Partida Rol por web

El viaje estaba siendo largo, muy largo. El mundo se había ido irremediablemente al carajo en poco tiempo. Aún recordabas tu vida mas o menos tranquila, cuando los muertos comenzaron a levantarse y atacar a los vivos. Al principio pensabas que era una broma: un simple anuncio de alguna película de zombies que se estrenaría en poco tiempo. Sin embargo, y para vuestra desgracia, la cosa no era un anuncio barato, era una realidad, una cruel (y jodida) realidad. Los muertos caminaban y querían comerse a los vivos.

Los primeros días fueron frenéticos para ti: aparte de la curiosidad de como coño había ocurrido esto, el caos, los disturbios, y los zombies, muertos vivientes por todas partes, se convirtió en lo habitual en los primeros días. Huiste, ¿que podías hacer sino? Ahora te diriges en tu coche hacia Atlanta, esperando que allí sea un lugar seguro para empezar de nuevo. 

Tamborileo los dedos de la mano derecha en el volante, al ser la única que tengo sobre éste. El codo izquierdo lo tengo sacado por la ventanilla completamente bajada, cual camionero, y de vez en cuando lo dejo colgar hacia afuera.
Hay muy pocas cosas que hacer en el coche, a parte de tener en Repetir Todo en único CD de música de la colección de Cristian que me queda: un mix de colaboraciones de Pitbull. Sí, así de triste como suena.

Hace algunos años, cuando estaba convencida de que esto acabaría pasando (bueno, no esto, sino más bien que el sistema se iría al puto garete y tendríamos que vivir por nosotros mismos), sabía que el heavy metal gobernaría las calles. Y es así, al menos para el gracioso que me saqueó el coche mientras cogía cosas de una gasolinera hace unos días. Le pillé con las manos en la masa, por lo que sólo tuvo tiempo de llevarse los CDs y correr antes de que pudiera pegarle un tiro.
Y dejó que el resto de mi viaje sufriera el silencio o Pitbull con chunda-chunda. Prefiero a Pitbull.

Es mucho mejor que oír la nada en la que se ha convertido América, o ese jodido mensaje en repetición del refugio en Atlanta. Si estaba conduciendo hacia allí, al principio, era porque estaba en mi camino entre Cleveland y México; era una tontería pensar que el gobierno estaba haciendo algo por su comunidad.

Pero ha pasado mucho tiempo, y el anuncio sigue emitiéndose por la radio. Una de dos; o el gobierno ha hecho bien algo por una vez en su vida o están todos muertos y no han apagado la radio. En cualquiera de los casos, habría gente dirigiéndose hacia allí mientras se siguiera llamando; yo necesitaba encontrar gente antes de volverme totalmente loca.

"International Love" vuelve a resonar dentro de mi coche a un volumen moderado. A Cristian le gustaba; siempre que salía la cantaba. A mí sólo me vale para no empezar a hablar conmigo misma.

Aminoro un poco para esquivar un par de coches colisionados en la cuneta y resoplo, cansada. Ni siquiera sé a qué distancia estoy de Atlanta; hace un cojón desde la última señal que no estaba tirada o con un par de cuerpos desangrados encima que hacían complicada la lectura.

El viaje continuaba, mientras la música monótona del CD se repite una y otra vez. No habías visto ningún no-muerto por la carretera, algo que era de agradecer. Tampoco habías tenido muchos obstáculos que pasar durante la carretera. De momento la suerte te acompañaba, aunque nunca debías fiarte. 

Había algo que te preocupaba: el alimento. Ayer acabaste con las pocas reservas de comida que tenías y, si bien es cierto que agua tenías (un par de botellas, algo era algo) tendrías que conseguir alimento para continuar tu viaje. Y si podías lograr mas agua, mejor que mejor.

Eso era una, la otra el combustible: tenías el depósito medio lleno, por el momento. Pero no tenías reservas. Tendrías que buscar mas.

Sigues mirando a la carretera y en uno de los carteles puedes leer: estación de servicio-1km. Quizás fuese tu día de suerte... 

Uuuuuh, ¡PREMIO! No puedo evitar mantener la mirada en el cartel según me voy alejando de él, llegando a girarme un poco en mi asiento antes de volver la vista al frente y cambiar el carril para coger la salida indicada a la estación de servicio. También apago la música, que tampoco es cuestión de ir anunciando que voy a quedarme un rato ahí; ni a los cadáveres andantes ni a los vivos que puedan intentar saquearme el coche otra vez (al menos vivo con la certeza de que el CD de Pitbull no se lo van a llevar).

Un kilómetro después, entro en la estación de servicio y dejo el coche al lado de uno de los dispensadores para llenarme el depósito. Antes de bajar, claro, compruebo que llevo la pistola enganchada en el pantalón y cojo el cuchillo para llevarlo en la mano.

Lo primero es lo primero: llenarme el depósito para asegurarme de que, si tengo que salir quemando rueda, no me quede tirada a medias. Mientras espero a que se llene, miro alrededor para situarme y asegurarme de que, por por pronto, estoy a salvo.

Te acercas hacia el depósito, mas para tu desgracia la máquina no funciona. El porque, no tienes ni idea. Quizás tenga que encenderse a través de algún botón dentro de la tienda, o simplemente, no se puede arreglar. En cualquier caso, por el momento echar gasolina no va a poder ser. 

Hago una de mis irresponsabilidades comunes, que es llevarme la pistola de la máquina a la nariz. En realidad no sé por qué lo hago, encima antes de echarle una ojeada dentro; imagino que para ver si apestaba mucho a gasolina (olor extraño pero agradable, por otra parte), en cuyo caso sería que alguien la habría usado hace poco y a mí no me está proporcionando gasolina porque no le sale de las pelotas.
Y mira que me ha costado darme cuenta que estaba llenando el depósito de mi coche de esperanzas e ilusiones. Era demasiado bonito para ser real, si.

Vuelvo a dejar la manguera donde estaba, en el suelo, y guardo el cuchillo en mi cinturón para coger ahora la pistola. Tendré que echar una exploración a la tienda, a ver si es una de esas gasolineras desconfiadas que no te dejan llenarte el depósito hasta que pagas. Cabrones...

Las puertas son de cristal por lo que antes de entrar echas un vistazo rápido. Aparte del desorden (alguna estantería tirada, productos esparcidos por el suelo y demás) se ve que no hay nadie a la vista. Entras en la misma. A tu derecha se encuentra el mostrador, a tu frente se encuentran un par de estanterías prácticamente vacías y al fondo del todo una puerta que tiene pinta que lleva al almacén y otra que es la de los aseos. La sala, por lo que parece esta desierta.

Algo que agradezco cuando entro en la tienda es no tener que oír ese insoportable hilo musical que parece de ascensor que tienen todos los supers de gasolinera, así que puedo quedarme un momento quieta dentro, frente a las puertas de cristal, en silencio y tratando de escuchar cualquier otra cosa que pudiera estar haciéndome compañía.

El silencio a veces es bueno, porque me hace recordar que mi pistola tiene el seguro puesto. Se lo quito y sigo esperando, pero parece que efectivamente estoy sola. Así que salto, apoyándome con el brazo libre, para abocarme un poco hacia el otro lado del mostrador, a ver qué hay, y si no hay nada escondido. Igual tengo suerte para lo de la gasolina, o hay alguna caja con repuestos de comestibles. ¡O algún CD de música, por dios!

Miras detrás del mostrador, esperando quizás encontrar algún dependiente no muerto listo y predispuesto a comerte. Mas no hay nada, para tu suerte. Pero para tu desgracia, no hay ningún botón o mecanismo que haga que la maquina eche gasolina. Eso no era bueno. 

-¡Joder!-doy un gruñido y un golpe contra el mostrador, bajándome de encima de él. Me cabreo; vaya si me cabreo...pero se me pasa tal como viene, y afortunadamente antes de hacer ninguna locura, haciéndome soltar un suspiro y pasarme los dedos por el flequillo.

Pues nada, me vuelvo para fuera y me encaro a la máquina, cogiendo de nuevo la pistola de su manguera y manteniendo mi arma en la otra mano.

-Te crees muy lista, ¿verdad?-miro la máquina con algo de desdén. Siempre he dicho que lo más efectivo para arreglar algo son las hostias; funcionaba con la tele, funcionaba con el ordenador...-Pues vas a darme hasta la última gota de gasolina que tengas.-le arreo la primera patada con toda la planta de mi bota.

Si no funciona...supongo que miraré de coger algo de dentro y seguir tirando millas.

A pesar de la patada y los gritos que realizas, tus sentidos se encuentran lo suficientemente preparados para detenerte. Parece que has escuchado algo extraño proveniente de uno de los lados de la gasolinera. 

Por un segundo me quedo mirando la máquina, como creyendo que mis bestias intentos de conseguir gasolina habían dado resultado, pero enseguida mi cuerpo se da la vuelta con la pistola lista hacia la gasolinera. No sé qué ha sido, pero ha venido de uno de los lados...Me dirijo hacia allí para asegurarme de que sigo sola, o librarme de la compañía que me pueda parecer prescindible.

Te acercas lentamente, con el arma preparada y lista para lo que pueda pasar. Tras pasar la vuelta ves a dos no-muertos agachados comiendo lo que parecía ser una mujer. Otro de ellos se encuentra de pie: tus gritos le han ir hacia donde te encontrabas. El no-muerto al verte, no dude en acelerar el paso y sus gritos lo único que hacen es que los otros dos te vean y se levanten ahora a por ti.

Oh, genial...Siempre los busco, pero me gusta más cuando no aparecen. Retrocedo deprisa, dando unos pocos saltos para avanzar más y evitarme el riesgo de tropezar, y cuando me he apartado lo suficiente me tomo un momento para levantar la pistola y disparar contra la cabeza del zombi que se me acerca. Y ya puedo acertarle, porque los otros dos que estaban comiendo también quieren un trocito de mí.

-¡Venga ya! ¡Acabáis de comer; se supone que estáis llenos!-les regaño.

El disparo da justo en el blanco y la no-muerta cae ahora si, muerta. Sin embargo, los otros dos mantienen su rumbo directo hacia ti. 

Intento disparar de nuevo, pero convenientemente...la recámara está vacía. Busco el bolsillo de mi cazadora para recargar mi arma con las balas que me quedan; claro que cuando las tengo en mano...corro. No esprinto, que sería cansado, pero sí que necesito darme más distancia para cargar a tiempo y poder apuntar con relativa tranquilidad.

Cuando me detengo, casi ya en la carretera de nuevo, vuelvo a disparar contra la cabeza de otro de los muertos. No me puedo que haya mejorado tanto; antes el retroceso me descompensaba bastante los tiros. Eso sí; me estoy quedando sin balas.

Otro de los zombis cae abatida por tu bala, la cual da de lleno en su cabeza. Te encuentras cerca de la carretera, y al lado esta tu coche. El otro zombie continúa su andares hacia a ti.

Disparo inmediatamente después contra el último, también en la cabeza, y tras ello me quedo un momento esperando a que el eco de mis tiros se disuelva en el silencio de la carretera y la nada más deprimente.
Y justo cuando pasa es que se me ocurre pensar que he desperdiciado balas. Pero siempre lo prefiero a arriesgarme a que me muerdan por usar distancias cortas con el cuchillo.

Y hablando de riesgos...me vuelvo hacia el lado de la gasolinera tomando ahora el cuchillo. Ya que no hay gasolina pienso terminar de saquear el sitio, y no quiero ninguna sorpresa que me venga por detrás, así que me curaré en salud y le hundiré el cuchillo en el lóbulo frontal.

Tras acabar con facilidad contra esos no-muertos (eran lentos, esa era la clave) entras de nuevo en la gasolinera. Observas a tu alrededor hasta encontrar varias chocolatinas, un par de sandwiches (sorprendentemente, con pinta de ser comestibles) y un par de paquetes de patatas. No hay nada mas digno de ver. 

El lugar ha sido saqueado a conciencia. 

El cadáver tenía las piernas intactas, así que tampoco me iba a ser útil y no iba a perder el tiempo (y fortaleza estomacal) en ir pelándole el muslo con mi cuchillo...Ya encontraría otro cadáver reciente al que poder extraerle el fémur.
Así que tras hundirle el cuchillo en la frente volví a meterme en la tienda. No me habían dejado demasiado, pero me hizo pensar que si había sido saqueado tanto, es posible que también me hubieran dejado sin gasolina.

Lo cogí todo apenas oliéndolo para asegurarme de que no me iba a dar una diarrea explosiva al comerlo y lo voy dejando en el coche, echándole algún reniego a la máquina de la gasolina. Imagino que tendré que seguir tirando; tampoco estoy a las últimas, y seguro que encuentro algún coche al que pueda sacarle un par de litros por el camino.

Mientras no decido volver a ponerme en marcha, elijo probar una de las chocolatinas.