Partida Rol por web

Precariedad

.Jueves 25 Abril 1996

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10/06/2010, 10:54
Ywen Roth

Había salido del baño para acabar quedándose parada a medio camino del carrito, observando al escultor a su derecha con la mano metida dentro del armario. Todas las deducciones que realizaba sobre Mirsad acababan directamente en el cubo de la basura.


[Una mano áspera, manchada de pintura al óleo, arrancaba una percha de la varilla… “¡Quítate esa mierda y ponte esto!”…Una cabeza que negaba, la suya propia… “Estás hecha un adefesio”… la prenda arrugada en un puño y arrojada sobre la cama, una mano que apretaba su muñeca y un portazo que la dejaba gratamente sola…]

Ni un solo músculo facial se movió durante aquel ejercicio de memoria.

El escultor no sólo no se había evaporado, sino que, cual dueño y señor, se tomaba todas las licencias que consideraba precisas. Se puso de nuevo en movimiento, su iris reflejando una tristeza casi tangible y sus pies acercándose a Mirsad hasta quedarse a un paso del mismo, curiosamente no se molestó en volver a cerrar el ropero. Hablando de educación…

- Menos mal que no escondo un cadáver… – ironizó, en su gesto no había rasgo alguno que reflejara desagrado o enfado, sino más bien entretenimiento. ¿Estaban conversando? No, era mejor no llevarse a engaños. Allí sólo se hablaba de lo que él quería y para sacarle cuatro palabras seguidas que a uno le interesaran había primero que preguntar y la respuesta era siempre agresiva. Todas las cuestiones por las que había inquirido previamente habían sido primero desvalorizadas y después respondidas airadamente, de manera que decidió no continuar por semejantes derroteros. No iba a cometer de nuevo el mismo error si podía evitarlo.

No, ciertamente a aquello no se le podía llamar conversar, para ello se suponía que además de un intercambio debía haber una predisposición personal.

- Las personas nunca son al cien por cien lo que aparentan… - le quitó la vista de encima y se apartó de él. La única mesa que había en aquella estancia era de adorno bajo el espejo y no tenía la menor intención de cenar de cara a la pared, así que colocó la toalla a modo de mantel sobre la cama y la bandeja sobre la misma – a veces, como en el caso que has expuesto, el hallazgo de lo que hay debajo puede resultar de lo más gratificante… - se sentó a un lado del improvisado picnic, acomodando los cojines a su espalda y apoyándose en ellos con una gracia natural sorprendente, a pesar del corte de su indumentaria – y en otras, ese mismo hecho puede convertirse en la peor experiencia de toda una vida… - su labio inferior se contrajo ligeramente - por supuesto, en este último caso estoy hablando de mí misma y de mi pasado…

Se preguntó si a aquel hombre que ordenaba duchas, entre otras muchas cosas, que le miraba los pies desprovistos de calzado como si en ese gesto hubiera algo de estrafalario, que no dejaba de corregir a toda persona en su entorno y que se le antojaba en cierta medida un esnob o bien un aristócrata venido a menos, no le estaría saliendo una urticaria al verla comportarse como lo estaba haciendo.

¿Piensas seguir con los cajones? – Aún continuaba apoyado en el guardarropa, acariciando su puerta como si de otra cosa bien distinta se tratara. ¿Saldría ahora pitando, contrariado por la repentina falta de formalismo de la británica o urgido por su estómago? De ser así, ahí tenía la puerta abierta. Sonrió y esta vez sí que había algo en su expresión difícil de catalogar, pero no insultante.

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11/06/2010, 11:16
Mirsad Misimovic

¿No irá ahora a contarme su vida? ¿Qué pretende? ¿Conmoverme?

Pobre doctora Roth usó un tono excesivamente compasivo mientras se acercaba a la imponente cama ¿te han decepcionado algunas de las personas que a las que tenías aprecio? Se quedó a los pies de la misma, los brazos cruzados sobre el pecho, la mirada clavada en ella, la sonrisa burlona a punto de formarse, pero sin llegar a hacerlo del todo, confundido por su último gesto.

Tal vez lo haga contestó a su pregunta despreocupado, mientras abandonaba su pose para sentarse a los pies de la cama, subiendo ligeramente la rodilla para que su cara quedará frente a Ywen, comida de por medio. Los cajones con la ropa de la inglesa habían pasado a un segundo plano en sus intereses.

¿Crees en los fantasmas? Preguntó de pronto No en los de sábanas y cadenas sonrió sino en recuerdos de nuestro pasado que vuelven una y otra vez, atormentándonos sin piedad, arraigados en nuestra mente de tal forma que resulta imposible huir de ellos sus ojos parecieron apagarse con el titilar de la primitiva luz de la lámpara.

¿Crees que existe alguna manera de acallarlos? ¿De que acepten su destino?

Había bajado el tono de voz hasta convertirlo en poco más que un susurro, parecía vivamente interesado en las respuestas que aquella mujer podía darle, apoyó su mano derecha en la blanca colcha, y pudo observar como tenía unas pequeñas y recientes heridas en los nudillos.

 

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12/06/2010, 22:47
Ywen Roth

- ¿Decepcionarme? – Alzó una ceja, sosteniendo su mirada, y aquella sonrisa inicial, en gran medida enigmática, se agrandó aún más – Mmmmmm… yo no diría que ése sea el término más apropiado para definirlo - en el fondo de aquel par de iris de un azul intenso que seguían encarando al escultor se había trazado una estela indómita, difícilmente abordable.

Apartó la vista de golpe, mientras que la expresión que se dibujaba en su rostro continuaba siendo un puzzle complejo de componer, incluso a pesar de hallarse expuesta ante su interlocutor con suma franqueza. Desdobló entonces la servilleta, la extendió sobre sus piernas y levantó por segunda vez la tapa del servicio de comedor. Asió con cautela el tenedor y comenzó a enredar entre la lechuga en un gesto que parecía albergar simplemente el sublime objetivo de marearla, pero no… de pronto comenzó a comer con tranquilidad, a pesar de saberse observada con fijeza. Era otra de las muchas cosas a las que estaba acostumbrada, a ser valorada y analizada en cada uno de sus gestos. Cortesía de un pasado violentamente encorsetado.

No fue hasta un rato después, cuando el consumo de la tortilla y la ensalada ya se habían convertido en un proceso avanzado, que la británica, limpiándose primero los labios como mandan los cánones, le contestó: - Sí y no… - volvió a encararle, ahora con gesto mucho más relajado – Sí, creo en ese tipo de fantasma… - una y mil veces, cada vez que afrontaba en su vida real una altura por muy liviana que fuese, veía literalmente el cuerpo de su madre reventado contra el suelo e incluso en sus pesadillas su rostro se giraba, invitándola a seguirla - y no, no creo que exista manera alguna de acallarlos… - había rematado a su marido en un sinfín de ocasiones. Dormida y despierta, era indistinto. Si luego Mirsad utilizaba aquellas afirmaciones para burlarse de ella, no le importaba. No era algo que, referido a este hecho concreto, pudiese afectarla.

Por primera vez, el actual señor Misimovic parecía mostrar algo de sí mismo de verdad, ¿acabaría por recular, retractándose, aparentando una simulación? Otra cuestión bien distinta era la de que a lo mejor ambos no se estuvieran refiriendo exactamente a lo mismo, ¿y si aquel hombre que tenía frente a ella sencillamente albergaba en sí mismo un punto de locura? A lo mejor eso era lo que se escondía febril y peligrosamente en aquel par de ojos aceitunados. Sin embargo, aún siendo así, sería lo de menos, los recuerdos eran exactamente eso al fin y al cabo, imágenes del pasado diferentes y personales que cada uno sentía encarnarse a su manera. Ella, en ocasiones, había llegado a pensar que romperían su equilibrio mental. “Se pasará…” la psiquiatra que le habían designado de manera oficial lo había catalogado como un estado temporal dentro de un proceso de aceptación a largo plazo, pero nunca se había pasado del todo. ¿Había mentido?

- Pobre Mirsad… - atajó, emulando el tono que él había empleado anteriormente, sólo que en Ywen no había rastro alguno del inicio de mofa que había investido el del escultor - ¿y qué te hace pensar que no han aceptado ya su destino? Quizás su única finalidad sea ésa... – su mandíbula inferior se crispó contra la superior y sus labios se apretaron formando una fina línea que se humedeció rápidamente. Lo que ahora reflejaban sus facciones, sus labios, sus ojos era algo brutal por la franqueza con la que lo hacían – la de atormentarnos… - vertió agua dentro del vaso finamente trabajado que yacía sobre la bandeja, y, alzándolo a baja altura con pulso firme y seguro entre ambos, apuntó - ¿tienes sed?

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15/06/2010, 17:06
Mirsad Misimovic

Mirsad era poco dado a prestar atención durante demasiado rato a un mismo asunto, eso significa un buen problema para su carrera como artista, pero, aquella mujer, algo exasperante en sus acciones, habían mantenido intacta la concentración del serbio en sus movimientos. Escuchó, inmóvil y absorto las palabras que la inglesa, manso como un animal, sin delatar su opinión al respecto de lo que decía, incluso puede que ni siquiera prestara atención a ellas.

Descansaba sentado sobre un oscuro tocón, cobijándose del agua bajo aquel delgado saliente de roca, apropiado para su infantil tamaño, el sol había estado brillando durante toda la mañana, pero a la hora de comer, unas traicioneras nubes de lluvia habían traído al chiquillo hasta este lugar.

Se mecía despacio, al son de una aterciopelada y suave voz femenina, Pobre Mirsad, ¿acaso te han vuelto a dejar sólo?

Parpadeo con fuerza, mirando el vaso que le tendían justo delante , su rostro cambio del temor a la ira en décimas de segundo y se levantó sobresaltado, quería ver otra vez ese gesto de tormento que Ywen había dejado escapar por unos instantes, la había vuelto tremendamente atractiva para él, todo esa rabia que se afanaba por escapar de la contenida mujer.

¿Por qué estás aquí? Preguntó con más calma de la esperada ¿eres mi tormento particular? Agarró entonces el vaso que le tendía con una inusitada delicadeza, sin rozar siquiera la piel de la doctora, y con la velocidad de un rayo, lo arrojó contra la pared justo al lado de la ventana. El fulgor esmeralda volvió a reproducirse, eran realmente inquietantes aquellos ojos que la miraban confuso.

¡TÚ NO DEBERÍAS ESTAR AQUÍ!

La señaló con el dedo, y dando media vuelta, caminó con pasos largos hacia la salida de la habitación, cuya puerta permanecía abierta, atravesando el marco y perdiéndose en el pasillo.

 

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16/06/2010, 23:12
Ywen Roth

- Hubiera bastado con decir “no”… - aquella afirmación acompañó a Mirsad en su huida, porque eso era lo que aquella embestida resultaba ser en realidad, una vía de escape a la que se agarraba un hombre que parecía ahogarse dentro de sus ojos. Casi se podía sentir su marea y prever la resaca posterior.

Inspiró hondo, repasando la última escena, el último coletazo de carácter que aún parecía rebotar de pared a pared sobre la piedra desnuda. Demasiado ruido, demasiada aparatosidad y sorprendentemente muy poca efectividad. ¿Exactamente qué era lo que pretendía? ¿Simplemente se dejaba vencer y arrastrar por aquella bajamar interna que se percibía allí al fondo cada vez que estallaba? Y, sin embargo, esta vez Ywen no sintió irritación alguna, ni rechazo, ni se planteó rehacer la maleta, ni tomó ninguna determinación mental al respecto, como en ocasiones precedentes. Y todo ello por una sola razón.

Podía ser que no tuviera ni la menor idea de por qué aquel hombre tenía los nudillos heridos, ni de si eso tenía relación alguna con aquellas primeras manchas en su anterior suéter o con su dolor de cuello. Tampoco conocía la letra pequeña de su contrato personal íntimo, ni sabía cuales eran sus motivaciones, las razones para aquella ira subyacente, desconocía su devenir interno y aquello con lo que éste le obligaba a bregar, pero una vez más eso carecía de importancia para Ywen, ya que ahora creía conocer su verdad. ¿O sería mejor decir, la de ambos? Sí, esa que compartían. Esa que a los ojos de la británica parecía forzar a Mirsad al límite de la locura, la de convivir a diario con fantasmas. Intuyó que Mirsad no había planteado aquellas preguntas al azar, ni tampoco por mera curiosidad, y tras su última reacción le pareció que tenían algo en común, aunque quizás la dimensión no fuera la misma, y ese algo era la cárcel en la que se veían apremiados a subsistir. Toda una existencia que les unía a su vez a Sísifo y a una piedra que debían empujar monte arriba por una ladera empinada del infierno y que siempre acababa rodando hacia abajo una vez alcanzada la cima, obligándoles a empezar desde el principio. O quizá no, a lo mejor volvía a equivocarse respecto al escultor, aunque sobre la que en verdad no erraba era sobre sí misma.

Sujetó de nuevo el vaso con ambas manos, llenándolo casi hasta el borde y bebió pausadamente. Después siguió cenando igual de encorsetadamente hasta consumir las viandas y devolver la bandeja a su puesto en el carrito, lo apartó a un lado de la entrada a la estancia y tiró del cordel. Ya podían recogerlo. Calzarse y asearse fueron sus dos últimas acciones antes de acercarse a la ventana y esperar, acariciando los copos mentalmente a través del cristal y dejando enredarse al pensamiento.

Evitaba mirar directamente al suelo, así no lo reviviría por enésima vez.
Libros mal encajados abandonando estantes, golpeándose contra el suelo.
¿Por qué razón saltaba uno al vacío realmente?
Vestíbulos transformándose en escenas renacentistas.
¿En verdad habría conseguido de esa forma su madre dejar atrás su infierno?
Unos ojos, pasando del miedo a la rabia en tan sólo un instante, atravesándola como si de pronto no la vieran, como si ya su propietario no estuviera allí.
¿O era ella la que ya no estaba?
Correr hacia aquella misma casa, huyendo y resbalando dentro de un fotograma sin positivar, sintiéndose como si cargara con las pesadillas de alguien más.
Dieciséis años y un pelo rubio tan asilvestrado como el suyo, su hija.
Sí, por encima de todo… echaba de menos a Grace.

Justo entonces, de puntillas, el silencio ganó la batalla a la voz interna y ésta al fin se doblegó. Blanco y nada.

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17/06/2010, 11:26
Director

Dacijaj. Jueves 25 - Abril - 1996, 19:49. Casa Misimovic. Habitación de Ywen Roth

La noche ocultaba casi en su totalidad el paisaje exterior, sólo algunos lejanos y esporádicos relámpagos iluminaban fugazmente la parte superior de la torre, dándole un inevitable aire de clásica película de terror.

Unos suaves golpecitos atrajeron la atención de la doctora hacia la puerta, que continuaba abierta, al girarse, un ligero destello destacó a los pies de la cama, justo en la parte donde Mirsad había estado hace unos pocos instantes. Al acercarse un paso, vio con nitidez una llave de tamaño parecida a la suya, de color plateado, solitaria.

Pero una joven, rondaría la veintena, también esperaba en la puerta, vestida con un sencillo vestido de color marfil, estampado con florecillas oscuras. La mirada gacha, expresivos ojos marrones, cabello recogido del mismo color. Las manos entrecruzadas a la altura del abdomen, parecía algo incómoda de haberse encontrado la puerta abierta, y esperaba plantada sin cruzar el umbral de la misma.

- Tiradas (1)
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20/06/2010, 16:25
Ywen Roth

- Buenas… - sonrió al encararla, acababa de ser literalmente arrancada de la nada donde curiosamente se había encontrado a placer – Pase, por favor… - añadió y de pronto se dio cuenta de algo y su sonrisa se amplió, ganando una naturalidad y un calor que el formalismo le podría haber restado.

La primavera se hallaba en el umbral de su puerta, tímidamente cruzada de manos, como si fuera su primera vez y todavía no supiera muy bien como ahuyentar al invierno. Dejando al menos una cuestión clara, la de que incluso entre aquellos ocres de luz de gas y sobre aquella ruda piedra “podían cortar las flores, pero no podían detener la primavera”, como bien había advertido Neruda.

Rápida e inevitablemente, su hija Grace volvió a invadir sus pensamientos y aunque tan sólo durara un segundo, este simple hecho se reflejó físicamente en un ágil pestañeo.

Se planteó en qué estación se ubicaría a sí misma exactamente y tuvo que admitir que, emocionalmente hablando, llevaba bastante más de una década hibernando. En ese mismo sentido, no tenía muy claro haber vivido nunca una primavera tangible y los momentos que debieran haber sido verano habían resultado un otoño hostil, plagado de árboles caducifolios que habían transformado su paisaje interno en un esqueleto a destiempo, que no había servido de otra cosa que de reclamo al invierno. De golpe, se sintió estafada íntimamente y eso la llevó en un arranque visceral a enojarse directamente consigo misma por permitirlo. La sonrisa se había borrado de sus labios, dándole un aspecto a su rostro de extraña dureza.

Plantearse ese tipo de premisa era una soberana tontería y lamentarse de lo que pudo haber sido y no fue una pérdida de tiempo. Relajó el gesto y sus facciones volvieron a suavizarse.

¿Será Dunja?... De ser así, tenía un par de cuestiones para ella, aunque curiosamente no comenzó con ninguna de ellas: – Me estaba preguntando qué lugar de la casa era el preferido del señor Zvjezdan, me refiero a dónde pasaba la mayor parte del tiempo o qué rincón frecuentaba más... - ¿Se relajaba contemplando su colección? ¿En el salón? ¿Quizás en la biblioteca? ¿Trabajaba de continuo en su despacho? Las costumbres de uno decían mucho de sí mismo. No se percató hasta después de planteada aquella cuestión del hecho de que quizás no fuera el momento más oportuno para expresar ese tipo de pensamiento en voz alta y deseó a posteriori no haberla molestado. Recogió entonces la llave que se hallaba sobre la colcha al pie de la cama, en el lugar dónde había estado sentado Mirsad, se la metió en el bolsillo, pensando inicialmente que sería suya y en devolvérsela, y, acto seguido, añadió un dato que quizás la joven ya supiera: – Soy Ywen… – asintió con lentitud mientras se acercaba a ella y le tendía la mano al presentarse.

¿Se le habría caído aquella llave al escultor? ¿O en realidad la habría dejado sobre la colcha? ¿Sería la que daba acceso a la colección Misimovic? Ni la más remota idea. Esas fueron las dudas que en última instancia la asaltaron, mientras la comparaba mentalmente con la suya.

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22/06/2010, 12:50
Dunja

Parpadeó sorprendida, primero porque no comprendió el significado de todas las palabras, y segundo porque aún entendía menos el motivo porque él que aquella elegante mujer le preguntaba tal cosa. Permanecía inmóvil, pero sus ojos se abrieron de par en par, adoptando una expresión más que cercana al pánico cuando Ywen se acercó a ella, mano extendida.

Tuvo que hacer un esfuerzo consciente por no retroceder, apretó ligeramente los labios, y su piel pareció volverse incluso más blanca aún. Sin saber muy bien como, consiguió estirar su brazo para apenas rozar la mano de la doctora, el tiempo y el contacto justo para no considerarse una descortesía mayor. Tenías las manos algo ásperas, enrojecidas, y bastante frías.

So…soy Dunja, señora evidente tartamudeo, breve reverencia agarrándose un pliegue del vestido y vuelta a la misma posición, una sucesión de gestos que recuerdan ligeramente a un mimo de los que habitualmente frecuentan Hyde Park cualquier día del año.

La tristeza ocupó su cara, y no desencajaba en absoluto, aún sentía la presencia del dueño de la casa, y la sensación de ahogo no terminaba de abandonar su estómago desde el suceso ¿Qué iba a suceder ahora? el señor Lazovic le había dicho que la señorita inglesa era una invitada del señor Misimovic, pero no sabía que pensar, sobre todo después de aquellas preguntas.

Alzó la mirada sutilmente  el señor pasaba la gran mayoría de su tiempo en su despacho no sabía si obraba bien contestando a sus preguntas, pero no quería que se quejara, dudaba si añadir algo más, pero finalmente mantuvo un prudente silencio. El acento de la joven era mucho más cerrado que ninguno que Ywen hubiera escuchado hasta el momento.

 

 

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24/06/2010, 23:44
Ywen Roth

Árido. Así le sonaba el acento de Dunja en cierta medida. Árido y, sin embargo, dulce... por todo lo que acompañaba a aquella mujer joven de manos trabajadas, que portaban exactamente esa señal inequívoca.

-¡Vaya… un hombre ocupado! - En cierta medida pareció decepcionada, se asemejaba en exceso a todos los hombres de su entorno habitual. Sin embargo, los rasgos del rostro de la británica se relajaron de tal forma en respuesta al mensaje corporal de la muchacha que todo en Ywen resultó afable a la par. No había nada que deseara menos que incomodarla y eso era lo que estaba notando en ella principalmente. Eso y cierta tristeza.

No debiera haberle preguntado por Zvjezdan sin haber tentado primero el terreno.

¿Cuánto tiempo llevaría trabajando allí? ¿En qué medida su persona se hallaría vinculada a aquel lugar? ¿Sus vínculos serían tan sólo laborales o personales? Parecía inofensiva, pero ese término era en sí mismo una mentira. Nadie era inofensivo. Ywen tenía la certeza de que todo el mundo tenía un punto débil que, una vez presionado, le podía transformar en un asesino.

- Encantada… Dunja - sostuvo su mirada, de un cálido color miel oscurecido por las sombras exteriores y quién sabía si interiores – la cena me ha sentado estupendamente, gracias – no lo decía porque albergara la certeza de que ella la hubiera preparado, sino por cortesía y porque por encima de todo era cierto. Después de toda aquella curiosa jornada, había sido como un regalo – ¿Tiene un salón este lugar al que me pueda ayudar a llegar? – Alzó una ceja y movió animadamente la cabeza – ¿O algún otro espacio en el que pueda esperar a que algún alma caritativa me de acceso a la colección del señor Misimovic? – Sonrió ampliamente, dejando así clara constancia de la broma y la ironía que envolvía a aquellos términos. Ante todo, no deseaba confundirla ni confundirse de nuevo.

Recordó entonces la llave que ahora descansaba en el bolsillo de su pantalón y que no había pensado en usar, sino en devolver, incluso aunque resultara ser la que le diera acceso a la susodicha colección. Entre otras muchas razones por una principalmente, ¿cómo demonios desconectaba el sistema de seguridad del que le había hablado el escultor sin tener ni idea? Bueno, eso y que resultaba una falta de educación imperdonable. Arrugó ligeramente el ceño, pensativa, aquella llave se parecía en exceso a la suya propia, lo que por un instante la llevó a sopesar el hecho de que probablemente no tuviera nada que ver con aquellos últimos pensamientos.

Resultaba inevitable. Las llaves lamentablemente siempre le hacían a uno pensar en puertas, pero lo bueno de esas puertas que ostentaban cerraduras era que restringían el acceso y en más de una ocasión ese hecho podía ser vital. A veces se deseaban cosas certeras, o a lo mejor incluso inciertas, que se hallaban al otro lado de las mismas y otras veces lo único que se buscaba, o encontraba, era un espacio al que se le podía colgar la descripción de “seguro”.

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28/06/2010, 12:52
Dunja

Tampoco estaba acostumbradas a los cumplidos sobre su comida, así que no supo cómo responder, el señor Misimovic se limitaba a picotear ligeramente las cosas que le preparaba, y Dejan, bueno, Dejan no podía hablar, y tampoco se esforzaba demasiado en agradecerle nada. Nunca le había importado demasiado, pero ese pequeño gesto le gustó, aún a sabiendas de que aquella mujer sólo se había limitado a ser cortés. Sólo acertó a bajar un poco la cabeza y formar con los labios la palabra gracias.

Puedo llevarla al salón del --- oeste, es el único que tiene el ------ encendido  Algunas palabras se perdían, Ywen no era capaz de entender todo lo que decía si así lo desea se apresuró a añadir. En cuanto la doctora dio su conformidad, y tras echar un breve vistazo a la bandeja sobre la cama, la joven se dio media vuelta y salió de la habitación, esperando a que la siguieran.

Era ligeramente más alta que la británica, pero estaba muy delgada, y embutida en su vieja ropa, ofrecía un aspecto bastante menos imponente que ella. Caminaba casi sin hacer ruido, con pasos cortos, guiando sin dudar hacia la escalera, pero no la descendió, que siguió de largo, por el lado opuesto al que se tomaba para llegar a su habitación. Fue la última puerta frente a la que se detuvo, tomo el dorado picaporte, y la abrió, entrando ella primero.

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28/06/2010, 12:52
Director

La estancia era mucho más modesta que las que había visto hasta ahora, sus dimensiones eran parecidas a las de cualquier salón de una casa normal. Tenía una ventana pequeña, que daba al exterior, ahora mismo totalmente oscuro justo enfrente de la puerta. A su derecha, un sillón de dos plazas, de color rojo oscuro y con algunos detalles bordados en plata, hacía juego con otro triple, colocados en forma de rinconera. Una mesa baja, de cristal y hierro forjado completaba el decorado. Todo ello descansando sobre una mullida alfombra en color crudo que los acogía por completo, aislándolos de la fría piedra gris.

Frente a ella ardía el fuego en una chimenea incrustada en la pared, revestida de mármol rojizo. Sobre ella, colgado de la pared, que era del mismo material que el suelo, el retrato de un hombre que la inglesa reconoció al instante, y eso que sólo lo había visto en una fugaz ensoñación al poco de llegar a la casa. Dos lámparas iluminaban la habitación tenuemente.

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28/06/2010, 12:52
Dunja

A Dunja le gustaba aquella habitación, era pequeña en relación al resto, pero se sentía cómoda, no había casi nada en ella que le resultara pretencioso, salvo la figura del cuadro que la ponía nerviosa, había algo en ese hombre, innegablemente atractivo, masculino, quizás sus ojos claros que la miraban con aire de superioridad, como si supiera que su imagen iba a quedar reflejada para la posteridad de las manos de aquel anónimo autor. Era extraño, acababa de llegar a la conclusión de que odiaba aquella pintura, y sin embargo, se sorprendía cada día entrando gustosa en aquel lugar y preparándolo por si algún invitado, de esos que nunca había, decidiera usarlo.

Se percató de que llevaba demasiado tiempo mirándolo, así que enseguida dirigió sus ojos a la elegante mujer, bajos y serios.

¿Es de su agrado el lugar y la ------- señora? Carraspeó suavemente cuando habló, y se notó la boca algo pastosa, nerviosa, no puedo ayudarle con----- del señor Misimovic, pero si lo desea puedo avisar al -------- del señor Misimovic.

 

 

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30/06/2010, 00:41
Ywen Roth

Le daba la impresión, quizás errónea, de que aquella muchacha se sentía tremendamente pequeña dentro de aquella fortaleza y creerse insignificante era un sentimiento que Ywen entendía a la perfección, porque había formado parte de su vida en innumerables tramos de su existencia.

Después de aquel “gracias” emitido de soslayo y apenas audible, trémulo y ahogado casi en su totalidad bajo el pesado manto opaco que solía conformar lo inesperado, la británica sonrió con tristeza, demostrando que ese hecho concreto no era en absoluto contradictorio.

Asintió y caminó tras ella despacio, dejándose guiar e imaginándosela, o quizás percibiéndola, como una Matrioska rusa. Sí, una de esas muñecas que, a pesar de haber sido vaciadas con anterioridad, tenían la originalidad de esconder siempre algo de sí mismas dentro la una de la otra. De hecho, unas veces lo que hallabas en su interior tenía algo en común con la muñeca inicial que lo envolvía o directamente era una réplica, mientras que otras lo que variaba entre ambas era un rasgo apenas significativo e incluso en algunas gratas ocasiones el hallazgo podía llegar a ser completamente sorprendente… para bien o para mal.

Cuando se detuvo y le dio acceso a la sala, entendió al instante porque la había llevado hasta allí. Resultaba sumamente acogedora desde el primer golpe de vista y, por añadidura, curiosamente trágica, ya que al no poder alcanzar la categoría de gran salón más de uno podría haberse quejado ingratamente de su falta de pretensiones.

Realmente le gustó y le hizo sentir ganas de comportarse en su interior con la misma ligereza que uno lo hacía tan sólo en su propia casa.

- Sí, por supuesto que es de mi agrado, Dunja – Buena elección. Ahora su sonrisa carecía de melancolía añadida – y sí, le agradecería de veras que encontrara a alguien, bien sea Mirsad o su abogado, - ¿sería a ambos a los que acababa de hacer referencia? ¿O se estaría equivocando? No lograba entenderla en todos y cada uno de sus términos, lo que resultaba algo confuso - que me mostrase el acceso a la colección – alzó ambas cejas en un gesto extremadamente rápido – debería empezar cuanto antes a trabajar y… - descendieron de nuevo al unísono, a la vez que sus hombros. Si les echaba un vistazo a las obras de arte entonces, podría iniciar su tarea a primera hora del día posterior – no puedo evitar madrugar – conciliar el sueño le costaba bastante, pero por el contrario lamentablemente abandonarlo no. Además, cuanto antes empezara, antes regresaría junto a los suyos.

Allí.
Justamente allí.
No cabía duda.
Al menos ahora ya no la cabía.
Con su apariencia perturbadora.
Colgado sobre la chimenea, creyéndose por encima del mundo.
¿O quizás sabiéndose por encima de él?
Mirada y gesto altivo... como los de Mirsad.

Se sintió desubicada y en un inicio tan sólo tuvo tiempo de preguntar, controlando simultáneamente el gesto y simulando simple curiosidad: - ¿Quién es? – Su tono no indicaba nada, porque deliberadamente no quería hacerlo – Me refiero al hombre del retrato… - Siempre le había gustado el fuego y, sin embargo, sus ojos no se apartaron del cuadro para contemplarlo.

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07/07/2010, 12:43
Dunja

Se sintió satisfecha cuando la dama se mostró complacida por la estancia, y quiso ver en aquella sonrisa sinceridad por encima de la cortesía, pero realmente le resultaba difícil, pues hacía no estaba habituada a ello. No le preocupaba, con que tuviera buenos modales se daba más que satisfecha. Aún así lo intentó.

Asintió a la petición de la doctora con un leve movimiento de la cabeza, sin producir ningún sonido, y retrocedió un par de pasos antes de darse la vuelta, un gesto que no llegó a completar, aunque se guardó la mueca de disgusto para ella, pues Ywen volvía a hablarle.

Siguió su mirada hasta posarla en el objeto de la pregunta, y entonces se percató de que no era odio lo que sentía por ella, no, era una extraña sensación, más cercana al temor, no lo tenía del todo claro. Tardó unos momentos en contestar, y no habló hasta que no apartó la vista del retrato.

Un antepasado de la --------- Misimovic, Gracjiel Misimovic bajo los ojos, y se sonrojó antes de continuar una vez el señor Misimovic me dijo quien era sonó claramente como una disculpa por saberlo un gran señor y un gran --------, que defendió a su pueblo durante mucho tiempo no se extendió más, ella ya no sabía más, recordaba con claridad el día que Zvjezdan le contó la historia con nostalgia.

Wozciaj susurró casi con veneración, mientras volvía a posicionarse con las manos entrelazadas a la altura del estómago.

- Tiradas (1)
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09/07/2010, 11:40
Ywen Roth

De modo que Gracjiel Misimovic... la vista fija en el retrato, ¡cómo no!... Rasgos severos, dominantes, en gran medida atractivos, pero en cierto sentido peligrosos. Un hombre de poder y con poder, aunque en realidad este último dato no fuera importante, en cuestiones de poder lo fundamental siempre era cómo usarlo.

- Entonces fue un gran señor... - Recordaba perfectamente su lectura en la biblioteca aquella misma tarde, pero no osó abrir la boca al respecto - obviamente merecedor de un retrato sobre una chimenea y más... - apartó la vista del cuadro y se centró en la muchacha - gracias de nuevo, Dunja - asintió, sonriendo levemente en un gesto franco, en absoluto artificial, dejándola ir al fin. Le agradaba la joven y por alguna razón, que llegaba arrastrándose desde su pasado hasta la actualidad, se sentía en algunos aspectos identificada con ella.

De pronto, Dazhijäj Mäizhimovich, el cruce de caminos, el paso más importante para atravesar los Balcanes durante el final del periodo bizantino invadió sus pensamientos y sus ojos regresaron al retrato. Gracjiel había sido el máximo representante de la familia Misimovic durante esa época. Señor y defensor. Ywen alzó una ceja, ya que llegado a ese punto, siempre le amparaba científicamente una duda, ¿habría suficientes reminiscencias y restos que confirmaran tales afirmaciones? O lo que era igual, ¿hasta qué punto eran ciertas? Datos fehacientes, fuentes fidedignas, eso era lo que la británica necesitaba ratificar siempre.

Más allá de aquellos planteamientos había mucho más, algo que procuró no aflorase a su rostro. La necesidad de alejarse de otra realidad, la suya propia. Esa que la vinculaba a un suceso en un vestíbulo en la que aquel mismo hombre había enfrentado su mirada, un suceso que la había inmiscuido en pleno renacimiento. Sí, era él, sin duda alguna. La piel de los brazos se le erizó desde ambas muñecas hasta la nuca e inconscientemente su mano diestra comenzó a girar reiteradamente la llave que yacía en el interior de su bolsillo, conformando una especie de vals artificial y absurdo.

No puede ser...
... y, sin embargo, lo es.
No ha sido fruto de mi imaginación.
Ni una reconstrucción mental.
Ni una ensoñación.
¿Ni el cansancio?
No me estoy volviendo loca.

Estaba claro que si no había perdido el juicio largo tiempo atrás, cuando en verdad albergaba razones, ahora tampoco estaba sucediendo.

Es él y horas atrás ha sido él.

Tragó saliva. ¿Por qué no sentía miedo? ¿Era porque en cierta forma estaba acostumbrada a ellos? ¿Convivía con ellos día tras día? ¡Oh, sí que lo hacía, sí!

Fantasmas del pasado que se recrean en tu presente.
Los míos.
Fantasmas sin sábanas ni cadenas.
Los de Mirsad.
¿Recuerdos cuya única finalidad es la de atormentarnos?

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13/07/2010, 12:06
Director

Dunja salió de la habitación tan silenciosamente como había entrado, no sin antes haber dedicado una ligera inclinación de cabeza hacia Ywen, dispuesta a cumplir con su nueva misión, pues en eso consistía su vida, en la acumulación de pequeñas tareas ordenadas por otra persona.

La doctora quedo sola en la habitación, la temperatura era agradable a pesar del frío que se adivinaba en el exterior. El olor del fuego, de la madera quemada, se mezcló con una suave esencia a tierra mojada, familiar para la inglesa, que se desvaneció tan pronto como llegó.

El tiempo seguía pasando de manera inexorable, pero parecía que aquella fortaleza mitigara un poco sus efectos, y sumergía a sus ocupantes en un estado difícil de describir, especialmente cuando se quedaban sin compañía.

Sígueme

La voz de Mirsad la reclamó desde la puerta, y su figura, erguida en el umbral, sus ojos se perdían más allá de la habitación, y no esperó a la contestación, girándose para ir a donde fuera que deseara, sin preocuparse de si era seguido o no.

Pero había sido ella quien había solicitado su presencia, por enésima vez, y aunque se había planteado muy seriamente la opción de decirle que se fuera a la cama y que mañana sería otro día, tuvo que admitir que había algo en ella que lo excitaba en todos los aspectos. Y si antes empezaba, antes terminaba y lo dejaba a solas, no era su problema más grave, pero si empezaba a convertirse en una sorda molestia, en realidad era todo bastante contradictorio en la cabeza del escultor.

Recorrió el pasillo hasta llegar al vestíbulo, y desde allí se dirigió a la otra puerta que permanecía inexplorada para la británica. Dio paso a otro pequeño hall, con dos puertas, una al frente y otra a la derecha, un pequeño pasillo salía por la izquierda, pero no pudo averiguar a donde la conducía, ya que el serbio abrió con brusquedad la puerta que tenía justo enfrente, tras introducir una llave que había extraído de su bolsillo, dando paso al primer adelanto de la colección Misimovic.

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15/07/2010, 19:07
Ywen Roth

"Sígueme..." Encarando aún el retrato y sin haber llegado a percibir por completo la ausencia de Dunja ni la actual presencia de Mirsad, la británica escuchó la orden del serbio a su espalda y no pudo evitar plantearse que probablemente el hombre representado en el cuadro se dirigía en su momento a las personas de su entorno de la misma manera que el escultor.

...Y eso hizo, abandonando a un señor medieval para acompasar su paso al de un hombre que sonaba en ocasiones como tal. En silencio y sintiéndose próxima al momento de su liberación, próxima a ese instante en que el método de acceso a la colección Misimovic fuera temporalmente también suyo. Por fin la puerta de la antesala se abrió ante sus ojos, precedida por un ruido rápido y sordo. Amplia y puntualmente iluminada. Y sus pies la guiaron hacia el centro, de forma fluida, pero pausada. La temperatura en su interior resultaba, como era de esperar, idónea.

A su izquierda, una escultura de tamaño medio se alzaba sobre una peana, una virgen de marfil con el niño en brazos, estilizada, de pliegues sorprendentemente marcados, más esquemáticos y menos realistas que otras obras de esa misma época, hermosa, especial y de una calidad indiscutible incluso a primera vista. Un trabajo perfectamente acabado e innegablemente bello. A su lado, un díptico consular del mismo material, quizás del siglo VI, descansaba sobre la pared, representando a un cónsul que en su mano derecha portaba un cetro que ponía de manifiesto su poder político y religioso.

En la pared contraria, a su derecha, un par de mosaicos acaparaban la atención del espectador asombrado de su viveza. Un San Miguel de alas desplegadas caminaba entre ramilletes de flores, mientras que en la otra representación Justiniano, según rezaba, se rodeaba de sus cortesanos en plena celebración de una festividad al uso. Demostraban ambas obras la razón por la que se afirmaba que el arte bizantino había supuesto la fuente principal iconográfica en occidente, sobre todo en lo que se refería a pintura y mosaicos.

Al frente, una mesa, que no osaba desentonar en estilo y gracia, acompañaba a un pequeño mosaico que cautivó singularmente a la británica. Una temática original, un colorido suave, pero llamativo, un paisaje similar al actual, caballos, un bosque, matorrales, plantas, piedras, flores... Su ojo izquierdo se achicó ligeramente y una sonrisa cómplice, placentera, curvó durante unos segundos sus labios. Por último, en una de las esquinas yacía parsimoniosamente sobre el suelo lo que restaba de un capitel bizantino, evolucionado en su corte y forma del típico capitel corintio. Una cruz, dos pavos reales, un ramillete y una caballo lo adornaban. Alzó ambas cejas sorprendida gratamente.

Primero las personas y después el arte... Se giró entonces, una vez que él hubo terminado de abrir la siguiente puerta, y encaró al escultor con gesto relajado.

- En mi dormitorio, después de que te fueras, he hallado esta llave sobre la cama, pero no parece dar acceso a nada que se halle en él... - mano alzada, dedo pulgar e índice sujetando el objeto entre ambos - ¿Te pertenece? - Podría haberla dejado sobre la mesa de estilo bizantino, pero habría resultado demasiado impersonal, o podría habérsela entregado en mano, lo que hubiera conllevado justamente lo contrario y, sin embargo, se limitó a sostenerla en alto. No mencionó la calidad de las obras de arte, ni resaltó rasgo alguno ante el escultor, aunque había resultado obvio el hecho de que se había fijado en cada uno de sus detalles, se limitaba a contenerse interiormente ante lo que aún estaba por venir.

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20/07/2010, 12:16
Mirsad Misimovic

Una expresión de sorpresa apareció en el rostro de Mirsad, el cual reconoció inmediatamente la llave, rebusco en los bolsillos de su pantalón, y sus ojos centellearon al encontrarlos vacios, pero la cólera no fue más allá, en cambio, se acercó a ella, el labio inferior mordido, y observó los dedos que sostenían la llave. Su mirada se recreó en aquella mano, para luego ascender hasta el rostro de la británica, pero a él no podía engañarlo, había visto a su padre demasiadas veces en esta habitación.

En cierta manera

Asintió, y extendió su brazo para tomarla de su mano, la doctora podría formar parte perfectamente de esta colección, hermosa y fría, serena y aparentemente inalterable, totalmente acorde con el lugar y a la vez tan fuera del mismo. Rozó deliberadamente sus dedos cuando asió el objeto de hierro, volviéndose al mismo tiempo hacia la puerta que acababa de abrir. La penetró con pasos firmes.

Allí estaban, sin lugar a dudas, las grandes joyas de la colección Misimovic.

Y no le defraudaron, en aquella amplia estancia, sin ventanas, con una gruesa alfombra de color granate cubriendo el suelo casi en su totalidad, justo encima del recio y sencillo escritorio, colgado de la pared, Ywen vio una obra imposible, “La virgen cansada”, una pintura que representaba a la virgen María de frente, pero con los ojos medio cerrados, mirando a un niño Jesús sonriente. Finales del siglo octavo, una de las pocas obras que se salvó del periodo iconoclasta, guardada en el Museo Nacional de Polonia, se dio por perdida tras la segunda guerra mundial.

Un enorme mosaico dominaba la parte izquierda de la habitación, a todas luces más moderno que el cuadro, un siglo por lo menos, calculó la doctora, y representaba nuevamente a Jesús, ya adulto, caminando sobre las aguas. Los colores permanecían impolutos, el estado de conservación era perfecto, y no faltaba ni siquiera la más mínima pieza de la obra.

¡¿Qué?!  La voz del serbio interrumpió su exploración, y cuando miró en su dirección, la inglesa comprobó el motivo de su perplejidad.

Detrás de la mesa, a la derecha, había una pesada caja fuerte que le hubiera resultado muy difícil de distinguir de la pared de piedra, sino llega a ser porque la puerta de la misma estaba abierta de par en par, un par de folios se encontraban en el suelo, al pie de la misma.

Mirsad se aproximó rápidamente hacia allí, se agachó y rebuscó entre el contenido que aún quedaba en el interior de la caja, lanzando hacia fuera más papeles y algún que otro objeto, concretamente dos, una caja de madera lisa y oscura, y el otro, sin lugar a duda, un pequeño relicario de plata.

¡Hijo de puta!

Masculló Mirsad dando un fuerte golpe a la caja.

 

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23/07/2010, 04:04
Ywen Roth

Tenía las manos frías y eso era algo que no se esperaba de él, algo que la pilló por sorpresa. Las yemas de sus dedos estaban heladas, de una forma que resultaba antinatural y poco acorde con su temperamento, aunque no había aspereza alguna en ellas. Ywen se centró en observarlas. Sabía muy bien de lo que eran capaces las manos de un artista y en verdad podían resultar engañosas. Herramientas que tan pronto trabajaban con esmero, como devastaban creando. Tragó saliva y un escalofrío le recorrió la espalda. ¡Oh, sí que lo sabía, sí! De hecho, sería infinitamente más feliz si pudiera olvidarlo. Una vez entregada la llave, apartó la vista y las facciones de su rostro se endurecieron, revestidas de una aridez sin límites que logró colgarse incluso de la comisura de sus labios. Pocas lacras podían equipararse en magnitud al pasado que cada cual acarreaba a sus espaldas.

Caminó en silencio tras él, refugiándose de los malos pensamientos en la ausencia de voz y siguiendo la taciturna estela de un escultor que parecía malvivir consigo mismo, mientras simultáneamente recordaba las palabras de Laurent, su superior allá en Cambridge: “la colección Misimovic, esa gran desconocida… se dice que varias de las obras perdidas del gran esplendor de Ravena descansan allí, ocultas en las sombrías cámaras del viejo caserón...” Y nada más acceder a la siguiente estancia supo de inmediato que aquellas frases eran ciertas, que allí en efecto se hallaban.

A su izquierda, de nuevo caminaba Jesús sobre las aguas, esta vez en un mosaico sublime que había logrado permanecer intacto a través de los siglos. Al frente, sobre una mesa reposaba un salterio entreabierto, ofreciendo una visión maestra en cada una de sus páginas. Concretamente aquel libro de coro, que contenía solo salmos, parecía albergar en sus hojas dibujos al más puro estilo bizantino y a la británica se le antojó, incluso a primera vista, bastante más significativo que el que se hallaba actualmente en París y que ella había tenido el placer de estudiar en profundidad varios años atrás.

Pero el primer vistazo y el último se lo llevó indudablemente ella, María, la mujer que parecía hallarse cansada de representar el mismo papel durante siglos. Impresionante. La encaró y literalmente le dolió el tener que hacerlo. Había obras de arte que lograban herirla, que le estallaban por dentro, simulando reventarle las entrañas. Así percibía el arte a veces, anegándole las pupilas de manera insolente sin permiso ni previo aviso. No se avergonzaba de sentirlo así, bajo aquellas dimensiones, de empatizar hasta tal punto con el cansancio de aquella mujer y con los pliegues de aquella falda que venía enredándosele desde hacía siglos. Ywen también se hallaba exhausta y no había flema inglesa que pudiera cubrirlo en aquellos instantes, no había contención que pudiera poner barrera al sentimiento que las unía. Le dolió contemplarla como si acabara de ser traicionada, como si acabara de recibir una puñalada mortal mal encarada y a destiempo. En momentos como aquel no percibía las obras como debiera hacerlo una historiadora, ni como lo haría a su modo un coleccionista, sino más bien como las habría concebido el artista.

Apartó la mirada de nuevo, como quién tratara de protegerse de algo, y avanzó hasta el extremo de la alfombra, no deteniendo sus pasos hasta el preciso instante en que el que supuso sería el relicario de Saint Joseph llegó rodando a sus pies. Se agachó y recogió con cuidado aquel indudable tesoro de orfebrería, consistente en una fina cadena de plata que sostenía una especie de cofrecillo, decorado con filigranas y granates engastados en forma de semielipse convexa. Se acercó entonces hasta la caja fuerte, parándose junto a Mirsad, y lo devolvió a su emplazamiento inicial, mientras sus ojos contemplaban el otro objeto que había estado contenido en ella y el desaguisado de papeles sobre el suelo. Por un momento especuló mentalmente con la posibilidad de que entre aquellas hojas sueltas se hallase la comunicación detallada de lo que se deseaba de ella exactamente.

- De esos también he conocido yo a alguno que otro… - masculló con seriedad y en cierta medida para sí misma, refiriéndose por supuesto a "hijos de puta" y suponiendo que Mirsad al abogado de su padre, porque esperaba que no fuera a su propio progenitor en persona. Acto seguido, se apartó del serbio por dos razones obvias, la primera que no era asunto suyo y la segunda que el humor del escultor parecía estar empeñado en no formar parte de sus virtudes, cuestión que podía redundar en perjuicio de la británica. De hecho, no le preguntó educadamente si echaba de menos algo para evitar que le respondiera que no era de su incumbencia y esperó con paciencia a ver si había suerte y le entregaba una llave de acceso a la colección antes de dejarla allí plantada por enésima vez.

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27/07/2010, 11:38
Mirsad Misimovic

Te prometo que voy a matar a ese cabrón

La rotunda afirmación sucedió y fue sucedida por varias patadas a la caja de caudales una vez más. El rostro del serbio demostraba claramente su estado de ánimo, totalmente reforzado cuando se miraban sus ojos, refulgiendo de manera intensa, en un límpido verde, revestidos de un primitivo salvajismo. Casi parecía que pudiera ponerse a rugir allí mismo.

¿Puedes creerlo? ¡¿Puedes creer que ese hijo de puta se ha llevado todos los papeles de propiedad?! No tiene ningún derecho a hacerlo

Apretó los puños hasta que los nudillos adquirieron un tono blanquecino, y clavó su mirada en la británica, por un momento pensó en golpearla, en hacer que ella pagara por su rabia, no debería estar aquí, ella no debería estar aquí sacudió la cabeza, no era su culpa, y sin embargo la imaginó indefensa ante él, sin esa máscara de autoconfianza y seguridad que siempre portaba…

Respiró profundamente, una vez, dos, hasta que finalmente consiguió ignorar a Ywen, para aproximarse a la pared que quedaba justo a un lado del mosaico, apretó una de las piedras que conformaban la estructura, y está se corrió hacia un lado, dando paso a un pequeño teclado electrónico, sobre el cual Mirsad pulsó varias veces, hasta que una parte de la propia pared se entreabrió, dando paso a una puerta oculta, como la de los cuentos de castillos medievales.

Es mucho mejor así, ella es como mi padre, se le nota, conozco esa mirada, y si realmente no debería estar, no estará.

Ahí tienes eso que tanto buscas

Alzó entonces la llave de la misma forma en que la doctora lo había hecho con anterioridad, parecía mucho más calmado, casi satisfecho.

Brancja abre la primera puerta, Wozciaj la segunda esbozó una sonrisa nada tranquilizadora, procura no robarme tu también se colocó a la altura de Ywen tengo un hijo de puta con el que ajustar cuentas.

- Tiradas (1)