Partida Rol por web

La elfa aplaudió la velocidad de Odnan, si llega a ser por ella hubiesen estado todo el día. Así son las llaves... y yo que pensaba que eran una bola redonda. Y era normal porque Hwestadîn nunca había necesitado de una "Llave" para absolutamente nada. Vamos, pues... ¡pero comportaos! dijo echando una mirada asesina al trasgo. Ese diablillo si pudiera se llevaría hasta los dientes. La elfa por su parte estaba intrigada en las historias que seguramente haya escritas en aquella tumba.

Áraman golpeó suavemente la espalda del bardo con su brazo enlatado.

- Buen trabajo Odnan.- La posibilidad de pode rentrar en un sitio semejante ponía en alerta al humano pero a la vez le llenaba de excitación.

Con cierta calma y distancia, algo de lo cuál me hacía característico observé el hallazgo por parte del bardo, la tan ansiada y buscada llave había sido encontrada por él. Sin duda había que admitir que era bastante particular. Con un color y una forma que difiere a la que ya había visto con anterioridad.

- Si se me permite preguntar, ¿qué se supone que abre esta llave? Disculpadme si he estado...ausente. Tenía mucho en qué pensar. 

 Al menos podíamos continuar con nuestro camino. A saber que peligros nos podían aparecer detrás de cada sombra. Solamente en pensar en aquella idea, la posibilidad de su existencia, no era nada grato. Podía compartir el sentimiento de inquietud del elfo. Conocía aquella sensación tan incómoda.

Mi ballesta estaba cargada, lista para ser usada si la situación lo requería. Miré de forma tranquilizadora a Isilöme para darle entender que estaba acompañado de gente de fiar, capaz de enfrentarse a lo que pudiera surgir de la nada.

Más que satisfecho por la explicación de Áraman, un tanto avergonzado de hecho por no haberle dado al humano el beneficio de la duda antes de exponer sus quejas, se disculpó quedamente mientras revisaba sus pensamientos. Esa forma tan inesperada de haber esquivado a la muerte y el entierro del hombre-lagarto parecían haberlo dejado en un extraño estado. Siguió de hecho a la comitiva por el túnel sin pararse a establecer ningún tipo de contacto con la elfa, a pesar de sentirse menos solo ahora que ella estaba cerca, pero sin ser capaz de sobreponerse a ese descalabrado humor que lo acompañaba. Su ánimo oscilaba entre un desapasionamiento mecánico, propio de uno de los artefatos fabricados por su ingeniosa raza, y unas terribles ganas de gritar con todas sus fuerzas, como si de un Zanc cualquiera se tratase. Quizás ni el paso de las décadas ni su firme determinación habían sido suficientes para apagar al gnomo que llevaba dentro, y a estas alturas de su vida era sólo cuestión de tiempo que terminase por ser consciente de ello.

-Bien hecho -dijo, sin demasiada convicción, ante la maña del bardo. Ni siquiera se había agachado para buscar la famosa llave. Sacudió la cabeza. La giró en busca de Grasp, como si esperara encontrárselo a sus espaldas, a punto de clavarle un puñal. Le sonrió a Alainnheïn cuando sus miradas se encontraron. Y, finalmente, reparó dentro de su cabeza en la imagen de ese pequeño objeto que estaban buscando.

-Si alguien se tomó una molestia de tales magnitudes para esconder, podría asumirse que conseguir abrir la cerradura final con la propia llave sería una victoria en toda regla. Se concentró fuertemente para ser capaz de unirse a la situación, y anticipar los peligros que podrían acechar a sus compañeros. Pero quizás lo que se esconde es demasiado importante, y la mente que lo esconde demasiado maquiavélica, así que nadie debería descuidar la guardia. Con su martillo ganchudo preparado esperó al único curso de acción posible.

Desandáis el camino, el cual se os hace más ligero ya que por fin podéis entrar en aquella tumba. Al introducir la llave en la rústica apertura que hace de cerradura una puerta toma forma y se desliza de entre la roca. Ante vuestros ojos tenéis una visión espectacular. La roca tiene tonalidades iridiscentes que se asemejan a la llave y da un aire mágico a toda la estancia. La sala es octogonal, dejando en el centro una pequeña elevación en la que se encuentra una urna, presumiblemente con los restos de la ya mencionada elfa. La escasa decoración exterior de las paredes se ve menguada por diferentes relieves y un fino, a la vez que delicado, ajuar que está cuidadosamente colocado en hornacinas de los muros interiores. Vasijas de plata, piedras preciosas y semipreciosas se amontonan en diminutos cofres tallados por unas manos extraordinarias visible a cualquier ojo.

Por suerte está impoluto, no hay rastro de telarañas ni otros "bichos". Como si la sala hubiera sido colocada allí ayer para vosotros.

La elfa miró el interior, sólo veía plata y oro. Miraba si hubiese un arma* o algo interesante a los ojos de la guardabosques. Quien salió de la tumba para vigilar que todo fuese tranquilo. Su compañero Rauko estaba junto a ella. Hwest permanecía atetna a cualquier actividad que pudiese ocurrir en la estancia...
 

Aquella instancia, era como poco perturbadora para mí. El tiempo no hizo mella, aún a pesar de que ya habían pasado varios centenares de años. No me agradaba que un tesoro compartiera el mismo espacio que los restos de alguien, nunca entró en mis planes "interrumpir" el descanso eterno de los brazos de la muerte.

Fruncí el ceño disgustado, había algo que no me terminaba de convencer, no podía saber a ciencia cierta que era, así que me limité a buscar sin tocar mucho, no vaya a ser que por accidente activara a saber qué. Toda precaución era poca. Una pista, algún símbolo sagrado, unas runas mágicas, cualquier cosa me podría servir para entender lo que se me escapaba. 

¿Qué conexión puede haber entre la enfermdad de aquel entonces con la actual? - Pregunté más para mi mismo que al resto, aunque por ahora era una cuestión cuya respuesta aún ignoraba.

Isilöme continuaba el avance junto al grupo en las profundidades de la cueva manteniendose siempre reservado y alerta... Era mejor estar prevenido ante cualquier cosa que pudiera suceder.

Cuando la llave abrió aquel portal misterioso sus ojos se abrieron para contemplar todo en su interior, realmente no era algo natural todo aquello que se revelaba frente a sus ojos... Finalmente decidió adelantarse revisando minuciosamente la habitación, lo último que quería es tener que lidiar con alguna trampa o que alguno de sus compañeros activaran algún mecanismo.

-Dejadme revisar primero... No queremos que haya alguna sorpresa desagradable, ¿verdad?- Exclamó mientras ingresaba con extrema cautela para cumplir con su tarea.

El irreal espectáculo de la sala que en nada concordaba con el resto de la cueva lo maravilló "Es increíble encontrar tal belleza en un agujero como este".

Isilöme se adelantó como precaución para desarmar cualquier trampa que pudiera estar protegiendo el sepulcro. Esperó a que sus ojos se adaptaran al ligero resplandor de la sala y dió un vistazo a la sala prestando particular atención a los grabados en la pared.

- Claro, faltaría mas.- Contestó a Isilöme. Mientras, el hombre en su armadura, escrutó el interior de aquella magnífica sala. Los grabados, las joyas, todo, en busca de algún significado peculiar en todo aquello. Guardó la daga y desenfundó el espadón, dejándolo caer disimuladamente  cortando el paso del trasgo. No quería que lo estropeara todo lanzándose al pillaje de los tesoros allí encerrados. No le hacía mucha gracia tener que perturbar una tumba, la verdad. Rezó para sus adentros una pequeña plegaria a su Dios para pedirle su protección.

Grasp caminó a retaguardia del grupo mientras deshacían el camino en busca de la misterioso sepulcro élfico. Sus pensamientos iban rebotando en su cabeza como el vacío eco de las pisadas de sus acompañantes entre las angostas paredes de los túneles. Iba algo enfadado aunque no sabia bien porqué, quizá esperaba haber encontrado él la llave, quizá ese grano putrefacto que encontró en el interior del cofre le había recordado a sus parientes y se había puesto melancólico. Aunque desechó pronto esa teoría, la melancolía no era muy común entre las criaturas de su calaña.
Finalmente llegaron frente a la puerta. El sonido metálico que se desprendía de las cerraduras al ser abiertas era algo que siempre le había emocionado. Vio como se abrió la puerta, era un espectáculo: algo que había permanecido tantos años sellado se le revelaba ahora ante sus pequeños y negros ojos, y tras ésta un espectáculo aun mayor. Aquella sala octogonal le ofreció la visión más maravillosa de su vida, quizá demasiado maravillosa. Grasp sabía que los tesoros dentro de una cueva eran algo peligroso: el tintineo de las monedas u otros objetos metálicos atraía a una infinitud de seres salvajes, habitantes del subsuelo que habían aprendido a asociar ese sonido a seres indefensos, lentos y pesados, y que normalmente preferían huir antes que luchar. También otros seres menos salvajes y más codiciosos conocían bien ese sonido.
-Grasp tiene dudas- intentó hacerse oír entre sus compañeros-, el pequeño Grasp recela. Lo que fácil se gana fácil se pierde, oh Grasp sabe esto bien, lo que fácil se gana fácil se pierde...- continuó repitiendo estas palabras en voz baja, como una letanía, mientras veía como el hombre-lata entraba en la sala con el enorme trozo de hierro, como un ratón al que lo observan desde algún lugar cercano al trozo de queso, el gran hombre le pareció ahora muy pequeño.

Encontrarse con algo así no formaba parte de las previsiones de Osfahlt. Ni de nadie más de entre nosotros, estoy convencido... En un principio le invadió la confusión, pero pronto se dio cuenta de que precisamente aquel lugar, tan, tan atractivo por tantas, tantas razones, seguramente era más peligroso que el más siniestro de los pasadizos con que se pudieran topar. Sólo los dioses sabían cuantas toneladas de codicia, soberbia y egoísmo habrían quedado enterradas junto a todo ese tesoro; y las atrocidades que muchos seres estarían dispuestos a cometer por hacerse con un pedazo del mismo.

-Buena idea, Isilöme. No creo que ninguno de nosotros pueda ser tan necio como para pensar que un tesoro de semejantes dimensiones estuviera esperando sin más a ser saqueado.

Mientras el resto de sus compañeros se extendían por la sala, el gnomo se acercó a la zona de pared mas cercana y enterró los dedos de una de sus manos en el contenido de uno de los cofres de forma distraída. Pensaba en qué significado concreto podría tener aquel procedimiento funerario, y qué relación podría guardar con las bestias que se habían ido encontrado desde su salida de Shamfh. ¿Tan poca protección para un lugar tan valioso? Yacer soterrada junto a lo que en vida fueran sus riquezas no era sino una forma segura de que su tumba fuese el objetivo de mil y un buscavidas de poca monta y menos escrúpulos. ¿Se supone que esos somos nosotros?

Por un momento se preguntó qué estaba haciendo allí abajo y quiénes eran las personas que lo acompañaban.

Parece que la codicia se apodera de la adusta elfa que no duda en acercarse al pedestal donde descansan las que fueran las armas de la difunta. Si bien era algo que se podía esperar del trasgo, que aunque comedido sus ojos emanaban el ansia por poseer aquellas fortunas.

Para vuestra sorpresa la elfa es interrumpida por una voz que resuena en toda la sala y que se dirige a vosotros. - Vaya, no sólo perturbáis mi descanso si no que también intentáis llevaros mis cosas... No sé como habéis conseguido esquivar a las arañas, pero no os váis a salir con la vuestra. ¡Dejad eso donde estaba!

Áraman miró con desaprobación a la elfa. Al parecer había errado el objetivo de sus recelos. Estaba claro que a su querido "Filo Lunar" tenía que haberlo puesto delante de Hwestadin. Ahora era demasiado tarde, ya estaban metidos en un buen lío, estaba seguro. Se ajustó el yelmo y decidió que fueran otros, más duchos en la oratoria, quienes hablaran. Él simplemente puso el cuerpo en tensión, en guardia.

La elfa miró extrañada hacia la bóveda de la cueva. No dio importancia al hecho que había sido ella la causante del tema. ¡Grasp codicioso trasgo! Suelta el oro... tras unos segundos de silencio y recibir las miradas de desaprobación de todos sus compañeros comenzó a excusarse. No sé porque es tan egoísta. Todos estamos compuesto de la misma materia 1*. Los bienes son repulsivos para la naturaleza 2*... Vamos... tras ver que sus compañeros siguen sin aprobar su actitud deja el arco y termina diciendo ¿Dónde está el humor de los humanos que tanto e oído hablar? Sólo quería ver lo gran luchadora que había sido Milandree. No me lo iba a llevar... Igual tocando el arco obtenía su sabiduría 3*, es lo único que me interesa. El conocimiento. Argh! Desde luego... Hwestadîn se acaba arrodillando, depositando de forma ceremonial el arco. Reza una plegaria y sale de la tumba. 

Sacudió la cabeza ante la necedad de Hwestadîn "no puedo creer que un elfa estirada haya hecho tan bochornoso espectáculo, a fin de cuentas es una montaraz, como alguna vez lo fui yo..."

Haciendo una profunda reverencia ingresó en el recinto y en un tono de voz sumamente respetuoso pero firme se dirigió a la etérea interlocutora: "Perdonad señora que perturbemos vuestro descanso, pero como ha afirmado mi compañera hemos venido en busca de conocimiento. No sé si desde donde reposas lo habrás notado pero el bosque que tanto amas y que en su momento protegiste a toda costa se ve aquejado por una horrible y misteriosa enfermedad. Es por eso que tu hermana elfa nos ha convocado y es por eso que arriesgaron sus vidas ante las arañas, nos hemos comprometido en proteger este bosque y librarlo del mal que lo ha cobijado, es por eso que suplico que perdones nuestra insolencia al perturbar tu descanso y clamo por tu ayuda en nuestro propósito."

Cayó esperando que sus palabras bastaren para aplacar el ofendido espíritu.

Cuando estababa a punto de abrir la boca para interceder en favor de su compañera, el brillante discurso de Odnan comenzó a sonar en la sala. Sin duda el bardo tenía un don de las palabras. Y aunque ya sólo quedaba esperar que la inadvertida ofensa de Hwestadîn fuera perdonada sin represalias de ningún tipo, el gnomo se sintió compelido a añadir una puntilla a lo escuchado por la moradora de aquella tumba.

-A lo pronunciado por mi sabio compañero me gustaría añadir solamente, valiente guerrera, que la mujer que ha puesto las manos sobre tu arco no posee sentimiento de codicia alguno, ni ninguna otra intención más allá de contribuir a sanar estos bosque que rodean tu descanso eterno, como seguramente tú misma hiciste en vida. Reparando de pronto en la actitud generalizada del grupo, recelosa y presta para el combate, prosiguió hablando. Si nos ves armados y escondidos tras un velo de desconfianza es porque en nuestro camino hemos sido emboscados por enemigos poderosos. Algunos de nosotros no pudieron llegar hasta aquí para darte fe de ello, pero el resto sólo deseamos tu beneplácito. Y terminó su intervención mientras dejaba en el suelo su martillo ganchudo, su ballesta y escudo. Como muestra personal de humildad, pongo a tu disposición todo lo que me convierte en un guerrero. Porque lo único que necesitamos, tanto yo como estoas otras almas que se hallan ahora en tus dominios, para lograr nuestro propósito, son súplicas y agradecimientos a tu persona.