Partida Rol por web

El sol moribundo del crepúsculo derrama reflejos sanguinolentos en el agua pantanosa sobre la que discurre la autopista, elevada sobre los blancos pilares de un puente que parece infinito… El canto de los insectos y las aves apenas puede distinguirse tras el rugido del motor, que devora milla tras milla. El viaducto los protege, separándolos de la vida y la muerte que aguardan abajo, pero las horas acumuladas van pesando, y urge encontrar una salida que los lleve de vuelta al “mundo real”, a un oasis de tierra seca entre las ciénagas, que proporcione a los viajeros unas horas de descanso y cobijo.

Los ojos del conductor continúan fijos en el asfalto, en los de la chica se reflejan las opciones de la pantalla táctil, hasta que encuentra algo que le cuadra. Un motel discreto, posibilidad de reserva sin pago por tarjeta, en una localidad pequeña, no muy lejos. Solo hay un problema, no queda más que una habitación libre…

No llevan mucho tiempo viajando juntos, y hasta el momento siempre se han hospedado en habitaciones separadas. De lo contrario podrían suscitar una incómoda visita de las autoridades si algún paleto los denunciaba; “If you see something say something”* es el lema. Ya habían puesto distancia de quienes los perseguían, pero si querían pasar desapercibidos tenían que seguir teniendo cuidado, sobre todo en los puritanos estados sureños como en el que se encontraban. Pero parece que es la única opción que les queda si no quieren pasar más horas al volante.

Al llegar a su destino el lugar se encuentra abarrotado, de los árboles cuelgan luces de colores y no muy lejos se puede observar el humo de las barbacoas y escuchar el barullo de gente y la música. No han tenido mucha suerte, en el pueblo están de fiesta.

El parking de gravilla parece lleno, pero justo cuando están a punto de marcharse sale un truck** cargado de chicos y chicas, más o menos de la edad de Brooklyn, dejándoles sitio.

Conduciría durante esta vida y la siguiente. Pisar el acelerador es como bombear dentro de una mamá aburrida e insatisfecha que te tiras en el parking de un Walmart. Mujeres de desolada existencia abandonadas por sus grasientos y gordos maridos gilipollas.

La gente no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. ¿Estoy yo entre esos  imbéciles?

Sonrío y fumo mientras aparco en el hueco liberado, sin obtener, sin buscar, una respuesta a esa pregunta. En vez de eso encuentro evasivas y cuando el motor deja de susurrar su bonita canción enciendo otro cigarrillo y se lo paso a Green Lantern.

Brooklyn. Es muy joven y ya con una historia detrás y una huída hacia adelante. Me recuerda a mí, en cierto modo. Trotamundos por necesidad, aunque yo lo fui por deseo. 

No hay preguntas entre nosotros. No hay miel ni miradas huidizas ni sonrisas almibaradas ni frases del puto Coelho. 
Hay cigarrillos, humo y gasolina. Sinceridad cruda y carretera.

Escribí mil veces letras donde hablé de lo fácil que era todo en la vida, le canté al amor, honré la fortaleza de aquellos que eligen un camino solos y también fui el despecho más grande que pudo haber existido. He llenado mi boca de palabras constantemente, como si fuera una vocera, la dueña de un lenguaje que subliminal se convirtió en un derroche malsano de tonterías. No pude haber sido tan patética en la vida, lo sé, Brooklyn es la chica de cuna de oro que fingió siempre conocer las calles, palpando con su mano la desdicha que de normal no debería ser una maldita necesidad. 

Por eso es que sobre el escenario les estuve cantando a ellos, también terminaron en mi cama y bajo una buena esnifada, pensé en mil maravillas psicodélicas que en mi vida normal jamás pude disfrutar. Era evidente que había nacido para otro lugar, o era simplemente adoptada. Que más, da. Aquí estoy viajando con un desconocido que poca palabra dice, compartiendo cigarros, silencios y algo de música. Por momentos le dediqué alguna mirada, pensé que para su edad no estaba nada mal y consideré pagarle de alguna manera el viaje, pero después con todo el lío de la policía, lo metería en problemas. 

Todo lo que toco tiene problemas. 

Por eso me quedé con la tablet, leyendo a ver donde podíamos quedarnos para pasar la noche. Ni un puto garito como la gente, todo ocupado o era necesario compartir. Esto podía ser un inconveniente, lo tuve en cuenta, así que lo miré de soslayo mientras estaba ahí el con esa mirada hacia el frente bien escondida en sus gafas. «¿Cómo era que se llamaba?» pensé y luego me encogí de hombros. No tenía idea. ¿Acaso importaba?

—Conseguí un lugar, pero tenemos que compartirlo. ¿Te va?—preguntó directa, esa mirada decía mucho—. Busqué opciones, pero estamos escasos. 

-¿Roncas? -bromeo, sin quitarme todavía las gafas, cuando me vacila con eso de "¿te va?".

Salgo del coche y me estiro igual que un gato fuera de la jaula. -Es una puta mierda dormir en el coche. Si no queda otra, vale, pero prefiero una cama.

Me fijo en la gente, allá a lo lejos, no demasiado. Fiesta. Sonrío. 

-Seguro que conseguimos comida y bebida gratis. Hasta podemos bailar, ¿te va el baile, muñeca? -¿Quién coño sigue empleando el término muñeca? Yo, por supuesto. 

Aspiro el humo del cigarro y de la sabrosa carne asada, y agoto el pitillo. Me quito las gafas -Yo pillo la habitación. Si preguntan, eres mi sobrina -una sonrisa macarrónica asoma a mi boca acompañada de una mirada guasona.

Tarde me había dado cuenta de ello, estaba un poco ciega o demasiado ensimismada conmigo misma que ni capté a los tíos esto que iban de fiesta. Quizás en otros tiempos me hubiera subido sin conocerlos, unida a la diversión sin que no existiera mañana, eso si con algunos regalitos de mi parte para amenizar. Sólo que eso ya era parte de mi pasado, no podía abandonar esto, nada de lo que tengo ahora. 

—No, pero me despierto cachonda. Te jodes—respondí insolente, pero riendo—. Igual, lo prefiero. Estoy dura de dormir en el auto. 

Después cuando comentó lo de los críos estos, me eché a reír aún más. 

—¿Te crees que aceptarán a un viejo como tú? 

Le saqué la lengua y desvié la mirada hacia el grupo, podría dejarlos bien arriba si quisiera con varios de esos regalitos que suelo llevar y no joderían por un buen rato. La cocaína podía tirar para atrás en buenas cantidades. Ya cuando sugirió el parentesco, bajó del auto con su mochila y se apoyó en la ventanilla. 

—Perfecto, tío. Vamos por la habitación y algo para el estómago, no dejarás a tu sobrina hambrienta. 

La imito y cargo con mi mochila, riéndome entre dientes con sus bromas- Seguro que soy más joven de alma que muchos de los de ahí. 

Eché otro vistazo, antes de enfilar el camino a la recepción. Los fiesteros se veían de distintas edades. La fiesta, animada.

-Tenemos un plan. Habitación, ducha, cena y fiesta del pueblo. ¿Te parece bien, sobrina? ¿O es aburrido para una jovencita cachonda?-una cierta burla asoma a mis ojos liberados del tinte oscuro de las gafas.

Al mirar a tu alrededor te das cuenta de que la camioneta  que te ha dejado el sitio se ha parado un poco más adelante, para dejar subir a otro adolescente a la caja. El grupo se ha fijado en tu coche y miran hacia vosotros con descaro, admirándolo. También se han fijado en tu “sobrinita”… 

Ella no se da cuenta, pero tú ves como uno de ellos le da un codazo al que tiene al lado - que está distraído hablando con una de sus amigas-  y señala a Brooklyn con un movimiento de cabeza. El otro, el aludido, se vuelve y le echa una ojeada descarada, sus ojos recorriendo de arriba abajo el tierno cuerpo recién formado de suave piel de tu protegida. Después vuelve a mirar a su colega, y aunque no dicen nada, por sus sonrisas socarronas y su expresión sabes muy bien lo que están pensando. La amiga también se ha dado cuenta, le da una colleja a uno de ellos y les dice algo que no logras distinguir, tras lo cual los tres estallan a risas.

Todo esto no sería más que una escena típica entre adolescentes si no fuera por lo que sientes al presenciarlo; ¿odio?, ¿celos?, ¿deseo? Al verla a ella a través de los ojos de los jóvenes te das cuenta de que, pese a la diferencia de edad – o tal vez por eso – te sientes atraído por la chica. 

¿No es la primera vez que te fijas en alguien tan joven, verdad? Algo en tu interior te dice que sí, algo escondido en lo más profundo de tus recuerdos, algo que taladra tu mente y está pugnando por salir a la superficie. 

Recorréis los escasos metros que os separan de la entrada al motel y subís la escalera de madera. En el porche hay sentado un hombre negro con su guitarra, a sus pies dormita un perro, casi tan viejo como su dueño.

El hombre es ciego, pero cuando escucha el crujir de los escalones se gira para empujar la puerta con su bastón, abriéndola a vuestro paso. – Bienvenidos a Pozo del Infierno – saluda, antes de esnifar el aire de forma ruidosa, mientras mueve la cabeza de un lado a otro mirando hacia arriba - Bajo toda esa peste a tabaco y hombría puedo oler el aroma de una rosa. Cuídela, señor, estas ciénagas esconden muchos secretos, y cuando salen a la superficie apestan. - no dice nada más, sino que baja la cabeza y empieza a tocar la guitarra, entornando una rota melodía.  El perro está casi sordo, y ni se inmuta. 

Una mujer entrada en carnes os recibe en el interior, tras el mostrador de la recepción, sus lorzas desparramándose a los lados del sillón en el que está sentada, aunque más bien da la impresión de que la hubieran tirado encima…

Se incorpora trabajosamente. – Una doble, serán sesenta dólares. Cama King Size, es lo único que hay. No nos queda ninguna con dos camas – dice, mirándoos con suspicacia tras chequear vuestras identificaciones y la reserva. Os entrega una llave oxidada, colgando de un llavero de madera hinchada con el número de la habitación grabado - la 101 - apenas visible entre la pintura verde descolorida.

—Buen plan, el mejor. 

Ver aquel ambiente festivo hizo que me entren unas ganas tremendas de pasarme algo y sé que ahora no es plan, así que intento simular un poco el estado mientras voy con mi mochila caminando hacia la entrada de aquel motel. Obviamente que un ciego te reciba así, era demasiado creepy porque sus palabras parecían sacadas de una película en donde todos iban a morir. 

De todos modos no le respondí porque me daba cierta cosa y continué avanzando hacia lo que sería la recepción, allí estaba la señora que aprovechó en demasía las promos de hamburguesas en las casas de comida rápida. Cómo era de esperar, solo quería ir a la habitación así que no dije nada y dejé al adulto que se ocupe de ello. 

Con llaves en las manos, se las quité con cierto asco en el rostro por el aspecto de la llave y avancé primera con tal de ingresar en la habitación y hacer lo mío. 

—Tengo que ir al baño urgente. 

Era una buena excusa, el resto ya me encargaba yo. Quizás una sola para lidiar con el ansia. 

Subo las escaleras con aire reflexivo y mosqueado. Esas miradas de los chicos provoca que la serpiente  que dormita en mi vientre se revuelva y destile veneno.

-La puta gente se fía demasiado de las apariencias.- digo para mí, pero en un susurro en voz alta. 

Joder, no es la primera vez que nos miran así, y me la suda. Sin embargo...soy yo. Algo en mi interior no va. Y mientras miro a la chica, me digo que es normal que me guste, está muy buena. Y otra voz me grita que deje de mirarle el culo, que es una puta cría.

-Gracias por los consejos, abuelo  Toca algo alegre para la Rosa - y dejo unos dólares sobre el regazo del ciego. 

-Pozo del Infierno. Bonito nombre -regalo una sonrisa traviesa a la sudorosa gorda esta mientras imagino lo difícil que deber ser encontrarle el coño. -Será una noche. Quizá dos. Nos gustan las fiestas. 

Confraternizar. Sonreír. Desviar la atención.

Luego, dejo a Brookyn a lo suyo. Sin comentarios. Enciendo otro cigarrillo y me asomo al balcón. 

—¿Que tan moral eres? —pregunté antes de entrar al baño—. Si no te cortas, podemos compartir. Pero antes responde, que no quiero sermones. 

Lancé aquello directamente, quería saber si era capaz de pasarlo bien o aceptar mis adicciones con libertad. Más aún cuando debíamos compartir habitación, no iba a estar sin esnifar tantas horas. 

-Paso de sermones, nena. Y paso de esa mierda. Me basta con esto -le señalo el cigarrillo. -Una birra y un par de tetas. Suficiente para mi felicidad.

Las volutas de humo ascienden perezosas hasta besar el techo- Ve rápido, que tengo que vaciar el depósito. 

—Bue, si no te pones con el sermón. Voy a jalar aquí. 

Rápido me quité el buzo y quedé con el top bien ajustado, era voluptuosa en la parte de arriba pero como solía no mostrarlas demasiado, aproveché ya que las mencionó. 

—Eso ya lo tienes—dijo sin decir el "que"—. Con permiso. 

Rápido sacó un sobre transparente dónde estaba el famoso polvo blanco, luego sacó su tarjeta cancelada de la billetera y armó una línea para ir controlando su dependencia a todas estas mierdas. Luego de armarla, acercó su rostro tras alejar el cabello y lo inhaló en cuestión de segundos. 

—Mierda, que bien se siente. No tanto como el sexo, pero vale.