Partida Rol por web

Lo primero que llama la atención del pasillo, es precisamente que en él no parece cambiar nada. Es igual de blanco que todo lo demás, tanto las baldosas del suelo como las láminas del techo. Tendrá unos cuatro metros de ancho, y unos veinte de largo.

A un lado (derecho para el Bloque A, izquierdo para el Bloque B) hay una puerta doble, igual de blanca, con una abertura cuadrada cada uno a modo de ventana que deja ver que el pasillo que hay al otro lado está a oscuras.

Al otro lado (izquierdo para el Bloque A, derecho para el Bloque B) el pasillo finaliza en una pared. No hay ningún tipo de ventana al exterior del edificio.

Por el suelo hay cristales rotos, la mayoría procedentes de las lámparas del techo que han reventado, que no han sido todas, por lo que el pasillo no está del todo a oscuras. Están desperdigados y se pueden esquivar con facilidad para no arañaros los pies descalzos, al menos, hasta el final del pasillo, donde las paredes de uno de los boxes, el que está más al fondo, se han hecho totalmente añicos y cubren prácticamente toda la superficie de baldosas.

^{Para que sepáis de dónde vais saliendo cada uno.}

Nada más salir al pasillo, ves todos los cristales casi en frente de ti, y cómo parecen venir del box que está casi en frente del tuyo. Además, el bulto que has visto caer frente a tu puerta, no es el único.

Cuerpos con pijamas de enfermeros y batas blancas cubren el suelo de esa zona, igual que los cristales. Te acercas al más cercano y, al darle la vuelta, te encuentras con el rostro de un hombre joven con expresión de sorpresa, y sangre saliendo de cada orificio posible: ojos, nariz, boca y oídos.

En un rápido vistazo puedes deducir que todos están igual.

Parece que de otras estancias salen más pacientes, uno de ellos (Archibald) gritando:

- ¡¡Enfermera!! ¡¡¡¡ENFERMERA!!!! Venga aquí. ¡Exijo saber qué ha pasado! Soy un fiel contribuyente. ¡Pago mis impuestos como todo hijo de vecino y exijo saber! ¡Y también pago mi seguro médico! Conozco mis derechos como cliente. ¡Quiero saber! ¡¡Enfermera!! ¿Y mis alpargatas? ¿Qué espera, que salga descalzo? ¡Qué vergüenza! ¡¡ENFERMERA!!

Al salir al pasillo, lo primero que ves es que, al fondo, en el lugar donde hay más cristales debido a las paredes del box, hay varios cuerpos tendidos inertes en el suelo, los de los enfermeros que viste correr.

Inclinado sobre uno de ellos, examinándolo, hay un hombre que lleva un camisón de paciente igual que el tuyo (Pedro).

Del otro lado escuchas que sale alguien más (Archibald), y sale gritando:

- ¡¡Enfermera!! ¡¡¡¡ENFERMERA!!!! Venga aquí. ¡Exijo saber qué ha pasado! Soy un fiel contribuyente. ¡Pago mis impuestos como todo hijo de vecino y exijo saber! ¡Y también pago mi seguro médico! Conozco mis derechos como cliente. ¡Quiero saber! ¡¡Enfermera!! ¿Y mis alpargatas? ¿Qué espera, que salga descalzo? ¡Qué vergüenza! ¡¡ENFERMERA!!

El cubículo que hay junto al tuyo es, exáctamente, igual que el tuyo, con su misma camilla, sólo que el paciente de ésta sigue tumbado en ella, su mismo gotero, mueble cajonera, taburete, etc. Extrañamente preciso.

Ninguna enfermera acude, y nada más te asomas al pasillo, entiendes porqué.

Al mirar en dirección al final de éste, al lado contrario de la puerta que tienes cerca, ves en el suelo varios cuerpos inertes, por lo visto los de los enfermeros que viste pasar corriendo. Junto a uno de ellos, examinándolo, hay un hombre con el mismo camisón de paciente que tú (Pedro).

De otro cubículo, esta vez de los que quedan en frente del tuyo, sale otro hombre, dubitativo (Edmond).

Edmond observó como dos hombres salían de dos salas. El primero, casi al final del pasillo de su derecha, parecía comprobar el estado de unas personas tiradas en el suelo, inertes. Por sus ropas parecían enfermeros y el asistente un ingresado, como él.

El otro hombre, a su izquierda, comenzó a berrear de manera petulante, exigiendo un trato superior, pese a lo extraordinario de la situación. Edmond había conocido a ese tipo de personas, en su tierra natal, y resultaban cansinas e irritantes. Especialmente cuando, dada su condición social, les otorgaban rangos superiores e importantes y resultaban un auténtico estorbo en el trabajo que el joven realizaba.

Un aristócrata, pensó frunciendo el ceño. Pero ya no estaba en su tierra natal y no tenía por qué soportar ni obedecer a esa índole de personas. Como desprecio, no hizo aprecio e ignoró al individuo y se centró en algo a lo que sí estaba acostumbrado: investigar.

Se acercó al paciente que examinaba a los enfermeros caídos y se puso de cuclillas junto a él.

- Hola. Soy paciente de aquella habitación - señaló con un gesto de cabeza -. ¿Sabes que ha pasado? - preguntó mientras él mismo echaba un vistazo a los caídos - ¿Como están?

Y nada, que no encontró por más que buscó unas tristes alpargatas con las que cubrir sus pies. Empezaba a notarlos tremendamente fríos, todo por culpa del suelo helado del hospital, tan aséptico que ni el calor se le acercaba.

- ¿Enfermera?- salió de su habitación, dudando, tanteando con los dedos del pie el suelo para no pisar los cristales en caso de encontrarlos.- ¿Ocurre algo?- Algo había ocurrido, de eso no había duda, pues casi había dado de bruces contra el suelo cuando... ¿Cómo decirlo? Cuando había ocurrido eso que había ocurrido y que no sabía qué había pasado.- ¿Enfermera? ¿Está usted bien?- Pero no, no lo estaba.

La vio en el suelo junto al resto del personal "embatado". Sobre ellos un paciente desconocido observándolos al que no tardó en acercarse otro cargado de preguntas que vomitó sin dudarlo. Archibald también tenía muchas preguntas, y aunque tenía ganas de soltarlas, se las guardó porque varias de ellas estaban relacionadas con la posibilidad de que el primer paciente, el que no había hablado aun y que estaba junto a los cuerpos, fuera el culpable de todo. Al fin y al cabo todo había ocurrido después de ver a los enfermeros y doctores corriendo hacia una habitación en concreto, y entonces...

¡BOOM!

¡TODOS MUERTOS! O inconscientes. O dormidos. Quién sabía... Archibald no, por supuesto, no mientras no se acercara y usara sus conocimientos, pero no tenía intención de hacerlo hasta que algunas cosas que consideraba muy básicas se aclararan, entre ellas que no corría peligro y que el hombre en cuclillas no era el psicópata de una película de esas que no veía porque no tenía televisión en casa.

- ¿Qué hace?- preguntó con cautela pegado al cristal de su box. Llevaba la bolsa de orina en su diestra, dispuesta a ser arrojada como método de distracción ya que como arma contundente dejaba mucho que desear.

Al salir al pasillo, lo primero que ves es que, al fondo, en el lugar donde hay más cristales debido a las paredes del box, hay varios cuerpos tendidos inertes en el suelo, los de los enfermeros que viste correr.

Inclinado sobre uno de ellos, examinándolo, hay un hombre que lleva un camisón de paciente igual que el tuyo (Pedro), y otros dos hombres se están acercando para ver qué ha ocurrido (Edmond y Archibald)

-No sé qué ocurrió. Fue como si por un instante la presión aumentara enormemente y después algún tipo de onda expansiva rompió cristales y bombillas. He visto que algo caía junto a mi habitación, a través de la pared de cristal, pero cuando he salido de mi cubículo me he encontrado con este panorama. Parecen inconscientes, pero que se les han reventado los tímpanos y que tiene pequeñas hemorragias... Bueno, salta a la vista -dijo al desconocido que había llegado junto a él y que, a todas luces, era tan paciente como él -. Lo que no sé es por qué nosotros no estamos también en su estado. Todo provino de ahí. Ese es el punto cero. Antes de todo había una gran conmoción con enfermeros y médicos corriendo por algún tipo de urgencia. Una parada cardiorespiratoria si no recuerdo mal. Y si estos están así, no sé cómo estará el de ahí dentro.

Y en medio de todo aquello, los gritos de un desquiciado, un enfermo mental a todas luces que, afortunadamente, estaba al otro lado del pasillo, en el punto extremo, con la cara pegada al cristal de forma bastante estúpida.

-Voy a entrar. Quiero saber qué ha ocurrido -dijo poniéndose en pie y avanzando hacia la puerta que cruzó sin mirar atrás. No había visto a Mérima Edea entre el grupo de cuerpos tendidos allí y sabía que tenía una conversación pendiente con ella.

Cuando entras en aquella habitación, todo es bastante desconcertante. A pesar de que aquellos cristales habían reventado, todo seguía en su sitio: la camilla, el gotero, la cajonera, el taburete, la paciente...

Una cosa te llama la atención por encima de todo lo demás: la habitación es exacta a la tuya, dirías que casi al milímetro, excepto porque está en espejo, pero por lo demás es tan exacta que incluso hay un vaso de plástico usado y ligeramente doblado encima de la cajonera.

La mujer que está sobre la cama es muy guapa, y tiene en el rostro una expresión de calma que hace pensar que o está profundamente dormida y no se ha dado cuenta de absolutamente nada, o está muerta.

En el suelo, a uno de los lados de la camilla, ves a la que fue tu enfermera, en el mismo estado que el resto, con expresión de sorpresa y sangre saliendo de todo orificio posible.

De nuevo el nombre de Mérima Edea retumba en tu cabeza, junto con flases de imágenes de una armadura oscura y un casco tintado que tapa un rostro que nunca has llegado a ver.

Pedro dio un rápido vistazo a la habitación aunque fueron dos rostros los que reclamaron su atención. Los de la paciente en su cama y los de la mujer que sabía se llamaba Mérima Edea, por más que ignorara la razón de aquel saber. Por un instante, se apoyó contra la pared de cristal, confuso, ante la cascada de imágenes que asaltaban su mente relacionadas con la mujer que yacía en el suelo.

Tomó aire un par de veces y procuró centrarse. Estaba viviendo una realidad que no terminaba de aprehender. Se le había dicho que era uno de los supervivientes de un accidente, el nombre de Mérima había nacido en su mente con la fuerza de una erupción volcánica y antes siquiera de poder reaccionar a su despertar y a la información recibida, se hallaba en medio de un suceso sin explicación lógica y que cualquiera definiría de paranormal.

Su mente analítica empezó a trabajar. El pulso que había destrozado cristales y había dejado fuera de combate a médicos y enfermeras tenía su epicentro en aquella habitación y en ella, al margen de lo material, tan solo habían dos personas. La una víctima de lo que fuera que había ocurrido. La otra, dormida o muerta pero sin signos de hemorragia. La única conclusión a la que podía llegar era que aquella mujer rubia y de hermoso rostro era la causante de todo aquello, la supuesta víctima de una parada cardiorespiratoria.

Dudó por un instante acerca de cómo proceder, de a quién destinar su atención. Lanzó un leve suspiro y se acercó a la paciente, renunciando en aquel primer instante en ayudar a la enfermera.

-Despierta, despierta -dijo zarandeándola suavemente y comprobando si su pecho se alzaba y bajaba al ritmo de la respiración.

- ¿Cómo? ¿A través de la pared de cristal?- Como si pretendiera emular lo que aquel desconocido había dicho que acababa de presenciar, Archibald se pegó aun más al cristal por la sorpresa, pero era tan sólido como se podía esperar.- ¿Cómo que a través? ¿Pero ha roto el cristal o lo ha atravesado como si nada?- añadió a la retahíla de preguntas.

Buscó a su alrededor cristales que no pertenecieran a los fluorescentes que habían estallado con el cambio de presión mientras corría de lado, bolsa de orina en mano, a la pila de cadáveres o de gente inconsciente -en aquel instante aquel nimio detalle entre si respiraban o no le importaba poco- que el hombre había dejado atrás antes de cruzar la puerta.

¿Podía ser verdad? ¿Podía ser cierto que allí, fruto de la casualidad, hubiera encontrado lo que había buscado toda su vida? Bueno, toda no, solo una parte relativamente importante de la misma. ¡Ah, si aquello era verdad se lo iba a restregar todo a Mortimer! Y con todo se refería a lo que supuestamente había descubierto -aunque aun no sabía el qué-, y no a todo de forma literal porque había cosas que nunca iba a restregar con Mortimer. Aunque bueno, siendo justos: En cierta ocasión en los vestuarios de la Universidad por culpa de un tropiezo a causa de las zapatillas que un desconsiderado había dejado en medio del pasillo, habían restregado más de lo que les hubiera gustado restregar. Ambos habían decidido olvidar aquel pequeño percance (aunque como siempre lo del pequeño o grande es motivo de amplio debate), convirtiendo a aquella en una de las pocas ocasiones en las que los dos habían estado de acuerdo.

- ¡Eh! ¡No corras! ¿A qué te refieres? Es importante...- añadió atravesando la puerta detrás de él, olvidando toda cautela anterior.

Al salir al pasillo ves que justo en frente de ti hay otra estancia igual que la tuya y que pegado al cristal mirando hacia afuera hay un hombre con un camisón de paciente igual que el tuyo (Archibald).

Dos más (Edmond y Charles) están acercándose a la "zona cero", aquel cubículo que parece haber estallado, donde alrededor hay cuerpos que reconoces como los de los enfermeros que viste correr, inertes en el suelo.

Se ve movimiento dentro del box roto.

Alex sale al pasillo.

Charles observó con expresión perpleja todo aquello, mientras vestía el ridículo camisón hospitalario y cargaba con la bolsa de orina, y la de suero. ¿Qué diablos había pasado? Aún no lo entendía, y puede que tardara aún en hacerlo, si es que lo lograba. Pero allí había pasado algo grave. Por desgracia, no tenía conocimientos médicos para atender a los que estaban tirados allí, además de que tampoco sabía qué hacer con ellos, porque desconocía qué les había lastimado.

Una buena manera de despertar, y además sin acordarse apenas de nada. 

Edmond observó los cuerpos caídos y al parecer inconscientes de los enfermeros y posteriormente observó la cristalera que el paciente que primero llegó, debido a su cercanía, indicaba. La placa de cristal estaba totalmente rota, comprendiendo que los enfermeros o médicos habían salido despedidos y proyectados a través de ella. No se veía que había dentro, pues la cortina laminada, aun bamboleante y semidesgajada, colgaba de malas maneras pero aun seguía realizando su función de ocultar la visibilidad.

Por otro lado se percibía la ausencia de luz en el interior. Al parecer la explosión había acabado con toda la iluminación existente dentro, por tanto la posibilidad de ver al ingresado al que se refería el primer paciente, era casi nula.

Observó como el paciente, tras referirle que todo se había causado ahí dentro ante la alarma de una parada cardiorespiratoria, se levantó se giró y se adentró en la habitación.

Edmond lo miró extrañado, digiriendo que aquella onda expansiva se hubiera originado allí, pero antes de que pudiera preguntarle el cómo, el hombre se había introducido a aquel lugar.

Edmond pretendió incorporarse cuando oyó las preguntas del estirado y escandaloso hombre que, desde su habitación, preguntaba a gritos sobre la posibilidad de atravesar cristales sin romperlos.

¿Es histriónico o esquizofrénico?, pensó mientras, para su sorpresa, salió de la habitación exigiendo saber al paciente que entrara en la habitación conflictiva el modo de atravesar paredes cristalinas. Probablemente ambas cosas, concluyó.

Edmond enarcó una ceja de incredulidad al ver como el, hasta hace un instante escondido, demandante, exigente y acobardado personaje de la primera habitación del pasillo, corriendo, atravesaba el corredor para meterse de cabeza en la habitación del desastre.

Pudo ver de soslayo la aparición de dos nuevas figuras, pacientes sin duda, saliendo de sus habitaciones. Con un mudo ademán les señaló la misteriosa habitación y acto seguido entró en ella.

Aunque la onda expansiva de forma milagrosa no ha movido nada de la habitación, sí que ha hecho que los aparatos electrónicos en ella se apagaran, por lo que el monitor no te da ninguna pista sobre el estado de la mujer, pero te hace falta sólo fijarte en el movimiento del pecho para ver que no respira.

Cuando entras en aquella habitación, todo es bastante desconcertante. A pesar de que aquellos cristales habían reventado, todo seguía en su sitio: la camilla, el gotero, la cajonera, el taburete, la paciente...

Una cosa te llama la atención por encima de todo lo demás: la habitación es exacta a la tuya, dirías que casi al milímetro, excepto porque está en espejo, pero por lo demás es tan exacta que incluso hay un vaso de plástico usado y ligeramente doblado encima de la cajonera.

La mujer que está sobre la cama es muy guapa, y tiene en el rostro una expresión de calma que hace pensar que o está profundamente dormida y no se ha dado cuenta de absolutamente nada, o está muerta.

Una de las mujeres con bata de enfermera está tirada en el suelo, inmóvil.

Pedro está intentando discernir si la mujer de la camilla está viva o muerta.