Partida Rol por web

Quince hombres en el cofre del muerto.

2 de Marzo. Año 1622.

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23/08/2013, 13:28
Elvira Prados.

Inés se encontraba, ya aseada y vestida, junto a su dueña en su pequeño camarote privado a punto de tomar el desayuno. Era el segundo día desde que salieran a la mar dirección Vizcaya y la Grande España no se había terminado de decidir si el continuo vaivén de la fragata era relajante o un infierno la mar de molesto. Por fortuna era un viaje relativamente corto, apenas tardarían cuatro o cinco días más en llegar a puerto, y había podido llegar la mayores comodidades posibles. Si es que comodidad es un término que todavía se puede aplicar cuando uno se encuentra viviendo en un barco lleno de soldadesca, sin apenas espacio y con un festival de chinches y demás polizones danzando de una persona a otra.

El desayuno era el corriente de la época: tres huevos duros envueltos en tocino frito, junto a un vaso de naranjas recién exprimidas, muy bueno para eliminar los malos humores, y una botella de agua ardiente, aun mejor. Elvira, su dueña y sirvienta, más acostumbrada a los estilos frugales del campo, tenía delante una buena cantidad de pan y ajo, de la que apenas tomaría bocado por miedo al mal aliento.

Había por lo menos un guardia ya en la puerta, sin necesidad de orden alguna para tal menester, y la privacidad era más o menos aceptable. Quizás por ello la pregunta, discreta y sutil, salió de los labios de Elvira con facilidad.

- ¿Y sabe ya vuesamerced que tareas le esperan en la villa de Madrid para que las realice?

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23/08/2013, 23:59
Doña Inés Mª de Osuna, grande de España

Y en ello estaba Inés, desayunando la segunda mañana en aquella tortuosa fragata, cuando se lanzó la inoportuna –según para quién- pregunta, la cual fue recibida con una larga mirada, de esas que hablan por sí solas. Que bien sabían las dos de lo que se hablaba en aquella mesa, aunque una no quisiera darse por enterada.

-Habláis como si excusar mis impertinencias frente a su Ilustrísimo fuese menester sencillo y de poca monta –dijo quedamente entre bocado y bocado.

Suspiró al momento y se le perdió la mirada en un ventanuco que daba al mar; un gesto de mil significados, todos ellos indescifrables. Las desventuras de Inés por aquel entonces, como ya se sabe, eran tantas y tan variadas que, sumado al intríngulis que ya de por sí resulta la mente de una dama, resultaba harto difícil, por no imposible, achacarle el malestar a una sola. De la alegre mocedad que había vestido hasta hacía bien poco, nada quedaba ya salvo algunos rasgos ovalados en su rostro. Fría, sobria, enlutada, indiferente. Así había embarcado en La Dolorosa, cuyo nombre se le antojaba ciertamente irónico para con los recientes acontecimientos. Aunque no debía tomárselos como algo malo en extremo, le aconsejaban. Ahora ejercía, como bien le habían recordado, pleno derecho sobre hacienda, tierras, ganancias y pérdidas, y libre potestad sobre su futuro –sin faltarle al Rey, contra el que ya había cometido un serio agravio-. Las cosas eran, a fe mía, endemoniadamente complicadas.

-Pueden retirar el resto –anunció poco después. Plegó las manos sobre el regazo habiendo apartado ya el plato -el jugo no-, sin apenas tocarlo. Un par de bocados le había concedido, nada más, pues en mala hora su cuerpo había decidido acoger el constante vaivén del barco como enfermedad pasajera. Además, entre eso, la extensa lista de pequeños polizones que había a bordo, y el vasto hedor a hombre, cuero y otras inmundicias, le rondaba un malestar persistente y puñetero. Se le antojaba, no sé por qué, un viaje de lo más desagradecido. -A fe mía que no tengo en mente quedarme más de lo estrictamente necesario, Elvira.

Y es que en tierra se le quedaban, no solamente la sangre de su sangre, si no el pueblo al que apresuradamente había tenido que dejar en manos de conocidos recientes y amigos viejos. Y a su añorado hermano, para que se sepa, de camino al matadero, también conocido por otros nombres como Flandes, con no menos de trescientos hombres de honor y mucho voto a Dios y por el Rey, y todas esas farándulas soldadescas por las que acostumbraban españoles y no españoles a regar los campos con su sangre.

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24/08/2013, 00:26
Elvira Prados.

Elvira terminó de comer a la vez que su ama, pues no iba a cometer la bellaquería de seguir tomando alimentos cuando la misma había terminado, y miro con gesto práctico a los restos que habían dejado, en verdad casi todo.

- Podríamos si gustáis dar estos alimentos a alguno de los soldados, sobre todo a los que se distinguen guardándonos con tanto aplomo. Que bien sería una muestra de afecto que les llenaría de orgullo, además de llenarles de paso el cuerpo, cosa que no les vendría mal alguno, que virgen santo que delgados andan.

Tras lo cual le guiñó un ojo a Inés, mostrándole además una sonrisa indulgente.

- Se perfectamente cuanto ha sufrido su merced, y me duele en alma como la que más. Pero nuestro rey es justo y sabrá apreciar los grandes sufrimientos que soportáis en pos de las Españas y sus todavía glorias.- Otra sonrisa sincera- Madrid está llena de oportunidades Inés, y solos se vive una vez.

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24/08/2013, 01:07
Doña Inés Mª de Osuna, grande de España

Asintió satisfecha a la sugerencia, con una sospecha de media sonrisa en esos labios que tanto tiempo pasaban fruncidos últimamente. Y en verdad era buena mujer su dueña, siempre apesumbrada por los males de Inés, cuando los tenía y cuando no, allí donde fueran. Que podía haberle tocado una bruja, una avariciosa, u otra con alguno de esos males que tanto acaparaban los españoles. Pero en eso Dios había tenido a bien sonreírle dándole una mujer afectuosa y comprensiva, casi una madre.

Después, en respuesta a lo otro, repitió el gesto –uno que, por cierto, repetiría mucho en los sucesivos tiempos-; mirada de reojo larga y locuaz, además otro tanto que tardó en retomar la plática. En suma, un silencio de los que se hacen pesados e inciertos.

-No me cabe duda de la riqueza del lugar –decía en general, el aire pensativo-, y que ahora me concierne enteramente todo lo tocante a la familia. Pero, sólo Dios sabe lo que esto se me hace cuestarriba –añadió, quejumbrosa, la mano sosteniendo la frente marmórea.

Le echó un vistazo al plato que pronto compartiría la temperatura que allí arrojaba la noche. Alzó la mano, un gesto corto y seco, y se recompuso lo suficiente como para abandonar la comodidad del asiento y llevarle el manjar al desdichado que custodiase la puerta. Lo mismo era trabajo de dueña que de criada, que no suyo, pero resultaba grato, aunque fuera por breves instantes, intercambiar breves palabras con un rostro nuevo.

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24/08/2013, 14:04
Soldado marino.

El soldado, aun de nombre desconocido, estaba plantado de forma perezosa en el quicio de la puerta, aunque se puso firme cuando al salir a la Grande de España. Portaba una espada y como seguro una pistola bien cebada, más para disuadir a curiosos que afrentar a enemigos, que no había muchas posibilidades de que se hubiera colado un polizón con malas intenciones. Pero por si las moscas. 

Delgado y no muy bien aseado, seguramente tendría alguna chinche haciéndole la puñeta, asunto común en el barco. Aunque se le notaba un poco aburrido no parecía descontento con la tarea asignada, y movió la cabeza con respecto al ver a Inés. Aunque no terminaba de entender el asunto que pretendía la misma. 

 

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24/08/2013, 14:47
Doña Inés Mª de Osuna, grande de España

Correspondió al saludo como tocaba, sin faltar al escalafón establecido con cordiales palabras. El soldado le sonaba vagamente, pero no más que el resto. Para Inés todos se le asemejaban un tanto; el aire de quien se bate entre aceros, gesto recto, siempre tildados por el cuero, con coleto, sombrero y tahalí. Y entre tanto gentilhombre arrejuntado en tan poco espacio, ni teniéndolo a un palmo habría sabido reconocerlo, por lo que se esmeró en recordar señas y rasgos, que ahora formaba parte de su séquito y no estaba de más esa pequeña deferencia.

-Espero que no se le esté haciendo pesada hacer de vigía… –Dejó la frase en el aire, esperando recibir un nombre por el que referirse. Lo cierto es que, aunque así fuera, ni él iba a admitirlo ni ella esperaba que lo hiciera. Falta al orgullo sería esa-. Tengo entendido que tanto en la mar como sirviendo al Rey son dados a escatimar en víveres. Sería imperdonable desperdicio que estos alimentos acabase de pasto para las chinches sólo porque me hallo indispuesta. Auguro que serán de vuestro agrado.

Le tendió el plato, animosa.

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24/08/2013, 23:22
Soldado marino.

El soldado sonrió ante la familiaridad con la que Inés le trataba y se irguió en un firmes lo más gallardo posible.

- Mi nombre es Iñigo, excelencia.

Después miró a la a la comida con fijeza, después a Ienés, y después una vez a la comida. La imagen del queso y el pan mohoso que había desayunado en seguro pasó sobre su mente, que ya no por rancia, si no por exigua, ya que los mandos tenían por costumbre mal alimentar a su tropa con la idea de que demasiada abundancia les volvería ociosos (todo sea dicho, cierta razón tenían). Una media sonrisa, cálida pero con un matiz amargo, surgió del rostro del soldado cuando miró a Inés.

-Tendrá que lamentar su excelencia mi indiscreción, pero ya he desayunado en demasía esta mañana. Pero podré decir con mucho gusto que una Grande de España una vez me ofreció su comida.

Y había verdadero respeto en su voz. 

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25/08/2013, 11:52
Doña Inés Mª de Osuna, grande de España

Inés condecoró el gesto del soldado acompañando una franca sonrisa, de las que se advierten como gesto inconfundible de humildad. Que en aquella España dejada, centro de envidias y de la desidia, quedaban pocos que supiesen ofrecer, y también apreciar, un gesto tan honroso como el que acababa de ocurrir. Y se sintió orgullosa de ser quien era y de quien se encargaba de su seguridad.

Asintió una sola vez, pero no retiró el plato.

-En tal caso, Íñigo –dijo suavemente, y pronunció su nombre con esmero sabedora del honor que representaba tal hecho-, agradecería en extremo que encontraseis una boca menos humilde o digna que lo supiera aprovechar, que sería bastante impropio que anduviese por cubierta paseando el desayuno. Tal vez conozcáis algún mozalbete o zagal.

Despidiose con un gesto breve, y tras esperar los segundos apropiados por si quería añadir algo más, regresó a la privacidad de su camarote.

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27/08/2013, 13:02
Soldado marino.

Iñigo se cuadró con orgullo, con gesto serio y espero a que la Grande de España volviera a su camarote para ir en busca de algún mozalbete que, bajo condición de llevarse solo una parte y de contar la historia, que nunca estaba de más presumir de los elogios a la honor y las dádivas de los poderosos, les llevase la comida a unos camaradas suyos; especialmente a Lopez, que se hallaba en grave quebranto.

Pardiez que por gente así si valía la pena hacerse matar. 

 

Notas de juego

Si vas a volver a hablar con Elvira asume que te espera con gesto curioso en la habitación. ¡Perdón por haber tardado tanto!

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28/08/2013, 15:26
Doña Inés Mª de Osuna, grande de España

Al retomar su asiento la grande de España mostraba una media sonrisa, brillante, que no le duró mucho. El gesto se apagó como lo haría una vela ante el feroz vendaval, sin dejar rastro alguno. Conocedora de los escasos segundos que la ausencia del soldado le brindaba, sin ánimo para escudriñar la expresión curiosa de su dueña, habló directa y sin reparos.

-Hay algo que me reconcome. Pudiéramos decir alguien, y ya sabéis a quién me refiero –Y por lo comedido del asunto y el suave rubor, bien sabía Elvira que el desconocido tocaba muy de cerca los más profundos sentimientos de Inés. Algo más peligroso incluso que la proximidad del filo sonriente de una daga-. Os sorprenderá de seguro, pero no encuentro alivio en guardarlo para mí –Suspiró, la mirada fija en la nada-. Cuando hablé con don Marcos de Tolosa, estando él grave bajo el ala de mi galeno, mencionó un deseo indecible, una esperanza. Dijo que no habría nada que le hinchiera más de felicidad que poder casarse. No debéis temer por la respuesta, de sobra soy consciente del peso de mis decisiones y las responsabilidades que me atañen.

Era muy consciente de la exaltación que Elvira estaba a punto de padecer, y no mencionó nada más a la espera de su reacción.

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29/08/2013, 03:12
Elvira Prados.

Elvira le sostuvo la mirada a la joven durante lo que pareció ser una enternidad y después solamente suspiro, vive dios que perra vida, que nunca da las cosas fáciles. La dueña mostró una sonrisa tensa en sus labios y se levanto a la vez que se excusaba para dirigirse a su arcón, del que, con cierta sorpresa de Inés, saco una pequeña botella de lo que parecía ser vino blanco, quizás un jerez. 

- Espero que su merced pueda excusarme.- Y se sirvió, sin preámbulo alguno, una pequeña copa de vino. La atacó de un trago antes de volver a suspirar.- Y decidle a esta vieja, que pone a dios de testigo y a la corte celestial si hace menester de que jamás traicionará ni una palabra de lo que aquí salga, ¿vos le amáis? y si la respuesta es positiva, ¿lo es lo suficiente como para renunciar a destino y gloria?.

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29/08/2013, 12:40
Doña Inés Mª de Osuna, grande de España

Inés no atendió sus necesidades dejándola hacer cuanto quiso en su justa medida, más se volvió irremediablemente ante tales preguntas. Y sus ojos, que solían prestarse claros y resueltos, acusaban la duda como dos charcas de agua turbia sin dejar entrever la profundidad de esta o de sus pensamientos, en tal caso. En verdad eran preguntas puñeteras, de las que uno nunca quiere responder ni con enfermedad de soga, aunque una resultaba todo lo sencilla que no era la otra. Se le alteraba el pulso cual caballo desbocado aprisionado bajo sus costillas sólo de pensarlo, tan fuerte que le pareció imposible que Elvira no lo estuviese escuchando también. Era intenso el sentimiento, no había duda en ello.

-Si sólo de mí hablásemos, mi querida Elvira, no habría fuerza suficiente en este mundo ni obstáculo insalvable para nuestro amor salvo la mano de Dios que pudiese detener mis pasos. –Un silencio grave se sobrevino por un periodo demasiado largo. Inés se miraba las manos, como si con ellas pudiera obrar un milagro que salvase aquella encrucijada que tanto duelo le causaba en el alma. Parecía suplicar-. Pero bajo mi atenta mirada pende el legado que mi honrado padre trató de alzar, y eso sería una falta imperdonable a su memoria.

Y era algo difícil de olvidar cuando apenas pasaban unos días de su entierro, cuando las heridas todavía querían sangrar en la soledad, cuando el negro la envolvía en su manto de tristeza. Recogió los dedos en un puño sintiendo que algo se le escapaba entre los dedos. Le parecía estar volviéndose insignificante en medio de aquel mar de dudas.

-¿Qué clase de mujer sería entonces? –quiso saber arrepentida.

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29/08/2013, 20:45
Elvira Prados.

- Vive dios que ser Grande de España no es algo baladí, que no hay pena ni alegría que no sean tan magnas como corresponde al poder que recae sobre tus hombros.- Elvira le sostuvo la mirada a Inés durante un segundo, quizás evaluándola, quizás compadeciéndose de su situación, quizás solamente extrañándose de que tuviera problemas de amor. Perro tiempo, lo rápido que pasaba. 

- Aun así y ante todo tengo un consejo para su merced, si me lo acepta. He visto a los ojos a ese hombre suyo y parece ser de los nobles que son perfectamente capaces de dejarse matar por su amada. O de matar si así piensa que está obrando bien. No olvidéis eso nunca. 

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29/08/2013, 21:16
Doña Inés Mª de Osuna, grande de España

No entendió muy bien, quizá por su inexperiencia, en qué consistía el consejo de su Dueña. Se le antojaba más bien una amenaza sutilmente colocada, aunque de sobra sabía que no era esa su intención.

-Lo tomaré en consideración –zanjó. Marcos ya contaba con cicatrices para demostrar hasta dónde llegaba su lealtad, y fue entonces cuando recayó en lo peligroso que eso podía ser.

Notas de juego

Yo no tengo más que decir.

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31/08/2013, 02:42
Director

Comprendidas las graves preocupaciones que ocupaban la mente de Inés, con sus variados y complejos demonios, Elvira decidió dar espacio a la Grande de España y ausentarse del camerino durante todo el día, a fin de que ella descansara. Con ello tuvo la oportunidad de disfrutar de disfrutar con tranquilidad de las oportunidades que brindaba la estancia en un barco: vive dios que sólo aburrirse como una ostra. Había pocas cosas que hacer mientras se viajaba, salvo que rumiar las desgracias y planificar como ponerles remedio. Bien era cierto que a base de jugar, beber cuando se podía y adelantar el sueldo de tal manera que al llegar a puerto no se recibía ni una moneda se pasaban los días más fácilmente, pero dichos placeres estaban reservados a otras personas, de menos linaje y valía. 

La puerta de su silencio camarote resonó tres veces mientras Inés estaba ojeando un libro de coplas. Casi lo agradeció con un suspiro. 

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31/08/2013, 11:15
Doña Inés Mª de Osuna, grande de España

Fue agradecido catar la ausencia de gente a su alrededor, que durante la pesarosa travesía en sus miserias apenas había disfrutado de un momento a solas, salvo cuando no era requerido. Por ello, largo y arduo fue el debate en su interior, y mal llevada la angustia hasta el punto en que echó en falta la plática. Asaltó entonces la pequeña librería que consigo llevaba, releyendo versos nuevos y viejos buscando quizá cierta sabiduría en ellos, o consuelo ante las desdichas de otros enamorados que perdidos hasta las entrañas se sumían en angustiosas penas. Y con más de uno se sintió reflejada en las páginas…

Le pareció el sonido de la puerta un regalo aún por descubrir, que lo mismo resultaba ser parte del servicio solicitando instrucción. Sin embargo, aunque hubiese sido tal caso, alegrose de recibir visita. Se aseguró de presentar buen aspecto –nada de simular hastío- y dio paso a quien esperaba al otro lado sin alzar la vista del papel.

-Adelante. 

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31/08/2013, 21:06
Marcos de Tolosa

Las botas de Marcos resonaron en la tarima del camarote cuando éste entro, gallardo él. Calzaba y vestía de los pies a la cabeza unos ropajes de cuero negro, sobrio y resistente, muy parejos al carácter de su dueño. A su diestra descansaba una toledana que se adivinaba de muy buena calidad y a su siniestra una daga y una pistola de las que le daban a uno fácilmente las buenas noches. El antiguo soldado se había tomado muy a lo orgulloso su nuevo trabajo como protector de Inés, con más miedo a las malas lenguas de lo era capaz de reconocer, y ejecutaba con grave celo las tareas de salvaguarda de la Grande de España. Era de esos gallardos que le miraban a uno, no para intimidarle, jactarse o someterle a humillación, si no para tener siempre bien calibradas las posibilidades de que fuera necesario acercarse, y con un zis zas de pocas preguntas, mandarle por la posta. Con tanto hierro en el cuerpo y en la mirada daba verdadero pavor.

 Pero, para cierta intranquilidad de Inés, era bastante evidente que nada más entrar y en presencia de ella, con una poca frecuente intimidad, su gesto se suavizo hasta dar claras evidencias de una calma feliz y tranquila, de las que estaría bien que se quedasen con uno toda la vida. Cuando se cruzaron sus miradas su sonrisa se volvió cálida y acogedora.

- Me ha llegado que ahora os prodigáis de dar dádivas a vuestros protectores, a fin de hacerles notar la grandeza tan grande que deben guardar.

- Tiradas (1)
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01/09/2013, 01:54
Doña Inés Mª de Osuna, grande de España

El rictus de Inés se vio turbado un mero instante, suficiente para el perspicaz observador en delatar las nimiedades que revelaban la verdad del alma, lo que uno lleva inscrito en la mirada y suele resultar harto complicado encubrir. Le resultaba su presencia, por vez primera, intranquila: demasiado soldadesca, sobria y afilada. O quizá era el resuello de las palabras dichas tan recientemente por Elvira, que mellaban como un cuchillo rasgando cada vez más profundo, más punzante. Le dedicó en consecuencia una mirada larga y cuidadosa, poco habitual.

-La mala ventura tuvo a bien darme lecciones de humildad –ironizó. Una tibia sonrisa, de las que engañan y no por buenas, acentuó sobre el pómulo la delgada línea roja que como signum crucis lucía. Volvió sobre el papel, esquiva.

Y aquel era el hombre, pensaba mientras, que orgulloso se haría matar por ella dejando, eso sí, un reguero de almas peregrinando para visitar al Altísimo –o al de más abajo, según terciara-. O por contra, como bien le había dicho una vez con mucha flema y altivez, triunfaría allí donde otros habían errado. Pruebas había, voto a Dios que sí, que bajo tan crudos ropajes y aires gallardos se escondían cicatrices de las que no le dejaban a uno indiferente. Y se las había ganado en pos de su amor.

De golpe cerró el libro, con menos cuidado que soltando un bofetón, y dejó escapar un resuello que más parecía una queja silenciosa y de las que gustan hacerse notar. La débil claridad que se colaba en la estancia tornaba sus ojos más claros, más vívidos, más afilados.

-Disculpad. El viaje me causa angustia y malestar -El tono sonó a mil perdones. Después extendió la mano hacia él, solícita-. Por favor.

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05/09/2013, 20:43
Marcos de Tolosa

Si Marcos acusó el golpe, por doloroso o por dañino a su buen humor, no lo mostró. Se adelantó hacia a Inés con confiado paso y se sentó encima de la mesa, mirándola sonriente, quizás con demasiada confianza… Pero demonios, había perdido a su padre, sacrificado parte de su juventud y salvado a más de uno la vida, y ahora tenía que marchar a Madrid a explicarlo, como si algo, por muy pequeño que fuera, estuviera mal. Se merecía que alguien no tuviera el miedo de acercarse a ella.

Cogió con delicadeza su mano y la beso. No pudo evitar quedarse mirando al vacío durante un segundo.

- ¿Sabéis? A veces pienso que estás Españas nuestras son, ante todo, profundamente ingratas. Que son las buenas personas, muy pocas, las que tienen que mantener ellas solas este vasto imperio, glorioso como el que más. Pero re dios, como les cuesta.

No había retirado su áspera mano de la suya, así que se dedicaba a acariciarla levemente, con gran gozo para él.

- No miento si digo que sois una buena persona, que sois grande, y que no hay ni un mísero piojo en este barco que no daría la vida por vos. Y que a galupas me manden si no es una novedad servir a alguien y que todo el mundo lo adore. 

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06/09/2013, 15:28
Doña Inés Mª de Osuna, grande de España

Difícil resultó para la dama encajar aquel inesperado lance, que por exceso de dulzura se le antojó ligeramente amargo, como el cacao importado de las Indias, y a la vez inspirador. Le era imposible ignorar la buena intención de sus empeños, aunque no pareció en primera instancia muy dispuesta a ceder en su taciturnidad. Pero, sobre todo, no era su deseo desmerecerle, que sus palabras eran sonantes y agradecidas después de todo, aunque fueran tildadas por aquella buena fe que todo enamorado ve en su objeto más preciado, y de eso Inés entendía de sobra ilustrada por versos de grandes poetas. Que los ojos prendidos de amor ocultaban, y no por buenos, deseos ilícitos y flagrantes que a más de uno escandalizarían, y vive Dios que en esa misma mesa donde reposaba Marcos también lo hacía el vaso testigo de su dueña.
En esa tesitura se hallaba, no sabiendo si tirar a bien o a mal en su respuesta, mirándole con fijeza sin ganas de atribuirse un mérito que no sentía como propio ni de arrojar descortesía sobrada a unas hermosas palabras enraizadas en su corazón. De modo que, todavía indecisa, iluminó la habitación con una sonrisa nacida de lo más hondo del pecho y estrechó su mano. Quiso decir gracias, pero ni todas las palabras del mundo le bastaron.
-¿Sabéis lo que me resulta harto ingrato? -atajó, clavando una mirada certera en su rostro, fruto de su inspiración-. Teneros frente a mí, sabiendo de vuestros lances y cicatrices en guerra, y vuestro agradecido empeño en procurarme bien, dejándome en interrogante cuestiones tan sencillas como dónde sois o cómo llegó mi fiel protector a un lugar tan lejano.

El tacto de su mano era áspero y crudo, más acostumbrado a trabajos poco ociosos de cuero e hierro, y resultaba insólito a la par que reconfortante que albergase tanta dulzura en ese gesto comedido, una mera caricia que le arrebataba el aliento, cuando por oficio tenían, de forma brava y eficiente, y también acostumbrada, recortar vidas ajenas con mucho atine y pocas palabras. Eran dos opuestos que costaba encajar, y que indudablemente formaban las dos caras de una misma moneda. Pensó que si tanto se amaba como para empuñar hierro y arriesgar la vida por un destino incierto, mucho valor debía recoger aquel corazón. Mucho valor y demasiada poca razón.