Partida Rol por web

Esta era una mañana especial, fuera de los muros del castillo, aunque parecía que el rey llevaba con él a más de la mitad de los sirvientes de la corte. Más que una cacería parecía una excursión de familia al campo, junto a sus dos hijos.
Era la única forma que el rey conocía de pasar tiempo con los príncipes Hakon y Brant, practicando el deporte de la caza. Aunque no fuera él quién abatiera a la presa y si su guía, todos sabían que debían adjudicarle el mérito de la pieza.

Hakon, el primogénito y por ello mismo, heredero al trono, se mostraba siempre sereno, con una educación impecable y porte digna. Mucho menos temperamental que su padre. No cabía duda de que sería mejor rey que el anciano.
Brant era más descuidado y holgazán, sabía que no sentiría nunca el peso de la corona sobre su cabeza ni las responsabilidades de esta, por lo que creía que eso le daba cierta libertad.

La mañana era especialmente fría, el viento anunciaba la llegada del invierno y el rey llevaba poca ropa de abrigo, lo cual demostraba su nulo conocimiento del campo.

-¡Por los dioses! ¡Que frio hace! ¡Parecen dagas de hielo clavándose en los huesos! -Se quejó, luego miró a sus sirvientes, culpándoles con la mirada de no ser más eficientes en sus tareas y llevar a cuestas su armario.

El príncipe Brant cabalgó al lado de su padre, se quitó su abrigo y colocó sobre los hombros.

-¡Aquí tenéis padre! -A pesar de sus acaloradas discusiones, parecía apreciar a sus padre.
-¡Oh, esperad, esto de aquí no os hace falta! -Buscó en el interior del bolsillo del abrigo y sacó una petaca plateada con sus iniciales.

-No me miréis así, padre, es mi forma de combatir el frio.

A Hakon no pareció gustarle la actitud de su hermano y su expresión se endureció.

-No estoy seguro que llevar tu sucio abrigo sea mejor solución. A saber que sitios frecuentas.

-¡Silencio los dos! ¡No vine de cacería para que me lo estropeéis! ¡Si no sabéis comportaros llevaros a vuestros sequito a otra parte, el bosque es lo suficiente grande y somos demasiada gente! El primero que cace algo que haga sonar el cuerno. -Y de esta forma los despachó.

Hakon intentó disculparse e insistió en acompañarle, pero el rey lo fulminó con la mirada.
-Es una orden directa de tu Rey. -Aquello pareció herir al príncipe, que se calló y alejó sin responder.

Antes de aquello el príncipe Brant ya había hecho camino, aprovechando la ocasión para buscar un sitio tranquilo donde beber. Su plan era esperar a que sonara algún cuerno y tenía claro que no sería el de él.

-¡Cazador! -Le gritó a su guía. -¿¡Aún sin rastros o es que te entretienes escuchando los problemas ajenos!?

Una nueva caceria real. Sabia que era mi trabajo, pero cumplirlo me apartaba de mis amados libros y de mi perfectamente solitaria cabaña. 

Estuve tan atento a lo que ocurria entre el rey y los principes que hasta el propio rey se dio cuenta y me reprendió. En cuanto lo hizo me agaché en el suelo, busque algun rastro cerca mio, y al no ver nada, hice como que apartaba la hierba del suelo para ver mejor. Chasqueé la lengua y meneé la cabeza negativamente. 

- Lo siento mi señor. - Le dije al rey, disculpandome. - Parece por esta zona no hay presas que cazar. - Sospechaba que habrian huido hacia ya tiempo, con una comitiva de caza tan enorme entrando al bosque. 

En realidad no tenia ni idea de cazar, de la naturaleza y esas cosas. Tan solo me dieron el puesto porque era el mejor con el arco. Esperaba encontrar algo pronto y poder volver a mi cabaña. Habia dejado a medias un tratado sobre medicina de campo que era fascinante... 

Acompañado por su habitual y hosco gesto, Reinhard mantenía su montura a escasos metros de la del rey, fundiéndose con el fondo como si fuera su sombra. Siempre cerca. Siempre en la oscuridad. Hay quien podría pensar que su oscuro semblante era el culpable de que aquella fría mañana las presas no asomaran su hocico.

- No sé yo si es buena idea, mi señor - murmuró adelantándose hasta colocarse junto al monarca.

Parco en palabras, como era habitual. Las advertencias de Reinhard llegaban a oídos del rey Sigurður con más frecuencia de la que éste desearía. Su guardaespaldas era precavido en extremo incluso en las situaciones más distendidas y su tono sombrío conseguía agriar en ocasiones la buena disposición del rey. Y en este momento no parecía del mejor de los humores.

Algo le decía que aquella mañana se vería oscurecida de alguna manera. Como si el sol que asomaba tímidamente estuviera dispuesto a ponerse antes de tiempo.

Dugan cabalgaba justo detrás del Rey. Iba encogido por el frío. Había pensado en coger su abrigo de piel de ciervo, pero desistió en el último momento. Era demasiado pesado. Impedía moverse con facilidad. Escuchó la discusión entre los hijos del rey. Una más, pensó. El rey ordenó comenzar la cacería. Dugan hizo avanzar a su caballo. Al rato, entre un grupo de abedules, encontró algo: eran huellas de jabalí. Dos o tres animales. Buen peso. Un rastro claro que se dirigía hacia noroeste. Las huellas eran claras y recientes. Los animales no estarían lejos.

Dugan alzó la mano para llamar la atención del resto

—Aquí— dijo sin levantar la voz.  

—Jabalís— añadió. Dugan estudió la dirección del viento. Venía del norte. Perfecto. Podían seguirles con cierta facilidad sin que los animales olieran el perfume de los nobles. No es que fuera un buen cazador, pero cualquier miembro de la corte, a base de hacer cacerías y más cacerías, aprende lo básico en estas cuestiones.

-¡Ya era hora! ¡Alguien que sabe para que sirven los ojos! ¡Espero que seáis mejor tirador que rastreador, Harlan, o voy a tener que darle su trabajo a Dugan. -Echó en cara el rey.

-¡Jabalís es justo lo que esperaba encontrar! -Bajó de su corcel y le dio las riendas al mozo de cuadra. -En cuando lo veamos, soltaremos a los perros para que lo hostiguen. ¡En marcha!

Vaya... Dugan encontró un rastro. Gracias a ello, El rey me lanzó una pulla de las suyas. Pero no me preocupaba. A la hora de rastrear y disparar, era cierto que era mejor. Lo difícil era encontrar el punto de partida... 

Me acerqué hacia el punto donde Dugan señaló, y empecé a ver las señales que marcaban el paso de un jabalí. Ramitas pisadas y rotas, arbustos con ramas arrancadas de cuajo, seguramente enganchadas en las duras cedras de su pelaje...

- Tienes razón Dugan, fue en esa dirección, y no hace mucho ademas. - Confirmé al encontrar un poco mas lejos un poco de excremento de jabalí aun humeante. - No tardaremos en dar con él, mi señor. - Le dije al rey, al tiempo que descolgaba mi arco del hombro y sacaba una flecha del carcaj. 

Me adelanté para tratar de encontrarlo antes que los perros. Ellos podrian hacer un destrozo con el jabalí si lo mataban. O la bestia podria matar alguno de los perros, y entonces el rey estaria dias furioso con todos... Mejor acbaarlo de un tiro limpio si podia. 

Salir de cacería con el Rey y sus hijos siempre era exasperante.

Bert prefería la cómoda vida de la corte, con copas de vino bien llenas y comida abundante, a salir de cacería por los bosques donde había a saber qué cosas.

Sin embargo, si quería seguir ganando fama y respeto, tenía que hacer esas cosas.

Se acercó discretamente al príncipe Brandon.

- Mi señor, creo que sería bueno que no os resfriaseis... avisadme si necesitáis otra petaca. -

Sabía que tenía más en común con el joven dicharachero que con su estricto hermano.

Los caballos se quedaron atrás para hacer el menor ruido posible, y el grupo siguió a su guía desde una distancia prudente. Harlan estaba en lo cierto, los excrementos eran recientes y olían especialmente mal para tratarse de un jabalí. Debía ser uno realmente grande y con una dieta pesada. Los perros casi se quejaron al sentir el olor para poder perseguir a la presa si el disparo no era lo suficientemente certero.

A pocos metros del rastro apestoso ahí estaba el supuesto jabalí, quien estaba tan ocupado buscando debajo de las raíces de un árbol muerto que no sintió el aroma a humano ni el ruido de sus pasos, amortiguados por la nieve.

Bert ya tenía a tiro al jabalí, pero sabía que tendrían que ser primero los lanzadores a distancia los que lo pusiesen en movimiento. 

El podría lanzar un cuchillo, pero no sería letal para la presa, por lo que simplemente se preparó desenvainando su estoque mientras los arqueros se ponían a punto.

Su único objetivo era evitar que la bestia huyese o acabase con alguno de los nobles, pues su fuente de ingresos podría verse afectada.

Se colocó cerca del príncipe, con su arma en ristre, esperando a ver hacia dónde embestía el animal. Sin embargo, trató de estar lo más oculto posible, no quería espantar a la bestia. Había un tocón que podía conferirle una buena protección...

Aún así, mantuvo una de sus dagas preparadas. Sería útil si la lanzaba antes de que el jabalí se percatase de su presencia.

En un discreto segundo plano, Reinhard seguía los pasos del monarca desde una distancia prudencial. Adentrarse en la espesura a pie con el anciano no era ni mucho menos la mejor de las ideas y se mostró reticente a dejarle su montura a uno de los sirvientes. Tampoco es que tuviera mucha opción y, cuando el rey se adentró en los bosques, se apresuró a seguir sus pasos.

El rastro fresco puso en alerta al guardaespaldas. La presencia del puerco salvaje, aún más.

- Mi señor - musitó - Manteneos detrás de mi.

El corpulento vigilante empuñó su alabarda sin despegar la vista de la bestia que gruñía a escasos metros. Los jabalíes eran famosos por su mal caracter, y nada mejor para agriar el carácter que una flecha clavada en el lomo.

Dugan se quedó junto al rey y Reinhard. No llevaba arco. Ni ballesta. Lo único que podía lanzarle al jabalí desde allí era su daga, pero ¿Quién caza a un jabalí con dagas? Nadie, al menos nadie que él conociera. Lo mejor era dejar actuar a los cazadores. Ellos iban provistos de arcos o jabalinas. Él se quedaría quieto son hacer ruido para no espantar al animal

Vimos el jabalí a lo lejos, y me acerqué con sigilo. Cuando estimé una buena distancia desde la que dispararle, y si sobrevivia perseguirlo con los perros y el resto de la comitiva, me detuve para apuntar bien. El viento era favorecedor y el animal estaba tranquilo, hurgando algo en el suelo... una trufa o algo similar tal vez. 

Levanté mi arco, respiré tranquilo como tantas otras veces, y tensé la cuerda llevandomela a la mejilla. Solté el aire y al mismo tiempo soltaba la cuerda, dejandola volar rauda y certera. 

El animal gruñó sobresaltado y se echó a la carrera, aún con la flecha clavada en el costado, lo cual no ralentizó en lo más mínimo su velocidad. Con su hedor y la sangre que fuera derramando no debería ser un problema para que los perros le siguieran.

-¡JA! ¡Mía es la flecha más certera de todos los reinos! -Exclamó, como si el mérito fuera suyo y de nadie más.

-¿¡A que esperáis!? ¡Soltad a los perros de una vez!

El adiestrador soltó las correas de los animales a su orden. Los había dejado sin comer durante tres días para despertar su instinto de depredador. Destrozarían al animal sin lugar a dudas, solo había que llegar antes de que dejaran la pieza irreconocible.

Bert vio al jabalí arrancar la carrera y decidió que la daga que tenía en la mano sería una buena idea. Al fin y al cabo, la bestia aún no le había visto.

Si la dga impactaba, seguramente haría bastante daño al animal, aunque no fuese la mejor arma. Bert confiaba ciegamente en su habilidad para encontrar puntos débiles. 

En cuanto lanzó la daga, comenzó a correr tras la bestia, sin demorarse un segundo. Era buen corredor, pero no el mejor buscador. Al fin y al cabo, normalmente corría para escapar...

- ¡Por el rey! ¡Que no escape! -