Partida Rol por web

Tu hogar…un pisito bastante pequeño decorado principalmente en madera donde vives con tu padre y tu madre, en la entradita hay un armario enorme de nogal que es donde básicamente tenéis que guardar casi todo, porque en tu habitación no hay armarios, por suerte desde que se fue tu hermano hacía 6 meses tenías la habitación para ti solo y eso era un descanso.
En el salón estaba de paso la cocina, con su mesa de 4 sillas y el pequeño armarito de las películas que estaba bajo la televisión. Había dos entradas, una verjada que daba al soportal del patio para cuando llovía y otra que daba directamente al centro por dentro en la cual tu madre se había empeñado en poner una alfombra para cuando..los profesores decidieran ir a tomar algo a la casa, que les diese buena impresión (milagro es si te saludan la mayoría aun conociendote)
En el cuarto de baño hay dos armarios altos, donde puedes encontrar un botiquín o dos…o trés, total cada semana tenías que utilizarlo por algún corte.

Era un día de lo más tranquilo…un viernes para ser más exacto, el día había empezado siendo algo frío cuando te había levantado a las 7 pero según pasaban las horas (no ayudaba para nada que a segunda hora tuvieses E.Física) hacía más calor y te sentías ya un poco peor..ese maldito resfriado veraniego que no decidía irse era un estorbo con mayúsculas. Por norma aprovechabas el recreo para ir a desayunar a casa y terminar tareas pendientes, total vivías en el centro.

  Estas tranquilamente tomándote un sándwich de queso y un vaso de zumo aprovechando que tienes 45 minutos libres del recreo aun ni te has quitado la mochila, estás solo en casa.
 

- ¿Por qué me tiene que pasar siempre ésto? - Pienso mientras limpio la mancha de zumo del suelo de la cocina. De alguna manera difícil de comprender, me las apaño siempre para complicar las cosas más simples. No puedo ni prepararme un zumo con un sandwitch sin que se me derrame medio vaso por el suelo. Mi madre siempre me dice que estoy pensando en las musarañas y siempre me está riñendo cuando me pasan estas cosas. Quiero creer que lo hace por mi bien, como única estrategia para remediar mi torpeza; pero seguramente lo hace con saña por que me compara siempre con mi hermano Ernest, y en la comparación salgo perdiendo por goleada, invariablemente.

Mi madre es muy religiosa. Siempre tiene versículos de la Biblia en la boca y mi padre la apoya. Secretamente él opina que el fervor religioso de mi madre se pasa un poco el límite de lo razonable, pero prefiere callarse, pues mamá cuando se enfada es más temible que cualquiera de los castigos divinos explicados en las escrituras, y doy fe que no son faltos de imaginación.

Mi hermano ha sido siempre el ojito derecho de mi madre y ella nunca lo ha ocultado. Nunca. Crecer bajo este yugo de represión y sumisión ha marcado profundamente mi carácter y ha conseguido que desarrolle algunas estrategias para "sobrevivir" en éste cruel mundo. Mi imaginación y dispersión mental constante me ha proporcionado la habilidad para abstraerme de la realidad y mantener la cabeza fría en situaciones complicadas. Además, he notado que tengo como un sexto sentido y me he acostumbrado a hacerle caso.

A pesar de los pesares, no me ha ido mal del todo. Disfruto de clases del más alto nivel por las que otras familias han de pagar cantidades desorbitadas de dinero cada mes y desde que mi hermano se fue a estudiar para hacerse cura, disfruto de una habitación doble para mí sólo. Algún día me iré a estudiar... algo... y podré largarme de este lugar, tal como ha hecho Ernest. De lo único que estoy seguro es que no entraré al sacerdocio. Hace ya tiempo que dejé de creer en las patrañas que cuenta la Biblia. Para libro mitológico prefiero el Silmarillion, de Tolkien. Si mi madre supiera de mi herejía, su reacción sería muy poco cristiana, aunque contundente y, para qué negarlo, es más sensato hacerle creer que comulgo con sus creencias a enfrentarme a su ira desatada.

Finalmente me las apaño para servirme el desayuno tranquilamente en la mesa del salón. Mientras desayuno observo la decoración de la casa. Es siempre sugerente. Mi madre lo tiene todo decorado con crucifijos e imágenes de los más pintorescos santos. Me gusta comer allí, sólo, y observar toda aquella parafernalia, pensar en los orígenes y las absurdidades de cada figura, hace que mi imaginación vuele. Y hacer volar mi imaginación es lo que me hace sentir bien. Otra de las cosas que me hace sentir bien es pintar figuras de cualquier tipo.

Mientras pienso en ésto, algo me devuelve a la realidad, de la que me había evadido tras el segundo bocado. La luz que se cuela por las ventanas se oscurece de repente. Al principio creí que era una nube de tormenta, pero la oscuridad es demasiado intensa como para que una nube normal pudiera provocarlo. Me levanto de la mesa con el desayuno a medio comer. Debía darme prisa para recogerlo todo antes de irme, pero la curiosidad me puede y dejo todo tal cual para ir en pos de la ventana. El sol en lo alto brilla, sí pero en un tono oscuro como el de un eclipse, dejando todo en penumbra. Además, una espesa niebla lo cubre todo, no dejando ver más allá de unos pasos. Lo peor no es eso. Lo peor son los chillidos aterradores que comienzan a escucharse por todas partes. 

De repente, algo veo entre la niebla, un chico se precipita hacia la ventana. Su cuerpo ensangrentado y con media cara arrancada dejando ver los músculos entre los gorgojeos de la sangre que brota por doquier, hace que sea ahora yo el que profiera un grito desgarrador.

Sobresaltado y, por qué no decirlo, aterrado como nunca recuerdo haber estado antes, intento pensar con claridad. Lo que he visto me recuerda a un libro que leí no hace mucho de S. King: The Mist, así que me centro en ese recuerdo como si fuera experiencia vivida e intento pensar rápido.

Si es el caso, a menos que acabe encerrado en un supermercado, necesitaré comida y agua. Y botiquines. Siendo como un imán para las caídas y los golpes tontos, siempre he pensado que qué sería de mi existencia sin los botiquines y me he imaginado muchas veces en plena edad media, muriendo por culpa de un arañazo infectado.

Por tanto, de unas zancadas me planto ante los armarios de la cocina y lo abro. Agarro una caja de cereales y saco la bolsa de la caja de cartón. La meto en la mochila, que aun llevo a la espalda. Al abrir la mochila, veo los libros que hay dentro. - Mucho peso - Pienso de inmediato, así que saco todos los libros menos el de lectura y los dejo sobre la encimera.  A cambio, meto los cereales, un par de tabletas de chocolate con las que mi madre hace las tartas (250grs cada una), un cartón de leche (1 litro) y una botella de agua (1'5 litros). En el proceso, se me caen los botes de conservas de dentro del armario sobre la grifería, los de cristal se rompen haciendo un ruido escandaloso, pero con lo que se oye de fuera no me preocupa lo más mínimo. No esta vez.

Luego, entro en el cuarto de baño. Abro el botiquín. Es un lugar que conozco muy bien, por suerte o por desgracia, así que identifico sin pensar lo más esencial: vendas, tijeras, algodón, yodo, tiritas, analgésicos (1 caja de paracetamol con 20 comprimidos) y antiinflamatorios (1 caja de ibuprofeno con 20 comprimidos). El set de afeitado de mi padre se desparrama por el suelo.

Vuelvo al salón y miro en derredor. Muchas ventanas y una puerta de acceso al exterior. Desde luego, el piso no es un lugar seguro en aquellas circunstancias.

       Cuando observas fijamente el salón te das cuenta de como el reloj del microondas está en 00:00 lo cual te parece cuanto menos raro pues tu madre siempre tenía la manía de tener todos los relojes de la casa casi cronometrados y que tu sepas o recuerdes no ha habido ningún corte de luz o subida de tensión en el tiempo que has estado esa mañana ahí…
         Un sonido llama tu atención... el súbito golpe en el cristal de la ventana del lado de la puerta que da al exterior hace que este se rompa en pedazos detrás de la cortina que medio ocultaba lo que había detrás,  percibes ...  como la niebla empieza a entrar muy lentamente bajo esta, lamiendo el suelo primero , como si tuviese vida propia.

Cuando estaba dudando en si ir hacia el interior del edificio o salir al exterior y buscar el cobijo de las plantas más altas del edificio de las habitaciones, un hecho inesperado me ha quitado la duda de golpe.

Lo que estoy viendo cada vez se parece más y más al imaginario de la novela de S. King. Por tanto, no hay otra cosa que hacer que tomarla como referencia. Ideas más torpes se han visto, que decía aquel. Pienso en los bichos espeluznantes que describía con locuaz pluma el autor y abro rápidamente el cajón de los cubiertos. Tan rápidamente que se sale de su engranaje y desparrama todo su contenido por el suelo. Tanto mejor, así veo rápidamente lo que necesito. Agarro un cuchillo grande y también lo echo en la mochila, que tenía aun abierta ante mí.

Tras colocarme la bolsa correctamente a la espalda, me precipito hacia la puerta que da al pasillo interior del instituto. La absurda alfombra se interpone en mi camino y me pone la zancadilla. Doy con mis huesos en el suelo, pero por suerte la alfombra no es tan cruel como la mayoría de gente que conozco y amortigua algo mi caída con su superficie de tela trenzada en una mezcla de lana y poliéster. Gracias a ello, no me hago más daño del que, según mi madre, las maldiciones que suelto por la boca hacen a mi propia alma.

Me pongo en pié. Temo a esa niebla que se está colando por el salón y pronto abarcará toda la vivienda. La puerta de acceso al instituto no es precisamente una puerta de seguridad, dado que el lugar es un sitio controlado, por tanto la niebla podría llegar a colarse bajo la rendija de la puerta. Entonces se me ocurre que, por una vez, la alfombra puede servir para algo.

Abro la puerta, agarro un extremo de la alfombra tiro y hago que salga un palmo fuera del marco. Cierro estirando con fuerza hasta que el cierre chasquea. De esta manera la tela hará de tope y la niebla no podrá fluir por aquí.

He estado abstraído con esta tarea hasta que la he realizado, así que no me he percatado de la importancia del jaleo que bulle a mi alrededor en cuanto he salido al pasillo. Ahora que tengo la puerta cerrada, encaro el camino al centro del edificio y observo en primer plano el caos en que se ha convertido el instituto.

Los chillidos eran ensordecedores, pero… también había lamentos y gritos de auxilio...ves una marabunta de alumnos al fondo del pasillo que da al cuadráculo principal que intenta dirigirse o eso crees hacía la puerta principal, hay un montón de cuerpos a los pies de las escaleras, gente que intenta levantarse y solo es aplastada por los que bajan entre el caos, por un segundo hasta te ha parecido escuchar como se le quebrabran los huesos a un chico de primer año el cual estaba de rodillas intentando agarrarse a un pasamanos de las grandes escaleras de madera  cuando uno de los profesores de dibujo ha saltado y básicamente ha caído encima de él haciendo que el chico se quedará boca arriba y tuviese que aguantar el peso del hombre... el cual se acuclilla sobre él aún encima…  

La imagen es desbordante en todos los sentidos. Me acerco con cautela hasta el centro del edificio, procurando no acercarme demasiado a las escaleras. Es más, procuro desplazarme lo más cerca a la pared posible.

El caos y la barbarie han aflorado. No me sorprende, pero me preocupa. Mi cuerpo es frágil y quebradizo, sería el primero en perecer en una avalancha como aquella. Mis ojos se desorbitan ante la visión violenta y sin sentido, pero mi boca calla. Deseo alzar la voz para ayudar al chaval aplastado, pero algo me dice que de nada iba a servir, así que callo. Siempre encuentro alguna razón para callarme, es algo que se me da realmente bien.

No puedes evitar mirar aquella escena de barbarie y sangre…simplemente es hipnotizante, o puede que solo busques una forma de encontrarle una lógica a tal magnitud de acontecimientos de golpe. Tu vista se centra principalmente en el chico que está en la superficie de los cuerpos de ya algunos alumnos aplastados , el mismo que tiene encima al señor Richarson, un hombre mediana edad ya algo calvo y con un ligero sobrepeso, era curioso como parecía admirar el cuerpo sobre el que estaba …como acariciaba con su palma y el dorso de esta la cual estaba ensangrentada y cubierta por una ligera capa quebradiza de algo amarronado reseco la mejilla hinchada y sonrojada ante la asfixia…y como deslizaba sendas manos cogiéndole la cara como si fuese un ser querido…para presionar con los pulgares en los ojos abiertos del chico mientras él mismo chico  sonreía ladeando el rostro ligeramente babeando algo parecido a un icor negro que caía por un lateral hasta el suelo

Deslizándome hacia mi izquierda, en dirección a la entrada secundaria del salón de actos, observo incrédulo una escena de pesadilla.

- Pe.. pero... ¿qué está haciendo? - Balbuceo, sin llegar a gritar. Salgo huyendo. Esto es una locura. - ¿Qué está pasando aquí? - Pienso mientras corro, y el trecho que me separa de la puerta lateral del salón de actos se me antoja interminable, es un túnel que se alarga ante mí.

Algo se ha quebrado en mi interior al contemplar ésa escena. Como un frasco de cristal que atesora un líquido mágico y precioso y que se rompe irremediablemente, derramando todo su tesoro y perdiéndose éste para siempre. Mientras corro, lloro. No sé bien por qué, pero las lágrimas se escapan por mis mejillas. 

Una pregunta azota mi mente: - ¿Se habrá vuelto loco el "profe" de dibujo o se habían vuelto todos locos? - Sea como fuere, no podría fiarme de nadie.

 Cuando corres algo te llama la atención en el suelo, por un segundo debajo de uno de los cuerpos que parecen estar desperdigados por toda la planta baja ves algo que brilla ligeramente con un color rojizo, como si fuera una lucecita. El cuerpo boca abajo y bajo él un charco de sangre que va aumentando... está a 4 metros de ti hacía uno de los laterales, por lo que tendrías que apartarte de tu camino ligeramente.

Tropiezo nuevamente. No caigo, gracias a que tengo las manos libres y me desplazo un trecho a cuatro patas para evitar darme un golpe. Entonces es cuando veo esa extraña luz. Lo macabro del lugar me dice que me largue de allí sin mirar atrás. Pero... ¿y si se tratase de algo que pueda traer luz (y no precisamente roja) a todo esto?

Haciendo gala de una insensatez premeditada, me acerco al cuerpo ensangrentado que oculta aquel dispositivo de la luz parpadeante e intento averiguar de qué se trata, rogando para no tener que zarandearlo en demasía.

   El cuerpo es de un chico que no hace mucho te pidió una goma en clase, el típico hijo de papa y mama..¿Como lo reconoces? Por el llavero con el que siempre juega en clase, que tiene enganchado a un aplique en el cinturón del pantalón en un lateral..un muñecajo de un motorista encima de una Harley Davidson, la melena al viento...las gafas de sol malamente pintadas sobre el plástico que parece medio derretido por algunos lados. Ha sido solo por un segundo que te ha parecido ver de nuevo un parpadeo entre los grumos ensangrentados del pelo del chico, sea lo que sea está debajo de su barbilla, osease que tendría que meter los dedos bajo el cadaver ligeramente.

Armándome de valor, meto los dedos para sacar el cacharro que hace esos destellos. 

- Al final, seguro que es una chorrada y estoy aquí haciendo el panoli - Pienso, mientras recuerdo malas experiencias pasadas que me dan la razón en este planteamiento.

   Tocas algo..si algo metálico según crees, y lo sacas, es como un cilindro de metal de unos 15 centimetros de largo por 4 de ancho, ligeramente oscurecido que parecía tener una luz en uno de los extremos..roja...que parpadeaba ahora mucho más que antes. Los extremos son redondeados ambos y en el centro parece tener 3 botones circulares de metal igualmente en los que no pone nada, pero tres botones al fin y al cabo. Escuchas un siseo a tu espalda... ves como el cuerpo del compañero del que has sacado ese objeto mueve un poco una pierna...luego un siseo de él mismo... escuchas el gorgoteo de la sangre por no decir que ves como se van formando pompitas en la sangre del charco que cubría su rostro.... 

Salgo corriendo de allí con el cilindro de metal en la mano. Retomo mi rumbo hacia la puerta pequeña del salón de actos. La adrenalina invade mi torrente sanguíneo haciendo que los latidos de mi corazón sean audibles en mi cabeza como si ésta fuese la caja de resonancia de un tambor.

Con todo, echo un breve vistazo hacia atrás antes de abrir la puerta del salón. Si nadie me sigue, observaré nuevamente el objeto, ahora con más calma.

   Por suerte el salón de actos estaba vacío en el momento cuando todo pasó y aun estaban las puertas cerradas, cuando entraste te encontraste en total oscuridad, nada mas que iluminado por la pobre luz que entraba desde la puerta que habías abierto. Al fondo a la izquierda la señal roja de la salida de emergencia daba la marca de meta, al menos la primera.

Hace rato que he abandonado la idea que dentro del edificio podría ser un lugar seguro. Quizá todo sea un experimento que salió mal. Como en la novela. Algo relacionado con los estudios de tecnología avanzada. Pero, entonces... ¿el eclipse? ¿los relojes? Parece algo más general, no sólo que la gente del instituto se volviese loca, si no algo más global.

No tengo la tranquilidad suficiente para poder pensar. De todas formas, la oscuridad de la sala de actos es una buena señal. Parece que nadie había pensado en que aquí hay una salida de emergencia. Mejor... supongo. Cerrando la puerta detrás de mi, avanzo hasta la salida de emergencia y acciono el mecanismo de apertura para salir de este lugar.