Partida Rol por web

Una voz dura como la roca os despierta de vuestro sueño

¡Arriba humanos!, es hora de partir y aún quedan muchos días de marcha antes de que alcancemos las montañas- dijo la voz del enano mientras acababa de recoger vuestro exiguo campamento para continuar la marcha.

Notais que os duele todo el cuerpo, dormir al raso, en el frío, con pesadillas nocturnas y ruidos que crispan vuestros sentidos y aterrorizan vuestras almas, no es precisamente lo mejor para un reconfortante descanso.

Perezosamente, con el cuerpo hecho fosfatina y echando de menos el sabor y el olor de mi pan, me pongo en pie.  Me acicalo como un gato, suspirando...

- Buenos días a ti también, Dain -suspiro calzándome los zapatos-. ¿ Hay algo para desayunar?

Igual se ha muerto alguien durante la noche y tenemos carne, pienso ácidamente.

Kassim se despierta. Como de costumbre en este último... mes? dos meses? Se siente perdido y desorientado al mirar a su alrededor. La vida en el pueblo era dura, pero al menos siempre había diez minutos para escaquearse un poco... ahora, en esto, incluso eso había desaparecido. Miró en primer lugar si la muñequera con el puñal curvo que había cogido del carro seguía en su sitio. Seguía, asi que se incorporó un poco... y se desperezó rápidamente, otra habilidad aprendida en el pueblo pero reforzada ahora.

Claro, Daín, inmediatamente... El joven humano tiene tal respeto al enano que les salvó la vida que ignora las quejas de su cuerpo  y se prepara para seguir camino...

Me levanto de un tirón al escuchar al voz del enano. En la neblina mental tras despertarme y en esos instantes antes de que mi cerebro me confirme mi localización y mi situación, pienso que es la voz de mi instructor, allá en el lejano Norte, y que nuevamente nos va a hacer correr alrededor del campo de entrenamiento sin desayunar. ¿Desayunar? ¿He oído una voz femenina hablando del desayuno? ¿Ha sido Aileana? No, Aileana no silba las eses.

Parpadeo. La voz era la de Fatimah, calzándose. Y ahí está Kassim, vagueando con arte que casi es un trabajo en sí mismo. Y Benis al lado.

Mierda.

Estamos huyendo de Izrazor hacia las montañas de los clanes enanos. No, mi pueblo fue arrasado por orcos. No, ni la ingeniosa Aileana, ni el duro Bac, ni el hosco Kinnel, ni la bella Bronnen. Todos pasados a cuchillo.

Mierda.

Me desperezo y recojo mis armas. Tal y como viene siendo habitual, ayudo a Benis a borrar las huellas del campamento y rezo a los ancestros porque haya caído algún animalillo en las trampas que el montaraz dispuso anoche. Otro día con el estómago vacío y estoy dispuesto a comerme la vardatch.

-Oye, Dain, ¿por qué no nos cuentas de nuevo cómo eran las cosas antes de la derrota? -pregunto, por aquello de que alguien anime el ambiente lúgubre y lóbrego del grupo de huidos-. O háblanos de tu pueblo.

Benis había dormido a golpes, entre pesadillas y sueños sobre ciervos carnívoros que se encuentran más allá de las montañas. Se incorpora con la voz del enano, mientras nota que la brisa apenas mueve los árboles provocando su silencio escalofríos cada vez que algo murmulla en la lejanía.

A través de sus ropas, comprueba que la tablilla misteriosa continúa en su lugar y intenta discernir qué hay más allá de los árboles. Apenas hay animales por la zona, lo que es aún más inquietante.

- Buenos días Trhandal - dice Benis intentando pronunciar lo mejor que puede el nombre norteño - ¿me ayudas con esto? - señalando a las marcas que el paso del grupo ha dejado en el campamento.

Benis y Thrandal se ponen manos a la obra. Una vez terminado, Benis se excusa y se interna en el bosque, para ver si ha habido suerte durante la noche, o si descubre algún animal despistado que pueda cazar para tener algo de carne fresca.

Kassim, curiosamente, no tiene ganas de estar mano sobre mano en cuanto ve moverse a sus compañeros. Demonios, si el falla, igual... uno de sus amigos de toda la vida, o el norteño podría ser dañado por su culpa. Avista alrededor, intentando ver si les siguen. Aparentemente, tiene una vista aguda, asi que parece que de momento es lo mejor que puede hacer. No obstante, intenta también prestar atención en silencio a como borran las huellas sus compañeros...

Malditos orcos y toda su estirpe, piensa mientras pregunta al enano si puede hacer algo más para ayudar al grupo.

Dain estaba pendiente de que volviera el cazador para poder partir cuanto antes cuando escuchó la pregunta de Thrandal

-Sólo se como era la vida antes de la llegada de la sombra por las viejas leyendas que cuentan nuestros mayores. Entonces las razas de humanos y fatas vivíamos en paz, con nuestras redencillas y cosas similares, no en armonía, pero sí en paz. La gente era libre de viajar y hacer lo que quisiera, había ciudades repletas de conocimiento y la magia abundaba en el mundo, pero ahora las cosas son muy distintas como sabeis, el conocimiento ha desaparecido con el mundo, los hombres son esclavos de la sombra, los enanos nos encontramos asediados en nuestras fortalezas y los elfos luchan en los lindes de sus tierras ancestrales...- se notaba nostalgia en sus palabras, no de una persona que ha vivido en aquellos tiempos y los ha visto pasar, si no de una persona que hubiera deseado haber vivido en ellos.

Encuentras suficiente comida para que vuestro grupo sobreviva un día más

Entre las sombras de los árboles aparece el cazador, limpiando una de sus flechas e introduciéndola en el carcaj. De uno de los amarres de su cinturón cuelgan tres o cuatro conejos bastante escuálidos. Lo suficiente para que el grupo coma hoy algo de carne.

- ¿Partimos? - Dice Benis dirigiéndose al grupo.

- Y exactamente, qué es lo que vamos a hacer ahora? ¿Vamos hacia las montañas, y allí qué pasará?

Que no es por ser desagradecida, ni nada por el estilo, pero si en las montañas sigue habiendo orcos y vamos a estar igual que aquí, no acabo de verle el sentido al viaje. Algo habrá que sea diferente, o eso espero. Miro en mi equipaje, quedan tres Kampurrianas. Son unas galletas estupendas para viajeros porque no se pueden poner más duras. Arma contundente y tentempié al mismo tiempo.

-¡Allí lucharemos contra la Sombra! -exclamo con convencimiento,. respondiendo a la pregunta de Fatimah-. El cabrón del Oscuro no ha vencido todavía, no mientras queden hombres y mujeres libres. ¿Verdad, Dain?

Me quedo pensando en las palabras evocadoras del enano. Suspiro, deseando que llegue el momento en que los pueblos de este mundo se vean libres del puto Izrazor.

-Venga, vámonos. Tenemos comida, tenemos armas... ¡el camino nos espera!

Kassim en parte se ve contagiado por la euforia del norteño. No sabe si realmente es euforía o si entre las penurias, el miedo a los orcos por la noche, las historias del enano de un tiempo mejor y el tremendo cansancio, sus sentimientos están tan a flor de piel que cualquier cosa puede cambiarselos.

Sigamos camino. Cuanto antes veamos esas montañas, antes podremos ver como luchar contra esos malditos orcos. Dice Kassim. Hace un mes, ni habría creido que él fuera capaz de decir palabras como esa...

Enarco una ceja. Síii, claro. Luchar contra los orcos. Espérame sentada. ¿Pero, se puede saber qué ha estado fumando esta gente? En nombre de todos los dioses olvidados, ¿qué están diciendo? ¿Luchar contra Izrazor? Bueno, sí, durante tres minutos hasta que aparezca un legado y nos arranque las cabezas.

 A ver. Han arrasado nuestro pueblo. A todo el mundo.  ¿Cómo diablos vamos a oponer resistencia? Veamos, un cazador, un tipo rarísimo de las montañas, un perezoso y una panadera. Seguro que los orcos tienen que estar meándose de miedo en sus casas.

Suspiro. Hombres. 

Dain andaba moviéndose lo más rápido que podía para adecuar su paso al de sus compañeros

-Debeis daros cuenta de la situación-dijo en un tono oscuro-Os hemos salvado de una muerte en un par de meses, pero solo para condenaros a una vida de lucha y de ser perseguidos de contínuo. Los agentes de la sombra os seguirán, os cazarán, todo aquel que os ayude sufrirá y jamás podreis volver a fiaros de nada ni de nadie

Entendeis a lo que se refería, el miedo a la sombra estaba muy arraigado en la gente, en vuestro pueblo, temíais más la llegada de un extraño que la de un caído, ya que ayudarlo podía suponer tormentos y muerte para todos, eran momentos de tremenda tensión, además la gente se vendía por la posibilidad de caerle bien al legado de turno o simplemente que su ira cayese sobre otro para evitar el daño sobre uno mismo...

-Si alcanzamos las montañas, tendreis entrenamiento, tendreis equipo y tendreis una nueva familia, puede incluso que os acojamos en el clan como miembros de pleno derecho del mismo, pero solo tendreis guerra y penurias, nada más os puedo prometer- se le veía apesumbrado al decir esto, pero luego sus ojos ardieron con furia- Pero os prometo que podreis causar daño a la sombra, matar a legiones de orcos y tener una muerte gloriosa en este lucha.

Os costaba respirar, la noche anterior había sido demasiado extraña, aún perduraba en vuestro recuerdo el ruido de los gritos de los moribundos, el olor a sangre y muerte, el sentimiento de que había llegado vuestro final.
Os mirais los unos a los otros, cubiertos de polvo y barro, llenos de heridas, como si realmente hubierais estado allí, cien años atrás, durante la terrible caída de esta fortaleza del muro.

El sol brillaba en una mañana fría, ajeno a vuestras penurias, daba la impresión que de que él precisamente era vuestro salvador, que os había sacado de vuestra ensoñación justo a tiempo para evitar que los orcos que se encontraban al otro lado de la puerta en vuestro ¿"sueño"?¿"maldición"?, entrasen y acabaran con vosotros, tal y como parecía que habían hecho con los soldados que compartieron aquel último refugio con vosotros, cuyos huesos quedaban como testimonio mudo de lo que allí había ocurrido.

Había que ponerse en marcha, así que os dirigísteis a la zona de cultivos del sector anterior, en el que esperabais no tener que sufrir una alucinación como la que ya os había afectado la noche anterior.

Llegasteis hasta la estatua en la que la tarde anterior habíais visto a los orcos y a los legados, era la estatua de un hombre vestido como un legado portando entre sus manos el símbolo de Izrazor, a su lado eran visibles las huellas de los caballos que visteis ayer, así como unas gotitas de sangre reseca en la superficie de la losa que había enfrente de la estatua en la que se podían ver unas inscripciones.

Ni hablar del peluquín. La inscripción estaba más que clara: sangre y oraciones. Pues conmigo que no cuenten, ni harta a vino voy a rezarle a Izrazor. Ni a desangrarme en su altar, a saber qué pillas haciendo algo así. Tétanos o algo.

Todavía me duele el cuerpo del sueño, o lo que fuera, de ayer. ¿De verdad acabamos de tener el dejá vu colectivo más impresionante de la historia? No puedo evitarlo, la curiosidad por el final de esta ciudad me atrae morbosamente... pese a que es obvio que podemos morir en sueños. O al menos quedar más apalizados que si se nos cayera encima esa tribu de dornitas chalados.

- Esto... Estamos seguros de que queremos bajar aquí dentro, ¿verdad? -pregunto, titubeante-.  Parece... más maligno que el resto de la ciudad, y no es poco.

Ver mundo. De vuelta en el pueblo, Kassim se había permitido soñar despierto con eso alguna vez. Pero desde luego, por ver mundo, Kassim siempre había pensado, en... en... en algo como lo que vio en sueños, pero sin los orcos y sin la guerra. Mucho mas pequeño, por supuesto. Pero desde luego... no habría pensado en locos dornitas, ni en trasgos, ni en ciervos carnivoros granjeros, ni en ruinas como estas, ni en legados, ni en estatuas ensangrentadas... Quizá, lo único que se parecia en algo a lo que se había soñado era en poder haber comido carne fresca. Y como parte la iban a tirar igualmente, hasta hastarse! Era la primera vez que habían podido hacer eso en la vida...

Pero ahora aqui estaban. Delante de una ensangrentada estatua tras haber sufrido extrañas alucinaciones la noche anterior.

Eso parece, Fatima... vamos a ... bajar aqui abajo... o eso creo. Kassim no se lo termina de creer. Se seca el sudor como puede, intentando no usar la parte del brazo que tiene magullada de la alucinación de ayer...