Partida Rol por web

Siempre nos quedará Paris

1. En guerra - Dominique Durreaux

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29/11/2012, 13:23
Master

No lo visteis venir, pero es que a veces, cuando más cerca está menos se ve, tu hermano Joseph se alistó en el ejército, seguramente llevado por el sentir patriótico y por las historias de tu abuelo y padre, el pequeño (y dos años mayor que tú) aventurándose en una peligrosa hazaña.

Para poner más tensión en casa aún, Pierre, sintiéndose responsable y para cuidar de él se alistó también, la casa estaba casi vacía, todas esas bromas que te gastaban.. Ahora el rostro de tus padres estaba más sombrío aún si cabe.

Los destinaron a la línea Maginot, las colosales defensas al este del país, todos decían que aguantarían, se preparaba otra lenta guerra de desgaste, de barro, de avanzar unos metros más aquí o más allá…

Tu padre trabaja en una pequeña revista de la ciudad, y folletos de publicidad y cosas así, tu madre es una respetada enfermera en uno de los hospitales más importantes de la ciudad.

Estamos en los primeros días de Mayo de 1940, Francia está en guerra, pero todo el mundo parece haberlo olvidado, no hay muertes, no hay ataques, nadie da el primer paso.

Te despiertas en tu habitación, a tu olfato llega el olor del desayuno que prepara tu madre abajo en la cocina, tu madre trabaja a turnos y no sabes exactamente que turno tiene hoy, tu padre a estas horas ya debe de estar trabajando.

Notas de juego

Fuente portada: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Maginot_line_1.jpg 

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02/12/2012, 15:40
Dominique Durreaux

Sin abrir los ojos siquiera, estiré el brazo y acallé de un manotazo las insistentes campanadas del reloj despertador que yacía a un lado de mi cama. Luego, me arropé bajo las mantas hasta la cabeza. Un acto infantil que intentaba alejar los fantasmas, como cuando era niña. Despertarme nunca había sido un problema, de hecho era la primera en levantarme y preparar el desayuno… hasta ahora.

Desde que Joseph y Pierre se alistaron en el ejército, abrir los ojos a un nuevo día fue una auténtica proeza. Me costaba dormirme, me costaba despertarme, y  lo que antes había sido un pequeño placer ahora era un enorme incordio. Y todo se resumía a dos palabras. Solo dos palabras: Ligne Maginot. Allá, en el este, se encontraban mis hermanos, lejos, muy lejos de casa. Recibíamos noticias de ellos casi a diario, nada ocurría, mera rutina, pero nada de eso era suficiente para aplacar la tensión que reinaba en nuestro hogar. En ocasiones, mientras leía el periódico, mi padre recordaba los duros y larguísimos meses vividos en Verdún —Muerte, sangre en un infierno de lodo— y sus  dedos rozaban una pierna, la derecha, la ausente. Ahora, un complicado mecanismo de corcho, aluminio y cuero sustituía su pierna perdida, pierna con la cual había contribuido al éxito aliado, como muchos otros compatriotas muertos o mutilados en la Gran Guerra. Al contemplar su lúgubre expresión, sus dedos crispados sobre el periódico, su mirada febril escarbando con ansia creciente entre las noticias, tenía la certeza de que él hubiera preferido entregar la otra pierna, un brazo o incluso su vida antes que enviar a sus hijos al infierno de sus recuerdos.

Me agité bajo las mantas, incómoda. Entonces, un dulce aroma inundó mis fosas nasales y me obligó a abrir los ojos mientras un tenue haz de luz serpenteaba sobre el sutil entramado de la cortina y llegaba hasta mí, como una suave caricia. Nadie como mi madre para hornear un crujiente croissant, ni el mejor pastelero francés la superaba en eso. Nacida y criada en Polonia, había llegado a París atraída por el delicado sabor de un croissant, y era su marca de ciudadanía. Mi padre siempre bromeaba al respecto: decía que a aquella férrea e indómita polaca no la había enamorado él, sino una pieza de bollería. Me incorporé, me vestí rápidamente y eché a andar escaleras abajo, atraída por aquel irresistible aroma. Casi sonreí, por primera vez en muchos días. Quizá, como mi madre, no me enamoraría de un hombre sino de un aroma o un sabor…

Afuera, el canto de los pájaros auguraba un día despejado, fresco y apacible, y París se desperezaba con su indolente alegría citadina. La guerra quedaba muy lejos, el mundo quedaba muy lejos… Una ilusoria paz y seguridad abrigaba el  ánimo de muchos de mis vecinos.

Puertas adentro, en mi hogar, el clima era muy distinto. Sin embargo, olía como en el paraíso. O como debía oler el paraíso.

Mi paraíso.

—Bonjour, maman

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03/12/2012, 18:29
Rebeca Szujski

Con aquellos pensamientos ensoñadores sobre enamorarse de un aroma o un sabor como bromeaba que le había ocurrido a tu padre bajaste por las escaleras, tus ágiles pies apenas descargaban su peso sobre los escalones de madera, en un gesto repetido día tras día.

Al abrir la puerta de la cocina el olor a Croissant recién horneado se hizo más intenso, era una cocina sencilla pero en buen estado, la vida no permitía de muchos caprichos, pero nunca os faltó de nada, tus dos padres eran trabajadores, podías considerarte afortunada de que nunca te faltó de nada.

Bonjour – Respondió tu madre, sacó un par de esas delicias depositándolas en un plato junto a la jarra de leche, entonces hizo un pequeño gesto, te miró y miró a una parte de la mesa.

Cuando seguiste los ojos de tu madre viste lo que allí había, el sobre era inconfundible, una nueva carta de tus hermanos, escribían a diario, y a diario esperabas sus noticias - ¿A qué esperas para abrirla, me gusta que la leas en voz alta? – Tu padre se iba antes de que llegara el cartero, luego la querría leer él, pero a ti te concedían el regalo de ser la primera en leer sus palabras.

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04/12/2012, 15:23
Dominique Durreaux

Mis ojos siguieron el derrotero de los de mi madre y, allí, sobre la mesa, un sobre. El sobre. Porque ninguna otra entrega del cartero era más importante que esta. Presta, me senté ocupando mi sitio junto a la mesa y acaricié el sobre deslizando mis dedos sobre las prolijas letras que lo adornaban reconociendo cada detalle de la caligrafía de uno de mis hermanos. Mientras tanto, mi madre me ofrecía el abrecartas que, desde la partida de mis hermanos, había obtenido por mérito propio un lugar en la cocina. Muy lentamente, como para extender lo máximo posible aquel momento previo a la lectura, hice un preciso y muy prolijo corte lateral. Y muy lentamente también, extraje los pliegos de papel y los extendí.

Alcé la vista hacia mi madre en un fugaz instante de complicidad y sonreí. Luego, sin más dilación, me dispuse a leer el contenido de la misma. Un leve carraspeo para aclarar la voz y…

Notas de juego

Doy por hecho que no es un sobre oficial y que Dominique identifica lo escrito fuera del sobre como de puño y letra de uno de sus hermanos, aunque no aclaré de cuál de ellos. Si no es así, tendré que editar el posteo.

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10/12/2012, 18:30
Joseph Durreaux

Era una carta breve, ya habías leído unas cuantas de tus hermanos, normalmente se alternaban, una vez respondía uno y a la siguiente el otro, esta era del menor de ellos.

Queridos mamá, papá y hermanita:

Gracias por el queso que nos mandasteis, pudimos disfrutar de él, lo que nos dejaron los compañeros, aunque yo también les birlo todo lo que puedo así que una cosa por otra.

Pierre y yo estamos bien, como siempre es aburrido estar aquí, aunque por suerte ya pasaron los días de frío y parece que se avecinan días de buen tiempo, corren rumores de que se están acumulando tropas del ejército cercano cerca de la frontera, quizás alguna maniobra, esta guerra le está costando mucho dinero al país y aquí no hacemos nada de provecho, ojalá la diplomacia funcione y pueda volver pronto a casa.

Os echamos de menos a todos:
Joseph

Bueno, no mucho pero siempre era agradable saber que seguían bien, notaste como tu madre expulsaba el aire, como si hubiese estado en tensión y ahora se relajara.

- Vamos, desayuna, se te va a enfriar... Por cierto, me he enterado que están buscando enfermeras auxiliares en el hospital, no pagan mucho pero así es como se aprende - Te dice mientras comienza a quitarse el delantal.

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12/12/2012, 21:33
Dominique Durreaux

Releí una y otra vez aquella breve misiva. Sonreí con aquella anécdota del queso, más por la breve mueca de desaprobación que me pareció ver en labios de mi madre que por la anécdota en sí. Conociéndola como la conocía, no dudaba que aquellas "liberalidades", por así decirlo, le disgustaban. Un párrafo después, mi hermano relataba lo de siempre, el tedio cotidiano de esperar, esperar y esperar... ¿Esperar qué? Prefería no pensar en ello, aún así un manojo de palabras se hundieron en mis pupilas y sacudieron mi cabeza: "corren rumores de que se están acumulando tropas del ejército..." Rumores, solo rumores, pero los rumores siempre escondían algo detrás. Tomé nota mental de esos rumores y me propuse indagar sobre aquello más tarde. Quizá averiguase algo más.

Abstraída en aquellos pensamientos, las palabras de mi madre llegaron a mis oídos como un eco remoto. Alcé mi rostro de aquella carta y sonreí algo azorada:

—Perdón, estaba distraída. ¿Decías...?

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14/12/2012, 20:16
Rebeca Szujski

Y ya está, el ratito en el que te sentías tan cerca de tu hermano ya pasó, en realidad si los buenos momentos son tan fugaces…

Tu madre negó levemente con la cabeza en un gesto que indicaba algo así como que no tenías remedio – Que desayunes y… - Ella misma se acercó para echarte parte de la jarrita de leche en tu baso – Que en el hospital – Se refería así a él cuando se refería a donde trabajaba – Están buscando auxiliares de enfermería, te pagarían algo de dinero a la vez que te forman ¿Te interesa?

Intuías que no te iba a presionar y que realmente podías aceptar o declinar, aunque algo tendrías que hacer con tu vida ahora que ya habías finalizado los estudios.

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17/12/2012, 01:52
Dominique Durreaux

"Corren rumores de que se están acumulando tropas del ejército..."

Aquellas palabras trazadas sobre el papel dejaron una huella indeleble en mi cabeza, imposible de eliminar, y que ocupaba todos mis pensamientos. Rumores, solo rumores, pero... Era inminente el arribo de las tropas nazis a la frontera. Gran Bretaña y Francia permanecían unidas esperando; y un cierto aire de optimismo se respiraba en París por aquellos días. La guerra quedaba muy lejos, frontera afuera, pero...

Un acre sabor inundó mi garganta. Las cálidas mañanas de mayo congregaban multitudes tranquilas y vociferantes. “La guerra terminaría pronto —decían—, la guerra está muy lejos allende la frontera...” Pero no todos opinaban así. Aún recordaba los largos debates en la sobremesa familiar cuando mis hermanos y mi padre discutían sobre las opiniones vertidas por Charles de Gaulle, por entonces secretario del Consejo de Defensa Nacional, en su libro L'armée de metier. En las páginas de aquel libro desgranaba su teoría sobre un ejército moderno sustentado en fuerzas motorizadas, en tanques y en la aviación, pero los mandos militares no compartían su opinión y sostenían un modelo de guerra defensivo como el de la Gran Guerra. Fue precisamente  el mariscal Petain uno de los jefes militares que más dudaba de las ideas planteadas por De Gaulle. La Línea Maginot, aquella monumental obra de ingeniería y defensa que tanto nos había costado (unos tres mil millones de francos) nos librarían del peligro nazi. Los franceses podían dormir tranquilos decían, pero aún así...

Sacudí la cabeza ahuyentando aquellos lúgubres pensamientos como si de molestas moscas se trataran y sonreí a mi madre.

—Claro —le respondí y agregué: —Si esperas que termine el desayuno y suba a buscar algunas cosas, te acompaño. Pero si estás muy apurada, solo dime con quién debo hablar.

Dicho esto, apuré un trago y mordí un croissant mientras esperaba la respuesta de mi madre.

En realidad, no tenía demasiado interés en aprender enfermería: la visión de la sangre me sentaba fatal en el estómago. Pero, aún así, se me daba bien eso de restañar heridas, colocar vendas y emplastos y descubrir en ciertos síntomas algún malestar latente. Mi madre decía que lo llevaba en la sangre y que cuatro generaciones de enfermeras polacas latían bajo mi piel. Quizá fuera cierto…

Pero más cierto aún era que me atraían las letras y que mi vocación rondaba en torno al magisterio. Me gustaban los niños y quería enseñarles las primeras letras. Había leído con avidez los libros, notas y apuntes de una amiga que cursaba en el prestigioso Collège de France, o simplemente el Collège, como le decían los estudiantes. Henri Wallon y su Laboratorio de Psicobiología del niño y la nueva cátedra de Psicología y Educación la Infancia del profesor Ribot eran los máximos exponentes de las nuevas teorías educativas que tanto me entusiasmaban, pero (siempre hay un pero) para estudiar allí necesitaba dinero y aunque nunca nos faltó nada, tampoco nos sobraba.

Quería estudiar en el Collège, pero para eso necesitaba dinero. Y un trabajo era lo que me estaba ofreciendo mi madre. Quizá, en el próximo ciclo lectivo podría ingresar al Collège, si ahorraba cada franco que cobrara, bien podría hacerlo, por qué no.

Clarorepetí, y agregué en un susurro:por qué no…

E inmediatamente me ruboricé. Estaba hablando sola, otra vez...

“Pequeña nefelibata” me había bautizado mi padre tiempo atrás en una cariñosa broma. , había replicado mi madre con un gesto algo exasperado, esta muchacha vive en las nubes. 

Notas de juego

Done.

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18/12/2012, 19:29
Rebeca Szujski

Por el momento en lo que más se notaba la guerra era en la ausencia de muchachos, muchos se habían alistado sin dudar, Alemania era como el enemigo eterno y la guerra tenía como algo romántico, caballeresco quizás.

Tu madre sonrió a tu respuesta, sin duda le satisfacía que aceptaras, pare ella la enfermería no era sólo una profesión, era una forma de vida, y pensaba para sus adentros además, que si ejercías una temporada se te olvidarían sus sueños locos de estudiar letras “Muy pocos se ganan la vida con eso” Te dijo una vez, aunque en realidad era tu camino y sólo tú lo podrías labrar, eso, y lo que aconteciese mientras.

- Por supuesto que me espero, tengo tiempo hasta la tarde que entro a mi turno, te presentaré al Doctor Buisson y a partir de ahí ya te manejarás tu solita – Estaba claro que ella sabía de la necesidad existente de enfermeras. Pero tampoco quería dar la impresión de que entrabas por ser hija de mamá, y quizás mejor así.

- Mientras vas terminando voy a cambiarme para salir – Y así se fue hacia si habitación dejándote devorar tranquilamente tu croissant, tardó aproximadamente unos cinco minutos en regresar – Cuando quieras… - Por suerte hoy el tiempo acompañaba aunque estaba ligeramente nublado.

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21/12/2012, 16:50
Dominique Durreaux

Cuando mi madre dijo aquello de “mientras vas terminando voy a cambiarme para salir” sabía al dedillo que significaba eso: me restaban cinco minutos para devorar el desayuno, buscar un abrigo, el bolso, guardar algún libro y arreglarme un poco para una posible entrevista. Mis hermanos no tendrían problemas con las severas normas militares, al menos en lo que respecta a presteza, orden y efectividad. Con mi madre no se perdía el tiempo, nunca… y esa era una lección que habíamos aprendido de muy niños. Quienquiera que quisiera seguirle el tren a Rebeca Szujski debía apearse a un vagón en movimiento. Así que no perdí el tiempo…

Un minuto y medio para terminar el desayuno, diez segundos para trepar escaleras arriba y sumergirme en mi dormitorio, cuarenta segundos para elegir un abrigo apropiado y buscar un libro en mi pequeña biblioteca, dos minutos y medio para arreglar mi peinado, encasquetarme un sombrero, pasar revista a mi vestuario y sacarle brillo a mis zapatos, cinco segundos para correr escaleras abajo y cinco segundos para sentarme en el mismo sitio que ocupaba antes y recuperar el aliento…

Perfecto: cinco minutos exactos. Debí haber nacido en Suiza.

Mi madre regresó y volví la mirada hacia ella… Como si llevara todo el tiempo sentada en la cocina, esperándola.

Ya estoy lista —repliqué, con un dejo triunfal en mis palabras y una media sonrisa jugueteándome en los labios.

Si Joseph hubiera estado con nosotros, podría enrostrarle este pequeño triunfo… Pero no estaba. Y la sonrisa desapareció de mi rostro. Como una nube entorpeciendo el paso de los cálidos rayos del sol, aquel recuerdo nublaba y enfriaba todo.

Entonces me dirigí hacia la puerta de salida.

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22/12/2012, 09:59
Rebeca Szujski

Con tu particular prueba contrareloj, entre juguetona y por no demorar a tu madre conseguiste prepararte para salir a la calle, junto con aquel pensamiento referente a tu hermano resumía bastante bien tu sentir.

Tu madre se quedó un segundo parada al verte allí debajo de nuevo, pero esta vez vestida ya, parpadeó un par de veces y negó con la cabeza casi de forma imperceptible y también con media sonrisa – Anda, vamos.

Un día primaveral, estaba ligeramente nublado aunque no tenía visos de llover, por la calles se puede apreciar el típico trajín de la gente, no, no había apariencia de guerra por ninguna parte, las floristerías abiertas, amas de casa en busca de su compra, una chica arrastrando una pesada maleta, aunque tu madre no dio mucho tiempo a entretenerse.

 

Tras quince minutos de caminar llegasteis al hospital, y la seguiste por los pasillos que se conocía de memoria, hasta llegar delante de una puerta donde te dijo – Espera un momento.

Tu madre entró y no pudiste evitar sentir un poco de nervios, esperabas poder controlarlos, pero esperar es lo que tiene, tras un par de minutos tu madre salió de nuevo – Puedes entrar, ahora depende te ti

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27/12/2012, 19:46
Dominique Durreaux

Afuera, lo de siempre —despreocupados transeúntes pululando por la ciudad sin otro afán que el trajín diario— y ojalá fuera así hasta el final de la guerra. Un deseo de difícil consumación, imposible quizá.

Apenas un manojo de minutos y llegamos al hospital. Recorrimos aquel laberinto de pasillos que olía a desinfectante, un olor algo acre que parecía demarcar los límites del edificio. Todo allí olía así, o casi todo. Mi madre ingresó a un despacho y, mientras la esperaba, mis ojos se pasearon por el largo corredor. Poco después regresó a mi lado y dijo aquello: “Puedes entrar, ahora depende de ti.” Y, como si aquellas palabras fueran un oscuro sortilegio, mis nervios se dispararon y me sudaron las manos. Asentí en silencio con una tímida sonrisa bordeando mis labios y me dirigí hacia la puerta. Alisé mi falda más con la intención de secar mis sudorosas palmas que de acicalarme y, tras una brevísima pausa, empuñé el pomo de la puerta y entreabrí la puerta, al tiempo que mi mirada atravesaba más allá del vano de la puerta. Una mirada fugaz, algo nerviosa.

Bonjour… — susurré.

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27/12/2012, 20:14
Doctor Buisson

El despacho no era muy grande, pero todas sus paredes estaban forradas de estanterías repletas de libros de medicina, de artículos y dosieres, aún así el olor a papel viajo apenas llegaba a mitigar el olor a desinfectante que habías percibido, al menos tu cuerpo parecía tolerarlo, quizás con un poco de suerte, con el tiempo llegarías a dejar de notarlo, con un poco de suerte, si te aceptaban claro.

Entrente de ti, a la otra parte de una mesa de madera, una persona de rostro arrugado, te miraba con calculado interés ¿Qué debía de pensar? Cuanto más pensaras en ello más nervios tendría.

Delante de ti una silla vacía y sobre la mesa el nombre una plaquita rezaba “Doctor Faustin Buisson” - Bonjour, siéntese por favor, señorita Dominique – Trató de evitar llamarte por el apellido ¿Otro gesto calculado?

Ya se cual es su condición académica, que no está especializada, nosotros podemos formarla, pero claro, lo que no quiero es formar a alguien que se marche a las primeras de cambio ¿Es usted aprensiva a la sangre? ¿Qué puede ofrecernos señorita Dominique? – Tu madre ya le había dicho que no tenías estudios universitarios, pero vaya con la preguntita

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04/01/2013, 22:42
Dominique Durreaux

Mis mirada se paseó brevemente por el recinto para concluir su recorrido, primero, en las manos y, luego, en el rostro del hombre frente a mí. Cuando me invitó a tomar asiento, esbocé una pequeña sonrisa y asentí. Para mis adentros, casi agradecí que el doctor Buisson no extendiese su mano para estrechar la mía. Aún percibía esa levísima película de sudor que humedecía mis palmas. Cálmate, me repetía una y otra vez, pero, aunque me esforzaba, no podía evitar sentirme un poco intimidada. Tomé asiento y coloqué el bolso sobre mi regazo mientras escuchaba las preguntas que me formulaba. Los pensamientos, apenas esbozados, rebotaban en mi cabeza como pelotas de ping pong.

Cálmate, Dominique.

Una pequeña plaqueta dominaba el minúsculo escenario conformado por la mesa que oficiaba de escritorio. Doctor Faustin Buisson. Vanamente intenté recordar algún comentario de mi madre sobre el hombre frente a mí, pero ni un mísero recuerdo vino en mi auxilio.

“¿Es usted aprensiva a la sangre?” Bonita pregunta.

Tragué saliva y oprimí mis dedos sobre el bolso, casi imperceptiblemente. Si esa sensación de náusea en la boca del estómago es aprensión, entonces sí, pensé, soy aprensiva. Por un momento barajé la posibilidad de mentir. No era difícil disimular ese vacío en el estómago y, además, muy rara vez vomitaba en tales ocasiones. Pero...

—No es que me agrade la sangre... repliqué, y agregué con una media sonrisa: —No soy un vampiro. Pero no me desmayo, si eso es lo que le preocupa.

No conocía al doctor Buisson y no recordaba ninguna cosa que me hubiera dicho mi madre sobre él —si es que me había contado algo—, así que decidí atenerme a la verdad. Sin duda, no era la mejor candidata, pero distaba mucho de ser una mala elección; al menos, tenía esa certeza.

“¿Qué puede ofrecernos?”

Alcé la vista de las manos del doctor —las manos hablaban mucho de su portador, de su historia— y lo miré a los ojos. Un breve carraspeo y...

—Como dijo, no tengo conocimientos académicos, pero no en vano soy la hija de una enfermera.Y no de cualquier enfermera, sino de una que ama su oficio y lo lleva metido en su sangre, agregué para mis adentros. La enfermera Rebeca Szujski era muy conocida en nuestro barrio y era casi una costumbre que recurrieran a ella con sus consultas y dolencias, e, incluso, en más de una ocasión habían traído a nuestro hogar a la víctima de algún accidente, tal era la confianza y el respeto que se había ganado entre nuestros vecinos. Y, en su deseo por despertar en mí esa misma pasión, desde muy pequeña me llevaba con ella cuando hacía su habitual recorrido visitando enfermos. A su lado había aprendido muchos secretos del arte de aliviar dolencias y restañar heridas. Pero la lección más importante que aprendí de ella fue que, en ocasiones, una sonrisa o una palabra eran remedios más poderosos que las sulfamidas. Porque había heridas de la carne, pero también heridas del alma, y era necesario aliviarlas, tanto o más que a las que afligían al cuerpo. —Tengo conocimientos prácticos, reales, porque desde muy niña acompañé a mi madre en su labor, y ella ha sido una mentora rigurosa. Mi formación ha sido algo... informal, pero efectiva. Se me da bien restañar heridas, colocar vendas y emplastos, descubrir en ciertos síntomas algún malestar latente y traer alivio a las dolencias. Quizá, como le gusta decir a ella, lo llevo en la sangre. Además, soy metódica, ordenada y no me arredran los desafíos. Sin contar que necesito el trabajo. —Sonreí levemente. —Aunque nunca nos faltó nada, tampoco nos sobró nada, salvo el entusiasmo y cierta terquedad que parece propia de nuestros genes.

Había omitido el detalle de que pensaba dedicarme a la docencia y a la literatura, pero... Era solo un pequeño detalle, ¿no?, y quizá hasta carecía de importancia.

Notas de juego

Perdón por el retraso. =)

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07/01/2013, 18:33
Doctor Buisson

El doctor estudiaba tus reacciones y no tardó en responder – Exacto, la sangre es escandalosa, llamativa, no me importa que incluso no le agrade, lo que me importa es lo que me comenta, que no se desmaye y sea capaz de dominarse, no tendrá que tomar la iniciativa, pero si obedecer con prontitud a lo que le diga el facultativo al que esté a cargo, la técnica se aprende con el tiempo, de ello depende la perseverancia y este a su vez del interés y del esfuerzo.

Sabía lo que se decía o al menos parecía tener las cosas claras, pero era normal para alguien de su cargo – Todo parece indicar que se avecinan malos tiempos y todo lo que podamos adelantar instruyendo enfermeras será trabajo adelantado – No hacía falta ser muy sabio, todos tenían como referencia la gran guerra, aún no había comenzado las batallas, pero los alemanes siempre habían sido muy tercos y más pronto o más tarde la esperada larga guerra de desgaste comenzaría.

Enarcó una ceja cuando te abanderaste como hija de enfermera ¿Hacías bien presumiendo de ello? Al menos denotaba tu interés por el puesto, eso estaba claro – Muy bien señorita Dominique, supongo que que dispone de recursos y de ciertas vivencias, pero eso es distinto de tomar decisiones, de la responsabilidad, y de veras espero que si es aceptada sepa tomar las riendas de su propia iniciativa, dentro de los márgenes que le corresponden - ¿Y estaba claro que quería decir con eso?

Pero al final, con todo lo que le contaste de lo que pudiste hacer y en especial con lo de la terquedad asomó en sus labios una media sonrisa de satisfacción – Está bien, el puesto es suyo - ¿Ya está, así de pronto?

Se puso en pié sacó del cajón un libro voluminoso y unos papeles y los dejó en la mesa delante tuya – Debe aprenderse esto y memorizar los formularios, son los que usará para anotar los valores de los pacientes, primero estará a mi cargo, con el tiempo quizás lo asigne a otro doctor, comenzamos mañana a las 8 de la mañana, bienvenida a bordo – Ahora si alargo su mano para estrechar la tuya.

Notas de juego

Nada, espero que estés mejor de salud ^^

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10/01/2013, 01:39
Dominique Durreaux

 

Dos frases.

Solo dos frases quedaron grabadas a fuego en mi cabeza. El resto fue una brisa que apenas dejó un recuerdo de su paso.

"Todo parece indicar que se avecinan malos tiempos y todo lo que podamos adelantar instruyendo enfermeras será trabajo adelantado."

Y regresó la imagen de mis hermanos allá, muy lejos, en la línea Maginot, con todo lo que ello implicaba. Preocupación, miedo, incertidumbre, esperanza. Si, se avecinan malos tiempos. Asentí a aquellas palabras. No eran proféticas, por supuesto. Eran sencillamente una realidad que París parecía empecinarse en olvidar... como si ello cambiara algo.

Luego...

"El puesto es suyo."

Y la cruda realidad imponiéndose a mis ojos, otra vez. Hasta ese preciso momento no había sido consciente de que muchos de los heridos de aquella brutal y previsible guerra llegarían al hospital, y el corazón se me estrujó con ese pensamiento: cualquiera de mis hermanos podría regresar mutilado, como mi padre en la Gran Guerra. O podían regresar en un ataúd. Ignoro si mi rostro reflejó aquellas emociones mientras el doctor hablaba y me entregaba aquel enorme libraco y una pequeña pila de formularios. Contuve como pude aquel vendaval de sentimientos y sonreí. Estreché la mano del doctor cuando este me la tendió y, entonces, apenas recordé que antes no lo había hecho y que, más que un saludo, parecía una forma de cerrar un trato. Era un trato, sí. 

—Muchas gracias. Seré puntual. ¿Debo presentarme aquí mismo o en otro despacho? —indagué mientras recogía el voluminoso y pesado libro y la pila de formularios.

Notas de juego

Done.

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11/01/2013, 21:08
Doctor Buisson

Aquellas frases removieron tus pensamientos, sabías que estabas viviendo una etapa importante de tu vida, algo que ibas a recordar, pero el velo de la incertidumbre era espeso. Decisiones importantes si, ¿Pero a que te conducirían?

- Difícil decir – Respondió a tu pregunta – Cuando puedo vengo a adelantar papeleos, pero si se me requiere en algún sitio... Ya sabe como son estas cosas, si no estoy en mi despacho pregunte por mi.

Aquí ya estaba todo hecho, recogiste todo, pensabas emplearte a fondo con todo lo que te habían dado, aunque claro, quedaba también darles la noticia a tus padres, y primero tocaba a tu madre que aún esperaba fuera del despacho para ver como habías quedado.

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16/01/2013, 00:35
Dominique Durreaux

Asentí a las palabras del doctor y, luego de despedirme de él, me dirigí a la puerta mientras intentaba —quizá en vano— acallar algunos oscuros pensamientos encallados en mi cabeza.

En el pasillo me encontré con mi madre que aguardaba por las novedades, o eso suponía. En otra ocasión hubiera bromeado con el resultado de la entrevista, pero no me encontraba de ánimopara eso, así que simplemente le dije:

Debo presentarme mañana a las 8, y aprender a rellenar estos formularios mientras señalaba la pila de papeles que descansaban sobre el libraco que también debía leer. Y agregué, con una mirada interrogante: —Estaré bajo la tutela del doctor Buisson

Ella conocía bien a quienes trabajaban allí. Era un buen punto para hacerme a la idea de en qué me había metido. Pero no allí, no en aquel preciso momento, justo frente al despacho del doctor.

—¿Regresas a casa conmigo? 

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18/01/2013, 22:27
Rebeca Szujski

Se hizo evidente que tu madre se sintió feliz por el resultado de la entrevista, aunque moderó su efusividad, quizás también por donde se encontraba – Bien, me alegro mucho

Luego fijó su atención lo que tenías en tus manos – Oh, ese libro... Me trae muchos recuerdos, bueno, si tienes alguna duda ya sabes que puedes contar conmigo, trata de dedicarte sólo a esto unos días, luego con la experiencia ya no lo necesitarás.

No le dio mucha importancia a que pronunciaras el nombre del doctor, quizás no cayó en tus posibles inquietudes, sólo se quedó un poco pensativa y comenzó a caminar contigo en dirección a casa.

Notas de juego

No es necesario un post extenso, pero te doy cancha para que digas que es lo que haces en el resto de día ^^ Aunque si quieres preguntar o hacer algo concreto antes de que avance en el tiempo, sólo tienes que decirlo.

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20/01/2013, 23:46
Dominique Durreaux

Regresamos

Luego, la mañana transcurrió entre notas y apuntes. Copié meticulosamente cada formulario con mi desgarbada caligrafía conformada por largas y desalineadas letras. Después, justo antes del almuerzo, consulté con mi madre algunas notas y le pregunté sobre el Dr. Buisson. Su respuesta fue previsible: que era un hombre metódico, profesional, exigente. Al menos no había insinuado nada oscuro en él. Si iba a ser mi mentor, conocer algunos aspectos “densos” de su personalidad era crucial para iniciar una buena relación laboral —y si no buena, al menos, tolerable. En ese momento llegó mi padre y le conté la novedad. De mejor humor, hasta me permití alguna broma sobre que el doctor me había aceptado solo por ser la hija de “Mme Durreaux.” “L'infirmière Szujski”, me corrigió mi madre con una media sonrisa socarrona jugueteando en la fina línea de sus labios. Aún casada, mi madre conservó su apellido de soltera; al menos en lo que refería a su profesión. El almuerzo transcurrió plácido entre comentarios sobre la última carta de mis hermanos —que ocupaba un sitio junto al plato de mi padre —, preguntas mías sobre el funcionamiento del hospital y bromas por parte de mi padre acerca de mi madre como la “terrible enfermera jefe.” Finalmente, mi padre regresó al taller, mi madre fue a cubrir su turno al hospital y pasé las primeras horas de la  tarde releyendo mis apuntes y lidiando con aquellos muchos y muy variados formularios.

Al atardecer, cansada y algo mareada, decidí tomarme un respiro y salir a pasear. Un poco de la suave brisa primaveral me refrescaría. Además, quería enterarme de las novedades. Aquellas palabras de Joseph aún asomaban por mi cabeza: "…corren rumores de que se están acumulando tropas del ejército..." De alguna forma, desconfiaba de las noticias "oficiales" y esperaba conseguir alguna que otra información por medios “no tan oficiales.” Así que atravesé la pequeña fuente que se emplazaba al final del bulevar y caminé con rumbo fijo hacia donde sabía que encontraría alguna información, si es que la había…

Al fin me detuve. Un suave golpeteo con los nudillos sobre la vieja puerta de roble —como simple aviso de cortesía porque en aquel sitio siempre tenían las puertas abiertas—, justo antes de empuñar el pomo y empujar la pesada y quejumbrosa puerta con una tímida sonrisa asomando en mis labios y un…

—Bonsoir…