Partida Rol por web

Festival de sensaciones... eso es el Mercado. Los colores de las sedas al viento, expuestas colgando en las marquesinas de los tenderetes de telas, los aromas de las especias haciendo fragante el aire, saturándolo de esencias dulces o picantes... voces y gritos en todas las lenguas conocidas, buscando llamar la atención, elevando su reclamo por encima del resto...

Aymée se pasea entre la gente con aire tranquilo, calmado. Escucha las conversaciones de los mercaderes con la clientela, y las que puede cazar entre los propios mercaderes y los propios clientes... que son las que más le interesan. Parece interesarse por algunos artículos... abalorios... aceites aromáticos... perfumes... joyas.

Es entonces cuando a lo lejos ve a Parnassus, pasear con aspecto algo desorientado. Duda durante unos segundos... quizá el Gladiador tenga algo que hacer, y prefiera hacerlo por su cuenta.

Si quiere estar solo, ya me lo dirá.

Y le hace señales con la mano, agitándola alegremente, mientras se acerca a él.

-Dichosos los ojos, dama de las arenas danzantes.- saluda Parnassus con lo mejor que se le ocurre sobre la marcha a su habitualmente práctica mente -¿A qué debo el placer de esta agradable compañía, Aymée? ¿Aprovechando una licencia en el coso para adquirir algunos nuevos "filos"?- pregunta de seguido, con evidente referencia al peculiar estilo de lucha de la mujer.

-Pues en realidad... estoy a la caza de algún rumor... ¿recuerdas lo que te pregunté en la arena...? ¿por ese Califa Loco...? Sé que anda por la Ciudad, y quiero localizarle.

Le responde sin gritar, y sin dejar de escuchar lo que le llega de lo que a su alrededor se está diciendo.

-Busquemos juntos, si lo deseas, entonces. Que mejor lugar que este para encontrar informacion tanto de aquel que dices, como de Esteban.- convino Parnassus, mientras comenzaba a caminar junto a ella.

Ambos charlaban con diversos tenderos y comerciantes de la zona. Sin embargo, Parnassus se dió cuenta pronto que sus hoscos modales y su condición no causaban impresión en los mercaderes, mientras que observaban a Aymee con interés... poco disimulado. Así que hizo a un lado y dejó que la danzarina captase la imaginación de aquellos con los que se cruzaban.

Un par de Hakhims, interesados en cubrir a la hermosa mujer de las más finas sedas, se sobresaltaron un poco al oír el nombre. Con un poco de interés hablaron entre susurros sobre aquel hombre, el Hakhim que había esclavizado, matado y asediado a su gente en un ansia de poder terrible. Muahdkel, le llamaban. La muerte que galopa. Decían que era uno de los pocos hombres que los misteriosos asesinos de las arenas no habían podido tocar. Que incluso se reía de los siervos del profeta. El miedo manchaba sus palabras, cada vez.

Hay un barco, dice uno. Recien llegado a la ciudad. Sé que tanto representantes de Esteban como de la casa de Obsidiana han intentado obtener audiencia en él. Pero ambos han sido despachados con bastante malos modos. Y no es que sean dos grupos a los que un hombre sensato quisiese como enemigos...

Luego, el hermano del mercader interrumpe, soltando una gran charla sobre como un cuerpo tan delicado debía ser cuidado con mejores prendas, y como estas resaltarían la belleza a Aymme a la de una diosa viviente.

Sabiendo que sus dotes eran unas muy distintas, Parnassus avanzó hacia el frente e hizo un claro ademán con los escudos que indicaba lo que ocurriría si se propasaban medio pelo con la mujer:

-Ese Esteban del que hablas, parece alguien influyente. ¿Está metido en asuntos del Coliseo? He oído que busca un campeón que defienda su nombre en él, o bien ya lo ha encontrado. A ambos nos gustaría oir de tan interesante giro, y no tendríamos inconveniente en probar tan deliciosas telas, de alguien tan bien informado.- dijo Parnassus haciendo tintinear el oro tras sus escudos -Les estaríamos muy agradecidos.- añadió mostrando algo de humildad.

Aymée añadió otra pregunta a la petición de Parnassus, estaba segura de que estarían dispuestos a hablar, tanto por la manera en que del Gladiador emanaba esa aura de confianza, como por las monedas que mostraba sin recato alguno.

-Muahdkel dices... y un barco en el puerto. ¿De qué barco se trata? ¿Y a quién hay que dirigirse para solicitar una audiencia, aunque corra el riesgo de ser denegada...? Bonitas sedas... desde luego... ¿quizá tengas también algún perfume...?

Y roza el tejido suavemente, con lentitud, mirando al mercader provocativamente.

El mercader mira a Aymee fijamente, una mirada que esta ha aprendido a reconocer y aprovechar. El barco se llama Caballo del Mundo, se encuentra anclado en el puerto. Celosamente guardado, debo añadir... Después se vuelve al fuerte gladiador. ¿Tal vez le gustaría comprarle un hermoso vestido a la señorita? Nuestro sastre es rápido y de confianza. Creo que a ella le iría bien... el rojo. Dice, clavando sus ojos en la mujer.

Lo siento, señor... el hombre aparta unos instantes, con cierta pena, su vista de las caderas de la hermosa Hakhim. Creo que se equivoca de establecimiento. No hay desdén ni sorpresa en su tono. Si está ofendido, es un gran profesional.

-Es posible... - responde Parnassus molesto por no haber obtenido respuesta alguna -Con todas las telas que veo, ninguna se acerca siquiera a la posibilidad de satisfacer el honor que supone vestir esta esplendorosa piel.- dice posando una suave mano sobre la cintura de Aymee, para guiarla lejos del lugar.

Ya tenian parte de las respuestas que esperaban; alargar la conversacion solo traeria un tedio innecesario. Una vez alejados de alli, el guerrero pregunto a la imponente hembra:

-Entonces deseas ver cuanto de verdad hay en las palabras del comeciante? Podria ser peligroso, pero siempre he oido que mas vale acercarse a los leones de dia, cuando tus costados estan claros y discernibles.- adujo aferrando con fuerza la bolsa de monedas: el mercado nunca era un lugar seguro.

-No puedo pedirte que me acompañes, Parnassus. Yo voy a buscar ese barco, el Caballo del Mundo, y pediré audiencia con ese Califa, esté loco o no o esté. Tengo... mis propios motivos para hacerlo, y créeme si te digo que no te conviene conocerlos. Si no vienes conmigo, lo comprendo, y te aseguro que no me sentiré en absoluto defraudada o abandonada por ello.

Le miró con una extraña mezcla de sentimientos. Confianza, no había duda de ello, pero también resolución, era una mujer independiente, y rebelde. No acostumbraba a dar explicaciones, se notaba su reticencia a hacer partícipes a los demás de sus decisiones.

-Si vienes conmigo vas a entrar en un mundo de serpientes y alacranes, Gladiador. Ya conoces mis artes, son las que me han hecho como soy, es cuanto puedes esperar de mi. Pues esas artes han sido creadas por hombres como ése, soy una serpiente de su especie. Y las serpientes y los alacranes son peligrosos, sobre todo cuando no eres uno de ellos y aún así quieres meterte en su nido...

-Mate al capataz que fustigo a mi madre hasta la muerte cuando apenas tenia dientes de adulto, con dos trozos de madera estriada. No me importo que fueran a ajusticiarme por ello mientras lo hacia, y era muy consciente de la situacion. Los alacranes haran bien en mantenerse alejados del fuego que forja la obsidiana, si saben lo que les conviene. Porque el mismo fuego que calienta a quien lo merece abrasa a quien lo desafia.- explico aumentando el contacto de su brazo con la gracil cintura de la bailarina, tanto para que se sintiera mas protegida, como para sentirla mas a ella -Te aseguro que no iras sola a ese lugar mientras puedas llamarme amigo.- indico Parnassus, siguiendo sus pasos -Ademas, si lo que hemos oido es cierto, sospecho que no desagradara a quienes debo pleitesia, aunque no sea la razon de que lo haga.- termino, clavando los ojos en la mirada de la hakhim, para que supiera que estaba con ella y que por ella iba.

Aymée giró con sutileza, y se separó del contacto de Parnassus. Le miró de nuevo directamente a los ojos, pero esta vez con un brillo metálico, frío, en las pupilas negras.

-Como quieras. Pero si vienes, lo haces a tu propio riesgo. Puede que lo que yo haga no te guste. Y que no te convenga. A pesar de lo que crees.

Empezó a andar hacia los muelles, rápida, felina. Callada.

-Creeme, he visto mucho y he hecho aun mas. Puede que sea lo que yo hago habitualmente lo que no te guste a ti. Que mejor modo tengo de comprobarlo entonces que ofrecerte la posibilidad de pasar algo mas de tiempo conmigo, lejos de la inmundicia de la casa de los condenados?- dice con media sonrisa -Vamos, si Esteban y los Gemelos de Obsidiana no han conseguido entrar, podria no ser muy distinto para nosotros tampoco.- convino el gladiador - Si vas a dar un paseo en vano, mas valdra que sea en buena compania.- zanjo, comenzando a andar tras ella.

Pero no volvio a agarrarla. Ella se habia apartado por voluntad propia, y ella se acercaria cuando lo creyera oportuno. Si algo conocia bien Parnassus era el tesoro del libre albedrio; no se perdonaria privarle de ello a la hakhim.

La mujer se sumergió en la vorágine de pasillos, mercaderes, transeúntes y animales que constituían el Mercado. El laberinto de callejuelas no permitía avanzar en línea recta hasta los portones de salida, portones en cuatro lugares, uno por cada punto cardinal. A pesar de tener claro por cual debían salir para llegar al Puerto, otra cosa es que en aquel dédalo de esquinas y encrucijadas la ruta fuera fácil.

En uno de los recovecos se detuvo ante una tienda, si se podía llamar así al conjunto de estantes en un hueco de pared que quedaba cerrado por puertas de madera durante la noche, que ofrecía al público una retahíla de frascos de todos colores y formas, minúsculos la mayoría, algunos bellos como joyas, en cristal de roca, jade, lapislázuli o coral.

Se encaró al hombre que la regentaba, un obeso hakhim de turbante impolutamente blanco, y le saludó con una pequeña inclinación de cabeza.

-Veo que tienes aquí una gran variedad de esencias, mercader. Como ves soy Danzarina... y fui Princesa aunque ahora sea otra cosa. Necesito algo que complazca a todas las que hay en mi... la Princesa, la Danzarina, y la... mujer... algo que me sirva, sólo a mi... que nadie más tenga. No me importa el precio. Pero debe ser irresistible...

Miró a Parnassus de soslayo, esperaba que él se hiciera cargo del pago. Ella no había previsto esta salida, y no llevaba encima oro suficiente para ello...