Partida Rol por web

Al ver cómo comenzaban a caer fragmentos de techo en dirección a ellos, Friedrich von Kleist no pudo evitar exclamar aquella palabra en alemán que se había convertido en su habitual muletilla:

-¡ScheiBe!

Tras esto, saltó hacia un lado para tratar de evitar que los escombros cayesen sobre él, aunque a juzgar por su velocidad, no parecía que fuera a tener mucho éxito.

Creo que estábamos tomando con mucha calma seguir en este túnel, y esto se ponía cada vez más serio con cada temblor que se gestaba; pequeñas arenillas del techo comenzaron a caer mientras trataba de mantenerme en pie, hasta el momento en que vi cómo se desprendían grandes trozos del techo, mi primera reacción fue tirarme de frente tratando de esquivar aquel bloque, girando hasta ponerme lejos del peligro, o al menos era lo que creía.

McQueen asintió ante las palabras de Langley

-No sería la primera vez que usen a soldados como carne de cañón o para pruebas militares de dudosa legalidad. Un ejemplo serían las primeras pruebas de la bomba atómica con soldados cerca del lugar de las explosiones para ver que les pasaba. De todas formas.

Lanza un bufido

-No creo que este sea el caso, al no ser que hayan tenido acceso a información cualificada y supiesen a donde nos enviaban y que podríamos encontrar, pero de momento es pura especulación.

Ante las palabras de Brochard arqueó una ceja

-No dejamos a Henricks atrás por gusto, no nos ha quedado otra opción. No puede caminar y no podía saltar esa grieta.

Tras tomar una decisión continuaron caminando, llegando a una nueva bifurcación

-Mierda, ¿derecha o adelant....?, un momento, ¿ahí que pone?

El sargento reparó en un cartel, se acercaba para leerlo cuando un nuevo temblor se hizo notar. El techo, de nuevo, comenzó a caer encima suyo

-¡Correr!

Casi no le dio tiempo a reaccionar, pudo ver como varios de sus compañeros saltaban hacia adelante, pero también como Kleist no conseguía esquivar los fragmentos del techo que caían. A duras penas consiguió esquivar los fragmentos, saltando hacia atrás.

Scart tampoco fue lo suficientemente rápido y recibió todos los fragmentos de lleno, aunque tuvo tiempo de empujar a Kleist hacia un lateral, consiguiendo que sobre este no cayese tanto como quizás esperaría.

La caída de los escombros hizo que todo el mundo reaccionara con rapidez. Bueno, todos... menos a Scart y a Kleist. Al mirarlos, el cráneo de Scart estaba ensangrentado y abierto. Sin pararos a analizarlo demasido, ninguno de vosotros tuvo ninguna duda. Estaba muerto. Por el contrario, Kleist se removía, herido, pero todavía vivo, gracias al pequeño empujó que había recibido del soldado Scart.

Por otro lado Brochard, Thalassa y Langley habían saltado hacia delante, y estaban ahora a oscuras.

En el otro lado, estaba McQueen, que se había quedado aislado... además de a oscuras.

Los escombros habían caído sin que Ford o Hasan pudieran evitarlo, pero lo peor era que ambos habían quedado aislados.

Por un lado, Ford solo podía ahora seguir hacia delante. Tenía un pasillo por delante con muchas puertas laterales. No había manera de retroceder.

Por otro lado, Hasan podía ir hacia su derecha, el pasillo que no estaba marcado, su izquierda, siguiendo el letrero, o regresar por donde habían venido, hacia la sala de operaciones.

No terminaba de levantarme cuando observo claramente como un gran bloque cae encima de Scart, abriendo su cráneo en dos, cierro mis ojos y me volteo intentando no vomitar; hacia mucho que no veía algo por el estilo, pasar tanto tiempo en la academia te hace alejar de la vida real, de lo que en verdad sucede cuando estas en el campo de batalla. Respiro poco a poco logrando evitar devolver lo poco tengo en el estómago, hasta que escucho un quejido, el cual proviene de los escombros, parece que se trata del Dr. Kleist.

-¡Ey, el Dr. Kliest parece seguir con vida!- a pesar de que no puedo ver un carajo, trato de agudizar el oído y seguir el sonido extendiendo mis manos hasta llegar al lugar donde está el derrumbe; luego de unos segundos avanzando, siento las rocas y pedazos de hierro delante mía, -Dr. Kleist, no se preocupe, si puede hablar hágalo, para poder encontrarlo, trataremos de mover estos escombros y ayudarle a salir- lo malo es que no se ve nada.

Giro mi rostro hacia atrás, para llamar a los demás y que me ayuden a remover las piedras y demás, -Doctor, señorita Bright, pueden darme una mano, tenemos que ayudarlo a salir antes de que esto siga cayendo-

Friedrich von Kleist sintió su cuerpo apretujado bajo todos aquellos escombros, cubierto de polvo y sintiendo un fuerte dolor recorriendo todo su cuerpo. Había visto cómo Scart le apartaba a un lado, solo un instante antes de que un escombro le abriera el melón al valiente soldado estadounidense. "Descanse en paz, soldado" pensó para sí el historiador, apenado de que no todos lo hubieran conseguido.

-¡Estoy vivo! -gritó el hombretón, al oír la voz de la piloto, removiéndose bajo los escombros para que sus compañeros supieran de su posición-. Vivo todavía...

Brochard se llevó el antebrazo a los ojos, cubriéndose del polvo que se levantó al colapsar el segmento del túnel que habían atravesado. Los cascotes cayeron con una violencia colosal, sepultando todo lo que pillaran en su descenso. No fue hasta que el temblor cesó que el médico liberó la pantalla que cubría sus ojos, descubriendo una dantesca escena que volvía a repetirse años después. El cráneo abierto de Scart le daba la bienvenida, un cáliz rojo rebosante, una amalgama de hueos y masa encefálica que se abría en el suelo de cemento cómo una flor. Aquella salpicadura visceral le paralizó, trasladándolo de nuevo a Afganistán. El cabo Gerard se encontraba sepultado bajo la rueda de un semiblindado. Sólo asomaba la parte superior de su cuerpo, mientras la inferior yacía destrozada en una masa irreconocible. Lo vió esputar sangre. Lo vió extender el brazo. Lo vio mirarle a los ojos.

Le pedía que le llevara de vuelta a casa.

Una ardiente sensación acabó alojándose en el esófago de Brochard, para acabar soltando un torrente de bilis a un lado. Su estómago vacío había dicho basta, devolviendo cualquier jugo que pudiera quedarle dentro. El vómito de esparcó de forma similar al cerebro de Scart, sólo que este olía peor.

-¡Estoy vivo!

La profunda voz de Kleist trajo a Brochard de vuelta, buscando en la penumbra el origen de la llamada. Se limpió la comisura de la boca con su guante. Sacudió la cabeza una, dos, tres veces. El hormigueo que le había recibido al entrar en la base cobraba fuerza. Por un instante sentía que perdía el control, pero consiguió apretar los puños. Aquel hombre necesitaba ayuda. Ya habría tiempo para superar sus traumas.

Langley ya se había adelantado, comprobando el estado del pobre de Kleist. Algo recuperado, se puso a la altura de la piloto.

-Doctor, señorita Bright, pueden darme una mano, tenemos que ayudarlo a salir antes de que esto siga cayendo

Tras un largo suspiro, Brochard comenzó a apartar los cascotes, con el suficiente cuidado de no causar un daño más traumático a Kleist. La situación era delicada, y cualquier mal movimiento podría llevar a una hemorragia interna. Ahora todo dependía de ellos.

- No se mueva Kleist, le sacaremos de ahí...

Eso mismo dijo a Gerard.

Me sacudí el polvo que se me había pegado a la ropa debido al derrumbamiento a la vez que tosía un par de veces.

Cita:

-¡Sí, estoy bien Victoria! ni un rasguño ¿y tú?-pregunté preocupado-¡Joder ésto se ha convertido en un puto muro de Berlín, el camino ha quedado bloqueado!-miré con furia toda la escombrera que se había montado en un segundo-¡Esto no hay manera de moverlo!-gruñí intentando mover alguna de las rocas más pequeñas-¡Joderrr, tenemos pocas opciones, aquí hay un pasillo larguísimo, pero no tengo manera de girar, tendría que entrar puerta por puerta!-sentía rabia infinita, ya me había acostumbrado a la compañia de Victoria y odiaba estar sólo.

Thalassa empezó a retirar escombros y a ayudar a los demás a sacar a Kleist. Podían escuchar sus gritos de socorro y de dolor, pero también, ver que había esperanzas de recuperarlo.

-¡Ya vamos! ¡Lo sacaremos de ahí! -le gritó.

Lo cierto es que Thalassa estaba más nerviosa de lo que iba a reconocer. Aquel lugar... iba a acabar con ella.

Con trabajo y entre todos, Langley, Thalassa y Brochard lograron  retirar los suficientes fragmentos como para sacar a Kleist, que parecía bastante magullado.

Rápidamente, el doctor se puso a atenderlo para ver las heridas que tenía. Lo último que necesitaban era otra persona a quien dejar por el camino. Mención aparte era Scart, cuyo cuerpo estaba tan comprimido por las rocas que resultaba del todo imposible sacarlo de debajo de ellas.