Partida Rol por web

Karinna sonrió y asintió con la cabeza, sin mostrarse sorprendida con la llegada de la pareja.

-Murciélagos- bajó la mirada con una sonrisa que no auguraba nada bueno, sin hacer tampoco ningún ademán de echar a Edward de debajo de su capa, aunque sí se incorporó, dejando atrás la prenda- Voy a buscar a Keira, no vaya a ser que se haya ahogado y estemos aquí cantando- dijo mirando a Edward y al anciano- No os metáis en líos. 

Se estiró saliendo definitivamente del círculo de luz que desprendía la hoguera y que desde luego no era la dirección en la que Keira se había ido. La conversación había sido más reveladora de lo que esperaba y no tenía tiempo que perder.

Caminó a paso rápido en la oscuridad pero, al igual que sus compañeros antes que ella, podía orientarse bastante bien sin matarse por el camino. Si encontraba el río que sin duda Eskjö y Lidia habían encontrado lo seguiría hasta la playa y allí rodearía la costa hasta encontrar el lugar donde habían desembarcado.

Algo mareada y pálida, me siento frente a la hoguera, intentando templarme un poco. 

— Deberíamos hacer guardia. Yo me ofrezco para una de ellas. ¿Queréis empezar alguno o lo hago yo?— pregunto.

Esto cada vez me da peor espina. Además, está visto que hoy no voy a recibir ninguna ayuda de mis dioses si no todo lo contrario. El Capitán no es el único que nos está sometiendo a pruebas y tengo la impresión de que esto no va a acabar bien haga lo que haga. 

- Tenéis razón, debería estar durmiendo. - Dice el anciano con una sonrisa cansada. - Y ahora que estáis aquí, puedo dejar de hacer compañía a la parejita...

Mientras Karinna se levanta para ir tras Keira, el viejo vuelve a la cabaña, cerrando de nuevo la puerta tras de sí. Pero esta vez escucháis una pesada tranca caer al otro lado de la puerta. Eskjö empieza a roncar ligeramente, movido por el cansancio. A Lidia le empiezan a pesar los párpados en la "cómoda" posición que ha cogido. Finalmente, la ussura desaparece en la oscuridad.
 

Con la luz de la luna y considerándose que estáis en una especie de planicie, no te resulta difícil seguir el camino por donde fueron el nórdico y la joven. Encuentras el riachuelo, sí, y empiezas a seguirlo. Llega un momento que la cobertura de los árboles dificulta tu avance, pero consigues guiarte por el sonido del agua, no sin tropezar alguna que otra vez con una piedra o una raíz.

Después de un largo rato de caminar, llegas al acantilado por el que pasasteis poco antes del atardecer. Empiezas a sentir el cansancio de toda la jornada, y todavía queda un largo trecho.

Pese al cansancio de un día interminable Karinna siguió fiel a su naturaleza al no dar su brazo a torcer ni por el sueño ni por el acantilado. ¿Habían recogido la cuerda?Le daba igual y continuo su camino bordeando el acantilado para encontrar una zona más accesible para empezar su descenso.

No recuerdas haber recogido la cuerda... Así que debería estar por algún lugar de la zona... Pero con toda esa oscuridad parecía imposible. Para rodear el acantilado, solo tienes dos opciones, si el paisaje no ha cambiado desde esta mañana (Cosa que, vistos los sucesos acaecidos durante la jornada, tampoco te resultaría tan extraño). O vuelves a remontar el río y bordeas la montaña, o sigues el acantilado hasta quedar por encima de la playa. Aunque aquella pared no te parecía menos escarpada que esta...

Edward se había quedado estupefacto por lo que había pasado en un solo momento. Karinna, con la que estaba entablando una relación algo mejor que antes, se había ido, y ahora Lydia y Eskjö estaba ahí. El anciano parecía haberse ido, y Clady había vuelto.

-La próxima vez avisar, le estábamos sacando cosas interesantes al anciano -dijo Edward a los demás- y sí, deberíamos hacer guardia, aunque al gigantón no le pienso despertar. Si pasa algo en mi guardia, tenedlo claro, al igual que no pienso retrasarme por su "yo me duermo, ale" -dijo el joven. Tenía muy claro cuales eran sus motivos, y no se arriesgaría por nadie, de eso estaba seguro.

Entre sollozos y lágrimas, Keira perdió la noción del tiempo. Había escondido la cabeza entre sus rodillas y tapado las orejas con sus manos, con el vano intento de que aquella odiosa voz dejara de susurrarle al oído. No... No quería permitirlo. Mi padre me quiere, joder... Él no haría nada de todo eso... 

Poco a poco empezó a arrastrar aquellos sentimientos y buscando en su interior encontró la voz de Blake.

- Mira, Keira... Esa estrella es como tú - . Le había dicho una noche como aquella. La joven levantó la mirada y entre las lágrimas vio brillar aquella pequeña estrella. - Cuando te sientas mal, búscala... - 

Una sonrisa triste y sesgada se perfiló en los labios de la joven. Recordaba que aquella noche miró a su padre como si estuviera borracho. Pero ahora, al mirar la estrella, sintió como recuperaba nuevamente las fuerzas. Podían decir lo que quisieran, pero Blake Lemacks la quería y no haría nada por dañarla. Padre, sé que confías en mi... 

Suspiró y secó las lágrimas con las yemas de los dedos. Su piel estaba fría debido al aire nocturno. Ya había pasado un rato desde que se había internado entre los árboles, pero no deseaba regresar y tener que volver a enfrentarse a las miradas escrutadoras de sus compañeros. Abrazó sus propias piernas y apoyó la barbilla, sin dejar de mirar las estrellas y escuchando el lejano ulular de las aves nocturnas. 

- eh- se quedó algo descolgada de la conversación - pero si avisamos, dijimos que iríamos a limpiar la herida que el vie... digo, el señor le hizo - levantó una ceja, cruzada de brazos, y escuchó el resto de la reprimenda de Edward, más encima era en contra de  Eskjo y  se la lanzaba a ella, Lidia ladeo su cabeza mirando al chico, en verdad no comprendía.

- ¿y por qué me sueltas a mi esa  bordería? - refunfuñó, y llevó sus dedos a sus labios - yo no soy la que duermo, si quieres le despiertas y le dices al señor buena durmiente, porque no soy mensajera de nadie - rodó los ojos y miró hacia la cabaña del viejo.

- shs...-chasqueo la lengua- nos tiene desconfianza - murmuró, y sus ojos se cerraron - luego de que hagas guardia, me despiertas, yo tomaré el siguiente  turno, y no te preocupes, no te dejaré atrás su algo pasa, aunque no te salvaré de los mosquitos - lo miró a los ojos con esa sonrisa burlesca, pero luego siguió mirando la cabaña, acariciando su barbilla.

Miro a Edward que parece haber estallado al fin. La situación es tensa y hasta los más tranquilos acaban saltando. 

— Lo siento, me encontré mal y me alejé para vomitar. Estaba más atenta a llegar hasta aquí a pesar del mareo que a las conversaciones— explico. — Me siento bastante despejada, si queréis empiezo yo con la guardia. Tal vez os venga bien descansar, parecéis tensos. 

Cojo un pedazo de madera y me dedico a tallarla en silencio. 

Continuó el camino que seguía pese a que la pared seguía pareciendo tan escarpada como el resto puesto que no todo era lo que parecía y la oscuridad era engañosa.

¿Y si vuelvo y bordeo la montaña?

Se detuvo a medio camino considerando la idea. El resto seguramente descansaría o algo similar que le daría tiempo.

Venga vale.

Se dio la vuelta hacia el río decidida a aprovechar al máximo el tiempo que le restaba.

Vuelves sobre tus pasos y empiezas un largo camino, dando la vuelta a la enorme montaña que ocupa el centro de la isla. Primero sigues el río hasta llegar a la loma, pero después debes guiarte por tu instinto y por la poca luz que se cuela entre los árboles.

Todavía no ha amanecido cuando el cansancio va haciendo mella en ti. No solo tienes los pies destrozados tras caminar y caminar, pues apenas te has detenido desde ese mismo amanecer, sino que empiezas a notar que estas perdida. Todavía tienes la enorme sombra de la montaña como referencia, pero dirías que das más vueltas de las necesarias.

Apretó los dientes y sacudió la cabeza intentando razonar la dirección en la que se movía... aunque más que el razonamiento lo que podía era la testarudez ussura, obligándose a dar siempre un paso más, intentando pese al agotamiento poner más atención al entorno, hacia su camino.

Debe ser la testarudez, la salida del sol, o que por fin hueles la brisa del mar, porque consigues aguantar, aunque tus ojos están enrojecidos, tienes callos en los pies y debes oler como si no te hubieras lavado en semanas. Finalmente vislumbras la playa y te acercas hasta ella. No debe estar muy lejos del pequeño muelle donde os dejó el barco. ¿Andará el tigre aquél por aquí?

Tus pies se quedan a apenas unos metros del mar, que lame con suaves olas la brillante arena. ¿Y ahora?