Partida Rol por web

Gerald, Renée y Percival

Sábado 18 de Mayo de 1935, Londres.

La mañana lucía fría y húmeda. Delicados rayos de luz solar, atravesaban los espesos jirones de niebla que se formaban en el jardín y el repiqueteo de las gotas de lluvia contra el alfeizar de la ventana, parecía aliviar el martilleo que sentían en las sienes. Había sido una noche agitada, de eso no cabía duda. 

Se habían reunido de nuevo -no hacía más de 20 minutos- , en la Sala de Lectura, la cual había sido acondicionada para servirles tanto de comedor, como de centro de operaciones. Dos grandes mesas habían sido situadas en extremos opuestos de la habitación. Una de ellas, llena de manjares, descansaba junto a la chimenea. La otra, repleta de documentos, carpetas, libros y archivadores, se encontraba junto a un gran ventanal por el que se filtraba la escasa y mortecina luz que a duras penas se abría paso entre las brumas. El aroma del café recién hecho reinaba en la sala y se mezclaba sutilmente con el de los delicados alimentos y el de la madera crepitando en el hogar. Se percibía una atmósfera de cálida paz y tranquilidad, que contrastaba violentamente con sus agitadas almas. 

John y Albert parecían llevar ya largo rato allí, ambos tomaban café junto a la chimenea mientras fumaban sendos cigarrillos. Los platos que parecían haber contenido sus desayunos estaban siendo recogidos por Steven cuando Gerald, Percival y Renée llegaron a la habitación. 

- ¡Buenos días! -era Albert el que hablaba y su voz sonaba firme, aunque grandes bolsas oscuras aparecían bajo sus ojos- . Espero que hayan podido descansar, yo por mi parte, no puedo decir que haya sido así -torció el gesto mientras tomaba un sorbo de la humeante taza que sujetaba- . La policía volvió esta mañana temprano y volvieron a tomar fotografías y demás. Se marcharon hace menos de una hora y al parecer, no han hecho aún progreso alguno. De John por el contrario no podemos decir lo mismo -una sonrisa se dibujó en sus labios-. Tras varias llamadas, nuestro compañero, aquí presente, ha descubierto que Schells tiene alquilada una suite en el Great Eastern Hotel, aquí en Londres. No hemos podido averiguar nada más -hizo una pausa para tirar el cigarrillo al fuego- , la señorita que nos atendió por teléfono no se mostró demasiado comunicativa y colgó cuando insistimos.

En este momento, John, el cual se había mostrado silencioso en casi todo momento dijo:

- Quiero recordar, que esta no es la única pista que poseemos -John miraba a Albert mientras hablaba- . Ese loco parecía saber, dios sabrá cómo, que el cubo contenía algo importante, al menos para él. Y si no recuerdo mal, tú mismo me dijiste, Albert, que Jason había encontrado referencias a aquel cubo en un antiguo volumen -hizo una pausa y señaló el libro de tapas verdes que descansaba sobre la mesa cercana- . ¿Es ese el libro al que te referías?

- Sí y no -Albert meneó la cabeza a ambos lados con desespero- . Esta es una edición moderna... la suya era la original en alemán. Además, por lo que yo sé, ese libro debe estar en la casa de Jason en Hungría -cogió el libro verde con la mano derecha y concluyó- . Esto no es más que una traducción barata, su parecido con el original es virtualmente inexistente, pura basura -bufó- . Sin embargo, tengo que admitir -aquí su tono se relajó y volvió a depositar el volumen en la mesa- , que las líneas aquí escritas fueron las que nos inspiraron a iniciar nuestra búsqueda.

El silencio volvió a reinar en la sala, al sumirse todos en sus propias reflexiones. 

Cuando Renée despertó, volvió a hacerse un gurruño en la cama mientras se cubría la cabeza con la colcha. No quería levantarse. Le dolía la cabeza horrores y lo sucedido la noche anterior le había dejado claro que ya nada iba a ser fácil.

Todo eso sin contar con la pesadilla que la había atormentado. Cuando por fin se decidió a bajar buscó antes a Pierre para ver como se encontraba, aunque más que nada era para mandarlo a comprar algo con lo que rellenar su petaca.

Hizo su aparición en la sala de lectura luciendo un sencillo vestido de firma y con el suficiente maquillaje como para disimular muy bien la falta de sueño.

Se sirvió café y buscó con la mirada algo con que aderezarlo. Se sentó en un asiento con un mohín de disgusto al no encontrarlo.

- Yo creo que habrá que acudir al hotel para hablar cara a cara con esa señorita - se frotó la sien con dos dedos intentando mitigar el punzante dolor que se había instalado.

- Respecto al libro... Me deja ojearlo de nuevo, señor Albert? - tendió la mano como si ya diera por hecho que la respuesta iba a ser afirmativa.

En mitad de aquella noche de sueño, tras la terrible pesadilla que había afrontado, se incorporó en la cama, transpirando pese a estar helado. Aun recordaba lo que sus ojos habían visto hacía horas, aquello que había tratado de racionalizar pero que volvía una y otra vez, inclemente y poderoso, como el golpe de un ariete contra las puertas de su cordura.

Respiró una, dos y hasta diez veces, luego perdió la cuenta. Se obligó una vez más a dormir, tales terrores nunca le habían sido un peso en los hombros aunque tampoco tan reales los había sentido jamás.

Concilió el sueño con dificultad, pero al despertar nuevamente supo que la pesadilla verdadera se hallaba en el mundo real, nada de aquello había sido un sueño, nada de lo verdaderamente traumático.

Con paso firme, resignado, caminó Gerald hacia la sala de lectura y saludó a los presentes en silencio. Tomó un té, el café no le agradaba, y lo fagocitó junto a alguna comida. El apetito era buena señal.

-Pues creo que- dijo tras terminar finalmente la infusión -lo ideal sería ir a aquel sitio y convencer a quien debamos de cooperar, no será difícil-. Se incorporó para servirse una taza más, pero no tocó su contenido hasta haber añadido algo a la conversación -Schells... es un animal y debemos darle caza, antes de que el rastro se enfríe-.

Johanna

Sábado 18 de Mayo de 1935, Londres.

El avión dejó a Johanna en el aeropuerto de Croydon, donde esperaba un coche que le llevaría a su residencia. Había pasado varios meses tanto en su villa italiana, como en la relativamente cercana población de Bomarzo, donde se había topado, por mera casualidad, con unos interesantes restos etruscos, al volver de una visita al Sacro Bosco¹. Lamentablemente, cuando el gobierno italiano fue notificado, tanto ella como sus compañeros, se vieron obligados a ceder la investigación a los expertos locales. Además, durante aquella semana recibió una carta -reenviada por el encargado del servicio en su casa londinense- cuyo remitente trajo agradables recuerdos y arrancó un sonrisa de sus labios. 

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Lunes 6 de mayo de 1935, Londres

Querida Johanna, se que hace tiempo que no hablamos, pero he vuelto de una reciente expedición realizada en Hungría y los objetos que traigo conmigo, me han traído tu imagen a la memoria. Nunca podré olvidar aquellas largas charlas, en torno a civilizaciones perdidas, que solíamos mantener y aunque no puedo contarte demasiado, puesto que aún no hemos comenzado con las investigaciones individuales de cada pieza, pienso organizar una exposición/subasta, con el objetivo de financiarlas. Por supuesto, espero que asistas al evento y ten por seguro que tendrás tiempo más que suficiente para examinar cuanto te apetezca. Así que sin más preámbulos, te espero el próximo Viernes 17 de Mayo en mi residencia londinense. 

Besos. 

Albert Feldt. 

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Se habían conocido en la facultad y con el paso de los años habían coincidido más de una vez en convenciones y museos. En su memoria, Feldt, el cual era ya un hombre hecho y derecho, seguía siendo aquel joven escuálido y soñador que la perseguía por el campus con sus extraños poemas y manuscritos. 

Johanna llegaba a Londres un día tarde para su cita, pero sabía sin ninguna duda que, aun habiéndose perdido la glamurosa exposición, Albert le permitiría estudiar a su antojo todos y cada uno de los objetos expuestos. Recordaba perfectamente que Feldt insistía en ceder el objeto a su comprador, sólo tras haber sido éste debidamente estudiado. 

La humedad y la bruma londinense la envolvió al bajar del aeroplano y sus anteriores pensamientos se esfumaron mientras un escalofrío le recorría la espalda. Maldiciendo el clima, Johanna aceleró el paso hasta llegar al Rolls, donde la calidez la envolvió de nuevo. Una vez acomodada en la cabina, vio a su chófer de confianza, Bruce, atento a su mas mínima señal. 

Percival se durmió rápidamente en la habitación que le fue ofrecido por Albert Feldt tras los oscuros sucesos de aquella noche, aunque no se había olvidado de la promesa dada de ayudarle a recuperar lo que era suyo. Se despertó rápidamente cuando había llegado el alba.

Bajaba las escaleras perfectamente vestido en un estilo victoriano, despertado por el olor a café y se incorporó a la ronda Reneé y Gerald, sirviéndose también un café y escuchando en silencio lo que decían sus compañeros y Albert.  Tras ello se sentó en la mesa, tomo un ligero sorbo.

-Estoy de acuerdo con Gerald, Schells es un sucio animal como mucho y no deberíamos perder su rastro, tendremos que cazarlo hasta que le tengamos a nuestra merced, recuperemos lo que ha robado y después ya veremos qué hacemos con ese sucio hombre, si le podemos llamar hombre a esa cosa.- Dijo y tomo otro leve sorbo de café, pero casi se le cae la taza al escuchar que el compañero de Feld tiene la versión original de von unaussprechlichen kulten

-Espera, si el libro fue el motivo principal  de esa expedición y el hurto de Schells, quizás necesitamos la versión original de von unaussprechlichen kulten para avanzar en nuestra tarea- Respondió a si mismo Percival en sus ojos habiendo un brillo de victoria y de miedo coexistiendo al mismo tiempo.

Maldiciendo el clima de Londres Johanna indicó a Bruce que arrancara y la llevase a casa.Se moría por un café bien cargado que la despejase lo suficiente antes de visitar a Albert y,por supuesto,no podía presentarse en su casa sin avisar antes.Por suerte llegaron a su enorme casa casi sin darse cuenta.Garabateó unas líneas en una de sus tarjetas de visita y se la dio a Bruce para que se la llevase a Albert,en ella indicaba que a las 12 en punto estaría en su casa para ver esos objetos tan maravillosos y una disculpa por llegar un día tarde.Feldt sabría perdonarla,estaba segura. 

Arrebujándose en su hermoso abrigo de piel bajó del coche y se dirigió a la entrada saludando con una escueta sonrisa al mayordomo que le cogió el abrigo.

-"De nuevo en casa"-murmuró mientras se dirigía al comedor-"Por favor,Alfred,dígale a la señora Potts que me traiga un café como a mi me gusta y unas tostadas"-se deja caer en una silla mientras enciende un cigarrillo,cavilando sobre lo que Albert le iba a mostrar.Pronto llega su desayuno,el cual toma mientras lee el periódico de la mañana.No tarda mucho en subir a su dormitorio para darse un agradable baño y vestirse para la visita a su buen amigo.Elige un bonito vestido y unos tacones que no parecen tener fin antes de ponerse el sombrero y otro abrigo de pieles.Tras un último retoque a sus labios de color rosado baja hasta el coche,donde Bruce la espera.

No hay mucha distancia hasta la casa de su amigo aunque el tráfico a esas horas es ya abundante.Impaciente mira su reloj de oro antes de guardarlo en su bolsito y pedirle a Bruce que acelere todo lo que pueda.Por fin y para alivio suyo llega a la hora indicada a casa de Feldt.Llama a la puerta y anuncia su presencia al mayordomo,que la dirige hasta una sala donde le indican que Albert llegará enseguida.El mayordomo le coge el abrigo y la deja sola unos instantes hasta que aparece Albert

Gerald, Renée y Percival

- Yo también pienso como vosotros -era Albert el que hablaba y John, a su lado, parecía secundarle- , quizá presentándonos allí consigamos alguna pista sólida, pero mucho me temo que seréis vosotros los que habréis de haceros cargo. John va a pasarse por la comisaría y yo he de permanecer aquí -hizo un pausa y les explicó- . Voy a guardar el resto de las piezas en un lugar seguro y tengo que hacerme cargo del traslado. 

Dio un largo trago al café y ante la pregunta de Renée, alargó el brazo y le tendió el libro con una sonrisa. Casi lo dejó caer al escuchar el comentario de Percival. 

- Compañero -comentó- , aunque coincido con usted en que el volumen podría aclararnos en parte las intenciones o propósitos de Schells, quizá sea algo precipitado tomar un vuelo a Hungría para obtener tan sólo un libro... -la frase murió en sus labios y su mirada quedó perdida entre las caprichosas formas del fuego. 

Segundos después, como si las llamas hubieran avivado algo en su interior, prosiguió: 

- Aunque tal vez, no sea eso lo único que podamos conseguir -miró al resto de sus contertulios y su voz pareció adquirir fuerza- . La residencia de Schells se encuentra a unos 20 kilómetros del pueblo donde vivía Jason, Stregoicavar, y aunque no estoy sugiriendo nada ilícito, como asaltar su casa o intimidar a los miembros del servicio, bien podríamos sacar algo de información de los vecinos o de los registros locales... -en este punto su voz perdió intensidad y el mismo Albert pareció perder confianza en su idea- . Pero... ¿que estoy diciendo?, perdónenme -su voz tembló- , esta idea es una locura fruto del insomio. Además, la policía no me dejará salir siquiera de Londres, yo... -el anterior brillo flamígero de su rostro se esfumó y rápidamente se hundió en un profundo silencio.

John abría la boca para intervenir cuando Steven, el mayordomo, apareció bajo el marco de la puerta. Saludando timidamente a los presentes, se acerco a Feldt y le habló al oido. Éste luego les dijo que una antigua compañera de estudios estaban esperándole en la puerta y tras disculparse, se marchó para atenderla. 

Johanna

Conforme el coche llegaba a la calle donde vivía Albert, Johanna observó curiosa los pequeños grupos de vecinos que se formaban a ambos lados de la calle. Éstos cuchicheaban entre si lanzando temerosas miradas a la cercana mansión. 

Al bajarse del automóvil advirtió otros 5 coches aparcados, sólo uno de los cuales reconoció como el de Albert, y cosa más rara aún, un sexto coche situado frente a la casa en el que pudo distinguir, al menos, dos figuras en su interior. Pero no pudo fijarse con detenimiento pues la silueta de su viejo conocido aparecía ya por la puerta.

- ¡Johanna! -exclamó Albert con una sonrisa, aunque oscuras ojeras enmarcaban sus ojos- . Me alegro muchísimo de verte, pero me temo que llegas en un terrible momento -su sonrisa se desvaneció y fue reemplazada por una mueca de disgusto- . Ayer nos vimos envueltos en una situación sumamente extraña y por lo que sabemos, aún puede ir a peor -hizo una pausa, la tomó de la mano y la miró a los ojos- . Pero es mejor que te lo cuente todo con más tranquilidad, por favor, acompáñame y mis invitados y yo te pondremos al día de la situación -aquí pareció sonreír con amargura- , aunque lo más probable es que no creas una sola palabra. 

Johanna sorprendida, levemente confusa, pero tremendamente interesada por lo misterioso del asunto, sonrió y se dejó llevar por Albert hasta la biblioteca, mientras éste le hacía un resumen de los acontecimientos*.

Poniéndose una mano en el pecho de manera afectada Johanna observó a su amigo con ojo crítico

-"Por dios,Al,tienes un aspecto horrible"-le dijo teatralmente consiguiendo una sonrisa apenas esbozada por parte de su amigo.Si Al no sonreía con sus bromas es que algo realmente terrible había sucedido.Sus pensamientos volaron a los objetos que su amigo quería enseñarle y la idea de un robo se hizo presente en ella mientras entraban a la casa y Albert comenzaba a explicarle lo sucedido,aunque no le estaba entendiendo del todo.

Dentro de la sala a la que Albert la condujo había varias personas más,todas con aspecto cansado y gestos serios

-"Buenos días,parece que llego en mal momento.Soy Johanna Cornwell"-saludó la mujer vestida con unos tacones imposiblemente altos en los que ella se sostenía como si llevase unos zapatos planos.Os sonrió y se sentó con delicadeza en un sillón,cruzando las piernas mientras encendía un pitillo-"Albert,cariño,espero que no se trate de alguna de esas preciosas piezas que me ibas a enseñar ¿es que acaso te han robado?"-pregunta expulsando el humo hacia arriba en un femenino gesto mientras recorre a los presentes con sus bonitos ojos verdes.

Su gesto,sin embargo,va cambiando lentamente del esceptismo al asombro,sus ojos brillan,mientras escucha el relato de su amigo sobre todo lo ocurrido.Cuando acaba,Johanna se levanta con agilidad 

-"¿Puedo ver esa momia?Por lo que me cuentas seguramente eran dos guardianes que custodiaban ese objeto,lo cual me parece realmente interesante pues en todas las civilizaciones había esclavos y sacerdotes también que acompañaban a los reyes o a los nobles en su paso a la muerte y custodiaban su cuerpo eternamente pero ¿un objeto?Eso es increíble"-a medida que hablaba su tono se notaba cada vez más excitado-"Disculpen mi entusiasmo pero soy una apasionada de estas cosas.Al,por favor,muéstrame esa momia"-rogó a su amigo mientras enlazaba su brazo con el de él para que la llevase a la sala correspondiente

-Pamplinas Albert- expresó Gerald restando importancia a la divagante mente de su amigo -lo que sugieres es muy lógico, no estamos hablando aquí de un simple hurto, Schells robó algo que es parte de la historia, podría ser la llave que nos de acceso a nuestro pasado perdido- miré a los presentes, esperaba ver sus reacciones, algo de apoyo -¡Es ciencia de lo que estamos hablando, nada menos!-.

Entonces Steven llegó y respondí a su saludo amablemente. Era un buen hombre.

Al poco tiempo, junto a nuestro anfitrión, entró una mujer de lo más insospechado. Pareció en un primer momento no notar la gravedad de lo acontecido y, justo cuando la iba a tachar de idiota, se redimió en un instante. Al parecer no tenía aire en la cabeza sino pura pasión, raro de ver en las tierras de Su Majestad en estos días.

Por lo tanto, con una sonrisa en los labios y mi ceja derecha arqueada, soporté todo su monólogo intentando planear el próximo paso.

Renée comenzó de nuevo a hojear el libro, pasando con delicadeza las hojas del volumen, mientras los demás hablaban. Solo alzó la cabeza al llegar a sus oidos un nombre extraño - ¿Stregoicavar? ¿Donde se encuentra ese lugar? - preguntó al aire. Sabía bastante de geografía, y por el nombre podría hacerse una idea aproximada de en que región podría encontrarse, pero era demasiado extraño como para aventurarse a sacar conclusiones.

Se quedó unos segundos en silencio antes de volverse a Percival y Gerald.

- Si alguno me acompaña podríamos ir a ver si conseguimos que la madamoiselle* del hotel nos cuente lo que realmente sabe. Después podríamos llevar a cabo la idea que ha sugerido nuestro anfitrión. -

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Al cabo de unos diez minutos, Albert volvió a la Sala de Lectura acompañado de Johanna, una hermosa muchacha de corto pelo castaño y arrebatadores ojos verdes. 

Tras las presentaciones de rigor y los más o menos corteses comentarios, Albert concluyó su relato acerca de lo ocurrido la noche anterior. 

Johanna parecía fascinada con las momias encontradas y Albert le prometió que la acompañaría si ella insistía, pero que tenía libertad total para moverse por toda la casa. Además, quería terminar una conversación que tenía pendiente con el resto del grupo. Sin embargo, antes de que pudiera hablar, John se le adelantó.

- Compañeros, he de marcharme -sujetaba el sombrero con una mano, mientras se llevaba un cigarrillo a los labios con la otra- , prometí al detective Orson que me encontraría con él en la estación dentro de una hora. Espero no volver con las manos vacías -se encogió de hombros, se colocó el sombrero y con una leve inclinación de la cabeza a modo de saludo, se dio la vuelta y salió por la puerta.

Albert lo palmeó en el hombro al salir y dirigiéndose a Gerald comentó:

- ¿De verdad no crees que sea una locura? -dijo reanudando la conversación anterior- . Quiero decir, en realidad tampoco supone demasiado, es un viaje de unas cinco o seis horas de avión, aparte de unas dos horas en automóvil hasta Stregoicavar -aquí se volvió hacia Renée, que seguía con la mirada perdida en las páginas del libro- , pueblo el cual, debo decir, no aparece en ninguno de los mapas que han pasado por mis manos. Aunque tampoco es de extrañar -aclaró- , el lugar apenas roza el centenar de habitantes. Además tengo aquí una copia de las llaves de la casa de Jason. Obviamente yo no puedo ir, pero confío plenamente en cada uno de vosotros y sería tarea sencilla de completar en dos o tres días. 

Se paseó meditabundo por la sala y segundos después volvió a preguntar:

- ¿Y con respecto al Great Eastern Hotel?. ¿Habéis decidido algo? 

Dado que ninguno delos presentes le hizo demasiado caso,la mujer se puso en pie y salió de la habitación sin decirles nada.Tan sólo se acercó a Albert para susurrarle al oído

-"Veo esa momia y me voy,estás muy ocupado"-le da un beso en la mejilla y sale de allí sin mirar a nadie más pues están demasiado enfrascados en el misterio y no quiere molestarles,andando con ligereza a pesar de sus altos tacones,los cuales hacen que sus caderas se contoneen de manera sugerente bajo la apretada falda.

Se dirige a la sala donde supuestamente se encuentra la extraña momia,preparándose para ver cualquier horror dado lo que Albert le ha descrito

Renée estaba enfrascada en el libro cuando escuchó a Albert regresar con una dama bastante atractiva y sugerente. Intimidaba bastante por lo que la joven solo atinó a decir su nombre y un escueto saludo a modo de bienvenida. Luego recorrió la estancia esperando ver en las miradas de los hombres el reconocimiento a la belleza de la morena.

Volvió la vista al libro sintiendo una ligera punzada de celos. Todos estaban enfrascados en la conversación, también le pareció escuchar que la visita quería ver la momia ¿Se iba a unir a ellos? Intentó despejar su mente para poder continuar donde se había quedado.

Percival miro con interés la situación  que ocurría ante él, en especial la llegada de aquella mujer que parecía aparecer de la nada, era muy bella pero personalmente no le llamaba la atención debido a todo lo ocurrido anteriormente y la mujer que si llamaba su atención era la bella dama Renee.

-Estoy con usted Renee, apoyo su sugerencia y la acompañare si usted lo ve preciso- Sonreí carismáticamente dirigiendo mi mirada hacia ella.

Johanna abandonó la Sala de Lectura y el resonar de sus tacones al atravesar la biblioteca atrajo las miradas de los empleados encargados de guardar los objetos allí expuestos, que eran en su mayoría, herramientas, vestiduras y objetos de cerámica. 

Albert afirmaba haberlos encontrado en Hungría, pero los expertos ojos de la dama fueron incapaces de reconocer el más mínimo influjo magiar en ellos, cosa que la desconcertó.

Su objetivo se encontraba en una habitación adyacente a la biblioteca y Johanna tenía ya la mano sobre el pomo de la puerta cerrada, cuando acertó a escuchar unas rudas voces en su interior.

- ¡Aquí no hay nada más que mierda! -dijo la primera voz, bastante ronca y con esa inflexión propia del West End londinense.

- Calla y sigue buscando Mack -contestó la segunda voz, áspera y siseante- . No quiero ni pensar en lo que pueda hacernos el gordo si no encontramos esa puta piedra. 

Esta última frase fue seguida de un silencio que hizo estremecer a Johanna. Instantes después notó el sordo resonar de dos pares de botas moviéndose en el interior de la habitación. 
 

Renée siempre había sido una ávida lectora. Cuando un libro captaba su atención, podían pasar horas sin que ella levantara la cabeza de entre sus páginas, y en esta ocasión no fue diferente.

Al principio el volumen le recordó a esos libros de cuentos en los que se narraban maravillas y viajes, tales como las Mil y Una Noches o El Libro de las Maravillas del Mundo. Pero poco a poco, los temas tratados en su interior fueron agitando su delicada alma.

En sus páginas se hablaba de templos perdidos en la selva, de ruinas de ciudades pre-humanas ocultas u olvidadas y de extraños cultos y criaturas que habían poblado la tierra. Renée había estudiado y había viajado también, por lo tanto, lo que en ese libro se decía, no le era totalmente desconocido. Nombraba las enigmáticas pirámides, aunque negaba categóricamente que hubieran sido jamás usadas como monumentos funerarios y también hacía referencia a la mítica Atlántida citada por Platón, aunque Von Junzt la situaba en un tiempo mucho más remoto. Se apoyaba en pruebas lingüísticas, escritos antiguos y extrañas experiencias alucinatorias inducidas por diversas plantas y hongos. 

En un primer instante Renée juzgó estas referencias como imaginativas o decadentes, según fuera el caso, pero tras concentrarse más profundamente en algunos pasajes una horrible e imposible verdad fue abriéndose paso. 
 

Antes de que nadie se vaya sugerí un plan de acción para proceder. Podríamos revisar el hotel a la par que alguien más conseguía pasajes de avión a nuestro siguiente destino.

Me ofrecí para hacerlo ya que yo había sido el de la idea y sugerí vernos el el mismísimo hotel una vez comprara yo las entradas. Albert parecía ocupado con su invitada y le despedí con un amigable apretón de manos.

-Te avisaremos en cuanto estemos por marchar-.

Entonces salió con prisa, si quería alcanzar a la rubia y al francés en el hotel debería apurarse.

Postea, eso era sólo un apunte acerca de tu PJ.

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