terraplén y haberse perdido, pues de ese modo se había evitado la visión de un gran lobo que, sin duda, habría causado en él gran terror. La señora Argia hablaba entonces con palabras sabias, preguntando por un símbolo sagrado. Abraham se aproximó a ella, sacando su reliquia, que llevaba siempre colgada al cuello, la mano de Adonai, que su pueblo consideraba santa.

- Yo tengo esto señora. - dijo con timidez - No sé si servirá, pero, si aparece el lobo, lo mostraré.

Se ahorró mirar a Lope, que de seguro tendría alguna palabra socarrona contra su pueblo y sus símbolos, aunque quizá ahora que se estaba desangrando dejare de decir tales blasfemias.

- Mis señores, tal vez el asunto no puedan resolverlo quienes mandan aquí, en especial si son gentes de mal que se han entregado a la adoración del Maligno. Empero que ya sabemos cuanto debíamos saber: os ruego que viajemos de vuelta e informemos a nuestro señor, el Conde de Lemos, y que él disponga cuanto esté en su mano hacer.

Ya lamentaba no haber tornado antes, y ahora más todavía. Pero a buen seguro que no se quedaría solo.

Sea así, señor... -cuando Lope de Oñes ordenó el siguiente paso, asentí, y no era sino buscar entre las ruinas-. Aquel complejo era tan ancho y largo como para estar un rato indagando, y más en medio de la noche.

¿Lobisomes? -pensé para mí-. Pero no sabía qué concretar en mi mente; no entendía aquellas historias de viejas, pero todo lo vivido hasta ahora, con criaturas incluidas, hacía que tales chismes no me parecieran banales, ahora. Aproveché, antes de dar paso para cargar la ballesta con el cranequín. Los piñones del vaivén de muñeca sonaron en la noche unos instantes.

He de decirles, señora Argia, que Onofre, ese hombre que les digo y que es el hazmerreir de esta ciudad, sólo habla unas pocas palabras, pues no es mudo; y además... -calle un instante, sin dejar de andar-, su cuerpo lleno es de pelaje, hasta el rostro, cosa similar a la que vos decís... Eso sí: no es mal hombre, se lo aseguro.

Andáis con cierta prisa, pues el miedo infundido por las criaturas subterráneas no ha salido aún de vuestros cuerpos. Gonzalo, que ya había estado aquí antes, os hace de guía y tras un rato andando, parece que encontráis un rastro que a ojos de los más avezados en tal menester quizá pudiera ser del cura. Lo seguís.

Un aullido, grave como el anteior.

Otro aullido, mas agudo, pero igualmente fuera de lo común de un lobo.

Otro más, del primer tipo.

Silencio.

Acabáis en un montículo de las propias ruinas, lo que parece ser una antigua muralla. Desde allí veis una figura recortada contra el suelo (una sombra), proyectada por la luz de la lula llena, aunque un propio recodo del montículo, un poco más alto que vuestra posición, os tapa la visión directa de la figura que está siendo proyectada, no obstante, no parece humana, aunque guarda cierta similitud.

Mueve la cabeza con gestos repetitivos y cortos, arriba y abajo, da la sensación de que está olfateando. A lo lejos, parece que llegando al linde del bosque que Gonzalo os había narrado como aquel que llevaba al castillo, una silueta humana (que veis directamente) se distingue. Parece correr hacia la linde del bosque, aunque no demasiado rápido, da la sensación de que el cansancio le puede. Seguramente sea Don Sebastián, seguramente.

De nuevo otro aullido, el más agudo. Miráis instintivamente hacia donde estaba la silueta recortada por la luna. Ya no está.

...

-Poreles! Handefinar! Axiña!

Un coro de voces, en esta ocasión agudas, y que reconocéis perfectamente aparecen a vuestras espaldas. No necesitáis giraros para daros cuenta que son las criaturas que acabáis de enfrentar en las catacumbas.

Otro aullido.