Partida Rol por web

Precariedad

.Jueves 25 Abril 1996

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27/02/2010, 11:58
Ywen Roth

“Soy consciente de que un viaje a los Montes Balcanes en la situación por la que atraviesa mi retorcido país no parece un viaje de placer, pero puedo asegurarle que no correrá ningún peligro, pues mi hogar, Dacijaj, es un pequeño pueblecito rodeado de naturaleza, ajeno a los problemas políticos…” Así rezaba en parte la carta de Misimovic y ahora mientras contemplaba aquella pequeña localidad a través del parabrisas y el cristal de la ventanilla del copiloto, por primera vez Ywen tuvo la extraña sensación de que aquel hombre no le había mentido a ese respecto. Ancianos que paseaban charlando, envueltos en ropajes de invierno que en realidad no les protegían de esa sensación de frío continuo que se ganaba con los años, unas vestiduras que no les ayudaban a conservar el calor de una vitalidad ya perdida, pero unos pies que, sin embargo, dejaban sobre la nieve las mismas huellas de antaño, pasajeras... inevitablemente. Desde el interior de la tienda de comestibles a la izquierda, el tendero atisbaba la carretera y fruncía el ceño ante el Opel vectra, tratando de adivinar su contenido. Las letras sobre la puerta de su establecimiento conformaban un apellido, Djokovich, e Ywen se preguntó cuantos Djokovichs la habrían atendido con anterioridad. Incluso la gasolinera a la entrada del pueblo le había resultado un lugar de andar por casa, íntimo hasta cierto punto.

Desvió la mirada hacia los edificios que comenzaban a aglutinarse en su entorno, construcciones tradicionales de aquellas tierras serbias. Cada nación poseía su identidad y ésta se manifestaba en todo lo que la envolvía. La mayor parte de aquellas casas se hallaban construidas enteramente en madera, reflejando así, intactas y sin influencias externas, las costumbres autóctonas de aquel país inquieto. Los edificios respetaban claramente las metodologías de su arquitectura propia, tejados achatados en la parte superior que arropaban el resto de la construcción en sus márgenes y porches bajos con balaustradas engalanadas al uso... Ese mismo lunes había leído en el “Times” que cuatro ataques simultáneos contra objetivos civiles en diferentes partes de Kosovo acababan de marcar quizás el inicio de algún tipo de hostilidad más allá, al menos según lo relataban las agencias de información internacional. El ELK se había atribuido la responsabilidad, buscando así probablemente una respuesta hostil por parte de las fuerzas serbias y, sin embargo, en Dacijaj parecía haberse detenido el tiempo, como si una burbuja de cristal la protegiera.

- Es hermosa… - se le escapó. Entonces se percató de que estaba hablando en alto – me refiero a la localidad… - ese tipo de cosas no tenían pinta de importarle en absoluto a aquel policía, pero ya no había marcha atrás – Sí que lo es, sí. – Sonrió, tenía la impresión de que en su tiempo libre iba a disfrutar intensamente de su estancia en aquel enclave… si tenía la oportunidad, claro estaba. Alek seguía a lo suyo soltando una retahíla de preguntas adicionales, como bien había supuesto, – Perdone... – se disculpó, haciendo un esfuerzo por centrarse, – no, no he hablado con él y tampoco sé si ha adquirido alguna obra nueva, la verdad es que pocos son los que fuera de Serbia han podido estudiar su colección… - y él la había escogido a ella, sí. “Admirada Doctora Roth… me he puesto en contacto con los responsables de la Universidad… Siguiendo con el motivo de estas líneas, le diré que solicité su experta presencia en mi modesta casa...” recordaba las palabras exactas de cómo lo había hecho, pero lo que le explicó a Alek reflejó algo distinto, en fin… digamos que realmente la forma de contar aquello carecía de importancia, tan sólo era una cuestión de focalización e Ywen Roth raramente se tenía en consideración a sí misma – Soy especialista en arte bizantino y trabajo en el departamento de investigación de bellas artes de la universidad de Cambridge, donde da la casualidad que el Señor Misimovic estudió en su juventud… - ésa fue, de entre todas, la respuesta que escogió, no había mentira alguna en ella – quizás el hecho de escogerme a mí para una evaluación de sus obras haya sido una simple cuestión de nostalgia…- en ese preciso instante, su reflejo en el cristal le devolvió una imagen de sí misma que englobaba toda su historia al completo, un montón de pequeños relatos escondidos en cada recoveco de su rostro que la traían irremediablemente hasta lo que era actualmente y, justo entonces, lo supo. Había aceptado venir hasta Dacijaj por una sola razón en realidad, la carta de Misimovic reflejaba eso precisamente también. Había sentimiento en ella. Investigar una obra de arte, aunque muchos historiadores así lo llevaran a cabo, no versaba sólo en datar, valorar o restaurar… a veces hacía falta ver más allá y no todos poseían aquel don. Sin embargo, Ywen sí y eso, aunque ella se negara a admitirlo, hacía que algunos particulares recurrieran precisamente a ella. Misimovic era un coleccionista con “alma”, otra cosa en la que Ywen no creía, a parte de en la suerte, era en ningún tipo de religión, pero aquel anciano amaba las obras que había en su colección, no sólo las atesoraba, y quizás a la hora de actualizarlas buscara a alguien que compartiera también ese concepto – pero sigo temiéndome que habrá de preguntárselo a él...

El coche se detuvo delante del hotel e Ywen dedujo que allí era donde ella se suponía que debía bajarse, en realidad ése no era su destino inicial, pero no dijo una sola palabra al respecto.

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01/03/2010, 17:45
Director

El hotel aparentaba más de lo que era, dos plantas, ladrillos oscurecidos se mezclaban con el cemento para darle una solidez contra las inclemencias del tiempo, en todos sus sentidos. Tenía un pequeño porche de madera a la entrada, si hubiera estado acristalado sería acogedor, pero ahora mismo, arrasado por la tormenta, que había vuelto a recrudecerse debido a ese pequeño giro al norte que habían dado con el coche, se encontraba lejos de aquel estado.

Destacaba sobre los edificios de su alrededor, pero sólo ligeramente, lo justo para llamar la atención de los viajeros que por allí pasaban, cerca de allí,  se fijaron en un poste que hacia las veces de parada de autobus, por lo demás, no se veía ni un alma en las cercanías.

 

 

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07/04/2010, 12:38
Director

Dasic asintió con la cabeza, esa fue toda la respuesta que obtuvo del policia, quien daba signos evidentes de que la conversación había terminado, por lo menos de momento. Su mirada se dirigió a los dos hombres, y luego a Ywen, a la que ya, sin muchos miramientos, le hizo una señal de despedida.

El trabajo de ambos apremiaba, y la visión de unos de sus objetivos hizo que este hecho se avivara en la mente de Aleksandar.

Por lo que, en cuanto la doctora abandonó el vehículo y recogió su equipaje, el agente metió de nuevo marcha y aceleró, para alejarse del hotel, girando por la primera calle hacia la derecha, en lo que él suponía era la dirección correcta, dejando allí plantada sobre la nieve a la inglesa.

 

 

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07/04/2010, 23:12
Ywen Roth

Una vez fuera del vehículo recolocó la carga de sus bultos, los útiles de trabajo sobre la espalda y la otra bolsa en la mano diestra. Se había despedido de Alek cortésmente agradeciéndole de nuevo el trayecto, pero no la compañía. Esa no había sido en absoluto gratificante. Si aquel tipo quería sinceridad, al menos por su parte en ese aspecto la había tenido hasta el final. Alzó entonces la vista para comprobar como éste se alejaba en el interior de su vehículo, girando con decisión hacia la derecha. Entonces sonrió ligeramente, después perdió unos instantes en contemplar la calle de arriba abajo, algo más relajada tras haber abandonado aquella sala de interrogatorios improvisada, y al final siguió avanzando por la vía, esta vez a pie, al no haber percibido hasta esa momento señal alguna de parada de autobús, que era donde ella presuponía que quizás la estuvieran esperando. He dispuesto todo lo necesario para el viaje si finalmente decide aceptarlo… Recordó una vez más las palabras de Misimovic y simultáneamente dedujo que probablemente lo más acertado sería sin duda alguna preguntarle a cualquier transeúnte.

No, no había osado mentir a la autoridad competente, pero tampoco le había contado a aquel agente todo lo que sabía. De hecho, en el empleo de Ywen los clientes exigían un alto grado de confidencialidad por parte del departamento para el que trabajaba, ya que las razones por las que acudían a él y los estudios que les solicitaban en muchas ocasiones eran controvertidos y no deseaban que se delataran sus intenciones bajo ningún concepto. Por añadidura, incluso se podría decir que la culpa la tenía el propio Alek por no haber formulado las preguntas apropiadas, tan ocupado como estaba en amenazarla a priori.

No, no le había contado que Misimovich afirmaba en la carta que le había enviado que se veía en la necesidad de desprenderse de alguna de sus obras dolorosamente y lo admitía de igual modo que un padre a punto de traicionar a sus propios hijos. Se había guardado para sí sus propias impresiones, que al fin y al cabo no eran otra cosa que especulaciones de carácter personal, íntimas y quizás equivocadas, como la de que aquel anciano le había parecido cansado, en exceso solitario y preocupado por la proximidad de su fin, ansioso por zanjar sus asuntos a tiempo. No es tiempo precisamente lo que me sobra… Respiró hondo y se relajó aún más, estaba a punto de conocerle en persona, o eso esperaba, y a lo mejor sencillamente acuñaba su verdad, propia de una edad avanzada.

De pronto y sin previo aviso sus pies se frenaron ligeramente y el frío la caló hasta los huesos mientras recordaba la única gran mentira de toda su vida, que en realidad ni siquiera había llegado a esa categoría. En esa ocasión había aprendido que una verdad a medias no necesitaba ser aclarada ni repetida en exceso si aquellos a los que se la relatabas deseaban aceptarla como tal. A veces no dependía de lo que uno decía exactamente o trasmitía, sino más bien de lo que el otro deseaba oír. Sin embargo, con quien siempre había sido sincera era consigo misma, incluso entonces. La propia conciencia era algo con lo que había que acostumbrarse a vivir, había que encararla y aceptar aquello de lo que uno era capaz.

Se estremeció… un viento ahora suave barría la carretera, después de que la tormenta hubiera amainado, y aún nevaba ligeramente, casi imperceptiblemente, de igual manera que le sucedía a ella por dentro. Su propia vida en paralelo.

Notas de juego

El objetivo de Ywen es alcanzar el lugar dónde puede ser que la vayan a recoger. ¿El sitio donde para el autobús? Se fijará en los carteles, preguntará... hasta llegar. Si no... se buscará la vida.

;)

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09/04/2010, 11:12
Director

No tuvo que fijarse, a unos pocos metros del lugar donde se encontraba, un viejo poste de madera oscura, era rematado por un cartel con un rótulo y un dibujo de algo que podía considerarse un autobus.

Tampoco fue excesivo el tiempo que tuvo que esperar, pues cinco minutos antes de la hora a la que teoricamente hubiera llegado su transporte inicial, apareció un coche de color azul marino, se trataba de un volvo, pero Ywen nunca se había interesado en exceso por distinguir unos modelos de otros. Patinó ligeramente sobre la nieve antes de detenerse, y la portezuela se abrió casi al instante.

Pelo canoso, discreto bigote del mismo color, funcionales gafas que ocultaban unos ojos que se clavaron en la figura que tenía delante. Vestía con un elegante traje gris oscuro, sin abrigo, de ahí que se estremeciera al recibir una ráfaga de helado aire. A pesar de todo, encontró el suficiente ánimo para acércarse con una sonrisa.

¿Doctora Roth? más afirmó que preguntó Soy Ivan Lazovic, abogado del señor Misimovic le tendió la mano es un placer conocerla

Un tránseunte detuvo sus pasos al otro lado de la calle, y se quedó observando a la recien formada pareja con descaro, desde su posición, Ywen no podía distinguir bien sus rasgos, ya que se ocultaban tras la capucha de un anorak de un llamativo color rojo.

Tras el formal saludo, se ofreció a colocar la maleta en el asiento trasero del vehículo No funciona la apertura automática se excuso, para, a continuación, abrir  la puerta delantera del mismo ¿Le importa que hablemos dentro? No recordaba una nevada así en esta época del año

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12/04/2010, 00:06
Ywen Roth

Sí, definitivamente aquel poste situado a escasos metros de distancia parecía portar la señal indicativa de parada de autobús, de manera que sin demorarse un segundo más se dirigió con decisión hacia allí, aunque en un principio no hubiera nadie esperando en torno a aquella especie de mástil anunciador. Claro que había que admitir que aún era demasiado pronto incluso para aquellos que se jactaban de llegar siempre con tiempo a las citas.

Sin embargo, no pudo evitar sentirse satisfecha de pronto, de igual forma que si acabara de realizar el hallazgo del siglo. Realmente en ocasiones el nivel de gratificación de las personas alcanzaba sus cotas más altas con las cuestiones más simples. Incluso cabría indicar que su paso se avivó de nuevo y todos aquellos pensamientos que lo habían obligado a ralentizarse se desvanecieron de improviso. De hecho, a punto estuvo de resbalarse y hubo de forzarse a sí misma a observar con mayor detenimiento el suelo, cuidando el lugar preciso donde plantaba la suela de su calzado.

Desde la infancia le había gustado la sensación que produce pisar la nieve. Una experiencia en tres dimensiones en la que observabas cómo tus botas eran medio engullidas por aquel vergel blanco que, dependiendo del grosor, generaba hasta sonido. Aquella nieve que ahora se encontraba bajo sus pies no estaba sucia y no albergaba excesivas huellas, de manera que el impacto de su corto avance sobre la acera le resultó puerilmente evocador.

Una vez alcanzado el poste con la justa precaución, la mujer soltó sin miramientos, pero con delicadeza, la bolsa de viaje que portaba en su mano derecha sobre la acera y se apoyó en él, observando la calle con la curiosidad del que era foráneo y no ostentaba pudor alguno en manifestarlo.

Justo unos minutos antes de lo previsto, un coche se detuvo no sin dificultad ante ella y su conductor descendió del mismo para estrecharle directamente la mano. En diagonal al otro lado de la acera alguien observaba la escena, un hecho que la mujer no pudo obviar, ya que aquel transeúnte era con diferencia lo más llamativo de toda la calle, debido a su indumentaria. De hecho, parecía anunciarse sin recato alguno con un “aquí estoy yo”. Rojo sobre blanco, peculiar y a la vez armoniosamente conjuntado. Ni que decir tiene que Ywen no le dio la menor importancia. En una localidad pequeña no suele haber mucho quehacer y ella misma parecía portar otro cartel indicativo, mostrando a cambio un contundente “no soy de aquí”. Además, la doctora procedía de un país que había sublimado el arte del cotilleo hasta el punto de reflejarlo con desfachatez en periódicos que todo el mundo reconocía como tabloides sensacionalistas. Sin ir más lejos “The Sun”, con sus páginas coloridas y su poca uniformidad tipográfica, se estaba convirtiendo en el diario más leído en idioma inglés.

Retiró la vista de aquella escena que podría haber sido un original cuadro titulado “amapola en azucarero” y apretó con suavidad la mano que le tendía Ivan Lazovic, al que sonrió y respondió cortésmente: - Encantada de conocerle… - acto seguido, se dispuso a subirse al vehículo- No sólo no me importa, sino que estoy deseándolo… - añadió cordialmente, siguiendo la conversación. Allí fuera el frío era capaz de congelar un río de lava ardiendo – La verdad es que en Londres he dejado exactamente el mismo tiempo… - y sintió una especie de déjà vu, ya que era prácticamente la misma frase que le había dedicado a Alek al poco de subirse al otro coche. Tan sólo esperaba que aquel otro acompañante fuera menos quisquilloso. Justo entonces, recordó su preocupación recién adquirida por la salud de Misimovic, de manera que esperó pacientemente a que el abogado del mismo se introdujera a su vez en el vehículo y lo cerrara herméticamente para no ser escuchada por nadie más y le espetó: - Disculpe mi atrevimiento, pero… ¿se encuentra bien el Señor Misimovic? Es que verá... el autobús no podía llegar a Dacijaj por el temporal y dio la casualidad de que un policía me recogió en medio de la carretera en su automóvil, trayéndome hasta aquí, recorrido que llevó a efecto sin parar de hacerme preguntas sobre su persona, como si hubiera sucedido algo digno de un interrogatorio, no sé… la verdad es que me preocupó... - Tal cual y sin previo aviso. Eso sí, el rostro y el tono de Ywen reflejaban una inquietud en absoluto malsana y cierto desasosiego por la situación del anciano, mostraban literalmente una bienintencionada desazón.

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13/04/2010, 12:56
Ivan Lazovic

En el interior del coche, al temperatura rayaba unos límites aceptables, la nariz y mejillas de Ywen comenzaron por fin a caldearse, y al hablar, ya no despedía vaho. Lazovic arrancó el coche, y el ruido de la calefacción al ponerse en marcha de nuevo se mezcló con el del motor. Sin embargo, continuaban sin moverse, la mano derecha del viejo abogado estaba apoyada en la palanca de cambios, la otra, en el volante. Su cuerpo se giró levemente para poder mirar con comodidad a la doctora.

Temo que tengo malas noticias sobre el señor Misimovic, doctora Roth

Antes de añadir nada más, pisó el embrague y empujo para meter la marcha, haciendo que el vehículo abandonara el arcén para entrar en la helada calzada, aún a poca velocidad, tal vez temiera que si hablaba demasiado pronto, ella se planteara abandonar ahora mismo.

Falleció ayer mismo, la primera impresión por parte de los médicos es que sufrió un grave infarto cuando paseaba por el jardín de su casa.

Aumentó la velocidad, aunque seguía con la precaución a la que invitaba el clima, y las últimas casas del pequeño pueblo quedaron atrás, volviendo a aparecer el bosque  que rodeaba al mismo.

Pero según consta en documento que me entregó cuando me habló de usted, el trabajo para el que la contrató, sigue en pie, si a usted aún le interesa.

Sacó el intermitente, e Ywen vio un pequeño sendero que se internaba entre los árboles.

La casa del señor Misimovic está al final de este camino

Señalo el lugar en el que ya se había fijado la inglesa, piso el freno, y se apartó de la carretera, apoyó las manos en la parte baja del volante, y miró de nuevo hacia el asiento de al lado,  necesitaba una respuesta antes de continuar.

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15/04/2010, 00:37
Ywen Roth

Cerró los ojos durante un segundo, de súbito se odiaba a sí misma por haberlo intuido en cierta medida, apretó los labios con fuerza, cerrando las mandíbulas de improviso, algo no marchaba bien, las señales habían sido claras y ahora todos los temores acerca del anciano que habían ido creciendo en su interior se encarnaban de la peor de las maneras. Cuando la muerte rondaba su entorno, siempre le causaba aquel efecto, la bloqueaba temporalmente, como un golpe seco en la boca del estómago. A Ywen se le había cambiado el gesto, había empalidecido ligeramente.

Corre… las baldosas moviéndose bajo tus pies… Corre… cada pulgada convirtiéndose en millas… Corre… hasta aferrarte a la barandilla… Y grita… siente la ira… incluso a sabiendas del sinsentido… duele… gritas… la furia te invade… y, sin embargo, tus ojos persisten, tratan de enfocar su objetivo… no... no mires abajo…

Abrió los ojos de inmediato y encaró la mirada de Iván Lazovic. No le pareció entrever emoción alguna en él, de hecho, el ser su abogado no implicaba que el señor Misimovic le agradara como persona, puede que tan sólo fueran negocios, o quizás no, a lo mejor sí lo sentía, pero el dolor yacía latente bajo aquel bigote entrecano y aquellas gafas que no le dejaban entrever con la suficiente certeza la expresión de unos ojos, que buscaban una respuesta. Su respuesta.

¿Ella en realidad lo sentía?... Sí, aunque no le conociera. No le dolía, pero lo sentía. Quizás fuera una simple cuestión de empatía.

Óxido en el paladar, se había mordido el labio, pasó la lengua sobre él con delicadeza y respiró hondo. Aquel anciano que esperaba morirse, parecía haber alcanzado una meta, dejando claro que sus temores eran ciertos. Aquel viaje se había realizado cuanto antes, porque, según él mismo afirmaba, disponía de poco tiempo y, de hecho, ahora mismo ya no le restaba ni un sólo segundo.

- Me hubiera gustado conocerle en persona… - fue lo primero que le brotó espontáneamente. Sí, le hubiera gustado, por la forma en que Misimovic parecía relacionarse con sus obras, que se traducía en el dolor manifiesto que le producía, llegado el caso, desprenderse de cualquiera de ellas. Aquel hombre no le había dado la impresión de atesorar, sino de albergar, aunque quizás estuviera equivocada. Al fin y al cabo, no le conocía y las primeras impresiones solían confundirte – en verdad me hubiera gustado, es una lástima… - y así exactamente sonaban sus palabras – Tal vez se hallara bajo mucha presión, parecía lamentar hallarse en la obligación de desprenderse de alguna de sus obras… - ¿Estaría enfermo de antemano?

En realidad, no sabía ni de lo que estaba hablando. La calefacción y, sobre todo, la conversación le estaban haciendo sentir ganas de despojarse del gorro y de los guantes y, sin embargo, no movió ni un músculo. Había fallecido de un infarto, como si la muerte le hubiera pillado de improviso, y era curioso que muy al contrario Misimovic precisamente le hubiera parecido prevenido en ese sentido. Era como si el destino le hubiera gastado una broma. No encajaba.

En ese preciso instante se percató de que se hallaba tan desorientada que no había respondido a la pregunta que tensaba el ambiente: - Me comprometí con él en llevar a cabo este encargo… y, si sigue en pie, como usted afirma, así lo haré – asintió, aceptando de nuevo, reafirmándose, y después miró a través de la ventanilla en la dirección indicada para acabar al fin devolviendo la mirada a Lazovic – Disculpe, pero es que… - Sin terminar la frase, apoyó la nuca en el reposa cabezas.

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15/04/2010, 18:38
Director

Dacijaj. Jueves 25 - Abril - 1996, 14:24. Casa Misimovic.

El señor Lazovic, Ivan para los pocos amigos que le quedaban a estas alturas de su vida, algunos muertos, otros olvidades, y el resto apartados por él mismo, asintió cuando recibió la contestación que esperaba, de lo contrario, no habría podido llevarla a la mansión de su fallecido cliente. Volvió a pisar el acelerador y cruzó la carretera, internándose por aquel camino al amparo de nevados abedules.

No se disculpe, el viaje ha debido resultarle pesado, y esta funesta noticia no es de las que precisamente ayudan a levantar el ánimo, enseguida llegaremos a la casa

No tardó demasiado en cumplirse lo vaticinado por el abogado, y la edificación apareció ante los ojos de la cansada historiadora, era evidente que había conocido tiempos mejores, pero para el ojo experto, la construcción podía plasmarse con uno de los mejores ejemplos de arte bizantino que había visto nunca.

Detuvo el coche justo delante de los primeros escalones de piedra, no había jardín, no había verjas, era como si aquella mansión se hubiera quedada anclada en el pasado, y, aunque al bajarse del coche y a pesar de la nieve, enseguida pudo comprobar que había recibido bastantes restauraciones, había sido respetado con una modélica fidelidad el estilo original de la casa.

¿Sorprendente verdad? dijo con una sonrisa Ha tenido mejores épocas, pero el señor Misimovic siempre fue reacio a los adelantos tecnológicos señaló la muralla con dos arcos justo enfrente de su posición decía que antes rodeaba todo el lugar, pero que en la primera guerra mundial la desmontaron piedra por piedra para construir un puente sobre el río, unos kilómetro más abajo se encogió de hombros, cosas de la guerra, no se respetaba nada, era algo que tenía demasiado reciente aún.

El hijo del señor Misimovic, Mirsad, siempre quiso venderla, o por lo menos adaptarla a los tiempos que corren, pero siempre se encontró con la oposición de su padre, y por cierto, hablando de él, debe estar a punto de llegar, si es que no lo ha hecho ya

Su sonrisa desapareció al recordarlo, tenía muchas cosas que explicarle, y estaba seguro de que la gran mayoría no le iban a agradar en exceso, confiaba en que por lo menos dejara trabajar a la doctora

Me he tomado la libertad de disponerle una habitación en la mansión, el pueblo queda lejos, y si la tormenta arrecia la carretera se volverá traicionera, en realidad, fue el señor Misimovic quien le asignó una estancia en caso de que usted así lo deseara Aún no había sacado su equipaje del coche Hay dos trabajadores en la casa, que viven aquí, y se ocuparan de cualquier cosa que necesite, si es que, por supuesto, está usted de acuerdo en alojarse aquí

 

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18/04/2010, 12:34
Ywen Roth

- Impresionante… – Y, por alguna razón que realmente escapaba a su comprensión, le cuadraba sobremanera que aquel anciano al que desconocía totalmente, excepto por cuatro líneas en una misiva, viviera en un lugar semejante. Sonrió y, apartándose a duras penas de la fascinación producida por aquella reliquia en piedra, desvió la mirada hacia Lazovic, asintiendo simultáneamente.

Había algo de melancolía en el fondo de aquella mirada que Ywen le dedicaba en aquellos instantes al abogado. Allí, en pie sobre la nieve, delante de aquel edificio que representaba con suma claridad en sus formas un estilo arquitectónico que ella había hecho suyo a lo largo de los años, de pronto sentía como si tuviera más de una cosa en común con Misimovic. Ambos parecían poseer una pasión desenfrenada por algo que implicaba más a objetos que a personas, ambos habían tenido que afrontar su soledad en algún punto de sus vidas, el anciano incluso había sido capaz de reflejar ese hecho en una carta, y, de acuerdo con lo leído, ambos habían debido tomar decisiones dolorosas. Sí, de esas que tienden a dividirte por dentro. Se preguntó si a su vez él también, al igual que ella, le habría acabado “vendiendo el alma al diablo” y ahora se encontraría camino del consabido infierno de los creyentes.

Alzando de nuevo el rostro, se centró otra vez en aquella edificación grandilocuente y lo hizo de forma tan entregada que durante unos minutos el señor Iván Lazovic, el frío, el temporal y la muerte, junto con todo su pasado y su presente, fueron barridos del universo… Y todo por culpa de una sinfonía que alzaba sus notas al cielo, casi rozando con sus líneas, curvas y puntas la perfección. ¿Mediados del siglo XIII? Probablemente. Achicó los ojos, sopesando su primera impresión. Aquella fortaleza, cuyos muros unían varias torres sobresalientes, se erguía orgullosa sobre una loma. Una de esas torres, la de forma circular, sobresalía visualmente y se hallaba orientada hacia el bosque, mientras que la que daba acceso al edificio en sí mismo tenía aspecto cuadrangular, como su gemela al otro extremo. Por encima de él, solemne, una cúpula bellamente decorada se elevaba en la parte superior, imponiéndose poderosamente sobre el resto. La muralla medio derruida que la rondaba sugería la existencia en su día de un férreo sistema defensivo, que curiosamente había acabado desmantelado por los obradores del tiempo, transformándose en un puente que unía caminos desesperados por encontrarse.

- ¿Cómo podría negarme ante semejante ofrecimiento? – Sonrió de nuevo, esta vez sin mirar al abogado, pendiente de aquel tesoro arquitectónico – Sí, me quedaré aquí – asintió. Será un placer… a partir de ese instante, esperó ansiosa el momento de recoger sus maletas, impaciente por franquear la entrada de aquella joya, conservada y respetada hasta el límite por su propietario.

¿De manera que Mirsad Misimovic siempre había querido venderla? Por una parte, entendía que vivir en su interior sin modernizarla debidamente no podía resultar muy grato, por no decir incómodo, incluso intuía los gastos enormes que debía generar mantenerla, pero en el fondo se preguntaba si realmente alguna de aquellas razones albergaba la verdad. Bastante a menudo sucedía que los deseos de deshacerse de un lugar y las protestas sobre el mismo venían marcadas por las vivencias y los recuerdos asociados con él… o más bien, al menos en el caso de Ywen, por la ausencia de lo que debiera haber sido. A ella le dolían mucho más las posibilidades que le habían robado, que el destino obtenido. En otras palabras, le dolía mucho más la mitad vacía de la botella... que la llena.

- ¿Y cree que estará de acuerdo el hijo del señor Misimovic – no lo llamó por su nombre, a pesar de que Lazovic lo acabara de citar, para ella era un completo desconocido - con esa disposición de su padre? Me refiero al hecho de que pase aquí unos días mientras realizo mi trabajo. – Lo último que deseaba era topárselo en los pasillos y recibir un gruñido a cambio del socorrido “buenos días”.

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20/04/2010, 09:45
Ivan Lazovic

Lazovic observó con atención a la doctora, vio ese brillo en la mirada que tanto le recordó a su viejo amigo, uno que nunca alcanzó a comprender, le resultaba complicado entender todo lo que había perdido por culpa de estas malditas piedras. Zvjezdan nunca supo explicárselo, él nunca puso la atención suficiente.

Digamos que, Mirsad, no es quien decide en este punto, hay algunas cosas que aún no han quedado claras tras la muerte del señor Misimovic, así que, de momento, no tiene ninguna capacidad para imponer nada en esta casa.

No quería resultar grosero, pero ni él mismo sabía si aquella jovencita acudiría a la cita, y en caso de que lo hiciera, que es lo que iba a hacer al respecto de lo que le planteó.

Además, la casa es lo suficientemente grande para albergar a toda una compañia, así que, se él lo prefiere así, ni siquiera se enterará de su presencia sonrió ahora con anticuada cortesía cosa que, en cuanto la conozca, estoy seguro de que será lo último que desee.

Tampoco era cuestión de mostrar a Mirsad como un ogro, tenía sus problemas y manías, pero ¿quién estaba libre de ellas? Había respondido enseguida a la llamada, y por mucho que la relación con su padre no fuera fluída, era su hijo al fin y al cabo.

Tomó entonces el equipaje de Ywen, por lo menos la maleta más grande, y enfiló la suave pendiente que les llevaría a la entrada principal, esperando a que Ywen se colocara a su altura normalmente suelo explicar más detalles de la mansión, pero creo que, dada su especialidad, la ofendería con mis escasos y a veces poco concisos conocimientos empleó un tono distendido, se sentía cómodo en la presencia de la serena mujer. Alzó la vista, y señaló con el mentón a una persona que acababa de salir de la casa, y bajaba presta a ayudar a los recién llegados.

Es Dejan, el mayordomo, jardinero, ayuda de cámara, en definitiva, el hombre de confianza de Zvjezdan

Estaría cerca de los sesenta, pero se conservaba indudablemente bien, su aspecto era saludable, y se movía con la soltura de alguien mucho más joven. Vestía de negro riguroso, pantalón, camisa abrochada hasta el cuello y botas de campo. Al llegar a la altura de la doctora, se detuvo, hizo una ligera reverencia con la cabeza y pidió las maletas con un gesto.

La doctora Ywen Roth presentó olvidé mencionarle que, Dejan, es mudo de nacimiento.

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21/04/2010, 11:31
Ywen Roth

“… Así que él me pidió que pusiera más ropa sobre sus pies: Metí la mano en la cama y se los toqué, y estaban fríos como piedras. Entonces le toqué las rodillas, y así arriba y arriba, y todo su cuerpo estaba frío como la piedra…”

Rememoraba el “Enrique V” de Shakespeare. Había avanzado junto a Lazovic por el sendero para después aproximarse de frente y casi sin darse cuenta al muro que franqueaba la entrada de aquella fortaleza. Justo al alcanzar la puerta de acceso, se había parado de pronto para observar las piedras que conformaban su estética externa. No, ella no estaba de acuerdo con aquella cita literaria del reconocido autor británico. Ella era capaz de leer la lírica bajo la piedra y los términos que conformaban sus versos no eran fríos. Aquellas piedras estaban vivas y eran tan ambiciosas que incluso si uno se descuidaba, podían robarle su calor. Suaves, ásperas, finas o con aristas, rodadas o trabajadas, ariscas… el caso era que para doblegarlas el ser humano se veía obligado a servirse de herramientas, recibiendo sin pedirlo una tenaz lección de entereza.

Se preguntó cuántas manos habrían tocado aquella dura superficie a lo largo de los siglos, manos que con el latido de su flujo sanguíneo le habían trasmitido alegrías, tristezas, esperanza, dolor e incluso quizás la más amarga de las iras internas. Mujeres, hombres, ancianos, niños… descansando sobre ella. ¿Cuántas espaldas habrían reposado y compartido el peso de su destino o la algarabía del mismo? Todos ellos sin saberlo habían dejado su huella en ella.

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Y, sin embargo, Ywen no osó profanarla, guardándola del deterioro que ese tipo de contacto producía. Ella había alzado en algunas ocasiones precisamente la palma de sus manos sobre el aire, apoyándose simbólicamente en él para decir “basta”. Apretó la mandíbula, aún sentía el sabor a óxido deambulando por su cavidad bucal. Se humedeció los labios de nuevo y después se giró hacia Lazovic.

- Pues me temo que en eso está usted totalmente equivocado, - le sonrió abiertamente, con franca cordialidad, y acompasó de nuevo su paso al del abogado a lo largo de aquel retazo de tramo restante que la separaba del interior de la mansión – la verdad es que me encantaría que me la describiera tal y como la percibe usted con sus propios ojos… - Era obvio que efectivamente Ywen no se estaba refiriendo a datos, ni a características, ni a conocimientos, esos que tan bien eran conocidos por los expertos, esos que se podían encontrar en largas listas de bibliografía sobre el tema. Ladeó ligeramente la cabeza, aún sonriendo. Era cierto, disfrutaba escuchando a cualquier persona comentando obras de arte, ya que cada uno sentía los lugares y los objetos de muy diversa forma, de hecho, lo que para algunos era una reliquia para otros podía carecer de valor o de sentido, ¿cuál sería el caso del señor Lazovic?... Pero lo más curioso de todo era que a la larga todos esos pensamientos y sentimientos tan dispares se unían para conformar la imagen del mundo que compartían – Por cierto, respecto a eso que acaba de comentar sobre algunas cosas que aún no han quedado claras tras la muerte del Señor Misimovic, me preguntaba si le interesaría a usted saber el tipo de cuestiones que me planteó el policía que le comenté… - ¿No era aquel hombre el abogado del difunto?

Sin más, alzó la testa y le entregó amablemente la maleta que portaba al hombre de confianza del Señor Misimovic, mientras le saludaba y le decía a la vez: - Encantada de conocerle… - asintió, fijándose en el lenguaje facial y la expresión corporal de aquel “hombre para todo sin palabras”, que quizás fuera el único que de verdad había conocido a Zvjedzan – Dejan… - Y de pronto se le vinieron a la mente algunas reconocidas imágenes del cine mudo, que resultaban en ocasiones sobreactuadas y completamente alejadas de la realidad y del comportamiento de alguien que realmente carece de voz.

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22/04/2010, 09:52
Ivan Lazovic

 

El abogado prometió a Ywen que le daría su visión de la casa, se lo dijo con la misma sonrisa que ella le había brindado, franca y cordial, era evidente que habían congeniado con cierta facilidad, unidos por ese delgado manto de respeto que ambos profesaban al difunto, aunque uno fuera amigo desde hace muchos años, y otra nunca lo había conocido.

No se preocupe por la policía doctora Roth, yo mismo hice las gestiones para que mandaran a alguien de Pec interrumpió un momento su discurso para atender a Dejan, el cual, ceremoniosamente había agradecido la fórmula de rigor pronunciada por Ywen, y ahora se detenía justo en el umbral de la casa, pues había escuchado el sonido del coche mucho antes que los demás. Lazovic se giró, desde esa posición algo más elevada la vista del camino ofrecía una perspectiva más amplia del descuidado jardín delantero, pero los numerosos árboles que habían inundado los alrededores complicaban saber realmente donde estaban los límites.

Ahi llega Mirsad dijo señalando un flamante mercedes deportivo que acababa de irrumpir ruidosamente en la tranquilidad del lugar como le iba diciendo no prestó más atención al hijo del señor Misimovic no es que no me fie de las fuerzas de la ley locales, pero no están acostumbradas a un caso que podría tener una relevancia informativa de cierta repercusión, y para acallar cualquier tipo de rumor, solicité a un viejo amigo que me mandará al mejor de sus forenses, para cubrirnos un poco la espaldas y que no agobien al bueno de Milo, tengo previsto reunirme con el agente  dudó unos instantes Dasic, creo recordar que esa era su nombre después de la comida usó un tono de voz despreocupado, e hizo que Ywen se volviera a centrar en el mayordomo.

Si no le importa, Dejan le acompañará a su habitación, y así atenderé a Mirsad, explicándole como está la situación. Eran muchos los asuntos que se le empezaban a acumular, ya llegaba tarde a su cita con la señorita Njego, definitivamente, se jubilaría cuando este asunto quedara solucionado.

 

Notas de juego

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22/04/2010, 09:52
Director

Dejan la esperaba al pie de la escalera que destacaba en el amplio y poco iluminado vestíbulo, lo primero que llamó la atención de la inglesa fue la ausencia de luces eléctricas, ornamentadas lámparas de gas proporcionaban la suave luz, que ocultaba el paso del tiempo y magnificaba dos hermosas figuras masculinas, talladas en clara piedra, que representaban a dos jóvenes en actitud reflexiva, con los ojos alzados al cielo. Una cinta con detallados grabados rodeaba su frente, y la simpleza de la túnica que cubría parcialmente su cuerpo daba una pista sólida del estilo.

No dio demasiado tiempo el mayordomo a fijarse en detalles, pues con pasos ágiles comenzó a subir los escalones de oscura piedra, bajos y amplios, que daban acceso a la segunda planta, que no la última, de la mansión. Pero fue allí donde Dejan condujo a Ywen, y la hizo avanzar por un pasillo que mantenía las mismas pautas del resto de la edificación.

En contra de lo esperado, no abundaban las obras de arte, y las paredes se mantenían casi siempre desnudas, salvo por los consabidos candelabros que proporcionaban la iluminación. Contó Ywen dos puertas a derechas, y a la tercera, Dejan se detuvo y extrajo una llave de tamaño considerable, con la que abrió, dando paso a la que iba a ser el hogar de Ywen mientras estuviera en la mansión.

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24/04/2010, 00:34
Ywen Roth

Si el propio Iván Lazovic era el que había solicitado que le enviaran a un agente de fuera para llevar el caso, ella no tenía mucho que contarle entonces. Así que asintió, ladeando rápidamente la cabeza, y se despidió del atento abogado con afabilidad, algo más relajada, concentrándose en la futura visión del interior de aquella fortaleza y siguiendo los pasos de un Dejan, que parecía decidido a alcanzar su destino a la mayor brevedad.

Luz de gas… sonrió. En Gran Bretaña aquel tipo de iluminación nacida a comienzos del siglo XIX había vivido su mayor esplendor durante la época victoriana. Para finales de dicho siglo la mayoría de las ciudades gozaban de aquel alumbrado incluso en sus calles hasta que con el descubrimiento de la electricidad ésta le ganara la partida y se acabara modificando toda la instalación. Sin embargo, aquel tipo de luz tenía un encanto del que indudablemente carecía la eléctrica, esa tonalidad ocre que dotaba de cierto embrujo a cada una de las escenas que uno vivía bajo su hechizo.

Luces agonizantes que titilaban sin razón aparente, pasos que se oían en un ático cerrado y cuadros que desaparecían de las paredes aterrorizando a una joven recién casada a punto de perder el juicio… “Luz de gas”, no pudo evitar que aquella clásica película de suspense en blanco y negro, basada en una obra teatral del mismo nombre, se le viniera a la cabeza mientras avanzaba envuelta en aquella semipenumbra por aquel pétreo pasillo reflejo de un esplendor de tiempos pasados. No en vano, “hacer luz de gas” a alguien era sinónimo hoy en día de hundirle paso a paso hasta su completa destrucción. Sí, la verdad era que había algo de lóbrego en aquella iluminación, pero a su vez también poseía una amplia dosis de romanticismo que embellecía aquellos muros de una forma que no hubiera conseguido la enormemente práctica electricidad, apoyando de esta forma la consabida argumentación de que no siempre lo más útil acababa siendo lo más apropiado.

Dejan abrió la habitación designada para ella con la misma solemnidad que si de una celda se tratara y ella le dedicó un “gracias” seguido de cerca por un “hasta luego” como pago a su practicidad, mientras simultáneamente se centraba en observar al detalle el que iba a ser su dormitorio durante los próximos días. Una recia cama de madera oscura y cabezal pintado acaparó su atención en un primer momento, una nívea colcha y unos cojines al uso sobre el colchón, al fondo un amplio ventanal de panorama sereno dejaba entrever el bosque y parte de la torre circular, un díptico de madera decorado con relieves sobre el lecho, un armario a la izquierda con puertas diestramente talladas que en sí mismo se trataba de una antigüedad y una esbelta mesa al frente con… un espejo bizantino pendiendo sobre ella a media altura. Se acercó con rapidez, la vista prendida de él, asombrada.

Durante el siglo XIII se habían inventado los espejos de vidrio y cristal de roca sobre lámina metálica y aquel era un claro ejemplo de esa época. Una fina lámina ovalada de oro pulido de no gran tamaño se hallaba enmarcada en ébano y sobre la oscura madera que conformaba sus límites se entrelazaba un hermoso mosaico esmaltado con incrustaciones de piedras preciosas. Aquel tipo de espejo se volvía oscuro y opaco con el paso del tiempo, devolviéndote al final una imagen ligeramente desenfocada de ti mismo. El ejemplar que se hallaba ante sus ojos se encontraba bastante bien conservado y hacía que cualquiera al verse reflejado en él se sintiera parte integrante de aquella obra de arte. Se le hizo un nudo en la boca del estómago, ya no sólo sentía la muerte de Misimovic, de pronto y sin previo aviso durante aquellos segundos de contemplación le dolió. Se le había cortado la respiración y de súbito bajó los ojos al suelo, como si estuviera avergonzada de mantenerlos sobre sí misma, no logrando recuperar el valor de alzarlos hasta un rato después. En esta ocasión para observar con un mayor detenimiento el trabajo realizado por el artesano sobre el ébano.

Escasos minutos después, desprovista de gorro, guantes y abrigo que reposaban sobre la cama, ya había deshecho su maleta y, neceser en mano, se dirigía hacia el baño, que consiguió arrebatarle una sonrisa nada más franquear la entrada. Porcelana tradicional, bañera de esas que podrían salir andando gracias a sus propias patas, un lavabo en forma de cuenco dorado sobre un mueble de madera de líneas severas, grifería imitando un estilo evocador y… las cuatro paredes cubiertas con azulejos de estampados dorados que daban un efecto metalizado al conjunto, transformando la pared en un mural, que asombrosamente integraba lo moderno en lo clásico. Dejó el neceser sobre el mueble y, aún sonriente, abandonó la habitación para regresar al piso inferior, deambulando de camino por los pasillos sin prisa.

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26/04/2010, 11:25
Director

... ¿Así que ya has hablado con la zorra esa? Ywen escuchó esta palabras de una voz desconocida desde lo alto de la escalera, no podía ver a quien las pronunciaba, pero era evidente su malhumor te dije mil veces que esperaras a que yo viniera, que esa puta no tenía nada que hacer aquí se escucho una réplica, pero demasiado baja para que pudiera ser audible desde su posición.

Sal de mi casa, ¡lárgate!, siempre quisiste joderme, y se que ni aún muerto mi padre, cejas en el empeño.

Hubo un breve conato de discusión, pero no duró demasiado, ya que la única voz que distinguía se impuso sin vacilación y con dureza. Transcurrieron unos instantes de silencio, un par de ruidos sordos, y por último, el inconfundible sonido de una puerta que se cerraba más fuerte de lo necesario.

Casi al instante, apareció al pie de la escalera un hombre, de unos treinta, bien parecido, ojos claros y barba perfectamente recortada. Desde allí le resultaba complicado establecer su estatura, pero no el hecho de que se encontraba en buena forma. Vestía con unos vaqueros azules desgastados, un jersey de cuello vuelto de color beige claro y una chaqueta de piel marrón, sus botas dejaron un pequeño rastro de nieve sobre la piedra del suelo. Alzó la mirada, y la sorpresa se reflejó en ella al percatarse de la presencia de aquella elegante mujer en el piso de arriba.

¿Quién coño eres tú?

No fue muy amable tampoco en su tono.

 

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26/04/2010, 23:41
Ywen Roth

¿Realmente iba a tener el gusto de conocer a dos soplapollas en el mismo día? Bueno, había que reconocer que al final el primero de los mismos tan sólo se había quedado en un amago, así que esperaba que éste no hubiera aparecido para completar el círculo. De manera que tras la recién efectuada pregunta por parte de su actual interlocutor, permaneció allí varada durante unos segundos al comienzo de las escaleras del piso superior, al parecer sin inmutarse. Al menos las amenazas ejercían cierta réplica de carácter en ella mientras que a las palabras soeces y a la falta de civismo estaba demasiado acostumbrada.

Era curioso, empezaba a pensar que en aquel país enfrentado desde sus propias raíces las buenas maneras alcanzaban a los hombres a la vez que lo hacía el comienzo del uso de la dentadura postiza… Y no, no hacía falta ser muy espabilada para imaginarse que aquel que tenía delante debía ser ni más ni menos que el hijo de Zvjezdan y que el que probablemente acababa de esfumarse dando un portazo era el abogado del mismo.

Mantuvo la mirada de aquel individuo sin apresurarse lo más mínimo en responderle y sin apartarla ni por un instante comenzó a descender las escaleras con tranquilidad, eludiendo totalmente el uso de la barandilla y acompasando la cadencia de los escalones al suave ritmo de su avance. No sabía quién era específicamente la “zorra” y, aunque aquellas no fueran formas de referirse a nadie por mucho que se hubieran perdido los nervios y a un padre, al menos esperaba que no le estuviera dedicando los susodichos piropos concretamente a ella, de hecho, que le hubiera preguntado directamente quién coño era, le llevaba a pensar que Iván Lazovic ni siquiera había logrado alcanzar el punto de la conversación que incluía la presentación de su persona, claro que… ¡vaya usted a saber si acertaba con los cálculos de situaciones y personas! Bueno, al menos podía afirmar que estaba a punto de comprobarlo.

Por fin llegó a su altura y se paró a su lado, afrontándole a ceja alzada y de cerca. El pelo de la mujer caía ligeramente alborotado sobre su rostro y, antes de contestar, aún se tomó el tiempo necesario para apartarlo hacia un lado con su mano diestra, posicionándolo en la retaguardia de su oreja. No tenía la menor intención de perderse ni un detalle.

- Buenas tardes... – Comenzó, ya que eran casi las tres, aunque no hubiera almorzado todavía – Soy la doctora Ywen Roth e investigo obras de arte en la Universidad de Cambridge, el señor Zvjezdan Misimovic – en todo momento tanto sus palabras como su tono fueron respetuosos y sencillos – solicitó mi presencia aquí para realizar una valoración actualizada de su colección, – hizo una pausa y, señalando escaleras arriba pero sin desviar la mirada hacia allí, añadió – acabo de llegar justamente… y Dejan me ha acompañado a dejar mi equipaje arriba. Lamento haberme encontrado las actuales circunstancias. - Al final iba a resultar que aquel tipo no sólo no era de los que respondían gruñendo al socorrido “buenos días”, sino de los que incluso le tomaban al sufrido saludo la delantera.

Su rostro se mantuvo serio y, así de buenas a primeras, no le tendió la mano, sino que se mantuvo a la espera con idea de sopesar la reacción de su interlocutor, lamentando haber deshecho sus maletas tan pronto sin tener en cuenta lo suficiente su intuición de que podía no ser bienvenida. Además, con tratar a un único artista arrogante y déspota ya había tenido bastante en su vida, por lo que cabía deducir que no tenía ni la menor intención de aguantar ni por un segundo a otro. Respecto a esta última impresión esperaba confundirse.

- ¿Y usted? – Le espetó por último al hilo de la pregunta del hombre. Si Ywen deducía por su contestación que su presencia podía resultar una molestia para él, regresaría por donde había venido, aunque en realidad fuera lo último que le apeteciera. Más aún teniendo en cuenta que Mirsad debía hallarse afectado, no en vano, acababa de perder a su padre. Aquel día se estaba complicando por segundos y en menos de dos horas aquella mujer se estaba sintiendo como un paquete extraviado por segunda vez.

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28/04/2010, 16:42
Mirsad Misimovic

El ceñudo gesto no desapareción mientras duró la teatral puesta en escena de Ywen, pero al presentarse, Mirsad pareció relajarse ligeramente, pero seguía claramente hostil, a pesar de todo, no se privó de mirarla durante un buen rato, calibrando algo que escapaba al conocimiento de la doctora.

Tenía los ojos de un color verde claro, vivaces. Brillaban, tal vez debido al episodio de furia que acababa de vivir, contrastaban con todo lo que le rodeaba, transmitiendo la sensación contraria a la que le había producido el resto de la casa, había algo desazonador, que no terminaba de resultarle cómodo.

Mirsad Misimovic su acento difería del de Lazovic, era mucho más neutro, y sin embargo, hablaba con más firmeza que el abogado Ivan me comentó que vendría no le tendió la mano, la dejó apoyada en la baranda de la escalera, y la otra la introdujo en el bolsillo de su pantalón parece que al final, mi padre había decidido deshacerse de unas cuantas antigüallas movió la cabeza en dirección a las dos estatuas que ahora les flanqueaban.

Habría esperado a otro tipo de persona, pero su padre, a pesar de sus múltiples defectos, siempre había sabido escoger a la gente cuando temas artísticos se trataba, bueno, tal vez fuera más guapa de lo esperado, pero al mirarla bien, se dio cuenta de que era el tipo de persona que debía aparentar, sobría, elegante, correcta, y con una apabullante seguridad en si misma.

No pondré ningún incoveniente a su trabajo, podrá moverse libremente por la casa y los criados le atenderán en lo que necesite.

Pero tenía muchas cosas que hacer antes de despachar este trámite.

Luego le entregaré una llave y le enseñaré como funciona es sistema de seguridad que guarda las obras más valiosas.

Sus modales mejoraban por momentos, lo consideraba necesario si deseaba obtener más información.

¿Qué fue exáctamente lo que le encargó mi padre que hiciera?

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29/04/2010, 15:19
Ywen Roth

¿Con que antiguallas, eh?... Aún mantenía la ceja alzada, reflejando la misma templanza que la había acompañado en su descenso de las escaleras. Su pie izquierdo se había desplazado ligeramente hacia un lado, asentándose sobre el borde del último escalón, como si necesitase un apoyo que en realidad no requería. Pues para ser un artista, no es que muestres mucho respeto por el arte en sí mismo… Pensó y eso era, cuando menos, curioso. Sin embargo, las facciones de Ywen se suavizaron de pronto, quizás en un intento, probablemente vano, de ser menos exigente con las personas de su entorno y, por añadidura, consigo misma.

Mirsad había resultado ser un hombre bastante atractivo, de marcadas y sugerentes facciones cargadas de carácter que inmediatamente le trajeron a la memoria el David esculpido por Bernini, mármol ejecutado a tamaño real en el más puro estilo barroco, de una belleza clásica, pero plagado de emoción, desasosiego y dinamismo en su gesto, irradiando fuerza a su entorno, mientras simultáneamente se mantenía concentrado en su objetivo, siempre a punto de soltar la piedra, eternamente en tensión y con el ceño fruncido.

Entonces recordó la Luz del Sueño, la escultura de Mirsad, y la sensación que ésta le había provocado, inquietándola hasta el punto de obligarla a evocar sus propias tribulaciones. Al contemplarla sobre el papel antes de abandonar Cambridge, se había llegado a preguntar cómo aquel hombre podía haber sido tan cruel consigo mismo y ahora resultaba que precisamente en aquellos instantes tenía la respuesta allí delante, asomándose incómodamente a los ojos del artista, que parecían removerse internamente de forma incontenible. Al menos era grato saber que le iba a permitir deambular a su libre albedrío sin traba alguna, aunque aún le bailasen en los oídos las palabras de Lazovic sugiriendo que Mirsad en el fondo no tenía nada que hacer al respecto.

- Vaya… - asentía ligeramente tras las explicaciones recién emitidas por su interlocutor – parece ser que todo el mundo me pregunta hoy por lo mismo… - hablaba sin dobles sentidos, recordando al agente que en el coche le había hecho varias preguntas al respecto. Sin embargo, no se preocupó por aclarar más allá sus propios términos – su padre quería principalmente que evaluase algunas de sus obras, pero según tengo entendido lo ha dejado todo perfectamente detallado – eso decía al menos su abogado, aunque por lo visto ni siquiera parecía haberlo consultado con su hijo.

Hubo un hecho que la entristeció, motivando que los ojos y las facciones de Ywen lo reflejaran abiertamente y se podría incluso decir que a bocajarro. Mirsad había pasado en segundos del enfado más visceral a la cortesía comedida de un modo tan chirriante que le trajo irremediablemente a la memoria escenas grotescas de un pasado ya no tan reciente. Por decirlo de otro modo, aquel hombre había dejado de ser sincero en sus formas y ella personalmente prefería que las personas obraran en todo momento de frente, aunque ello conllevara un exceso de confianza o franqueza, ya que era la única manera de saber exactamente a qué se enfrentaba uno, aunque fuera brutalmente. Claro que eso era algo que ciertamente no abundaba en su trabajo. Durante todo este proceso había dejado de observar al escultor y ahora su mirada, en cierta forma dolida, se perdía entre las sombras pétreas del pavimento. Respiró hondo y de pronto un pensamiento la alcanzó, trayéndola de vuelta a su interlocutor.

- Había algo en la carta de su padre, quiero decir… - alzó la vista de nuevo, no deseaba incomodarle, pero como era habitual en ella su espontaneidad se le adelantaba - ¿Su padre estaba enfermo? - Negó con la cabeza, como quién se deshace súbitamente de un pensamiento. – Es igual, disculpe… - apartó la mirada de él por segunda vez, ahora era el sentido común el que le tomaba la delantera – seguro que es una tontería…

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04/05/2010, 17:47
Mirsad Misimovic

No pareció muy satisfecho con la escueta explicación recibida sobre el trabajo, apretó ligeramente los dientes, y los labios le temblaron, eran muchas las emociones que había experimentado en apenas unas horas, la relación con su padre nunca había sido demasiado fluída, pero hay recuerdos anclados a su memoria que sabe que siempre estarán allí.

¿Qué importancia que mi padre estuviera enfermo? Los ojos seguían los gestos de Ywen, delatando los sentimientos que el resto de su cuerpo si conseguían ocultar Tenía sesenta y seis años, y le puedo asegurar que la vida monacal que ha llevado durante estos últimos años, no sirven para compensar lo que anteriormente había vivido hablar de los hábitos de su padre no era algo habitual, y menos con una desconocida, pero sentía cierto alivio al hacerlo.

Mirsad se movió, ascendió un escalón, quedando por encima de la mujer, ella captó el olor a sudor, leve, pero inconfundible. Vio también una par de manchas oscuras en el bajo de su jersey, a la altura del costado, redondeadas, antes ocultas por la chaqueta.

Miré... dudó unos instantes la palabra a utilizar Ywen alzó un dedo, sin llegar a señalarla del todo, un reloj, grande y plateado, se deslizó suavemente hasta el final de su muñeca con el gesto mi padre era obseso del arte, eso si que era una enfermedad, se pasó toda su vida recolectando obras, a veces sin importarle como, pero ahora, está muerto respiró, se estaba alterando en exceso.

Así que, limitese a hacer su trabajo lo más rápido que pueda, soy consciente de que estará revoloteando por aquí durante un tiempo, así que será mejor que dejemos las cosas claras.

¿Cuántos años tendrá?

Era incapaz de adivinar su edad bajo aquella distinguidas maneras, pero, no se sorprendió cuando intentó imaginar el otro tipo de formas que ocultaba bajo la sobría vestimenta. Su mirada se afiló con descaro, había llegado el momento de posponer el encuentro.

Pasese en un rato por mi despacho, necesito una ducha y cambiarme de ropa.

Se giró, acostumbrado a ser él quien termine las conversaciones.

 

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