Partida Rol por web

Maggie sale de las filas, con un ¡Sí, señora! y se dirige al saco. De camino mueve el cuello y estira un poco los brazos, para no pegar en frío.

Es un buen saco de entrenamiento, mucho menos gastado que el de su gimnasio. Maggie sube los puños, amaga un par de veces y tira un crochet con precaución.

(... la noche anterior)
Poco antes de apagar las luces, Maggie estaba echada en la cama cuando se acordó de algo. Cogió papel y lápiz y, con su mejor letra empezó a escribir:
"Querido Frankie.
Ya he empezado la instrucción básica. La verdad es que empiezo a tener buenas vibraciones pero, ¡hay tanto qué hacer y que aprender! Por suerte, la mayor parte es física, y en eso no tengo demasiados problemas, pero estudiar... ya ni me acordaba de pasar exámenes y todo eso. Lo que peor llevo es tener que referirme a mí misma en tercera persona, no me veo refiriéndome a mí misma como "esta recluta". Pero ya he empezado a hacer amigas y a experimentar eso que llaman "esprit de corps". A ver si vienes a verme algún fin de semana, ya te diré cuándo se pueden recibir visitas.
Un beso, Maggie."

Fue el golpe perfecto.

Ni siquiera la buena posición de Kendrik y su primera parada pudieron evitar no comerse una clarísima finta, que sirvió a Fendrew un golpe directo a la cabeza. Un golpe que hizo caer de culo a Kendrik, y le hubiera hecho ver estrellitas si no llevara el casco. A decir verdad, se sentía algo mareado.

Los muchachos comenzaron a corear a Fendrew, y el sargento Cobb sentenció:

-Bien hecho.

En la siguiente parte del entrenamiento, Cobb les enseñó como atacar a un blanco con la bayoneta, y rematarlo. Era algo desusado, quizá propio de otro tiempo, pero los generales decían que nada mejor para inculcar el espíritu guerrero y las ganas de matar. Les dieron un fusil descargado y les enseñaron a montar la bayoneta, ponerse en guardia y realizar ataques y defensas básicas.

Luego, Warren pidió un voluntario, o más bien lo escogió a dedo, para que fuera el primero en probar la carga contra el maniquí.

Warren miró a Kacynsky, severo.

-Ataque al enemigo con su bayoneta, recluta. ¡Sin piedad! ¡Quiero oirle gritar como un jodido hombre, y no como una maricona!

Señaló el monigote.

-¡Acabe con ese cabrón, cargue!

James calza la bayoneta durante la instrucción y sigue las indicaciones de los movimientos, pero todo eso le resulta bastante difícil, ademas de que le parece demás anticuado – mierda, si llego a estar en combate alguna vez me van a freír el culo antes de que pueda sacar esta cosa del bolsillo – piensa mientras pone calza la bayoneta, siguiendo las indicaciones del instructor.

Sin embargo, aquello no termina ahí para él. Como si el instructor hubiera leído su mente en ese momento y buscara aquella oportunidad para vengarse y dejarle en ridículo por aquel pensamiento, le ordena calzar la bayoneta y correr hacia aquel monigote.

James se para, al grito de - ¡Señor, si Señor! - mientras calza la bayoneta. Toma el arma con fuerza, algo de aire, y corre hacia aquel monigote lanzando un grito que le raspa la garganta. Grita como nunca lo a hecho en su vida, y se siente muy estúpido mientras lo hace y corre en dirección al monigote, con la bayoneta apuntando al frente.

La respuesta de Frankie tardaría en llegar, si es que el viejo se dignaba a responder. No era muy de escribir cartas, y prefería decir aquellas cosas en persona y de viva voz. Sea como fuere, el mundo no se detuvo por aquello. Es más, continuó de manera despiadada. Como decía la sargento, tan solo eran unas semanas de entrenamiento, unas horas al día. Pero podían estirar tanto aquellas jodidas horas...

Las clases teóricas siguieron, y aprendieron nuevos protocolos de los marines. Al parecer, el grueso de la parte técnica la aprenderían en algo llamado Escuela de Infantería, donde pasarían 6 meses después de graduarse. Aquello solo era una criba, una jodida y durísima criba en la que muchos comenzaban a abandonar.

Aquel día, les tocaba practicar derribos y proyecciones en lucha cuerpo a cuerpo. Las chicas formaban un corro, y veían como Martha se desgañitaba para intentar derribar a su compañera, una negra enorme con malas pulgas y modales de camionera, que no estaba dispuesta a dejarse tumbar como parte del ejercicio. Las sargentos callaron, fomentando la pelea momentánea para generar entre las reclutas un mayor grado de competitividad.

Martha terminó por el suelo y con una patilla de las gafas partida. Se retiró como pudo hasta las demás, mientras la negra se reía y miraba al resto desafiante. Entonces, la sargento habló.

-Tenéis que adaptaros, que improvisar, que vencer. En los marines no hay segundo puesto, ni medalla de plata para el perdedor. No hay torre lo suficientemente alta, desafío lo suficientemente grande o entrenamiento lo bastante duro.

Las miró, como desafiándolas.

-¿Ninguna va a tener los ovarios suficientes como para venir aquí y darle una paliza a vuestro enemigo? ¿O es que teméis estropearos la jodida manicura?

La carga de Kacynzski a trote regular no consigue horadar al muñeco de un bayonetazo, apenas darle un pinchazo fuerte. El muñeco se mece hacia alante y hacia atrás, alternativamente. Warren monta en cólera como si fuera el puto sargento Hartman de la Chaqueta Metálica.

-¡Me cago en la puta! ¿Es que no tienes cojones, recluta? ¿Que puta mierda de carga es esa? ¡No habrías matado ni a una puta vieja cargando con un hacha al otro lado de la puta calle, con la señora andando en un jodido tacatá!

Señaló de nuevo la cola.

-¡Ponte detrás del guión y carga después de él otra vez, joder!

Miró a Jackson, cruzando los brazos.

-No me decepciones, recluta. ¡Carga!

- ¡Señor, Si señor! - es lo único que responde ante el “regaño” de su intructor, aunque sin sentirse mas estúpido por el resultado de lo que se había sentido antes, corriendo con una bayoneta hacia un maniquí, que si hubiera sido un enemigo le habría llenado el pecho de balas mientras estallaba en risa ante tan ridículo espectáculo.

Inmediatamente, y sin perder tiempo, intentando evitar ganarse una tanda de sentadillas gratis, fue corriendo a la fila, siguiendo las ordenes del Warren.

Maggie sabía perfectamente que se iba a meter en un lío pero, ¡qué coño!, Martha era su amiga y había que enviar los mensajes adecuados a todas las compañeras.

Señora, permiso para hablar, dijo. Una vez obtenido, continuó, en tono formal y estirado: Cumpliendo con lo establecido en el reglamento de la Comisión de Boxeo de los EEUU, es el deber de esta recluta informar que se la debe considerar como boxeadora profesional a efectos de participación en cuaquier combate no amparado por las reglas de la Comisión.

Y, con una sonrisa de oreja a oreja, acabó con un deje zumbón: Y sí, señora, tengo lo que hay que tener para intercambiar experiencias con esa compañera.

"- Mierda - pienso en cuanto escucho mi nombre" Ya es jodido aguantar a los sombreros gritándote hasta por cagar en posición no reglamentaria; pero que te otorguen una banderita y te conviertan en el recluta gilipollas de los que todos los demás tienen que aprender acaba de ponerle la guinda al asunto. Era cuestión de tiempo que me tocara. Y justamente ha sido en la instrucción de ataque con bayoneta...

"- Menudo montón de basura. ¿Una bayoneta? Joder, y por qué no nos dan un caballo y un escudo también. Esos putos generales que creen que  no hay nada mejor para inculcar el espíritu guerrero y las ganas de matar deben darle a la botella, porque eso no se lo creen ni sus abuelas." - sigo pensando mientras me pongo firme y suelto un sonoro "¡Señor, sí señor!"

"-He visto negros de Harlem untados en coca hasta las cejas que serían más peligrosos peleando a mordiscos que cualquiera de nosotros con esta mierdecilla de cuchillo para despellejar gatos - pienso mientras coloco el fusil en posición y procedo a calar la bayoneta."

Miro fijamente al "sombrero" y luego al monigote reglamentario para las prácticas de asalto y ataque cuerpo a cuerpo.  No es el momento de cagarla. Me concentro y busco motivación pensando en las putas palabras que soltó aquel eunuco racista. "Porque son una raza inferior" - dijo el hijo de perra. Se me tuerce el gesto al contemplar el monigote ahí enmedio, imginando la cara de paleto de aquel recluta. Lo veo ahí delante, con su sonrisa estúpida, vestido con su traje de los domingos del ku klux klan, soltando gilipolleces de paleto sureño.

Me lanzo a la carrera, tratando de compensar el movimiento mientras sotengo con firmeza el fusil, apuntando hacia el paleto. Grito. Joder, grito como si quisiera dejar sordo a ese puto cabrón de "sombrero" mientras recorro con rapidez la distancia que me separa del monigote. No pestañeo. No respiro. Solamente grito hasta desgañitarme mientras siento la adrenalina saliendo por los poros de mi piel. Lanzo la bayoneta hacia adelante y acompaño el fusil con el cuerpo, empujando con todo, clavándola en el pecho del paleto. Siento como la hoja entra, venciendo la resitencia y atravesándole el puto corazón. Lo mato. Lo mato, por hijo de puta. Lo mataría cien veces a él y a toda su jodida familia de paletos cabrones.

Jackson clavó con ahínco la bayoneta en el maniquí, y se apartó para que cargara el siguiente. Warren miró con rostro severo a Kaczynski, de nuevo.

-¡Carga otra vez, y hazlo bien, joder!

La sargento rió de buena gana. Quizá tenía razón, pero no debía parecer que se la daba.

-Menos lobos.

Señaló con el mentón a la negra.

-Toda tuya.

La interpelada sonrío con una dentadura amplia y bien definida, de marcado color blanco. Le indicó con una mano que se acercara, antes de crujirse los nudillos.

-Ven aquí, blanquita.

- ¡Señor, si señor! - vuelve a contestar, de manera mecánica, como si fuera un robot. Mira fijamente el monigote, sabe que no puede fallar, de lo contrario solo dios sabe que castigo le dará Warren. Aprieta el fusil con fuerza, apuntando con la bayoneta hacia delante, mientras toma aire antes de salir corriendo a toda prisa, sin soltar el fusil, y gritando aun mas fuerte que antes, sintiendo como aquel grito le desgarra la garganta hasta el punto de casi quebrarse su voz, hacia aquel monigote.

Maggie se acercó a una distancia prudencial antes de ponerse en guardia, levantando los puños, y empezando a mover las piernas para coger ritmo. La otra tenía mucha más masa (como poco era una peso pesado), pero eso era tanto una ventaja como un inconveniente.

Fintó un par de veces para ver hacia qué lado favorecía su defensa y, decidiendo que más valía no arriesgarse a recibir un guantazo temprano, esperó a que la otra dejara una abertura y le largó un derechazo al hígado.

Warren negó con la cabeza.

-No pincharías ni una aceituna de dos metros con una espada de a dos manos. Eres patético, chaval. ¡Vuelve a la puta fila!

Algunos compañeros rieron, pero la verdad es que muchos tuvieron que tragarse las risas cuando comprobaron que dar al puto monigote no era tan sencillo como parecía.

- ¡Señor! - es lo único que dice, mas a modo de disculpa que otra cosa, mientras toma el arma con fuerza y vuelve corriendo a toda prisa hacia la fila, aliviándose por dentro de haberla sacado tan barata. Pies ya se veía limpiando las letrinas a la mañana siguiente, aunque sabe que todavía es demasiado temprano como para cantar victoria al respecto.

El entrenamiento prosiguió durante semanas, machacándoles en el físico y el combate cuerpo a cuerpo. Aprendieron golpes, proyecciones y derribos, y los sargentos se cercioraron de que todos ellos fueran capaces de lanzar al suelo a los demás reclutas como si fueran un saco de patatas, o realizar un desarme básico contra un sujeto armado con una pistola.

Comenzaron entonces las prácticas de tiro, que eran un verdadero alivio para ellos. El sargento Cobb les enseñó los tres modos de fuego de un fusil de asalto: monotiro, ráfaga de tres y automático. Se les llevó a un campo de tiro, donde habían unas dianas a unos ciento y pico metros. Se les pidió que dispararan en los tres modos de fuego y en las tres posiciones: de pie, agachados/sentados y tumbados.

Se dió órdenes estrictas de no volverse hacia atrás con un arma cargada, ni aun con el seguro puesto. Se debía quitar el cargador y la bala de la recámara al final del ejercicio. Si tenían algún problema, debían dar una voz al sargento más cercano.

Fue el comienzo de una lucha titánica.

Maggie fintó, pero la negra se le echaba encima. Terminaron abrazadas, con la mole de carne negra intentando derribarla mientras ella dió un golpe en sus costillas, que no había dado en el hígado porque la "víctima" se revolvía. Aquello no era boxeo, era lucha libre. Si no se andaba con cuidado, la tiraría al suelo o algo peor.

Sus compañeras las jaleaban, emocionadas. Parecía mentira, pero ya fuera porque todas llevaban una pequeña psicópata dentro, o porque el entrenamiento estaba obrando milagros, ya tenían sed de sangre. Pronto se convertirían en marines.