Partida Rol por web

Sus compañeros abandonaron el vagón tras los cinco extraños, dejándoles solos con los dos escoceses y el profesor. Este último, siguiendo la pauta que había llevado hasta ahora, continuó hablando.

– Sus compañeros se toman en serio eso de pedir explicaciones por un agravio. Me parece perfecto. Yo mismo les acompañaría, si no fuera por no querer dejar solo mi equipaje. Además de no querer abandonar a una dama, claro esta. Pero seguro que ellos se bastan para decirles cuatro cositas bien dichas a esos malcarados. Tendré que agradecérselo a su vuelta. Si señor.

A aquel hombre no se le apreciaba mala intención. Sólo una incontrolable necesidad de comunicarse con los demás.

Los dos escoceses no dijeron nada, simplemente se dieron media vuelta y siguieron contemplando como el paisaje pasaba a toda velocidad tras la ventana. El joven profesor sacudió los hombros y dedicó su atención a los dos Rippers que se habían quedado allí.

– Han elegido un momento del año ideal para visitar Escocia. En estas fechas solamente llueve. – Rio su broma el solo sin parecer darse cuenta que era el único al que le había hecho gracia. De hecho el escocés se giró molesto y pareció querer decirle algo, pero una mirada de su mujer bastó para que lo dejara pasar –. ¿Y que les lleva a ustedes a Edimburgo? – preguntó a Eilish y Francis, preocupándose por primera vez por sus compañeros de viaje.

Aquellos hombres daban la sensación de traerse algo entre manos. Y para nada parecía ser algo bueno. Aunque el hecho de haberles dado una oportunidad para alejarse de aquel pesado de profesor, ya era algo de agradecer según Seamus. De hecho el irlandés casi pensaba dedicarles una pequeña atención y no hacerles demasiado daño. Casi.

Los cuatro perseguidos avanzaban a buena velocidad por los pasillos de los vagones, de forma que los tres Rippers apenas ganaban terreno, y llegaban a tiempo de ver como los primeros abandonaban los vagones por la puerta trasera, cuando los segundos acababan de entrar por la delantera. Los pasajeros se quejaban abiertamente acerca de la desfachatez y falta de educación de aquellas personas, que se movían rápidamente golpeando y empujando al resto de viajeros. Esto podía dificultar las cosas, pues, dependiendo de la forma en que se resolviera el entuerto que se les presentaba delante, entre todos aquellos testigos bien podría encontrarse alguno que recordara sus caras más adelante y pudiera causarles problemas.

A pesar de ello continuaron su camino y, al entrar en el siguiente vagón, parecía que la persecución por fin llegaba a su fin.

Era un compartimento de carga lleno de baúles, cofres y maletas de todos los tamaños ocupando las paredes laterales. No había asientos para viajeros colocados a ambos lados del pasillo y el número de ventanas eran menor y mas pequeñas que en los vagones de pasajeros, dejando el interior en una especie de semipenumbra. Pero la luz que entraba por las pequeñas claraboyas era suficiente para poder reconocer la figura que esperaba al fondo del pasillo. Uno de aquellos hombres, aquel que le había dedicado un gruñido al profesor con el que compartían asiento al pasar, esperaba frente a la otra puerta del vagón. De sus compañeros, o del hombre al que estaban persiguiendo, no había ni rastro.

– ¡Eh! ¡Vosotros! ¡Mejor os dais la vuelta! Aquí no hay nada que buscar.

Su postura era segura. Su tono de voz nada amigable.

Un caballero habría caminado con cuidado, acompañando cada educado movimiento con un disculpe brevemente musitado. Un caballero, por ejemplo Sutton, incluso se habría detenido a ayudar a una pobre ancianita que se le había caído el sombrero. Pero a estas alturas de la historia todo el mundo sabe que Seamus McBride es muchas cosas, pero no es un caballero como mandan los cánones de la sociedad inglesa. Así que el irlandés avanzó a paso rápido, mascullando maldiciones cuando se golpeaba en las costillas con un apoyabrazos o el respaldo de un asiento, mientras intentaba no perder de vista a esos matones. Una forma tan buena como otra cualquiera de hacer tiempo, Seam. Y cuando vuelva, creo que le voy a invitar al muchachito universitario a que visite el bar durante lo que queda de trayecto...

—Os habéis buscado un nidito muy acogedor, ¿a ti que te han dejado, de portero? Muy tierno, ¿pero no sois muchos y muy grandes para ese chaval? —cuando el tipo se adelantó y les plantó cara, Seamus deslizó suavemente la camisa a un lado para que viera la cartuchera de su revólver— Ah, ah, ah. Venga, tengamos la fiesta en paz que no tengo tiempo para gilipolleces. ¿Qué pasa, os debe dinero?

Eilish miró a su interlocutor a través de sus pestañas, pues había bajado la mirada en el momento en que los tres hombres salieron del vagón. Una de sus manos palpaba sobre el vestido la zona lateral del muslo asegurándose de que la Derringuer estaba allí. Se negaba a ponerle nombre como hacía el descerebrado de su hermano , y ni mucho menos, jamás, le daría un beso. Lo que sí que le había enseñado es que "Nunca, nunca jamás en la vida vuelvas a salir de casa sin tu niña pegada a ti y sin un pincho en la bota." por lo que también llevaba dos cuchillos de lanzar en la bota derecha y uno en la izquierda.

Alzó la cabeza con suavidad sonriendo cordialmente cuando el profesor hizo uso de su humor - Trabajo, algo que nos dará muy poco tiempo para poder vislumbrar la belleza de sus castillos.

Perdon...

Lo lamento...

Si me permite...

Ruego sepa perdonarle...

Por favor, acepta mis disculpas...

No hay excusa para ese comportamiento...

Era impresionante la cantidad de fórmulas distintas que Sir Sutton era capaz de lanzar a los distintos perjudicados por el ritmo que llevaban sus dos compañeros por delante de él y trataba de mitigar los enfados para que nadie terminara avisando a los revisores y se vieran envueltos en un escándalo antes siquiera de llegar a Escocia. Si por lo menos el escándalo involucrase féminas, sería otra cosa.

Vamos, vamos, no creo que haga falta ese tipo de actitudes. - dijo mientras se mantenía detrás de Seamus pero asegurándose de que aquel matón del fondo le escuchara. - Estoy seguro que el caballero podrá decirnos cuál es la deuda del pobre muchacho y encontrar una forma de resarcirla que no incluya una matanza en este precioso tren.

Cuando los demás Rippers abandonaron la sala se hizo un tenso silencio, el cual rápidamente fue sustituido por la cháchara imparable del profesor. Cuando el orgullo de aquel hombre comenzó a hablar, Francis no pudo evitar agachar la cabeza y sonreír de manera discreta. ¿Equipaje? ¿Dama? El joven investigador sonrió con mas amplitud al recordar las palabras de su interlocutor. Nunca dejaba de impresionarle la necesidad del ser humano por impresionar en cada momento.

El señor Douglas fue a responder de manera cortante, insinuando que eran temas personales, los cuales no eran de su incumbencia. Sin embargo la joven doctora fue mas rápida fue discreta, educada pero cortante. No daba pie a mas preguntas acerca del tema.

—Dicen que el castillo de Edimburgo fue construido sobre un volcán, ¿no es peligroso?—. Pregunto fingiendo ingenuidad tratando de desviar la conversación. Sin lugar a dudas su interlocutor quería hablar y alardear de si mismo.

El boxeador iba detrás del irlandés sin preocuparse de abrirse sitio, McBride se bastaba y se sobraba, ni pedir disculpas, para eso esta Sutton, que parecía darsele estupendamente. Alexander estaba mas centrado en no perder de vista sus objetivos, y en un un tren en movimiento con bastante gente, no era tarea facil.

Cuando llegaron al que parecía ser el destino de los matones, únicamente quedaba uno, pero uno era suficiente para obtener información.

- Ya has oido a mi amigo, y creeme, no conviene enfadarle. Y más te vale que respondas rapido - 

Al llegar al vagón de carga y encontrarse con uno de los hombres a los que andaban persiguiendo, cerrándoles el paso y enfrentándose a ellos, Seamus adoptó la estrategia que solía seguir habitualmente: la vía de la intimidación. Llevaba sus queridas pistolas encima y sabía que el idioma que estas hablaban solía ser suficiente para convencer a sus enemigos de comportarse civilizadamente y seguir el camino del diálogo. El irlandés disfrutaba entonces viendo el miedo reflejado en sus caras y decidía cuando y como terminar la conversación. A su manera.

También Alexander decidió querer amedrentar al hombre. El boxeador sabía que muchos combates se ganaban incluso antes de que hubieran comenzado, usando las palabras adecuadas para intimidar al contrario.

Sir Sutton sin embargo adoptó otra estrategia. El noble no era precisamente experto en peleas callejeras, de esas donde los contrincantes se lanzan casi más insultos que puñetazos, pero si en el terreno de la negociación y creyó ver la posibilidad de convencer a su oponente usando este campo. Aunque cierta sonrisa en su cara habría hecho dudar acerca de sus verdaderas intenciones, si alguien la hubiera podido ver en las sombras que dominaban el vagón.

Habitualmente estas estrategias daban buenos resultados. Las personas a las que iban dirigidas amenazas tan claras y bien cimentadas no tardaban en recapitular.

Habitualmente.

En el mismo momento que Seamus hizo un ligero movimiento, el justo para mostrar sus pistolas a aquel hombre, este salió a la carrera a su encuentro, dejando a Alexander y a Anthony con las palabras en la boca. Los tres Rippers no habían esperado una respuesta tan suicida, aunque aquella reacción tampoco les pilló completamente por sorpresa. Todo fue rápido, muy rápido, apenas el tiempo necesario para pestañear. Pero en ese tiempo tenían que decidirse si usar las armas de fuego y hacer un ruido que podría llamar la atención de otros, o utilizar las armas blancas y procurar acabar con ese tipo de una manera más discreta.

Con la chaqueta flotando al aire y la mirada fija en Seamus, el hombre se les echó encima. No llevaba armas visibles, pero, a medida que se acercaba aullando, no se les pasó por alto unas garras demasiado largas para ser humanas.

Cuando Eilish le contestó de manera tan rotunda y clara al estudioso este reaccionó con un pequeño sobresalto del que se recuperó en seguida.

– ¡Oh! Entiendo. Por favor, disculpe si he sido descortés. Debería de haber empezado presentándome y no haber sido tan rudo, interesándome por asuntos ajenos. Mi nombre es Profesor Harris. Milton Harris. Para servirle, señora.

Francis, posiblemente pensando que aún les quedaba bastante viaje para empezar a buscarse un mal rato desde un primer momento, trató de llevar la conversación a otro punto.

– Así es, caballero. – La sonrisa volvió al rostro de su interlocutor –. Hay muchas leyendas alrededor de ese castillo, como la del gaitero solitario o la del niño descabezado. – En ese punto se detuvo un instante, dándose cuenta de repente que ese tipo de historias posiblemente no fueran adecuadas para una dama. Tras unos pocos segundos continuó –. Pero esa en concreto es cierta. El castillo fue edificado sobre un volcán ha tiempo extinguido.

Miró ahora a Eilish y, como queriendo arreglar algo su falta de tacto, habló ahora más para ella.

– Sí tienen tiempo deberían de dedicarle una visita. No se arrepentirán. Por desgracia yo continuo viaje y no me detengo en la capital. Caso contrario habría estado encantado de guiarles personalmente.

- Como quieras - 

En cuanto su rival comenzó a correr, Alexander hizo lo propio acercándose a su contrincante y lanzado sus puños con el, fallando ambos golpes, pero quedando a la espera de volver a lanzar otro golpe.

- McBride, todo suyo, intente no acabar con el, quizás pueda sernos util -

Joder. ¿Por qué las cosas siempre tenían que salirse de madre? Seamus no tenía ninguna gana de verse involucrado en una pelea, pero Eilish tenía esa puñetera manía de querer ayudar a todo hijo de vecino. Y ahí estaba él, en un vagón de equipaje, rodeado de cajas y maletas y metido en una pelea. Espera, ¿qué cojones...? ¿Era cosa suya, o ese tipo acababa de sacar unas uñas...? No, eso eran garras. Como de un puñetero halcón. Y como se las clavara le iba a sacar la piel a tiras. Por supuesto, todo eso le tenía que pillar sin su nuevo y flamante abrigo, porque Dios Todopoderoso parecía demasiado preocupado en ponerle en apuros. ¿Cuando iba a tener algo de suerte? Hacía unas semanas habría pensado que estaba bebido, pero ahora sabía lo que sabía. Es un bicho. Es un puñetero bicho. ¿Es que hay bichos por todas partes?

Echó mano a su revólver, pero se lo pensó mejor. Si se liaba a tiros allí dentro, se plantarían los revisores en un periquete y nadie se iba a creer que ese tipejo era en realidad... ¿qué cojones era? Lo que fuera. Y les sacarían esposados en el primer apeadero en el camino. Y a tomar por culo Edimburgo y la misión. Que oye, una fría celda tampoco era mala opción en vez de tener que ir a ese agujero en el norte...

- McBride, todo suyo, intente no acabar con el, quizás pueda sernos util -

—Claro coño. Lo que tú digas. ¿Qué soy, el chico de los recados? —con un rápido movimiento, sacó la daga de hierro frío de su bota y dejó que centelleara un segundo antes de hacerla girar en el aire contra aquel tipo. Fue un movimiento lento, forzado a propósito para que centrara su atención en la hoja mientras lanzaba una fuerte patada dirigida al vientre de aquel... sí, lo llamaremos bicho.

—Encantado de conocerle Profesor Harris, mi nombre es Francis Douglas— . Dijo con una ligera sonrisa. Cuando su interlocutor se detuvo el joven investigador le animo a continuar—: La historia del gaitero solitario la había escuchado, aunque muy por encima. Sin embargo la del niño descabezado jamas.

>>Una buena historia nos animaría un poco el viaje— , durante unos instantes sus ojos se encontraron con los ojos de Eilish, astutos, duros y analíticos. Tras un momento, Francis se recupero y añadió—: ¿verdad?

El señor Douglas volvió a mirar con detenimiento a su interlocutor. Durante toda la conversación sintió la mirada de la hermosa doctora clavándose en su nuca. Sin lugar a dudas aun tenia mucho que hacer para ganarse su respeto y confianza.

Sutton no pudo evitar soltar un pequeño suspiro al ver que aquel tipo decidía medirse las hechuras con sus dos acompañantes en un terreno tan estrecho. ¿Por qué siempre parecía que la violencia parecía rondar cerca cada vez que este grupo se juntaba?

Pero el suspiro se cortó de una forma muy poco decorosa y se convirtió en una especia de gritito cuando vio aquellas manos que acababan en unas garras muy poco naturales.

Cuando fue capaz de reponerse, observó al ser y empezó a pensar una forma de tratar con él pero justo el tres traqueteó sobre la vía y el pobre Sutton tuvo que dedicar toda su atención en sujetarse para no terminar en el suelo.

La doctora cortó de cuajo cualquier intento de conversación dirigida a los motivos de su viaje. Tenia bien claro que no quería tratar ese tema y dar información de ningún tipo, ni la más mínima, a terceras personas. Ni muchísimo menos a un completo desconocido.

No dijo más. Sólo advirtió con la mirada a su compañero. No conocía aún mucho a Francis y no sabia si este se iría de la lengua. Pero su compañero supo mantenerse al margen y desviar la conversación hacia otros campos.

– ¿Por qué no? – Se dijo Eilish –. Quizás una buena historia nos ayude a amenizar la espera.

Pero los pensamientos de la irlandesa estaban con su hermano y, más que atender al diálogo del profesor, se preguntaba que estarían haciendo y si estarían bien.

El hombre avanzaba a toda velocidad hacia ellos, como un toro embistiendo tras ser excitado con un pañuelo. Pero a diferencia de este, se trataba de una bestia inteligente y, sumando a todo ellos además sus afiladas garras, eso lo convertía en un peligro potencial.

Pero Seamus y Alexander no eran de los que se dejaban amilanar y salieron a su encuentro. La decisión del boxeador fue sencilla. Confiaba en sus puños para un combate como aquel más que en otro tipo de armas, pues bien sabía de lo que eran capaces. El pistolero sin embargo decidió en el último momento no hacer uso de sus dos queridas “escupepólvora” y echó mano del cuchillo. El sonido de un disparo podría ser oído incluso por encima del traqueteo del tren y, si además fallara el tiro, se encontraría en una situación de desventaja cuando el combate llegara al cuerpo a cuerpo.

Por su parte Sir Sutton, viendo la estrechez del pasillo y pensando que en combate quizás fuera más un estorbo, procuró ayudar a sus compañeros de una manera más sutil: Llamando la atención de su contrincante, quizás provocándole para que cometiera un fallo. Pero un brusco e inesperado movimiento del tren hizo que el mismo trastabillara y no pudiera llevar su acción a cabo.

Sin embargo los otros dos Rippers, más ágiles que el noble, no perdieron el equilibrio, manteniéndose firmes cuando llegaron al choque contra aquel ser.

Alexander, quizás el más preparado para ese tipo de peleas, lanzó su temida combinación de golpes con un de rechazo seguido del puño izquierdo. Pero ninguno de los dos golpes llego siquiera a tocar a su enemigo, quien con pasmosa habilidad los vio llegar, esquivándolos sin apenas esfuerzo.
Seamus por su parte aprovechó las fintas de aquel hombre para intentar pillarle descolocado y lanzó una cuchillada con la mano derecha que busco sus intestinos, y para sorpresa del irlandés, solo encontró aire. Aquel contrincante parecía duro de pelar, pero sus habilidades también tenían un límite. Límite que encontró el puño izquierdo del pistolero, impactando en un costado del matón.

El golpe había sido potente y hubiera dejado a muchos otros agonizando de dolor en el suelo, pero aquel hombre solo retrocedió un paso antes de volver a lanzarse al ataque.

Seamus le había amenazado con las pistolas y Seamus había conseguido golpearle. Aquel ser tenía claro a estas alturas quien sería su primera presa. Sorprendido, al no esperar para nada que su puñetazo no surtiera efecto alguno, el irlandés apenas tuvo tiempo de reaccionar, de hacer una finta y alejarse del alcance de las garras de su enemigo. La sensación de estas al introducirse en su costado fue desagradable. Ni frio, ni calor, solo una tremenda punzada que hizo más daño incluso, al separar el atacante sus mortales armas de su cuerpo.

Sintió la sangre fluir y manchar de nuevo su camisa y su primer pensamiento fue para Eilish y como se pondría esta cuando supiera lo que estaba sucediendo a su hermano.

El matón le dedicó una mirada triunfante y llena de sorna. Le había dado una lección a ese metomentodo. O eso creía él.

Al ver la reacción de Francis, mostrando interés por escuchar una historia, el profesor sonrió de oreja a oreja.

– Así que les interesan las leyendas. Entonces disfrutarán de este viaje. Escocia es rica en ellas. No creo que exista un pueblo que no tenga al menos un fantasma en su panteón local. – comenzó a explicarles –. Le interesa saber más acerca del pobre niño descabezado, ¿verdad? Permita que le cuente su historia.

Milton se encontraba como pez en el agua. Había encontrado una audiencia interesada en escuchar sus historias y no había nada con lo que disfrutara más el profesor, que mostrando sus conocimientos a los demás. Se rascó la barbilla como queriendo indicar que meditaba la mejor forma de empezar la historia, o como si estuviera buscando todos los datos que conocía, para exponerlos de la manera más adecuada.

– Veamos. La Black Dinner… Si... Según cuentan, a mediados del siglo XV un clan escocés, el clan de los Douglas, empezó a ganar renombre y poder en el territorio, de tal manera que el rey Jacobo II, quien reinaba por aquel entonces el país, decidió invitar a los jóvenes componentes de tan poderoso clan a visitarle.

El profesor evidentemente no pudo evitar la ocasión para explicarles detalles de la sociedad, economía y geopolítica de Escocia de aquella época. Cosa de poco valor para la historia, pero de mucho para su ego.

– Celebró una gran cena en honor de sus invitados y la sorpresa fue grande cuando les sirvieron una cabeza de toro negro. Deben saber que en aquella época esto era símbolo de la muerte y así fue que los hermanos Douglas no llegaron a ver un nuevo día. Fueron decapitados esa misma noche mientras dormían.

Se paró a mirar las caras de su publicó, disfrutando del momento de atención que creía haber conseguido.

– Uno de los jóvenes pertenecientes al clan y que habían sido invitado, era apenas un niño. Aspecto que no importó a sus verdugos, siendo decapitado con el resto de sus hermanos. Las cabezas no aparecieron nunca, estando desaparecidas hasta el día de hoy. Y hay gente que asegura haber oído claramente los lamentos de un niño en las paredes del castillo de Edimburgo. Incluso alguno jura haber visto al infante sin cabeza flotando en el comedor real donde sirvieron aquella fatídica noche el símbolo de su condena. Y así la conocen algunos, como la Black Dinner.

Llegando a este punto del relato se detuvo. Si esperaba alguna exclamación de agrado por su narración o que le pidieran alguna historia más, no estaba claro.

Aquel matón, con sus rápidos movimientos y su certero ataque, les acababa de demostrar que sabía lo que hacía y los Rippers cambiaron su postura hacia él. Habría que andarse con cuidado con él.

El hombre de las garras por su parte parecía confiado de su victoria. Posiblemente creía estar enfrentándose a gente normal y corriente, y se veía seguro de sus posibilidades, a pesar de la desventaja numérica.

Paso la lengua por los labios, relamiéndose, al sacar sus garras del cuerpo sangrante de Seamus. Paladeaba su victoria y se regocijaba de ella.
Dando por hecho que el pelirrojo no sería ya ningún peligro, dirigió ahora su ataque contra Alexander, pero el boxeador había visto de lo que era capaz aquella criatura y esta vez estaba preparado. Con ágil giro del cuerpo esquivo el letal ataque y las garras del matón alcanzaron en su lugar una caja de madera que estaba allí apilada junto al resto del equipaje, quedándose incrustadas en ella.

Con la respuesta cortante de la doctora y la cháchara del profesor, Niamh no pudo más - Que dejes marchar al hermano tras esos... esos... puedo entender que vaya acompañado, que te has asegurado. Pero... ¡y te quedes aquí! ¡Aguantando a éste! ¡A esto! No sabemos cómo está Seam. ¡Y si te necesita! ¡Y si vuelve a sufrir! - la pequeña se había vuelto completamente histérica - ¡Levanta y ve por él! - se estaba poniendo muy exigente y aprovechaba que Eilish no podía responder para hacerse oír. La irlandesa no sabía cómo colocarse y comenzó a mirar al suelo y al pasillo por donde había salido su hermano de manera intermitente - ¡Que levantes el culo te he dicho! - su voz chillona de repente le sonó exactamente igual que la voz de su hermano y reaccionó incorporándose de manera repentina.

La doctora había dejado hace rato de prestar atención alguna a lo que pudiera contarle el profesor, y su mirada vagaba entre el suelo y la puerta por la que se habían ido sus compañeros. Inicialmente sus mejillas se colorearon para inmediatamente después comenzar a ponerse pálidas, componiendo un gesto de sorpresa y, abriendo mucho los ojos, se incorporó de golpe mientras miraba la puerta. Su corazón estaba acelerado mientras sus manos se quedaban frías. Bien sabía ella que lo que sentía era ansiedad. Una irrefrenable ansiedad de no saber.  

Un instante después fue consciente de que todo había callado a su alrededor mientras la observaban seguramente preguntándose que diantres le acababa de suceder - Discúlpenme, acabo de acordarme de algo de vital interés para mi hermano y mi deber es comunicárselo - dijo mirando a los que se encontraban observándola, y sin esperar respuesta alguna salió del vagón intentando seguir los pasos de su mellizo.  

- Al fin y al cabo es un tren. No pueden haber ido muy lejos... 

Aquel bicho había sido rápido, demasiado para lo que Seamus esperaba. Quizás se había acostumbrado a lidiar durante semanas con simples seres humanos - considerando simple como un eufemismo - o quizás había pensado que era lo suficientemente bueno para esquivar su embate. Pero el puñetero traqueteo del tren le había desestabilizado y había permitido que esas garras abrieran un feo surco en su costado, por no decir de la camisa, que pronto empezó a mancharse de rojo carmesí. El pensamiento Lissie me va a matar empezaba a ser una suerte de mantra en cada combate.

Vio cómo Alexander le pillaba el flanco y pensó que era buen momento para asestar una buena puñalada al tipejo con todas sus fuerzas. Esto funcionaba bien contra todos los bichos, ¿no? Si no, tendría que hacer uso del revólver, y no le hacía ninguna gracia.