Partida Rol por web

Manuel Quintero tiene una mujer de la que está divorciado y dos hijos, ya adultos con sus vidas resueltas y sus propias familias, con uno de ellos no se habla, al parecer.

Francisco paga a los gitanos, que regatean un poco, y con una ropa algo más ordinaria entra al local, esperando cerca de la puerta a la trastienda a que se arme el alboroto.

Éste no tarda en llegar, haciendo que tanto los vigilantes como muchos curiosos posen su atención en otra parte. Francisco rápidamente se cuela en la trastienda, llegando a un pasillo amplio. Hacia un lado pone Servicios, así que toma el otro lado, a la derecha, y llega frente a la puerta de los vestuarios, pero el pasillo continua más allá, aparentemente hacia la oficina.

Francisco se ha vestido para la ocasión con ropa bastante mas modesta de lo habitual, con un estilo deportista e informal, que incluía una sudadera gris con capucha que se colocó nada mas pasar la puerta. Eso, mas el hecho de que se tapó la parte baja del rostro con una braga de cuello, y sus gafas de sol, le ayudaría a que fuera prácticamente imposible identificarle si por un casual quedaba registrado en alguna cámara de seguridad. 

Una precaución un poco extrema, pues dado el pobre nivel del lugar, no creía que aquel local tuviera ninguna cámara que funcionara correctamente, si es que funcionaba alguna realmente.

Caminando con sigilo se dirigió con premura hacia lo que parecía ser el despacho de Quintero. No se entretuvo por el camino, pues aunque el lío montado por los gitanos entretuviera al personal durante un rato, no podía permitirse el lujo de recrearse, pues si alguien llegaba a descubrirle en medio de la faena, todo el plan se iría al garete.

Francisco llega sin incidentes a la puerta del despacho, pero para su fastidio, está cerrado con llave. No parece una cerradura demasiado avanzada, pero lógicamente, quien algo esconde, como mínimo pone una cerradura.

Aún se oyen los gritos de los gitanos de fondo, puede que tenga un minuto o dos.

Un gruñido grave surgió de lo profundo de la garganta de Francisco.

   - Hay que joderse.- Maldijo entre dientes.

Desde luego con tanto plan elaborado, no había caído en algo tan simple como que Quintero cerrara la puerta de su despacho con llave. ¿Cómo podía haber cometido un fallo de principiante como aquel?

Ni tan siquiera se había dignado a traer una ganzua por si acaso…

Entonces se acordó de un truco que le había enseñado un antiguo trabajador suyo. Antunez el cerrajero se llamaban, un tipo que no callaba ni debajo del agua siempre contando historias.

   - Al final me va a salvar el día ese viejo carcamal.- Susurro con ironía.

Por suerte, ni la puerta ni la cerradura eran de alta tecnología precisamente, por lo cual podía superar la cerradura con algo bien simple. Sacando su cartera, extrajo una de sus tarjetas y con cuidado la introdujo a presión entre el marco y la puerta. Acto seguido descendió con la tarjeta introducida y doblándola la ajustó y apretando contra el pestillo intentó que este se abriera.

Al final, tras casi un minuto 'peleando' con la cerradura, consigue abrirla y colarse dentro. Un error de bulto que podría haber dado al traste con el intento... pero finalmente resultó el truco del que alardeaba Antúnez.

Tal vez Francisco no tenía una idea demasiado preconcebida de cómo iba a ser el despacho que encontraría. Realmente es acogedor, cálido, y con un cómodo sofá. Si no supiera lo que se hace en él, lo habría encontrado agradable.

Un portátil cerrado queda encima de la mesa, sobre la que tiene algunos papeles, y a continuación del sofá, una neverita y una estantería con libros, libros de cuentas y DVD's, además del armarito de madera, que también tiene cerradura.

Moviéndose con rapidez y eficiencia profesional, Francisco se movió hasta la mesa del despacho, y colocó el micrófono pegándolo bajo la esquina inferior izquierda. Desde esa posición podría escuchar perfectamente todo lo que ocurriese en el despacho, con el extra de saber que sería prácticamente imposible que lo descubrieran.

Una vez hecho eso, el empresario miró a su alrededor buscando el mejor lugar para colocar la cámara. Por desgracia, el sitio no contaba con un tubo de aire acondicionado, así no le tocaba otra que improvisar un poco.

Francisco coloca la cámara finalmente debajo del aire acondicionado, y el micrófono debajo de la mesa. Aparentemente están bien colocados, no es demasiado complicado.

Sale del despacho y vuelve al pasillo. Podría ir al almacén, a los vestuarios, o de vuelta a la tienda. No se oye follón de los gitanos, deben haberlos echado ya.

Francisco colocó la micro cámara ocultándola debajo del aire acondicionado, algo que no resultó demasiado difícil dado que esta era poco más grande que un botón. Luego como no tenía intención de que la grabación se cortase en medio de lo mejor, le conectó la batería extra que había traído consigo. Teniendo en cuenta eso y que una vez activada la micro cámara solo funcionaba cuando detectaba movimiento le aseguraría semanas de duración si fuera necesario. El empresario escondió la batería extra de la cámara al fondo del todo, pegada a una de las patas del aire acondicionado. 

Realizó toda la operación moviéndose rápido pero sin nervios ni titubear un segundo, de tal manera que alguien que no supiera que era su primera vez, podría jurar que era un profesional en aquellas lides.

Para alguien como él, que había sufrido tanto y vivido experiencias tan terribles, una situación como aquella distaba mucho de poder ponerle nervioso.

Hecho aquello, salió del despacho, no sin antes pasar el pestillo para que al cerrar la puerta se quedara tal y como la había encontrado. Ojala hubiera tenido más tiempo para poder examinar el portátil y los papeles de Manuel Quintero, pero por desgracia no podía arriesgarse a que le pillaran con las manos en la masa.

Una vez en el pasillo se dirigió presto pero en silencio hacia el almacén. Había vigilado el lugar desde hacía varios días y sabía que allí era donde se encontraba la puerta de entrada y salida de empleados, por donde saldría directamente al parking sin peligro de que le vieran salir de la parte reservada del supermercado.

Francisco entra al almacén. Parece algo más grande de lo esperado, y se oye algo de movimiento, al parecer alguien está trabajando, moviendo un transpalé. Como era de esperar por parte de Quintero, se trata de una bella muchacha, de raza negra en este caso, y otra chica de cabello largo moreno está de espaldas a Francisco, contando cajas de una estantería. 

Francisco no podía permitirse quedarse allí esperando. No sabía cuanto tardaría en volver el vigilante de la tienda, y después de la que habrían montado los gitanos en la tienda era harto probable de que alguien viniera a contarle lo ocurrido a esas chicas. Así pues, tenía que arriesgarse.

Aprovechó un momento en el que las dos chicas estaban de espaldas a él para moverse con todo el sigilo posible hacia la salida.

Francisco se escabulle un momento en el que la negrita está recolocando unas cajas y llega a la puerta de servicio. Desde dentro se puede abrir sin llave, así que abre y sale a la calle. 

Una señora mayor que pasaba por la calle se extraña de verle salir, pero no hace comentario alguno. Francisco ha logrado su objetivo. Al menos, la primera parte.

Francisco giró la cabeza levemente haciendo como que tosía como si estuviera con un tremendo constipado en un intento de pasar desapercibido. Por suerte para él, con la capucha, la braga y las gafas de sol, era prácticamente imposible que la anciana pudiera verle siquiera un poco de su rostro.

Avanzando a paso firme, caminó por el parking y se dirigió hacia su coche aparcado en la calle en un puesto que se había asegurado que no estuviera bajo el foco de ninguna cámara de seguridad. Una vez dentro del vehículo, se quitó la capucha y el resto de parafernalia y suspiró entre dientes.

Había sido mas complicado de lo esperado, pero finalmente había cumplido con su objetivo. Ahora solo faltaba esperar a que Quintero volviera para conectarse con el portátil y dejar que la magia de las tecnologías del espionaje dieran sus frutos.

Francisco llega a conectarse y a esperar. La espera se hace larga, y aunque antes de que nadie entre no se da cuenta, la imagen se congela de vez en cuando.

Tras la hora del cierre, pasan unos minutos hasta que Quintero entra en el despacho y tranquilamente deja la chaqueta en la silla, y se sirve un vasito de whiskey, que deja en la mesa. Pone algo de música y atenúa la luz, lo que empeora un poco más la imagen.

Pocos minutos después, llaman a la puerta. Tras darle el paso, entra una mujer de unos veintidós años, bien "arreglada" y pintada para la ocasión. Es española, y aunque la sonrisa es increíblemente fingida, parece que se lo toma con una increíble resignación. Quintero comienza ofreciéndola otra copa, pero no aguanta el 'calor' y pronto empieza a hacer peticiones más propias de una película porno que de una cita. Rápidamente entraron en faena sobre el sofá.

Tras terminar la sesión, la chica se marcha, saliendo al poco rato por la puerta de servicio, entre suspiros resignados y sollozos. Quintero se queda tumbado en el sofá descansando un buen rato. Tras unos veinte minutos, parece mirar el reloj más a menudo de lo normal, y luego hace varios intentos de llamar a alguien. Impaciente y mosqueado, termina por vestirse, intentar una última llamada, y definitivamente se marcha, molesto y deprisa.

Francisco espera a Quintero, pero parece que tarda mucho en salir del local. Bastante, en realidad. A menos que esté haciendo alguna labor fuera de su puesto de trabajo (Cosa poco probable), algo pasa.

Cuando el As llega al interior de la trastienda, a la parte de los almacenes, escucha un ruido tremendo. Parece que Quintero se está peleando con alguien a quien grita 'Loca!', y dicha mujer solo grita de rabia. Al asomarte, puedes ver a Quintero, con el traje lleno de sangre y obviamente herido en hombros y espalda, sobre una mujer joven de raza negra, enmedio de un montón de garrafas de agua tiradas por el suelo al volcarse un palé en el forcejeo.

Ella está vestida prácticamente de prostituta, pero también ensangrentada. Está boca arriba, con un cuchillo de cocina en la mano derecha, que Quintero mantiene sujeta con una de sus manos y su mayor peso. La chica se zarandea y forcejea, pero a pesar de todo no parece que vaya a poder con él, pues ella misma tiene algunas heridas y fuertes golpes. Por ahora la chica, a pesar de tener el arma, está a la defensiva soportando los golpes, esperando zafarse la mano derecha para poder apuñalarle.

Francisco había entrado de nuevo en el almacén del supermercado, no sin antes volver a taparse el rosto con la braga y la capucha. En otros tiempos, lo que allí le esperaba podría haberle dejado paralizado sin saber que hacer, pero ahora era un hombre diferente.

Moviéndose sin dudar, caminó con paso firme hacia los dos contendientes, y sin mediar palabra su puño voló impactando a Quintero en el rostro. Antes de que el tipo pudiera reaccionar, Francisco le agarró y con un fuerte movimiento lo apartó de la joven y lo lanzó al suelo con violencia, para, sacudirle de nuevo un buen puñetazo.

Quintero gritó de dolor con los golpes y salió despedido. Mientras rodaba y se ponía a cuatro patas intentando recomponerse, gritó.

¡Ha sido ella joder!! Ha intentado matarme!!!

La mujer negra se levanta más o menos rápido, con el cuchillo en la mano y toma varias bocanadas de aire, preparándose para volver a la carga. Tan cegada está que apenas ha prestado atención a Francisco.

Quintero parece asustado, además de muy aturdido, él aún está de cuatro patas en el suelo cuando la mujer avanza hacia él a saltos y con un grito que escapa de lo más hondo de su ser.

¡¡SOCORROO!!! Grita pidiendo ayuda.

Como llevaba el rostro tapado por la braga y la capucha, Quintero no pudo ver como Francisco torcía el gesto con desagrado. La vida podía dar muchas vueltas, y a veces esas vueltas podían ser unas verdaderas hijas de puta.

Había ido allí para acabar con Quintero, y en cambio iba a acabar por salvar a aquél desgraciado parásito. Aunque fuera solo por un breve periodo de tiempo...

Con un movimiento rápido pero firme, lanzó su mano para agarrar el brazo con la que la mujer llevaba el arma, y le aferró la muñeca.

   - Sé que ese cerdo se lo merece, pero si lo haces así esto te llevara a la cárcel.- Le dijo con templanza a la mujer pero con el tono bajo para que solo ella pudiera oírle.- Hay otras maneras mejores y yo te puedo enseñar.-

La mujer mira a Francisco. Aún hay suficiente rabia en su mirada como para que forcejee un poco, aunque rápidamente entiende que Francisco no es Quintero, y no va a poder zafarse de él.

La cársel me da iguá. No tengo ná. Ni mis hijo' tengo. Pero dese joputa no va quedá ná quenterrá.

Francisco gruñó entre dientes.

Si la mitad de lo que sabía sobre Quintero era verdad, comprendía perfectamente la ira de aquella mujer. No sabía que le molestaba mas, si que todo su plan se hubiera ido al traste en un momento, o que al parar a aquella mujer hubiese pospuesto el justo castigo de Quintero aunque fuera por unas horas.

   - No se preocupe por eso.- Le respondió con tono sombrío.- Le aseguro que Quintero va a pagar por todo lo que ha hecho. Hay cosas peores que la muerte, y si al final del día lo que le voy a hacer no le convence, yo mismo le dejaré que acabe con él de la manera que mejor prefiera.-