Partida Rol por web

El alba, rojo como la sangre, despertó a Lee. Había dormido apenas dos horas sobre una roca desnuda y fría, pero eso era suficiente para un monje shaolín. Se sentía fresco y descansado, en comunión con la naturaleza, y listo para la acción una vez más.

La luz del día crecía en intensidad e iluminaba la mansión que había descubierto el día anterior. Continuaba estando en silencio total, pero ahora quizá podría examinarla con más detenimiento.

Siguiendo aún las huellas de la carreta, me acerco a la mansión, por el mismo camino, y la misma entrada por la que está pasó.

Con todo el sigilo de que fue capaz, Lee se aproximó a la mansión. Estaba rodeada por un muro de piedra rematado con tejas, muy al estilo de las construcciones japonesas. Sin embargo, la mansión era de factura occidental.

Las huellas de la carreta se adentraban en el recinto a través de una puerta que estaba abierta. No parecía haber centinelas, ni nadie que vigilara. Todo estaba tranquilo y en silencio, salvo por el canto de los pájaros.

Me acomodo el sombrero, y con mi bastón en la mano, toco la puerta.

-Pido permiso para entrar a los dueños de este lugar.

Tras unos segundos me adentro con suma cautela al lugar.

Lee no recibió respuesta alguna a su petición. La casa estaba completamente silenciosa.

Un gran vestíbulo con dos amplias escalinatas llevaba al piso de arriba, en el que había tres habitaciones a la derecha y tres a la izquierda. En la planta baja, había el mismo número de puertas. No pudo ver armaduras, ni adornos de ningún tipo. Todo estaba limpio y aseado, pero en silencio.

Fijandome en las marcas en el suelo, sigo el rastro de la gente, hacia el interior del castillo. Y de allí, busco hacía que parte del interior fueron.

La carreta se había dirigido hacia la parte izquierda de la casa, por fuera y rodeando el muro interior. Lee siguió sus huellas, dándose cuenta de que terminaban en una caballeriza.

Efectivamente, allí había una carreta. Pero ahora estaba vacía, y los caballos estaban atados y alimentados. No había nadie alrededor, y seguía sin oírse el menor ruido proveniente del interior de la casa.

Me acerco a los caballos para ver como se encuentran, después me dirijo a la primera puerta y entro.

Los caballos descansaban tranquilos en sus cuadras, sin el menor indicio de daño. Miraron con curiosidad a Lee cuando se aproximó a ellos, pero enseguida volvieron a comer su alfalfa sin prestarle atención.

No había ninguna puerta en la caballeriza, pero Lee salió afuera y comprobó que en el lateral de la mansión sí había una. La abrió y entró en lo que parecía ser una despensa con leña y varios utensilios de cocina, además de tarros de especias. Tenía otra puerta justo enfrente, que supuso daba acceso a la cocina de la mansión.

Todo continuaba en silencio.

Extrañado y preocupado, sigo avanzando a través de la mansión, pero sin bajar mi guardia, o sin dejar mis cosas. 

Lee entró con cuidado en la cocina de la mansión. Era realmente grande, llena de utensilios, mesas y encimeras. Unos fogones bajo la ventana estaban apagados, y todos los platos y cubiertos limpios y recogidos en alacenas con puertas de cristal.

Había dos puertas, una entreabierta que daba al recibidor enorme de la mansión, y otra a la izquierda, cerrada.

Avanzo hasta la puerta entre abierta y hecho un ojo a través de la puerta entre abierta.

Lee avanzó hasta la puerta entreabierta y atisbó para comprobar qué había más allá.

La puerta daba acceso a un enorme recibidor decorado al estilo occidental, con armaduras, lámparas de araña y dos grandes escalinatas que ascendían al segundo piso. Había más puertas en ese primer piso, todas cerradas, y la luz de la mañana iluminaba el espacio a través del cristal de las ventanas.

No parecía haber nadie, pero cuando Lee llevaba apenas diez segundos mirando, oyó una voz clara y madura que hablaba desde algún lugar que no lograba identificar.

- Pasa, no te quedes ahí -dijo la voz-. Aunque debo decir que habría sido más educado entrar por la puerta principal...

Entro con precaución  y prudencia  a la habitación, ejecuto una reverencia, y me dirijo hacia mi interlocutor.

Lee entró en el gran recibidor de la mansión, mirando en derredor para ver de dónde provenía la voz. Sus ojos captaron una mancha blanca junto a la barandilla del segundo piso, y miró hacia allí.

Lo que vio fue un hombre alto, de casi dos metros, vestido con luengas ropas blancas y occidentales. Llevaba una katana en una ornamentada vaina roja y dorada, y tenía el pelo de color caoba, liso y que le cubría las orejas.

- Hola de nuevo, extraño -dijo con una voz profunda y misteriosa-. Debo decir que no esperaba la visita de un desconocido hoy. ¿Qué te trae a mi hogar, y cómo lo has encontrado?

El misterioso hombre permanecía relajado, pero de algún modo, Lee sintió un gran poder que emanaba de él. No tenía ni idea de quién podía ser, pero de lo que estaba seguro era de que tenía que saber algo sobre lo que había ocurrido aquella noche en la aldea.

-Seguía las marcas de carreta que daban a este lugar, respetable señor.- digo con una reverencia hacía aquel hombre- Sin embargo, al encontrar la puerta abierta y el lugar vacío y silencioso a las llamadas de un extraño, decidí el atreverme a entrar.

Pido disculpas, si he violentado vuestro palacio, y vuestra intimidad.

El desconocido vestido de blanco se cruzó de brazos y no perdió su sonrisa.

- Así que has seguido las huellas de una carreta... -comentó, en voz tranquila-. Ya veo. ¿Y puedo preguntar qué te interesaba de esa carreta? No esperaba que mis asuntos interesasen a nadie más que a mí y a mis sirvientes. Pero esto quizá sea un entretenimiento divertido, después de todo...

Rió en voz baja mientras esperaba una respuesta de Lee.

-En la noche vi el fuego de una aldea, y gente huyendo de ella. Sin embargo, una joven sacerdotisa y un guerrero se encargaron del fuego. Yo salí en busca de las personas, así que cuando vi que las huellas venían hacía este lugar, pensé que aquí se habían refugiado.

El caballero permaneció en silencio unos segundos, y luego movió lentamente la cabeza de un lado a otro.

- Ya veo -dijo con calma-. Pues me temo que te equivocas, aquí no hay nadie. O al menos, nadie que hayas llegado a tiempo de rescatar. Quizá hubiera sido mejor que hubieses permanecido en tu casa.

Rió por lo bajo, mientras se encaminaba a las escaleras para bajarlas y aproximarse a Lee. Aquello era extraño. ¿Quién sería ese hombre, que hablaba de la vida de la gente como si fuera una simple broma?

-Sigo sin entender, honorable señor...

El tono de aquel hombre y sus palabras, todo en el indicaba un gran orgullo y un gran poder. Sin embargo, no por ello podía de dejar que me encontraba ante aquel que ordeno aquellas muertes.