Partida Rol por web

Escuché atentamente a toda la información brindada por Albert y el tal Jhon, parecía ser nada más que una estafa bien elaborada. Quizás aquel hombre tan ruin había urdido un plan con el que despojar al pobre anciano de la fortuna que, si bien no iba a aprovecharse, no le correspondía.

-¿Y cual es el próximo paso? ¿Por qué querría aquel cubo?- pregunté entrecerrando mis ojos, cargado de preocupación y rencor hacia aquel hombre.

El crepitar del fuego, más que cualquier bebida alcohólica, lograba calmarme y enfocarme.

Albert escuchaba a John con gran interés, pero una vez hubo éste finalizado su exposición, la misma expresión de decaimiento volvió a sus ojos.

- Muchas gracias John -se acercó al caballero y le palmeó el hombro- , aunque, la verdad, no se como encaja todo esto con lo que acaba de pasar -encendió un cigarrillo y caminó con aire pensativo por la sala.

La pregunta de Gerald lo sacó de su ensimismamiento. 

- ¿El próximo paso? -preguntó- . Ojalá lo supiera Gerald. Juro que se tanto de lo sucedido, como cualquiera de vosotros, sin embargo -titubeó- , ahora estoy seguro de que su objetivo no era el cubo. Lo que buscaba había de encontrarse en su interior -dio una profunda calada al cigarrillo-, no se me ocurre ninguna otra explicación para que lo partiera en dos. Además -añadió- , no estoy muy seguro, pero creo que se valió de una de las hoces para romperlo, como si supiera o intuyera, que le servirían para la tarea. 

El eco de sus palabras apenas se había extinguido cuando, la ahora un poco más calmada, Renée,  expresó su parecer. 

Todos asentían ante lo insólito de los acontecimientos y a más de uno se le erizaron los vellos de la nuca, cuando la muchacha describió la infame estructura mandibular de las momias. Sin embargo, cuando hizo mención al charco de lodo y su supuesta procedencia, los ojos de Albert se abrieron de tal modo que parecieron salirse de sus órbitas y en un tartamudeo incontrolable inquirió:

- Ss... ss... se... señorita, ¿qué... qué ha querido usted decir?. ¿Cómo? ¿Cómo que hecho papilla? -se tambaleó y punto estuvo de caer al suelo, aunque consiguió mantenerse en pie- . Ten... tengo que ir a verlo con mis propios ojos...

-Te acompaño, amigo- dije poniéndome junto a Albert. Ahora me sentía más tranquilo, más enfocado, conocía a algún químico que otro y aquel cubo... Ya no importaría dejarlo intacto como antes.

Antes de salir tomó un vaso para wishkey pero vacío junto a alguna clase de cubierto. Sería repugnante pero, si aquel charco era lo que afirmaba la rubia, debían asegurarse de aquello fuesen los restos de alguien.

-Hay que avisar a la policía, cuanto antes-.

Sea como fuere, el tal Schells era un monstruo peligroso bajo aquella piel y grasa.

Reneé no dijo nada. Dejó que se marcharan pues bastante tenía rondando en la cabeza, y ahora el alcohol obnubilaba casi todas ellas. Le sirvió un trago a Pierre y otro para ella. Aunque aun conservaba el equilibrio, en sus andares se percibía ya cierta inestabilidad, que añadido al largo de su vestido, podría ser un inconveniente.

Ésto no evitó que su curiosidad se impusiera y comenzara a examinar con más detenimiento la sala.

Percival escucho de forma atenta a todos los comentarios hechos en la sala intentando meditar lo más raudo posible que podía para sacar una conclusión a esta locura e empezó a mirar a través de la sala, pero  mirar a la sala donde se encontraban no le ayudaba en nada tal como se había imaginado. Tras un larga momento de meditar la situación recurrió a una medida extrema, empecé a  buscar en mi mente si había un libro de temática ocultista que yo conocía que me podía brindar más luz en el asunto.

Gerald

La habitación se encontraba tal y como la habían dejado. Sin embargo, el antes sutil y levemente dulce olor, saturaba ahora el lugar y sus inmundos efluvios les produjeron fortísimas arcadas.

A punto estuvieron de vaciar el contenido de sus estómagos. 

Tras abrir los grandes ventanales, el húmedo y fresco aire de la noche inglesa reemplazó en segundos a la inmunda miasma.

Aún no se había restablecido la electricidad y las sombras de la habitación parecían aún mas profundas que cuando la habían abandonado. Gerald había tenido la prudencia de traer la vela de vuelta y con ayuda de ésta, encendieron algunas mas.

El aspecto del lugar era deplorable, de las tres urnas, sólo una había quedado intacta, las otras dos no eran mas sendos amasijos de cristales. Los dos fragmentos en los que el cubo se había dividido, yacían en el suelo a poca distancia de una de las hoces, ahora retorcida y con la punta quebrada. Junto a estos, a dos o tres pasos de distancia, estaba aquella inefable masa grisácea, aún burbujeante y de la que emergían pequeñas volutas de vapor. Acercarse a menos de un metro era un reto, su hedor era tan intenso y penetrante que hacía brotar lágrimas en los ojos e irritaba la garganta impidiendo la respiración. 

Gerald pudo percibir como Albert trataba de reconstruir los hechos y una vez comprendió lo terrible de la situación, pareció ir recuperando poco a poco la compostura. Obviamente seguía conmocionado, pero el shock parecía haber desaparecido. Durante este tiempo, Gerald, tras vaciar el contenido de su estómago un par de veces, consiguió su objetivo y llenó, a medias, un vaso, con aquella repugnante excrecencia.

Mucho más calmado, Albert se dirigió a Gerald.

- Amigo, no consigo entender nada de lo que está pasando -gimió- . Soy consciente de que deberíamos llamar a la policía, o mejor, acercarnos a una comisaria, no creo que funcione el teléfono -hizo una pausa y frunció el ceño- . Aunque no se como vamos a explicar eso -concluyó señalando con un dedo tembloroso hacia la viscosa masa. Gerald contuvo otra arcada. 

Renée

Mientras los demás se hallaban en aquella habitación destrozada, Renée aprovechó su ausencia para hacerse una mejor idea de su anfitrión.

La sala era más bien una especie de despacho, aparte de las estanterías, repletas a rebosar, había un piano de cola y entre las sombras, al fondo, pudo entrever la silueta de un escritorio. Se acercó a éste portando una vela encendida y durante el trayecto pudo ver, que Percival parecía haberse sumido en una profunda meditación. 

Sobre el gran escritorio, Renée acertadamente pensó que era caoba, reposaban, perfectamente ordenadas, varias pilas de documentos y carpetas. Muchos de estos documentos contenían datos intrascendentes, cuentas, gastos de la casa y cosas así, sin embargo, una de las carpetas, la más abultada de entre ellas, parecía contener toda la información recopilada por Feldt en lo referente a su más reciente expedición. 

Sin siquiera pensarlo, la dama colocó la vela sobre la mesa y se sentó en el mullido sillón cercano para inspeccionar con detenimiento el contenido de la misteriosa carpeta, pero algo llamó su atención. 

A su izquierda descansaba un libro, éste estaba espléndidamente encuadernado en raso de color verde y un marco de extraños e imaginativos arabescos decoraba la portada. El título de la obra, impreso en tinta dorada rezaba, Cultos Sin Nombre. Justo debajo, el nombre del autor, un tal Von Junzt y a pié de página los datos de la editorial: Golden Goblin Press, New York, 1909.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Renée.

Percival

Percival había notado algo en el cubo desde el primer momento en que lo vio, pero lo había atribuido a la excitación del momento. No obstante, cuando sus compañeros se marcharon y sus sentidos se relajaron, una idea se fijó en su mente. 

Los símbolos y grabados del cubo, !ahí estaba! Al principio no pudo reconocerlos, pero los había visto en otra parte. En su memoria no era iguales, ni el idioma, ni la caligrafía, ni la disposición encajaban, pero si su función.
Si, ahora lo recordaba, si no estaba equivocado lo había leído en la obra de James George Frazer, La Rama Dorada.   

Frazer contaba que, entre algunas tribus y sociedades, era bastante común la construcción de pequeños contenedores o receptáculos, normalmente de arcilla o pieles curtidas de animales, en los que se guardaba un ídolo o algún objeto parecido. El recipiente quedaba sellado y tras un ritual, llevado a cabo normalmente por el chamán o brujo de turno, éste era cubierto por una serie de inscripciones que, supuestamente, protegían el objeto contenido contra cualquier tipo de daño. En algunas ocasiones, el “hechizo”, impedía que otra persona pudiera tocar el contenedor. 

Sin duda, aquel cubo había contenido algo de extrema importancia para Schells y éste, Percival estaba seguro de ello, poseía amplios conocimientos ocultistas. 

-Albert, concentrémonos en lo que sí podemos resolver o solucionar- dije tras tapar aquel vaso con algo y alejarme del charco en que se había convertido un ser humano (vaya a saber dios cómo) -buscaremos a la policía, detectives privados de ser preciso, y descubrirán lo que deban-.

Había podido respirar mucho más aliviado a partir de la distancia y la ventana abierta -pero cada segundo ese monstruo sigue suelto por ahí, en nuestra querida patria-. Medité un instante -me ofrezco a ir yo mismo de ser necesario, tu debes ocuparte de tus invitados. Averigua si están bien y si alguno cruzó palabra con Schells, quizás haya revelado algo-.

Mirando hacia el piso no podía evitar notar que, pese a ser claro que había asesinado al hombre loco y que había hecho desastres por toda la habitación, no había dejado un solo rastro.

A pesar de aquel escalofrío, la curiosidad de la joven la empujaba a levantarse y cogerlo. Esa maldita curiosidad que si no saciaba se quedaba estancada en un rincón de su cabeza, como un molesto picor que uno no pudiera rascarse. 

Extendió su brazo para hacerse con él y poder analizarlo mejor

- Señor Percival, ¿conoce usted a Von Juntz? - preguntó de forma ausente sin apartar la mirada del libro. Era tal su concentración que su último vaso de licor había quedado olvidado encima de la mesita

Percival sonrió al recodar La Rama Dorada de John Frazer  el libro más básico sobre el tema de la magia y practicas ocultistas en el mundo humano y que ciertamente cualquier persona que quería saber sobre estos temas tan tabúes para la sociedad como yo, era el primer libro que había leído, salí de mi “meditación” al notar que la dama Renée  me dirigía la palabra sobre un autor.

-Si lo conozco, déjeme preguntar ¿conoce usted al libro La Rama Dorada? Por qué creo que tengo una respuesta a lo que ocurrió - Dirigí mi mirada hacía ella sonriendo y camine hacia donde estaba elegantemente

Renée alzó la mirada para dirigirla hacía Percival - Lo cierto es que no. No he podido leer tal obra ni la he oido mencionar. - ladeó la cabeza con curiosidad - cuénteme pues, que explicación ha sacado usted - esperó expectante las palabras del hombre

Gerald

- De acuerdo Gerald, tienes razón -dijo Albert resueltamente, mientras daba unas palmadas en el hombro de su compañero- , como de costumbre. Pero no es necesario que vayas tú a la comisaría, mandaré a alguien del servicio -hizo una pausa y miró a Gerald a los ojos- . Yo hablaré con los invitados, pero tú... bueno, siéntete libre, ya sabes que mi casa es tu casa -una tímida y temblorosa sonrisa se dibujó en sus labios. 

Estaba a punto de cruzar la puerta, rumbo a sus obligaciones, cuando se giró sobre si mismo. 

-¡Ah!, se me olvidaba. Los archivos de la excavación, están en una carpeta en la sala de lectura, por si quieres echarles un vistazo y Gerald -volvió a buscar los ojos de su compañero- , muchas gracias, de verdad.

Feldt abandonó la habitación y Gerald quedó solo en la penumbra. Y fue gracias a esta penumbra y al titilar de la llama que sujetaba en su mano, que pudo ver aquel extraño objeto.

Ya abandonaba la habitación y había cerrado la puerta tras de si, cuando en el suelo de la biblioteca, a pocos metros de la puerta que acababa de cerrar, vio una especie de roca, de forma vagamente triangular, tirada en el suelo. Era de color negro, más negro que la oscuridad de una caverna o la noche sin estrellas y apenas parecía reflejar la luz. A su alrededor había una fina línea de sangre aún fresca y uno de sus vértices estaba empapado de la misma sustancia. 

Parecía a todas luces, que esa era el arma con la que Schells había atacado a Pierre y que de alguna manera, la había perdido durante la corta refriega. 

Renée

Mientras conversaba con Percival, Renée ojeaba el libro con curiosidad. Su decoración era exquisita y le recordaba a aquella, casi centenaria, edición de las Mil y una Noches que aún conservaba en su residencia parisina. 

Von Junzt sonaba a alemán o neerlandés y esto le llevó a buscar al responsable de la traducción. En las primeras páginas pudo encontrar el nombre del ilustrador, Diego Vázquez, pero le sorprendió no encontrar rastro alguno del traductor. Esto le hizo fruncir el ceño, pues seguramente se encontraba ante un volumen que, aunque excelente en el apartado estético, prometía estar plagado de incongruencias, fallos de traducción y omisiones imperdonables. Sin embargo, el encontrarlo en aquel lugar y bajo tales circunstancias le hizo suponer, que algo real habría de ocultarse en su interior. 

Simplemente asentí, devolviendo la sonrisa a Albert, a modo de respuesta. Es mi amigo desde hace pocos años pero eso no quita que se haya formado un buen vínculo entre ambos, una suerte de solidaridad entre camaradas.
Me quedé preocupado cuando abandonó la habitación, la noche se me antojaba mucho más oscura de lo habitual.

En esa oscuridad es que noté el pequeño artefacto, parecía una clase de piedra triangular ensangrentada, quizás el arma con la que la víctima había sido atacada. Me acerqué para inspeccionarla, iluminarla, mas no la toqué. Aquello podría contaminar la evidencia -señores- exclamé alzando la voz para que me escucharan en la otra habitación -creo que tienen que ver esto-.