Partida Rol por web

Jane parpadeó un segundo, confusa al ver al pizzero donde antes habían estado unos... ¿vecinos con obsequios? Al parecer, la maldita noticia de que se iban a mudar lejos de todo lo que conocía le había afectado más de lo que pensaba, lo cual era mucho decir, por lo que se quedó callada, mirando con furia al desafortunado pizzero, sumida en sus pensamientos mientras su madre hablaba con él, por lo que cuando esta acabó de despedirlo y le dio un inesperado abrazo, se puso tensa a causa de la sorpresa.

Pero…- empezó a decirle, intentando apartarse de ella para evitar que la calmase como siempre -No es eso…- le dijo, negando estar en contra de que ella abriese la tienda como siempre había querido -Es sólo que no quiero separarme de todos mis amigos- dijo, librándose finalmente de su abrazo -Y seguro que él solo te usa como excusa- añadió, volviendo a alzar la voz y mirando fijamente a su padre con furia. Tal vez no tuviese mucho sentido lo que había dicho, pero necesitaba echarle la culpa a alguien.

-A ver, chico, déjame ver tu orden -dijo, cogiendo con una sonrisa comprensiva el papel con la dirección que tenía el muchacho*-. No es aquí, es dos casas más arriba, ¿ves? Aquélla de allí, la de las ventanas azules -le explicó, sonriendo mientras le devolvía la hoja-. Que pases un buen día, joven. 

Y la puerta se cerró tras la explicación de Sara, dejando sin réplica al muchacho que tras tomar medio minuto para respirar y calmar sus nervios volvió a llamar.

Sabía que era una mala idea, con aquella familia en plena discusión, pero ese era su trabajo y además necesitaba el dinero.

Tras llamar de nuevo, el repartidor de pizzas se acercó a la puerta y habló con intención de que la familia lo escuche antes de que lo volvieran a echar.

-Estee… de ese departamento me dieron que entregase la pizza aquí. ¿L…la q…quieren o no?- y luego de hablar inmediatamente se arrepintió.

Tal vez hubiese sido mejor que la echara a la basura. Pero eso no sería justo.

Sara suspiró, tratando de calmarse. 

-No me usa como excusa, cielo... -intentó responder a Jane lo más calmada posible, intentando incluso acariciarle el rostro a la joven. 

En esos momentos sabía que la relación entre su hija y su marido era tensa y debía hacer lo que fuese necesario para arreglarlo. 

-De hecho, la idea de marcharnos ha sido mía. Yo se lo dije a tu padre -aclaró-, él sólo buscó lo que yo le pedí. 

En ese momento la voz del pizzero volvió a sonar tras la puerta.

-¡Pero qué insistente! -murmuró Sara, volviendo a abrir-. Nosotros no la hemos pedido, pero si vas a buscarte un problema por no entregarla... -añadió, sujetando el extremo de la caja cuadrada, pensando en el bien del pobre muchacho que podía caer en una bronca por no entregar bien un pedido-. Al menos espero que sea de algo que nos guste...

Antes de cogerla del todo, la abrió para ver de qué era exactamente...

-¡Pero qué insistente! -murmuró Sara, volviendo a abrir-. Nosotros no la hemos pedido, pero si vas a buscarte un problema por no entregarla... -añadió, sujetando el extremo de la caja cuadrada, pensando en el bien del pobre muchacho que podía caer en una bronca por no entregar bien un pedido-. Al menos espero que sea de algo que nos guste...

Antes de cogerla del todo, la abrió para ver de qué era exactamente...

La felicidad del repartidor de pizzas no tenía igual. Su sonrisa de satisfacción fue un regalo para Sara al recibir la entrega especial de macarrones.

La pizza comenzaba a enfriarse pero se encontraba cortada y lista para degustar. Quizás hiciera falta un poco de microondas para devolver el calor perdido a la pizza.

-¡Muchas! ¡Muchas gracias! Mi jefe no se enojara y los hombres del otro apartamento estarán contentos. ¡Adiós!- el muchacho se alejó tan rápido como pudo, sabiendo que su motocicleta se encontraba en marcha en la acera.

Las últimas palabras del repartidor hicieron ruido en la familia Slaughter.  Dos casas más arriba una vivienda de ventanas azules es hogar de dos ancianas y sus perros caniches. En cambio el chico de la pizzería dijo “los hombres”….

¿Los hombres?

Cuando Sara cerro la puerta, automáticamente Harry cogió la Pizza de sus manos.

-Dejame cariño, voy a calentarla un poco y cortarla a la cocina...

El detective abrió un cajón y metió la pizza dentro. Luego volvió corriendo al comedor.

-Sara, hija, nuestro viaje se adelanta. Hemos de irnos ya. ¿Que ha pasado con las ancianas Matterson? Esto no me gusta. Sara, recoge todo lo que puedas. Jane, haz la maleta, coge solo lo esencial, nos vamos ya. Y no levantéis la voz, podría ser que la pizza tuviese un micrófono o algo. Por eso la he escondido.

Acto seguido, Harry corrió hacia su despacho a recoger sus papeles y demás. Pero una cosa tenía prioridad, lo primero que recogió y comprobó si estaba cargado, fue su revolver.

¿Seguro que…- empezó a decirle a Sara, pero se detuvo al escuchar al maldito pizzero otra vez llamando a la puerta. De no haberle abierto ella de nuevo, Jane tenía claro que le hubiese hecho tragar la maldita pizza antes de echarlo de casa, pero por suerte para él, fue su madre la que le abrió, por lo que se contentó con fulminarle con la mirada.

¿De verdad es cosa tuya?- le preguntó algo más calmada -No tiene nada que ver con…- continuó, deteniéndose para no decir lo que pensaba. Y todo podría haberse quedado ahí, pero en ese momento, Harry volvió a entrar y empezó a decir que se iban ya.

¿Qué? ¡NO!- le dijo, mirándolo entre enfadad e incrédula -¿Qué es eso de que nos vamos ya? ¿Qué es eso de un micrófono?- le preguntó, aunque en realidad no esperaba que le contestase, pues en su mente, ella misma iba haciéndolo -¡Sabía que era cosa tuya! ¡¡Por tu culpa tenemos que dejarlo todo otra vez!!- le gritó, como si hubiese tenido razón desde el principio… a pesar de que lo que decía ahora no era exactamente lo mismo que decía antes, claro que ni siquiera era consciente de ello en ese momento. Entonces se giró hacía su madre -¡¡¡MENTIROSA!!!- gritó, más dolida que furiosa, para luego girarse e ir hacía la puerta.

Tenía que alejarse de allí, no quería seguir en casa, no quería seguir con ellos, no quería…

En el preciso instante en que el pizzero pronunciaba aquellas palabras, Sara miró a Harry con los ojos como platos y una expresión de miedo —que intentó disimular ante su hija— reflejada en el rostro. Pero entonces todo se volvió frenético. Harry salió corriendo a la cocina con la pizza y su hija comenzó a gritar y se dirigió a la puerta. Sara no podía permitir que se fuera, como tampoco que nadie que los vigilara desde fuera se diera cuenta de que pasaba algo raro, así que hizo un gesto a Harry para que no hablara alto y esperase un segundo al tiempo que se lanzaba tras Jane y la agarraba, abrazándola por detrás. 

Entonces le susurró algo al oído, con la esperanza de que la joven se detuviera en ese preciso instante, se diera la vuelta y subiera a su habitación sin armar escándalo. Si lo conseguía, la seguiría, de cualquier otra manera, no la soltaría, no le permitiría salir por esa puerta, haría todo lo posible para evitarlo. 

Cuando la joven se detuvo y se dio la vuelta dispuesta a subir*, Sara le dijo a su marido en un quedo murmullo:

—Voy a ayudarla a recoger todas sus cosas, tú haz nuestra maleta, ya sabes que no tengo demasiadas cosas a las que les tenga un cariño especial, coge sólo lo imprescindible, pero por favor, no te olvides de mis pinturas, cielo —le dijo sonriendo, mientras le acariciaba la mejilla y posaba en sus labios un suave beso al pasar— y no hagas mucho ruido, que no parezca que hay jaleo en la casa. Saldremos por detrás. 

Entonces, al pasar hacia las escaleras, se acercó a la cocina, se asomó y dijo con voz bien alta:

—Tengo sueño, cariño, voy a ir subiendo a prepararme para dormir.

Sara no podía permitir que se fuera, como tampoco que nadie que los vigilara desde fuera se diera cuenta de que pasaba algo raro, así que hizo un gesto a Harry para que no hablara alto y esperase un segundo al tiempo que se lanzaba tras Jane y la agarraba, abrazándola por detrás. Entonces le susurró algo al oído, con la esperanza de que la joven se detuviera en ese preciso instante, se diera la vuelta y subiera a su habitación sin armar escándalo.

—No salgas, te lo ruego. Sube a tu cuarto y te contaré toda la verdad, te lo juro —y Jane sabía que su madre nunca daba su palabra en vano. 

Detenida repentinamente a medio camino cuando escapaba de aquel lugar casi a la carrera, Jane se revolvió instintivamente para librarse del abrazo de su madre.

¡Suéltame!- gritó, intentando escapar de sus brazos, pero Sara no tenía intención alguna de soltarla, y aunque seguramente podría haberse soltado usando la fuerza, aunque de haber sido su padre hubiese pataleado y lanzado cuantos golpes fueran necesarios para escapar, era su madre quien la sujetaba, y a pesar de lo dolida que se encontraba por la mentira, no quería hacerle daño, por lo que tras unos segundos, dejó de resistirse.

Cuando finalmente, convencida de que no iba a volver a escapar, su madre la soltó, la miró durante un segundo, aun dolida y furiosa, para luego girarse y subir hasta su cuarto, cerrando la puerta de un portazo al entrar.

Sentada en su cama con las piernas cruzadas y mirando con intensidad hacia la puerta Jane no tenía ni idea de que era lo que su madre iba a contarle, lo que pensaba decirle para convencerla de que aquello no era culpa de su padre, pero lo que sí que sabía era que no pensaba esperar demasiado.

Si no sube pronto, me iré- murmuró para sí misma -Aunque sea por la ventana- añadió. No pensó en lo que haría si subía y le contaba… ¿qué? ¿qué iba a contarle? No lo sabía, en el fondo, ni siquiera sabía si quería saberlo, y mucho menos cómo reaccionaría tras saber lo que quiera que le fuese a decir.

Harry asintió a su mujer, y dejo que ella se fuera con Jane para tranquilizarla. El detective se fue a su habitación y se dedico a recogerlo todo rápidamente para marchar de allí.

Una vez recogió lo necesario, incluido las pinturas de Sara, se plantó en la puerta de atrás, vigilando mientras esperaba a su familia.

Harry permaneció plantado en la puerta trasera de la vivienda. El automóvil también se encontraba allí, listo para salir por el costado de la casa donde un pequeño techo sirve de cochera semi cubierta. En el fondo hay un pequeño desván que cumple las funciones de taller y deposito de baratijas.

En algún patio, no muy lejos de allí, un pero aúlla sin parar.

Harry estaba esperando en la puerta trasera, al lado del coche, al resto de la familia, preparado para huir. Entonces escuchó un perro aullar, no muy lejos de allí. Su mano se poso en la culata de su revolver, mientras se quedaba absolutamente quieto y en silencio, poniendo todos sus sentidos al máximo.

El silencio en el vecindario creció hasta que solo la respiración de Harry era lo único que rompía el hechizo.

Algo se encuentra en movimiento, y Harry lo sabe. No puede explicarlo pero lo sabe, porque las recientes nubes que tapan el sol y la creciente niebla solo eran indicativas del inicio.

Y con la niebla Harry pudo ver una docena de figuras, de pie a mitad de la calle, las cuales permanecen inmóviles y sin rasgos identificables. No cabe ninguna duda que no son vecinos ni nada por el estilo.

Es prácticamente pero Harry lo siente en sus huesos. Ellos pueden verlo…

Esta niebla apareciendo de repente...no puede ser, no...

Harry no se lo podía creer. Pensaba que había escapado a todo eso...¿estaba volviendo a pasar? ¿Después de tantos años? Un escalofrío recorrió toda su espalda. El detective levantó el arma, mientras andando de espaldas retrocedía hacía la puerta trasera por donde había salido. Sabia que le estaban observando, que le veían. Abrió la puerta y chillo hacía dentro.

La voz de Harry procedía del exterior, por la parte de atrás de la casa.

-Vale chicas...hemos de irnos, ¡YA! Dejad lo que estáis haciendo y corred hacía la puerta trasera!

Sara subió al cuarto de su hija rápidamente, tras echar un vistazo fugaz a su marido, y se la encontró dando vueltas en ella como un león enjaulado, echando breves vistazos del reojo a la ventana... ¡No se le ocurriría...! Sí. Por desgracia, seguramente ya se le habría ocurrido. 

-Jane, cariño, ven conmigo un instante -la expresión de gravedad e inusitada seriedad de la mujer, que no ponía salvo en situaciones muy importantes, logró que la joven se dejara arrastrar de la mano hasta la cama y sentar en ella, al lado de su madre-. Verás, no sé ni por dónde empezar...

Sara exhaló un largo suspiro. 

-Jane, tu padre, hace ya muchos años, tuvo una extraña experiencia. En Bar Harbour, por eso nunca hemos pasado por ahí a pesar de todo lo que nos hemos movido. Verás, en esa experiencia, aunque no te lo creas, pasaron cosas... surrealistas. Allí me conoció a mí. Y allí, tu padre me salvó la vida. 

Sara hablaba con calma, pero con premura, consciente de la urgencia de la situación, pero también de que su hija necesitaba entender esto claramente. 

-Cuando me estaba sacando de allí, te encontramos a ti. Eras un bebé, apenas recién nacida. Unos hombres, probablemente pertenecientes a algún tipo de secta, estaban a punto de matarte. Iban a sacrificarte en algún extraño y oscuro ritual...

La historia de la mujer era bastante inverosímil, sin embargo, en sus ojos no había reflejado ni un ápice de burla o risa. La mirada de determinación que clavaba en su hija mientras hablaba demostraba que todo aquello que iba relatando era veraz. 

-Te salvamos y te sacamos de allí. Huimos y logramos salvar la vida los tres. Y desde entonces, Harry nos ha estado cuidando a ti y a mí y nos ha convertido en su familia, a ambas. Para nosotros, tú eres nuestra hija. Y siempre lo serás... 

Una lágrima solitaria resbalaba por su rostro mientras pronunciaba aquellas palabras.

-Me duele ver cómo tu padre y tú os peleáis tanto, más aún cuando las razones últimas de él pasan por protegerte por encima de todo y tú, pobrecita mía, no entiendes nada de lo que está sucediendo a tu alrededor. Por eso te lo cuento. Sin embargo, debes prometerme que no hablarás con él de esto, porque hace tiempo decidimos no contarte nada... No porque pensáramos que no lo ibas a entender; ni tampoco por ocultarte ningún secreto. Lo hicimos porque queríamos protegerte del horror que nosotros vivimos allí... La desesperación, la incertidumbre...

A medida que hablaba, sus palabras se iban convirtiendo en un hilo de voz.

-No había necesidad de que conocieras ese sufrimiento, cuando ya te habíamos sacado de él... Sin embargo, yo no puedo seguir viendo cómo os peleáis por esto... Necesitas saberlo. 

Sara volvió a realizar una pausa, consciente de que su pequeña Jane debería digerir toda aquella información antes de poder reaccionar.

-Ésa es la razón de que hayamos estado cambiando de casa todo el tiempo... A veces, como ahora, Bar Harbour nos persigue... Y algunas de esas veces nos encuentra. Y...

Parecía que Sara iba a continuar hablando, sin embargo, en aquel momento, la voz de su marido sonó alta y clara, procedente de la puerta de atrás. La mujer, al percibir el tono de urgencia y... ¿temor? ...en sus palabras, se levantó de un salto, percatándose de que algo no iba bien. Cogió a su hija de la mano, con suavidad pero al mismo tiempo con firmeza, y se dirigió a la puerta del cuarto.

-Algo malo pasa -dijo-, Jane, por favor confía en mí y vámonos ya. 

Entonces salió corriendo escaleras abajo. 

Jane estaba a punto de salir por la ventana cuando su madre llegó, y no supo si sentirse aliviada por que fuese a contarle lo que quiera que le estuviesen ocultando, o arrepentida por no haberse marchado antes de que llegase… pero de cualquier forma, ya no quedaba más opción que escucharla, por lo que se dejó arrastrar hasta la cama para escuchar lo que había subido a decirle.

¿Bar Harbor? ¿Cosas surrealistas?- se preguntó cuando empezó a hablar, sin saber muy bien a donde podía ir a parar todo aquello… hasta que escuchó lo siguiente, y en ese momento, Jane dejó de pensar. Ni siquiera escuchó bien el resto de lo que dijo Sara a continuación, sólo partes sueltas, pero cada una suponía un nuevo mazazo para ella.

¿Estás diciendo… qué… qué no soy vuestra hija?- preguntó Jane casi mecánicamente, aturdida por sus palabras, puesto que por mucho que quisiese creer que era mentira, eso explicaría muchas cosas -¿Qué todo... es por mi culpa? ¿Las mudanzas... todo?- dijo, retrocediendo inconscientemente como si quisiese alejarse de la verdad que le estaba contando, reaccionando en cuando notó que la agarraba del brazo -¡¿Por qué no me lo dijisteis?!- le espetó, intentando zafarme de ella, aunque el impacto de lo que había escuchado la había dejado prácticamente sin fuerzas -Tenía derecho a saberlo- le recriminó.

Lo que su madre le había contado había dejado a Jane completamente aturdida, sin saber cómo reaccionar, sin saber siquiera como sentirse ante eso, aunque los conceptos de dolida y traicionada describían bastante bien su estado. Y la situación en la que estaba, con su padre gritando desde abajo para que escapasen por lo que quiera que estuviese sucediendo no es que ayudase demasiado.

-Porque sólo te causaría dolor -fue la sucinta respuesta de Sara-. Habrías vivido tu vida mucho más feliz sin saber que todo este mundo existía... Aunque ahora, con todo lo que está pasando, me temo que tienes que saberlo... lo siento. Quisimos ahorrarte el miedo y la incertidumbre, pero nos ha alcanzado... lo siento -en sus palabras había verdadero sentimiento de culpa; no por no haberle contado a Jane que era adoptada, no; tampoco por no haberle contado nada de Bar Harbour o su pasado... El sentimiento de culpa que atenazaba el estómago de la mujer se debía precisamente a habérselo contado. 

A haber levantado el velo y haber tenido que ser ella quien hiciese entrar a su hija en aquel mundo brumoso e ininteligible, de horror y pesadilla. En su rostro se reflejó la pena cuando levantó el rostro de Jane con sumo cuidado y la miró a los ojos. 

-Pero Jane, para Harry y para mí eres lo más valioso del mundo. Te queremos como a una hija, o más... Nunca debes olvidarlo -dijo con un tono solemne y profundo, que transmitía calma y seguridad. 

Y entonces sonó el grito de Harry...

-Y ahora, ¡vámonos!